Pronto habrá una teocracia más en Oriente Medio. Si se confirman los resultados de las elecciones israelíes del martes, el Estado judío de Israel se sumará a las monarquías musulmanas suníes del Golfo y a la República Islámica de Irán, de tendencia chií. Ya se había iniciado claramente en julio de 2018 la pendiente hacia el Estado religioso cuando la Knesset votó, por iniciativa del primer ministro Benjamín Netanyahu, una "ley fundamental" de valor prácticamente constitucional que cambiaba la definición del Estado adoptada en 1948 por los pioneros en la Declaración de Independencia.
Esa definición se presentó entonces como moderna y democrática, a pesar de que los litigios relacionados con el estado civil y el estatuto personal –matrimonio, divorcio, pensión alimenticia, custodia de los hijos, adopción– ya eran competencia de los tribunales rabínicos, inspirados en la halakha, es decir, el conjunto de leyes que regulan la vida judía desde la época post-bíblica. Muy similar a los tribunales islámicos basados en la Sharia. Sin embargo, aún no era lo suficientemente religioso para Netanyahu y la mayoría que lo llevó al poder.
Según el nuevo texto que se aprobó el 19 de julio de 2018 por 62 votos contra 55 y 2 abstenciones, en un contexto de competencia nacionalista y religiosa entre el primer ministro y su antiguo discípulo, ahora su rival, Naftali Bennett, Israel dejó de ser un Estado que "asegurará la plena igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus ciudadanos, sin distinción de credo, raza o sexo, y garantizará la plena libertad de conciencia, culto, educación y cultura", como querían sus creadores. Pero para Netanyahu y su mayoría, es "el Estado-nación del pueblo judío". El cambio fue crucial, pues el primer artículo del nuevo texto especificaba que "el derecho a ejercer la autodeterminación nacional dentro del Estado de Israel es exclusivo del pueblo judío".
Estableciendo en el país lo que muchos juristas y organizaciones de derechos humanos consideran ahora un régimen de apartheid, esta ley, que también definía a Jerusalén como la capital "completa y reunificada" de Israel, que degradaba la lengua árabe, antes considerada como segunda lengua del país, y que elevaba el hebreo al rango de única lengua del Estado, considera que distinguir a los judíos en Israel (y en cualquier otra parte del mundo) de los no judíos es "fundamental y legítimo".
Eso, según la ONG israelí de derechos humanos B'Tselem, señaló "a todas las instituciones estatales que no sólo pueden, sino que deben, promover la supremacía judía en toda la región bajo control israelí". La aprobación de este texto, se recuerda, llevó a Avraham Burg, ex diputado laborista, ex presidente de la Knesset y presidente de la Agencia Judía, a pedir al Tribunal de Distrito de Jerusalén que borrara su inscripción como judío en el registro de población del Ministerio del Interior.
Burg, hijo de un fundador del Partido Nacional Religioso, ex oficial de la brigada paracaidista, heredero de esa "aristocracia sionista" que gobierna el país casi desde su creación, ya explicó a Mediapart, en enero de 2021, las razones de su decisión. "Lo que define a Israel a partir de ahora es únicamente el monopolio judío. Ya no hay equilibrio constitucional de derechos y libertades. Según esta ley, un ciudadano de Israel que no sea judío está sujeto a un estatus inferior, comparable al que se asignó a los judíos durante generaciones. Lo que era aborrecible para nosotros, lo estamos infligiendo ahora a nuestros ciudadanos no judíos. Esta legislación es, de hecho, una nueva definición de las relaciones entre mayorías y minorías en Israel. También es un cambio en mi definición existencial, en mi identidad. En estas condiciones, mi conciencia no me permite ahora pertenecer a la nacionalidad judía, ser clasificado como miembro de esta nación, lo que implicaría para mí pertenecer al grupo de los que mandan. Un estatus que yo rechazo.”
Entre la ceguera ideológica, el deseo voraz de venganza política contra quienes lo destituyeron y la obstinación trivial de escapar de las garras de la justicia, es difícil discernir las motivaciones más profundas de Netanyahu en esta batalla electoral. Una cosa está clara: tan poco escrupuloso en la oposición como cuando estaba en el poder, no ha dudado, para asegurarse la mayoría y obtener aliados en su batalla contra los jueces, en rodearse de colonos racistas y de rabinos manipuladores y demagogos, acostumbrados a utilizar los resortes de la religión para movilizar a la gente.
Netanyahu ha llegado a invitar en su coalición a personajes tan engorrosos como Itamar Ben Gvir, líder del partido de extrema derecha "Sionismo Religioso", rabino de choque y heredero del difunto Meir Kahane, fundador del movimiento racista y supremacista judío Kach (prohibido en Israel desde 1994). Ben Gvir, partidario de la expulsión de todos los palestinos, tanto de los territorios ocupados como de Israel, y que sueña con "echar a todos los que llaman criminales a nuestros soldados" o que "pretenden perjudicar al Estado de Israel", podría incluso obtener la cartera de ministro del Interior o de Seguridad si Netanyahu vuelve a ser primer ministro.
En cuanto al colono extremista Bezalel Smotrich, aliado de Ben Gvir, se declara dispuesto a destituir al Fiscal General, a aprobar una ley que otorgue a la Knesset el poder de anular las sentencias del Tribunal Supremo, a perseguir a los periodistas, a la izquierda, a los árabes, a los homosexuales...
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Confiados por la continua derechización de la sociedad israelí, saben que cuentan con el apoyo de un Ejército en el que el peso de la comunidad religiosa no deja de crecer, hasta el punto de que su próximo jefe de Estado Mayor será probablemente, en enero, por primera vez un judío ortodoxo. Después de haber descartado a los centristas incapaces de proponer un cambio real y de haber barrido lo que quedaba de una izquierda exhausta, sin ideas ni fuerzas, ¿van a elegir de verdad "Bibi" y su clan el camino del régimen "iliberal" hacia el que se dirigen? ¿O retomarán, con las monarquías suníes de la región, el mercadeo geopolítico mafioso iniciado con Trump?
Lo que es seguro es que los palestinos, que han estado fuera de la historia durante demasiado tiempo, serán una vez más los perdedores. “Israel está al borde de una revolución religiosa, autoritaria y de extrema derecha cuyo objetivo es destruir las infraestructuras de la democracia", decía un editorial de Haaretz el miércoles por la mañana. "Este es un día negro en la historia de este país”.
Traducción de Miguel López