El discurso pacifista sobre Ucrania que triunfa en los países 'prorrusos' de Europa Central y del Este
“Esta noche, el pueblo rumano ha pedido a gritos la paz” en Ucrania, se felicitó Călin Georgescu, vencedor de la primera vuelta de las elecciones presidenciales rumanas del 24 de noviembre, con el 23% de los votos. “Ha comenzado la invasión rusa de Rumanía”, escribió como reacción el periodista y ensayista Cristian Tudor Popescu.
Un mes antes, el 26 de octubre, el partido Sueño Georgiano, alineado con Moscú, obtuvo el 54% de los votos en las elecciones parlamentarias en Georgia, diciendo a los votantes: “Elegid la paz”. Al día siguiente, el húngaro Viktor Orbán corrió a Tiflis con el gorro de la presidencia húngara de la Unión Europea para legitimar las disputadas elecciones. “Nadie quiere destruir su propio país y arrastrarlo a una guerra sin sentido, por eso entendemos la decisión del pueblo georgiano, que ha votado por la paz”, declaró.
El propio primer ministro húngaro fue reelegido por cuarta vez consecutiva en la primavera de 2022 con el mismo resultado del 54%, presentándose como el candidato de la paz frente a un supuesto “partido de la guerra”. Mientras tanto, en otoño de 2023, Robert Fico recuperó el poder en Eslovaquia con eslóganes en favor de la paz que parecían haber sido escritos en Budapest. Al otro lado del Atlántico se escuchaba la misma retórica cuando fue elegido Donald Trump.
Una poderosa brecha geopolítica
La guerra rusa en Ucrania y el pulso entre Rusia y Occidente han consolidado la brecha geopolítica en los países de Europa Central y Oriental. Una división que enfrenta a fuerzas nacionalistas y conservadoras, con diversos grados de apoyo al statu quo anterior a la guerra o al estrechamiento de lazos con Moscú, con fuerzas liberales de izquierdas y de derechas que confían en la Unión Europea y la OTAN. De un país a otro, cada bando desarrolla una narrativa similar: los nacionalistas quieren imponer una elección entre la paz (ellos) y la guerra, mientras que los liberales dicen que hay que elegir entre el Oeste (ellos) y el Este.
Esas dos visiones son muy poderosas electoralmente, dada la ansiedad generada por la relativa proximidad geográfica del conflicto. No cabe duda de que todo el mundo quiere la paz y nadie –salvo raras excepciones– quiere el Este, treinta y tantos años después de que abandonara el redil soviético e iniciara el “retorno a Occidente” o la “vuelta a Europa”, según las expresiones que entonces se utlizaban en el antiguo “bloque del Este”.
Como suele ocurrir, el húngaro Viktor Orbán ha sido el pionero. Desestabilizado por la agresión de su aliado Putin contra Ucrania, no tardó en dar la vuelta a la situación convirtiéndose en el candidato de la paz frente a un “bando de guerra” formado por todos sus adversarios. Una postura que se ha adoptado ahora en toda la región: “Debemos mantenernos al margen de la guerra”; “No es nuestra guerra”; “Debemos representar nuestros propios intereses”.
Aunque la ex Europa del Este tiene en común el hecho de haber pasado casi medio siglo XX bajo dominación soviética, no deja de ser heterogénea, también en su relación con Rusia. Por ejemplo, los rumanos, y sobre todo los húngaros, no comparten el temor polaco a ser invadidos por Rusia. Los eslovacos –especialmente los mayores– se consideran culturalmente próximos a los rusos y se caracterizan por una marcada nostalgia de la época socialista que es difícil encontrar entre sus vecinos polacos y húngaros.
Conspiración y desinformación
La epidemia del covid fue un catalizador de la erosión de la democracia. Causó un mayor número de muertos en el este del continente que en el oeste, provocó una pérdida de confianza en las autoridades y aceleró el proceso de desinformación. “El covid ha sido un trampolín para la complosfera”, afirma Peter Bardy, redactor jefe de Aktuality.sk, el principal portal de noticias independiente de Eslovaquia. “Las personas mayores ya no utilizan Facebook sólo para comunicarse con sus familias, y los políticos han captado rápidamente el potencial de estos nuevos internautas”.
Los movimientos antivacunas abonaron el terreno a la extrema derecha, y luego la guerra de Ucrania multiplicó por diez la desinformación, transmitida por una miríada de webs, páginas de Facebook y canales de YouTube que retransmiten la narrativa de Moscú, la mayoría de las veces sin vínculos comprobados ni financiación de Rusia.
Igual que en Hungría, en Eslovaquia han sido sobre todo las personas mayores quienes han comprado los discursos de Robert Fico en favor de la paz. En Rumanía, en cambio, un sondeo a pie de urna realizado el día de la primera vuelta de las elecciones presidenciales mostraba que Călin Georgescu era el que mejor puntuación obtenía entre los jóvenes trabajadores, independientemente de su sexo, que utilizaban la red social TikTok (una empresa china).
Resentidos con Occidente
Persiste el complejo de inferioridad de los “pequeños Estados de Europa del Este” –como los llama el ensayista húngaro István Bibó– y el sentimiento de no ser más que europeos de segunda clase, incluso en los países que ingresaron en la Unión Europea (UE) hace ya veinte años.
La espera para ingresar en el espacio Schengen (hasta el 1º de enero de 2025), por ejemplo, ha creado una enorme frustración entre los ciudadanos rumanos. Y las revelaciones de que las multinacionales de la alimentación ofrecen productos de menor calidad a los centroeuropeos se han visto como la confirmación de un doble rasero.
Los nacionalistas saben aprovechar estos sentimientos, proponiendo una venganza de la periferia contra el centro, de los dominados contra los dominadores, de la gente sencilla y con sentido común contra las élites. “Levantad la cabeza”, decía el partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia. Hoy, en Rumanía, Georgescu proclama: “Recuperemos nuestro honor y dignidad como nación”.
Se trata de esgrimir el cristianismo y el tradicionalismo contra la inmigración y el mestizaje, contra el movimiento LGTB+ y las cuestiones de género
Este cuestionamiento de Occidente como única brújula, e incluso la hostilidad expresada hacia él, alimenta un soberanismo que apunta a la Unión Europea y a Estados Unidos. Soberanismo que hace de su principal adversario, Vladimir Putin –ahora también Donald Trump–, la encarnación de una alternativa. “El discurso público en Rumanía solía ser prooccidental en un 90%, pero ha disminuido porque los soberanistas representados por Georgescu y AUR están redescubriendo una fascinación por Rusia. No por su cultura, sino por su régimen autoritario, por admiración a Putin, que es visto como un líder fuerte que habla de valores nacional-cristianos”, explica Silvia Marton, profesora de la Universidad de Ciencias Políticas de Bucarest.
“Georgescu es una de las voces más pro-rusas en un panorama político tradicionalmente anti-ruso y se presenta como el salvador contra el mundo europeo moralmente corrupto y decadente”, explica la profesora Marton. Tiene toda la panoplia iliberal de moda en Budapest, Bratislava y en breve Washington: se trata de esgrimir el cristianismo y el tradicionalismo contra la inmigración y el mestizaje, contra el movimiento LGTB+ y las cuestiones de género.
Este distanciamiento de Occidente ha permitido a partidos gobernantes como el Fidesz en Hungría, el Smer en Eslovaquia y el Sueño Georgiano en Georgia realizar una proeza: hacerse los perdedores frente a un orden mundial liberal, un David frente a Goliat, aunque lleven más de una década en el poder. Robert Fico le explicó a Donald Trump por teléfono, el miércoles pasado, que en mayo quisieron silenciarle disparándole varias veces porque está a favor de la paz en Ucrania, él solo contra todos.
Una brecha que elude las cuestiones sociales
La etiqueta de “pro-ruso”, útil para descalificar fácilmente a los adversarios, resulta a veces abusiva. El caso checo ilustra la creación de una brecha artificial destinada a dejar de lado las cuestiones sociales. El ex primer ministro Andrej Babiš, autoproclamado representante de la “gente corriente”, se declara partidario de la paz para distanciarse del apoyo incondicional a Kiev del gobierno de Petr Fiala. A cambio, este último le señala con el estigma de “pro-ruso “ para distraer la atención de sus propios fracasos e intentar frustrar su anunciado regreso al poder el año que viene.
“Con su software ideológico heredado de los años 90, el gobierno checo por un lado apoya incondicionalmente a Ucrania, pero por otro se ha mostrado incapaz de responder a las dificultades económicas, la inflación y las crecientes desigualdades, respondiendo sólo a través del mercado, la competencia y la privatización de los servicios públicos”, analiza Jana Vargovčíková, profesora de Inalco. “Eso crea frustración en un mundo post pandemia, con la guerra a las puertas del país”.
De hecho, al igual que en Estados Unidos, el coste de la vida se ha disparado en los últimos años, acabando con la mejora económica de la última década para las clases media y baja. La invasión rusa de Ucrania ha contribuido a alimentar niveles de inflación muy superiores a los registrados en el oeste del continente: 15% a finales de 2022 en Rumanía y la República Checa, 25% en la primavera de 2023 en Hungría (y 40% en los alimentos), según datos del Banco Central Europeo.
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Traducción de Miguel López