Saludada por los dirigentes palestinos como “una victoria del derecho internacional” y denunciada por los responsables israelíes por “vergonzosa”, incluso por “antisemita”, la resolución 2334 , adoptada el viernes 23 de diciembre por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, no merece en realidad ni este exceso de honor ni esta indignidad. Sin embargo, se considerará una resolución histórica tanto por su contenido como por las condiciones en que se ha adoptado.
Cuando han pasado más de 35 años desde la resolución 465 de marzo de 1980, que denunciaba –ya– la ampliación de las colonias israelíes, consideradas ilegales, el texto que acaba de adoptarse afirma que los asentamientos israelíes de los territorios ocupados “constituyen una violación flagrante del derecho internacional y un importante obstáculo para la aplicación de la solución de dos Estados y la instauración de una paz total, justa y duradera”. Por tanto, pide a Israel que “cese inmediata y completamente cualquier actividad de colonización del territorio palestino ocupado, incluido Jerusalén Este y que respete todas sus obligaciones legales en ese ámbito”.
La resolución también insta a “todos los Estados a hacer la distinción, en sus relaciones, entre el territorio del Estado de Israel y los territorios ocupados desde 1967”. Después de haber instado a la adopción de medidas inmediatas para “impedir los actos de violencia contra los civiles, incluidos los actos de terrorismo y los actos de provocación y de destrucción”, el texto juzga urgentes “la intensificación y la aceleración de los esfuerzos diplomáticos internacionales y regionales” en el marco “de las Resoluciones pertinentes de Naciones Unidas, de los términos de referencia de la conferencia de Madrid y de la hoja de ruta del Cuarteto”.
En conclusión, el documento subraya los esfuerzos dirigidos “a hacer progresar la iniciativa de paz árabe, la iniciativa de Francia para celebrar una conferencia de paz internacional, los recientes esfuerzos del Cuarteto, así como los de Egipto y de la Federación Rusa”.
En la práctica, nada radicalmente nuevo si se compara con el texto de 1980 y sobre todo con respecto a los últimos informes del Cuarteto y de los jefes de las misiones diplomáticas de la Unión Europea en Jerusalén, que constatan las mismas violaciones legales que quedan impunes, por parte de Israel, y la misma responsabilidad del Estado judío en la búsqueda de una estrategia de colonización que constituye un obstáculo decisivo en la pacificación. Pero en 1980, en Cisjordanía había 12.500 colonos, frente a los 450.000 actuales, a los que hay que sumar los casi 200.000 colones de Jerusalén Este.
Esta progresión continúa, en número y en tamaño, de los asentamientos israelíes, vinculados entre sí por una red viaria densa, protegida y estrechamente vigilada, ha alterado literalmente la continuidad territorial de Cisjordania, transformada en una piel de leopardo de cantones dispersospiel de leopardo. Dicha evolución hace prácticamente imposible la creación de un Estado palestino independiente y viable en Cisjordania, lo que hace años ha dinamitado la solución de dos Estados, durante mucho tiempo considerada la mejor, por no decir la única solución a una salida pacífica al conflicto. Habida cuenta de la gravedad de la situación, en el corazón de un Oriente Medio eruptivo, de la desesperanza creciente de los palestinos, de la cólera amenazante de la juventud tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza y de la obstinación impune de Israel de multiplicar, en el último medio siglo, los hechos consumados sobre el terreno –calificando cualquier crítica de antisemitita–, el texto del Consejo de Seguridad no contiene nada inesperado ni agresivo. Y es que no incluye ningún mecanismo coercitivo, ni amenaza de represalia o sanción, muy a pesar de algunos aliados palestinos, que habrían deseado que fuese más firme.
No obstante, si ha provocado reacciones de indignación desmedidas en el Gobierno israelí y entre los partidarios de Benjamin Netanyahu en el extranjero, si los palestinos lo consideran histórico, es porque ha sido adoptada en el Consejo de Seguridad con 14 votos –de 15– y una abstención: la de Washington.
Después de haber vetado –en múltiples ocasiones durante casi medio siglo– textos que condenaban o denunciaban la ocupación y la colonización israelí y sus consecuencias, después de haber vetado también una resolución sobre Israel en febrero de 2011, el pasado viernes Estados Unidos decidió no ser un obstáculo para la adopción de esta resolución. ¿Por qué?
Las razones son múltiples. Tras haber recordado que Estados Unidos “ha declarado constantemente que bloquearía cualquier resolución que pusiera en peligro la seguridad de Israel o que trataría de imponer una solución al conflicto”, la representante de Washington en Naciones Unidas, Samantha Power, argumentó en la votación que “el problema de la colonización se había convertido en tan grave que pone en peligro la viabilidad incluso de la solución de los dos Estados”.
La diplomática estadounidense, experiodista, refiriéndose directamente al primer ministro israelí, señaló que “no se puede defender simultáneamente la colonización y defender la solución de los dos Estados para acabar con el conflicto. Se debe elegir entre las colonias y la separación”. Bien es cierto que la diplomacia de EEUU habría podido hacer, más o menos, la misma constatación, y sacar las mismas conclusiones hace ocho años, cuando Barack Obama llegó al Gobierno.
Es verdad que el presidente estadounidense ya dijo, en su discurso de junio de 2009, en El Cairo, que “Estados Unidos no aceptaba la legitimidad de la continuación de la colonización israelí”. Pero después de hacer que los palestinos albergaran fugaces esperanzas, la diplomacia de Obama, que lo que quería era sacar a EEUU de un Oriente Medio demasiado complicado, cayó –a domicilio– en las redes de apoyo a Israel y chocó –sobre el terreno– con la obstinación de Benjamin Netanyahu, dispuesto a defender su estrategia de status quo, y con las disputas y convulsiones de los países árabes.
La hostilidad manifiesta del primer ministro israelí para con el presidente negro, con numerosos ascendientes musulmanes, así como su predisposición a movilizar sin escrúpulos, en el seno del Congreso y en la sociedad civil americana, a los “amigos de Israel” para el combate, sin muchos escrúpulos ni cortesía, y las iniciativas de la Casa Blanca, hicieron que entre los dos hombres se instalara un clima de desconfianza, una antipatía recíproca que literalmente perjudicó las relaciones entre Israel y su poderoso aliado y protector.
Sin molestarse en ocultarlo, Barack Obama no prestó apoyo en los últimos ocho años ni al rechazo de Netanyahu del proceso de reactivación de un diálogo serio con los palestinos, ni a los esfuerzos del primer ministro israelí a la hora de combatir y desacreditar las negociaciones nucleares con Irán, presentadas como una demostración abrumadora de la ingenuidad norteamericana. Esto no impidió que Washington destinara, el pasado mes de septiembre, una ayuda militar de 38.000 millones de dólares, para la próxima década, lo que representa un incremento del 20% con respecto a la década anterior.
“Resolución absurda”
En respuesta a esta importante contribución a su seguridad –la más generosa de la historia de EEUU–, el Gobierno israelí, que se había comprometido a no construir nuevas colonias en Cisjordania, anunció la construcción de 300 nuevas viviendas en el asentamiento de Shilo, en Cisjordania. Estas últimas malas formas, seguidas de la elección de Donald Trump, que ha declarado su simpatía por Netanyahu y que se dispone a aterrizar en la Casa Blanca escoltado por un ejército de asesores favorables –incluso económicamente– a la colonización de Cisjordania, el pasado de Obama no ha sido casual: se trata de un gesto dirigido a los palestinos antes de dejar el cargo.
Este proyecto del presidente de EEUU, del que se venía hablando desde hace meses en las embajadas y en la prensa, desencadenó en Israel una verdadera movilización diplomática general cuando se supo, hace unas semanas, que los palestinos tenían intención de proponer de nuevo en el Consejo de Seguridad el proyecto de resolución que condena la colonización israelí, preparado en el mes de marzo, pero ligeramente modificado para que lo aceptase Washington.
Al concentrar su ofensiva en los 15 miembros del Consejo, empezando por Egipto, encargado de presentar el proyecto, los dirigentes israelíes –que no habían dudado en echar mano de Donald Trump– creyeron que habían marcado un punto decisivo cuando la víspera de la votación, el general que preside Egipto Al Sissi, que venía de entrevistarse con Benjamin Netanyahu y con Donald Trump, anunció que solicitaba un aplazamiento de la votación. Pero Nueva Zelanda, Venezuela, Malasia y Senegal tomaron el testigo de Egipto y sometieron a votación el texto, ahora debatido y adoptado tal y como había previsto el Consejo de Seguridad.
“Israel rechaza esta resolución antiisraelí vergonzosa de Naciones Unidas y no se conformará”, replicó de inmediato la oficina del primer ministro de Israel, confirmando con ello el habitual desprecio de Israel a las resoluciones internacionales. Y, continúa el comunicado: “Israel espera con impaciencia trabajar con el presidente electo Donald Trump y con todos nuestros amigos en el Congreso, republicanos y demócratas, para neutralizar los efectos nefastos de esta resolución absurda”.
De inmediato, Israel anunciaba la llamada “a consultas” de sus embajadores en Senegal y en Nueva Zelanda, anuló los programas de ayuda de los que se beneficiaba Dakar y cancelaba las visitas previstas a Israel de los ministros de Asuntos Exteriores de varios países que habían votado a favor de la resolución. Para Netanyahu, no sólo se trata de un “gran desaire”, como destaca el portavoz del presidente palestino, sino un importante y multiforme revés.
En primer lugar, en casa. Este fracaso debilita su posición frente al clan de los colonos, parte decisiva de la mayoría parlamentaria y de su electorado. Después de haber fracasado en su tentativa de impedir que se alcanzara un acuerdo internacional con Irán, negociado bajo el paraguas de Estados Unidos, Bibi el americano sufrió el rechazo excepcional de Washington de vetar una resolución que condena su política.
Fuera del país, no sólo su nuevo amigo “estratégico”, Vladimir Putin, sino también sus nuevos socios chinos votaban la resolución. Tampoco el vecino egipcio Al Sissi, que también terminó por votar el texto, escuchó mucho más al futuro aliado Donald Trump. “La votación del Consejo de Seguridad ha provocado la caída de Netanyahu, de la arrogancia a la humillación”. Cabe temer que el primer ministro israelí pase nuevos malos ratos con el discurso que, se prevé, realice a principios de enero, quizás en París, John Kerry, que trabaja en una intervención en la que ofrecerá las conclusiones de las negociaciones fallidas y de su visión de la solución de los dos Estados.
Por parte de Palestina, aunque nadie tenga demasiadas esperanzas tras la votación de esta resolución, esta “victoria diplomática” que justifica la decisión estratégica, que hace un año hicieron los dirigentes, de recurrir a Naciones Unidos y a la internalización de la solución, es considerada un éxito mucho más que simbólico. Según explica un negociador: “Primero, la resolución que confirma la violación del derecho internacional nos abre las puertas del Tribunal Penal Internacional ya que hemos presentado una denuncia contra la colonización por violación del derecho de guerra. A continuación, al instar a distinguir, en las relaciones y las transacciones entre el territorio israelí y el territorio palestino ocupado, exonera a los Estados que deseen boicotear los productos de las colonias. Por último, califica en varias ocasiones a Jerusalén Este de “ciudad ocupada”, lo que va a complicar seriamente el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv en Jerusalén, si Trump se obstina. Y supone una argumentación jurídica adicional en el caso de que se materialicen eventuales conversaciones sobre la “capital unificada” como la califica Israel”.
Según constata en Haaretz el editorialista Gideon Levy: “Es verdad, la resolución no tiene valor concreto, la nueva Administración de EEUU ha prometido borrarla. Pero surgen dos preguntas: ¿Por qué los palestinos no merecen exactamente lo que merecen los israelíes? Y ¿hasta qué punto un país, con todo su capacidad de lobby, sus armas y su alta tecnología puede ignorar al resto del mundo?”.
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El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está integrado por cinco miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) y 10 miembros no permanentes elegidos por la Asamblea General, por grupos de cinco para un mandado de dos años. En estos momentos, los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad son Angola, Egipto, España, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Senegal, Ucrania, Venezuela y Uruguay.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
Saludada por los dirigentes palestinos como “una victoria del derecho internacional” y denunciada por los responsables israelíes por “vergonzosa”, incluso por “antisemita”, la resolución 2334 , adoptada el viernes 23 de diciembre por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, no merece en realidad ni este exceso de honor ni esta indignidad. Sin embargo, se considerará una resolución histórica tanto por su contenido como por las condiciones en que se ha adoptado.