“Unir el leave [salida] y el remain [permanencia]”. La expresión, repetida por Jeremy Corbyn en su rueda de prensa del pasado jueves 10 de enero, resume los malabarismos que el líder laborista quiere hacer durante el mayor tiempo posible frente a la salida prevista del Reino Unido de la Unión Europea (UE). Sin descartar la posibilidad de que se celebre un segundo referéndum, que piden las propias bases del partido, Corbyn sigue reclamando por encima de todo la celebración de nuevas elecciones.
Esta postura de Corbyn recibe las críticas de la mayoría de los observadores, que le reprochan su obstinación por no expresar una posición clara frente al BrexitBrexit, aunque ello implique alentar el riesgo a un salto a lo desconocido el 29 de marzo, fecha en la que podría alcanzarse sin acuerdo mutuo (una situación de “no deal”) el divorcio entre británicos y la UE. Una situación que recuerda a la vivida tras el referéndum de 2016, cuando casi se culpó a Corbyn por el resultado, cuando el electorado laborista dijo no masivamente al Brexit, a diferencia del electorado conservador.
Impertérrito, Corbyn aprovechaba un reciente éxito parlamentario para recordar la línea establecida en septiembre de 2018 en el último Congreso anual de los laboristas: la petición de elecciones anticipadas. El martes pasado, los diputados laboristas se imponían a Theresa May al presentar una enmienda que contaba con el apoyo de una veintena de conservadores. El texto restringe los poderes financieros del Gobierno para gestionar la crisis derivada del no deal.
Un día después, el miércoles, la misma coalición de laboristas y de conservadores rebeldes adoptó otra enmienda que obliga al Ejecutivo a proponer un improbable plan Bplan B,si se rechaza el acuerdo existente. Humillante para la primera ministra, abandonada a su suerte por una parte de sus diputados, estos votos son un indicio más de la probable derrota que le espera este martes 15, cuando lleve al Parlamento británico el acuerdo negociado con la UE.
Dicho acuerdo ha sido criticado por los conservadores que apoyan un Brexit duro, por los que no lo quieren en absoluto y por los laboristas, que consideran que no protege suficientemente los derechos de los trabajadores británicos, a la vez que prolonga una subordinación indefinida del Reino Unido a la UE (el “peor de todos los mundos posibles”, en palabras de Corbyn en una tribuna en The Guardian). La apuesta del Gobierno, según la cual el miedo a no llegar a un acuerdo (no deal) animaría a los diputados recalcitrantes a apoyarlo, todavía no parece materializarse.
Virtudes y dificultades de la ambigüedad
Sin embargo, Stephen Bush advierte en The New Statesman de que nadie está en condiciones de imponer otra salida. No sólo los partidarios de un nuevo referéndum por la permanencia en la UE no son mayoría en el Parlamento, sino que necesitarían que el Ejecutivo pusiera en marcha un procedimiento de este tipo, algo difícilmente concebible. En cuanto al Partido Laborista, no tiene ningún interés por salvar el pellejo de May. Toda la construcción política de Corbyn y sus aliados ha consistido en demostrar que el Partido Laborista ya no era un órgano subsidiario del establishment británico, sino que, por el contrario, había recuperado su estatus de “contraélite” frente a las potencias promercado y proausteridad.
Como lo resume el editorialista, “cualquier posición sobre el Brexit, más allá de la ambigüedad [actual], será costosa en número de votos para el laborismo”. Mientras que el apoyo al Brexit a cualquier precio sería suicidaBrexit, dado que una parte significativa pero minoritaria de la base electoral del Partido Laborista votó a favor de tal opción. En el caso de que el partido se vea abocado a tomar la misma decisión que en 2016, la opción del remain, sin duda, seguiría siendo la opción menos mala. En el momento del referéndum, Corbyn se mostró partidario. Sin embargo, se cuidó de no hacer campaña con el resto de la clase política británica, de la que quería distanciarse claramente, y con razón, a tenor de los resultados de las elecciones generales posteriores.
Mantener la ambigüedad el mayor tiempo posible criticando la gestión conservadora del Brexit, pero sin cuestionar la decisión del pueblo británico, es, por tanto, el camino elegido por Corbyn. En su rueda de prensa del 10 de enero, subrayaba que su primer objetivo seguía siendo la celebración de nuevas elecciones, tras las cuales obtendrá un acuerdo mejor que Theresa May, en su opinión.
Mientras tanto, dejaría que la primer ministra fracasase y los conservadores gestionarían un caos del que son, después de todo, responsables, para que la demostración de su derrota sea clara. De ahí, quizás, su falta de prisa por exigir una moción de confianza a Theresa May, que sin duda sería difícil de ganar, pero que probablemente sea la única manera de que el Partido Laborista consiga que se celebren nuevas elecciones. En cualquier caso, la línea de Corbyn tiene parte de coherencia y de racionalidad política.
La investigadora Emmanuelle Avril, contactada por Mediapart (socio editorial de infoLibre), cree que “la indefinición puede ser estratégica” y que el líder laborista probablemente tenga “razón al ser cauteloso”. En cualquier caso, no considera satisfactorio el relato mediático según el cual Corbyn se vio impulsado sólo por su histórica hostilidad ideológica a la integración europea. Su electorado no sólo reúne sensibilidades contradictorias, sino que no puede ignorar las consecuencias de una segunda votación: una nueva polarización del país y el riesgo de nuevas divisiones entre Inglaterra y las demás naciones que conforman el Reino Unido.
Sin embargo, su posición debe hacer frente a una serie de dificultades. Algunas están relacionadas con la dinámica interna del trabajo, mientras que otras se refieren a la credibilidad de su escenario alternativo al Brexit.
Para empezar, en las filas del propio Partido Laborista, la petición de celebración de un nuevo referéndum va en aumento. Los grupos de activistas, entre ellos Another Europe is possible (Otra Europa es posible), llevaron a las secciones locales a presentar mociones a favor del referéndum en la última conferencia anual laborista. Lo hicieron más de un centenar, aunque ahora la opción forma parte de los escenarios oficialmente previsibles. El miércoles pasado, durante un foro sobre política nacional, 200 secciones se comprometieron con este objetivo.
Mientras tanto, cada vez más responsables del partido han expresado su interés por la celebración de una nueva votación, incluso en el entorno más cercano a Corbyn. Un estudio universitario, realizado antes de Navidad por el equipo de Tim Bale, que interrogó a un grupo de un millar de afiliados laboristas, también desvelaba que siete de cada diez querían que su líder apoyara una segunda consulta (de los cuales, nueve de cada diez votarían por la permanencia en la UE).
Sin embargo, varios factores relativizan esta presión e instan al dirigente laborista a mantenerse en su posición original. En primer lugar, no es baladí que los demás partidos, que están explícitamente a favor del remain, se mantengan entre el 3% y el 10% en intención de voto; las preferencias de los ciudadanos se distribuyen de forma más compleja que en el eje de la permanencia/salida de la UE.
En segundo lugar, a pesar de su negativa al Brexit, los militantes entrevistados siguen pronunciándose mayoritariamente a favor del liderazgo de Corbyn: “Si bien es cierto que la base laborista quiere un apoyo más franco a la permanencia en la UE, da su apoyo al proyecto más global de su líder”, confirma Emmanuelle Avril. Una mayoría relativa apoya la línea actual del Brexit. En tercer lugar, cuando los encuestados son votantes laboristas y no sólo afiliados laboristas, el porcentaje de respuesta a favor de un segundo referéndum y del remain es menor, aunque claramente positivo.
Ahí radica la dificultad de las obligaciones en las que orbita Corbyn. Ya no es sólo la derecha, heredera del neolaborismo de Blair, la que intenta ponerlo en aprietos y hacerle desviarse de su línea estratégica. Los partidarios de un nuevo referéndum también se están movilizando, en un porcentaje no determinado, dentro de los sectores militantes con los que Corbyn puede contar en contra de las élites laboristas que nunca lo aceptaron. Por lo tanto, no puede, a menos que se ponga en peligro, camuflar explícitamente a estos afiliados y responsables del partido, a pesar de que actualmente le están ayudando a designar candidatos próximos a su figura en circunscripciones clave de cara a unas eventuales elecciones anticipadas.
Dicho esto, la cifra más alarmante presentada por el equipo universitario de Tim Bale es del 13%. Esa sería la proporción de votantes encuestados que creen que Corbyn podrá obtener un acuerdo mejor con la UE que Theresa May. Según la misma fuente, incluso los votantes laboristas actuales convencidos sólo suponen un 40%.
Sobre el papel, Corbyn defiende una “nueva unión aduanera” y una “nueva relación con el mercado único”, que asegure los círculos empresariales y sea compatible con el proyecto de Gobierno laborista. Además, no pretende conformarse con un estatuto de estilo noruego, ya que el Reino Unido no estaría sujeto a normas sobre las que no tendría ningún control, sino que tendría voz y voto. El escenario que prefiere, sin embargo, parece más que idílico.
Por una parte, no existe ninguno indicio de la preparación que requiere, desde ya, de un acuerdo de este tipo y cuya existencia se encontraría en estos momentos condicionada a una prórroga del artículo 50, que prevé la salida del Reino Unido. Ni Corbyn ni sus representantes se dedican actualmente a hacer lobby frente a las autoridades de Bruselas ni a viajar a los Estados miembros que podrían ayudar a los dirigentes laboristas que han llegado al poder. Además, en los Gobiernos de la UE sólo queda un puñado de partidos de izquierdas y son menos aún los que estarían dispuestos a participar en una fuerza antiausteridad.
Por otra parte, muchos especialistas en estudios europeos consideran muy improbable que se pueda llegar a un acuerdo que satisfaga tantos requisitos británicos. Los investigadores Simon Hix y Frank Schimmelfennig, por ejemplo, han demostrado que, tanto en términos económicos como políticos, los costes de un no deal pesarían de forma asimétrica en el Reino Unido, el único país que negocia con 27 Estados miembros y la Comisión Europea, contra los que no existe ningún poder de chantaje creíble.
Partido que persigue su reconversión
Corbyn y sus aliados simplemente están experimentando una gran contradicción estratégica para cualquier fuerza radical de izquierda que pretenda llegar al poder. Por un lado, la UE (por no hablar de la zona euro) ofrece un marco fundamentalmente opuesto a las políticas alternativas al consenso neoliberal. Por otra parte, salir de ella sólo puede suponer un coste colosal, por no hablar de que la hostilidad a la integración europea está en gran medida hegemonizada por derechas que la identifican con el rechazo de la inmigración y al multiculturalismo, y que la mayoría de los votantes de izquierdas se muestran recelosos a ella por su apego a los valores cosmopolitas, en el centro de la identidad progresista.
Por tanto, los esfuerzos del líder laborista se dirigen al rechazo a dejarse atrapar en la trampa del Brexit, que lo aleja del único tema del que quiere hablar, “la transformación del país”. En su opinión, la línea divisoria no debe pasar entre los que apoyan el mantenimiento o la salida de la UE, sino entre los que apoyan o se oponen a un orden social que beneficia a una minoría privilegiada. Por supuesto, Corbyn pretende conseguir el favor de los segundos. Porque desde que comenzó la cuenta atrás del Brexit, el Partido Laborista se ha embarcado en un impresionante ciclo de transformación, tanto en términos de identidad como de proyecto.
Después de que la reconversión social-liberal completada por Blair y Brown agotase sus efectos y de una ruptura inconclusa con Ed Miliband, Jeremy Corbyn inició una reconversión hacia la nueva izquierda democrática, contraria a la austeridad y ecologista, que surgió con más vigor a raíz de la gran crisis de 2008. Esto es cierto a nivel organizativo, como señaló el activista Owen Jones el otoño pasado, refiriéndose al “empoderamiento” que finalmente se otorga a las bases del partido. Pero lo es aún más a nivel doctrinal. A partir de las elecciones de 2017, se aclaraba la economía política del partido, en la línea con una “democracia económica” que pretende redistribuir no sólo la riqueza, sino también el poder en la esfera de la producción.
Un importante plan para descarbonizar la economía y crear puestos de trabajo verdes en las zonas desatendidas forma parte de la hoja de ruta, que también incluye las nacionalizaciones y la propuesta original de un “fondo inmobiliario inclusivo”. Este último es un mecanismo que conduce a una socialización parcial y gradual del capital (y por lo tanto del poder de decisión) en empresas con más de 250 empleados, una medida inspirada en el plan sueco Meidner de finales de los años 70, que fue el último gran proyecto reformista y radical de la socialdemocracia europea.
En la revista socialdemócrata Renewal, Joe Guinan y Martin O'Neill acogen con satisfacción este “cambio institucional” en materia económica, en la medida en que las dificultades del país (infrainversión, desigualdad, baja productividad...) “no son accidentales, sino el resultado de la organización fundamental de la economía”. Queda por ver si todos estos proyectos seguirían teniendo sentido en caso de un no deal imposible de superar más adelante.
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En un artículo reciente, Timothy Garton Ash alertaba del hecho de que una Administración laborista se vería absorbida por la gestión de un caos del que la población le culparía de inmediato, y señalaba la “negación” que padecería Corbyn. Como algunos activistas, el historiador defiende un segundo referéndum para quedarse en la UE y abordar los “problemas reales”. Hace unos meses, el economista Costas Lapavitsas, que recientemente publicó The Left Case against the EU (Polity Press), argumentaba que las limitaciones del mercado único serían incompatibles con la nueva economía política laborista.
Corbyn quiere creer que existe un camino entre estos dos escollos, pero no hay nada menos cierto. Con todas sus particularidades, la situación británica ilustra cómo la integración europea podría ser una contradicción insuperable de la transformación social de izquierdas. ___________
Traducción: Mariola Moreno
“Unir el leave [salida] y el remain [permanencia]”. La expresión, repetida por Jeremy Corbyn en su rueda de prensa del pasado jueves 10 de enero, resume los malabarismos que el líder laborista quiere hacer durante el mayor tiempo posible frente a la salida prevista del Reino Unido de la Unión Europea (UE). Sin descartar la posibilidad de que se celebre un segundo referéndum, que piden las propias bases del partido, Corbyn sigue reclamando por encima de todo la celebración de nuevas elecciones.