Los estrategas rusos, desorientados con la luna de miel de Putin y Trump

Soldados de la Armada rusa hacen guardia cerca del submarino nuclear 'Arkhangelsk' durante la visita de Vladimir Putin a Múrmansk.

Justine Brabant (Mediapart)

Fue uno de los triunfos políticos y simbólicos más notables de Vladimir Putin: haber hecho pasar la agresión armada a un país soberano, Ucrania, por una gran operación destinada a la emancipación de los pueblos.

Pero desde que el presidente de los Estados Unidos es Donald Trump, un hombre que comparte en gran medida las opiniones de Moscú sobre esta guerra, que ve a Vladimir Putin como un “genio” y desea una cooperación económica sostenida con Rusia, este discurso es más difícil de mantener.

Hace apenas unos meses, la Federación de Rusia aseguraba que uno de sus principales objetivos era “eliminar las bases de la dominación de Estados Unidos”. En su doctrina de política exterior, escribía negro sobre blanco su deseo de “crear las condiciones suficientes para que cada Estado renuncie a sus ambiciones neocoloniales y hegemónicas”.

Ese discurso se hizo aún más intenso tras la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022. Por temor a quedar aislados y ser condenados al ostracismo por sus violaciones del derecho internacional, los diplomáticos rusos no habían dejado de tender la mano a los países no occidentales, en particular a los de América del Sur, Asia y el África subsahariana, países agrupados bajo el término de “mayoría mundial” para recordar que, en su opinión, Europa y Estados Unidos eran solo una “minoría” política y demográfica.

Para obtener su apoyo, Rusia se presentaba (especialmente en este documento publicado en la web del ministerio de Asuntos Exteriores ruso) como “la vanguardia de la lucha contra la hegemonía de Occidente”, la que ayudaría a esos Estados a recuperar “su soberanía plena y completa, no limitada por los dogmas, las instituciones y las órdenes de Occidente”.

El discurso del presidente ruso, en el que explicaba su entrada en guerra como un acto de feroz resistencia a Occidente, había sido incluso retomado por activistas proclamados panafricanistas (pero con convicciones quizás influenciadas por algunos cheques firmados en Moscú) que vieron en la anexión del 20 % del territorio ucraniano y la destrucción de ciudades enteras un acto de “resistencia contra el colonialismo y el imperialismo”.

En una versión menos caricaturesca, amplios sectores de las sociedades africanas han considerado la invasión de Ucrania como una guerra justificable por la lucha “contra Estados Unidos y sus aliados”.

Y en esto llegó Donald Trump.

Trump, la sorpresa divina

En pocas semanas, el 47º presidente de los Estados Unidos ha trastocado tres años de política americana respecto a Kiev. Putin ya no es un criminal de guerra, sino un interlocutor fiable con el que Washington se complace en colaborar. El presidente ucraniano, un “dictador”, es responsable del estallido de la guerra que ha matado a decenas de miles de sus compatriotas.

Estos nuevos aires son recibidos como una sorpresa divina por muchos analistas, politólogos, periodistas y columnistas rusos especializados en política exterior, algunos de ellos muy cercanos al Kremlin.

“Ha sido una sorpresa, una sorpresa muy agradable”, confesaba en febrero Andrei Kortunov, exdirector general del Russian International Affairs Council (Riac), uno de los think tanks de política exterior más importantes de Rusia.

“Los americanos han adoptado nuestro punto de vista”, observaba también con entusiasmo el 2 de febrero el famoso columnista del canal público ruso, Vladimir Soloviev, mientras los invitados de su programa comentaban con admiración las declaraciones “sensacionales” de Marco Rubio, el secretario de Estado americano.

Las políticas puestas en marcha por Donald Trump y su administración les “llenan de optimismo”, escribía con regocijo el domingo 16 de marzo la editora jefe de Russia Today y voz no oficial del Kremlin, Margarita Simonyan.

Pero por “agradable” que sea para las élites rusas, la sorpresa de Trump trastoca su forma de ver el mundo y de defender sus convicciones.

¿Cómo presentarse como campeón de la lucha contra “las ambiciones neocoloniales y hegemónicas” cuando se emprende un gran acercamiento a un régimen que desea anexionar Groenlandia y el Canal de Panamá? ¿Cómo jurar que el objetivo del conflicto en Ucrania es derrocar un régimen “neonazi” mientras se mantienen relaciones cordiales con un presidente cuyos colaboradores más cercanos hacen saludos nazis en público? ¿Cómo explicar a los países no occidentales que, al fin y al cabo, Estados Unidos ya no es un problema?

La misma persona puede hacer cosas apreciables en un momento y cosas totalmente abyectas a continuación

Nathalie Yamb — Activista suizo-camerunesa, sobre Donald Trump

El problema está claramente identificado. “Los acontecimientos internacionales de las últimas semanas cuestionan toda la narrativa de la política exterior de Rusia”, señala Andreï Kortounov, exdirector del Riac. Las bases sobre las que se construía el argumento ruso —en particular, la idea de que existe un “Occidente colectivo” que quiere destruir Rusia— “se están derrumbando ante nuestros ojos”, escribe también Korstounov, razón por la cual exhorta a la política exterior rusa a “pasar rápidamente a nuevas narrativas”.

¿En qué pueden consistir estas “nuevas narrativas”? El Kremlin y sus consejeros aún no parecen tener una respuesta precisa. “Hay un momento de recomposición del discurso que es evidente, pero por ahora hay una especie de dilación en la postura definitiva a adoptar”, analiza el investigador del Instituto francés de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (Irsem) Maxime Audinet, que ha estudiado extensamente el uso del anticolonialismo en el discurso político ruso.

En el discurso de algunos partidarios declarados del Kremlin en el continente africano se reflejan muchas dudas. La activista suizo-camerunesa Nathalie Yamb alaba el acercamiento entre Trump y Putin, pero le cuesta aceptar que el mismo Trump apoye la aniquilación del pueblo palestino. “Así es la política. La misma persona puede hacer cosas apreciables en un momento y cosas totalmente abyectas a continuación”, justifica.

“Una oportunidad y una trampa”

El quid de los debates de la comunidad estratégica rusa no se centra por ahora en cómo justificar este acercamiento a Washington, sino más bien en el hecho mismo de saber hasta dónde debe llegar ese acercamiento.

El cambio de tono en la Casa Blanca y la “fractura interna en Occidente” creada por Donald Trump constituyen para Rusia “una oportunidad, pero también una trampa”, estima Fiodor Lukianov, redactor jefe de la revista Russia in Global Affairs, que teme que Moscú pierda su independencia y se convierta en “una pieza en las batallas internas” de Washington.

“Aceptar los gestos de apertura de Trump mientras se da la espalda a sus socios no occidentales” sería “un error estratégico” para Rusia, advierte. El ejecutivo ruso es consciente de que su luna de miel con Trump podrían acabar siendo una mancha ante la “mayoría mundial”. “Sabe usted, algunos dirán que Rusia está cambiando ahora, alejándose de Oriente, de China, de la India, de África. Eso es una ilusión”, asegura en una entrevista el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

A falta de resolver este dilema, siempre puede atacar verbalmente a otro adversario: Europa. En la visión del mundo del Kremlin, el Viejo Continente puede seguir encarnando al odiado “Occidente”: a diferencia de Estados Unidos, sigue siendo “woke”, liberal, no suficientemente cristiano y no ha dejado de apoyar a Ucrania.

En la televisión pública rusa es pues un tema predilecto de conversación. “Nosotros hemos estado a favor de la paz desde el principio, pero Europa siempre ha querido la guerra. [...] Sueñan con estar en guerra con nosotros”, asegura el presentador estrella de Rossiya 1, Vladimir Soloviev. En su opinión, Europa es ahora “el corazón de la democracia liberal” (lo cual no es un cumplido por su parte), un lugar “totalmente satánico”, lleno de “criaturas hipócritas y malvadas” y no estaría en contra de lanzarles una bomba nuclear.

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Traducción de Miguel López

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