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Covid-19: el fantasma de la Gran Depresión acecha a la economía mundial

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Martine Orange (Mediapart)

Whatever it takes”. Ese “cueste lo que cueste” pronunciado por Mario Draghi en julio de 2012, en plena crisis del euro, cuando era presidente del Banco Central Europeo, se convirtió en pocos días en la consigna de todos los responsables políticos de todos los bancos centrales. La Reserva Federal (FED) en primer lugar. Ahora que la epidemia del coronavirus se extiende por el mundo occidental a una velocidad exponencial, el banco central americano aplica toda su potencia de fuego para tratar de mantener la economía americana a cubierto y preservar la estabilidad del sistema financiero mundial.

La FED ha intervenido por cuarta vez en una semana. Esta vez ha sacado su última arma: una QE (quantitative easing o recompra de títulos) ilimitada. La Reserva Federal, que se había lanzado ya al rescate del mercado monetario, del mercado obligacionista del Estado y de los bancos, asegurándoles el acceso ilimitado a la liquidez, está ahora dispuesta a comprar todo, a garantizar todo: bonos del tesoro, préstamos hipotecarios, obligaciones empresariales, obligaciones municipales, créditos a corto plazo (commercial paper), créditos al consumo. La Reserva Federal compra todo, aparte las acciones, aunque podría tardar en hacerlo según predicen cierto número de analistas ante las fuertes presiones, en especial de los fondos de inversión.

El presidente de la FED, Jerome Powell, para justificar esta nueva intervención, ha explicado en un comunicado que “mientras haya tanta incertidumbre, es evidente que nuestra economía va a enfrentarse a duras rupturas. Deben ser tomadas fuertes decisiones en los sectores público y privado para la limitar la pérdida de empleos y salarios y para promover la recuperación una vez que esas rupturas disminuyan”.

Esta última acción se inscribe dentro de la tensión general. La última semana, el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra, el Banco Australiano y muchos otros se han alineado frente al caos provocado por la epidemia del Covid-19, anunciando un arsenal de medidas monetarios fuera de lo común: rebaja de los tipos de referencia, seguro de acceso ilimitado a la liquidez para los bancos, recompra de títulos en los mercados. Cada uno de los bancos solicita esos instrumentos a su disposición y todos dicen estar dispuestos a poner centenas de miles de dólares para tratar de hacer frente al problema.

Por parte de los gobiernos se anuncia también miles de miles de millones. Donald Trump, después de bromear con el Covid-19 durante semanas, está decidido ahora a poner todo de su parte para combatirlo: el gobierno americano está en pleno debate con el Congreso para adoptar un plan de apoyo de dos billones de dólares para las empresas y las familias.

No obstante, su plan ha sido retocado por segunda vez en el Congreso, que no lo considera suficiente para los particulares ni suficientemente obligatorio para las empresas a las que no se exige ninguna contrapartida. En uno de sus acostumbrados volantazos, Donald Trump dice ahora ser favorable al “Obamacare para todos”Obamacare, él que antes defendía que la generalización del sistema de seguridad social al conjunto de la población americana sólo podía llevar a la ruina a la economía americana.

No sólo el Gobierno norteamericano cambia bruscamente de pie. El gobierno alemán, hasta ahora inflexible, ha anunciado su intención de volver a abordar su regla de oro constitucional, el schwarze Null, que le prohíbe el cero déficit presupuestario. Alemania podría lanzar un programa de 500.000 millones de euros para apoyar a sus empresas.

Un símbolo aún más significativo, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anunció el 20 de marzo la suspensión de las reglas de disciplina presupuestaria de la Unión para permitir a los Estados miembros gastar tanto como sea necesario para luchar contra las consecuencias económicas del coronavirus. “Hoy, esto es nuevo y nunca se ha hecho antes, activamos la cláusula derogatoria general”, ha explicado. Es decir, renuncia a las reglas de equilibrio presupuestario tal como fueron definidas tras adoptar el arsenal two-pack, six-pack (paquete legislativo sobre supervisión presupuestaria, ndt) desde 2012 e incluso renuncia al 3% de déficit del Tratado de Maastricht. Nunca, ni siquiera en los peores momentos de la crisis del euro, había previsto la Comisión Europa tales disposiciones.

Es verdad que los gobiernos no han esperado. Desde los primeros días de parón provocado por la epidemia de coronavirus, Italia lanzó un plan de 18.000 millones de euros para acudir inmediatamente en ayuda de las empresas. El Gobierno italiano advirtió que estaba dispuesto a utilizar otros medios presupuestarios, si fuera necesario, con independencia de todas las consideraciones y reglas europeas. El Gobierno francés también ha declarado que, “cueste lo que cueste”, se mantendrá al lado de las empresas francesas sin tener en cuenta las reglas europeas, anunciando ya un paquete de unos 300.000 millones para garantizar la economía.

Boris Johnson, primer ministro británico, también ha prometido un plan de ayuda de 300.000 millones de libras para apoyar la economía británica. Lo mismo han hecho Australia, Canadá y otros. Los gobiernos anuncian lo mismos por todo el mundo.

Sin embargo, esto no es suficiente. Mientras países enteros están ya paralizados para tratar de contener la propagación del Covid-19 y algunos Estados americanos (California, New York, Illinois, New Jersey) han decidido por iniciativa propia el confinamiento, los mercados bursátiles están aterrorizados. “El crac de los mercados americanos es ahora peor que el de 1929”, constataba un estudio del Banco de América el fin de semana pasado.

A pesar de los últimos anuncios de la FED de este lunes, la caída parece que no cesa en los mercados bursátiles. En un mes, el Dow Jones, índice fetiche de Donald Trump, ha perdido más del 37% de su valor. Las principales bolsas del mundo están sufriendo caídas similares. Todos los bancos y todos los fondos juegan a The big short, (película La gran apuesta) es decir, a las opciones a la baja, mientras que otros, a veces los mismos, toman decisiones al alza y deben responder a ajustes de márgenes cada vez más importantes a medida que los activos caen, apresurándose a liquidar sus posiciones. La baja se automantiene.

El sistema financiero en su conjunto parece estar en modo liquidación. Parece que nada resiste a esta ola vendedora. Todos los activos financieros, incluso los considerados como valor refugio (bonos del tesoro americanos, oro, obligaciones del Estado) están en venta. Todo está a la baja. La liquidez se ha evaporado de los mercados mientras la volatilidad, señal de la tensión, está en lo más alto.

“La particularidad de esta crisis es que ha sido provocada por un factor exógeno impensable. Nadie hubiera imaginado que un virus, el Covid-19, podría llevar a la parálisis a la economía mundial. Ya no hay referencias”, dice Éric Dor, director de estudios económicos y profesor del IESEG School of Management de París y Lille.

“Todo el mundo está en la incertidumbre total. Como no se sabe nada, la gente se pone en modo supervivencia y busca cash por todos los medios”, dice Thierry Philipponnat, director de investigación del Finance Watch y miembro del colegio de la Autoridad de los Mercados Financieros (AMF) y de la Autoridad de Control Prudencial y de Resolución (ACPR).

“El mundo no ha visto jamás una interrupción sincronizada de la economía como ésta”

Crisis, recesiones, agitaciones, guerras... el mundo las ha conocido de sobra, pero no hay ningún precedente histórico comparable a la epidemia de coronavirus actual. De un día para otro todo se para, la actividad económica cae a cero, excepto en los sectores esenciales. Y todo esto no ocurre en un sólo país sino que afecta a la casi totalidad de la economía occidental y tal vez mañana a casi todos los continentes. Todo está parado por un tiempo indeterminado. En todo caso, bastante más allá de dos semanas como se anunció al principio. En una economía globalizada e interconectada como es hoy la nuestra, las consecuencias van a ser vertiginosas.

Algunos observadores están tratando de poner cifras al hundimiento que se anuncia. Ni siquiera hablan ya de recesión. El secretario del Tesoro americano, Steven Mnuchin, teme una tasa de paro que puede llegar al 20% el mes que viene. JP Morgan predice una bajada del 14% de la economía americana entre abril y junio, mientras que Goldman Sachs cuenta con una caída del 24%. Mientras que el gobierno francés presenta una previsión irrealista del 1% a la baja durante el primer semestre en el marco de la revisión de la ley de finanzas, los economistas alemanes hablan ya de una bajada del 5% del PIB. Otros economistas británicos temen un descenso del 10% de la economía inglesa.

“El mundo jamás ha visto una interrupción sincronizada así de la economía desde hace décadas”, señala el ex economista en jefe del FMI, Maury Obstfeld. La comparación que le viene en mente respecto al mundo actual es la Gran Depresión. También piensa en ella el jefe de economía del grupo mundial de seguros Allianz, Mohamad El-Erian. “Cuando la economía y el mundo financiero se desendeudan al unísono, la caída puede no tener fin y las consecuencias pueden ser terribles”, advierte.

Las inquietudes de unos y otros son enormes, máxime considerando que los estragos causados por la epidemia de coronavirus, sin precedentes, intervienen en un entorno en el que la economía real no se había realmente repuesto de la crisis de 2008 y en el que la esfera financiera, gracias al dinero gratis de los bancos centrales, se ha dedicado a un derroche de créditos, montajes de efecto palanca y a especulaciones de todo tipo.

Desde hace años, el FMI y el Banco de Pagos Internacionales vienen advirtiendo sobre esos montajes de deudas susceptibles de echar abajo la economía mundial y la estabilidad del sistema financiero internacional. Según el Instituto de Finanzas Internacional, la cantidad total de deudas en el mundo alcanzaba 253 billones de dólares a finales de 2019, el equivalente al 322% del PIB mundial. Un récord absoluto.

En este contexto de extrema vulnerabilidad financiera aparece la epidemia de coronavirus, provocando el parón instantáneo de sectores enteros de la economía mundial, forzando a todos los actores a conseguir dinero líquido rápidamente, cuesto lo que cueste. Mientras liquidan todo lo que pueden en los mercados, los grandes grupos y los bancos repatrían todos sus haberes del extranjero. Estas tres últimas semanas, el movimiento de capitales ha tomado proporciones considerables.

A lo largo de las últimas ocho semanas, la fuga de capitales desde países emergentes ha llegado a 55.000 millones de dólares, el doble de la cantidad que se había repatriado a los EEUU durante la crisis de 2008, como señala el historiador británico Adam Tooze. Si esta fuga se prolonga puede llevar a la desestabilización de muchos países emergentes, algunos de ellos (Nigeria, Argelia, México) muy afectados ya por la caída del precio del petróleo, ahora por los 22 dólares el barril. Lo que pasó en 2018 es un anticipo de los riesgos posibles, sobre todo porque estos países corren también el riesgo de tener que enfrentarse al Covid-19 sin contar con los equipos hospitalarios y sanitarios necesarios.

La desecación mundial de dólares, moneda de intercambio internacional, es tal que la FED ha tenido que poner en marcha líneas de swap [intercambio de títulos] con los principales bancos centrales occidentales, extendidas a continuación a otros diecisiete bancos centrales (entre ellos Australia y Corea del Sur) excepto China, con el fin de asegurar la financiación con dólares de la economía mundial. A pesar de la palabra dada por la FED de que seguirá siendo el garante en última instancia del sistema financiero internacional, la demanda sigue siendo insaciable: el dólar está en lo más alto frente a todas las demás monedas.

Pero para muchos observadores, este desplazamiento de capitales no es más que la primera parte de lo que nos viene: una burbuja enorme de deuda privada planea desde hace tiempo sobre la economía mundial. Según ellos, ahora que la economía mundial está paralizada por el Covid-19, la burbuja puede estallar en cualquier momento.

En octubre pasado, el FMI alertó sobre la deuda de las empresas privadas. Según sus cálculos, esta deuda representaba unos 19 billones de dólares en el mundo. Alrededor del 40% de esas deudas acumuladas en las ocho principales economías del mundo pasarán a ser irrecuperables en caso de un cambio brusco de la coyuntura, según el FMI, aunque este cambio sea la mitad de importante que la crisis de 2008.

La situación se anuncia mucho peor: “Todos sabíamos que el mundo está sobreendeudado, lleno de riesgos. Esperábamos lo que iba a provocar la crisis, pero desgraciadamente ha venido en forma de crisis sanitaria”, dice Lindsay David, un consultor independiente.

Previendo un futuro catastrófico, todos los grupos que han podido hacerlo han comenzado a poner a su disposición líneas de crédito para que el dinero regrese a caja. Algunos pocos grupos, como Coca-Cola, se han lanzado a emitir obligaciones aceptando intereses de más del 4%, cuando dos semanas antes estaban a menos del 2%.

Pero el mercado del crédito está congelándose. Las agencias de calificación entran en escena y degradan a los grupos a diestro y siniestro, que anuncian riesgos de quiebra “inevitables”. Los CDS (Credit Default Swaps, seguro de crédito en caso de quiebra) son examinados con lupa. El coronavirus está dejando al descubierto todas las perversiones financieras de esta última década: los gigantescos efectos palanca, el endeudamiento para la recompra de las propias acciones, las titularizaciones a toda costa, todo ese mundo tan de private equity que ha desviado a las empresas de su vocación original, la producción, para hacerlas objeto de compra, venta, deuda o para enriquecerse personalmente.

“Todo iba bien para las empresas que se endeudaban, sus deudas llegaban al infinito cuando los costes del préstamo eran bajos. Pero ahora el mercado ya no compra nada. Hay más de dos billones de dólares de deudas de empresas que deben renegociarlas este año. Todo está congelado. Esto va a ser un desastre”, explica el financiero Angus Coote a The Guardian.

Hay ya circulando listas de sectores en riesgo: compañías aéreas, empresas de gas de esquisto, constructores de automóviles, el sector inmobiliario, las sociedades de crédito. Pero, pensándolo bien, todo está hoy en riesgo. Las quiebras pueden provocar un efecto en cadena, llevándose por delante a subcontratas, proveedores y clientes.

Acudiendo en auxilio de todo, la FED y demás bancos centrales tratan de evitar esta avalancha. ¿Pero será suficiente? “Los bancos centrales han coordinado sus acciones, pero los gobiernos en absoluto. Todos van en orden disperso. Es un aspecto preocupante en este momento. Es necesaria una coordinación internacional para responder a este crisis sanitaria”, comenta Thierry Philipponnat. El lunes, los ministros de finanzas del G20 han hecho un llamamiento a estudiar “una respuesta concertada” a la crisis del coronavirus. Han prometido avanzar con rapidez, aunque por ahora no han tomado ninguna decisión. Ni siquiera una cooperación médica internacional para luchar contra el Covid-19.

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Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

Whatever it takes”. Ese “cueste lo que cueste” pronunciado por Mario Draghi en julio de 2012, en plena crisis del euro, cuando era presidente del Banco Central Europeo, se convirtió en pocos días en la consigna de todos los responsables políticos de todos los bancos centrales. La Reserva Federal (FED) en primer lugar. Ahora que la epidemia del coronavirus se extiende por el mundo occidental a una velocidad exponencial, el banco central americano aplica toda su potencia de fuego para tratar de mantener la economía americana a cubierto y preservar la estabilidad del sistema financiero mundial.

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