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Europa gastará 104.000 millones en proyectos gasísticos pese a su repercusión en el cambio climático

Planta de Huelva de Enagás.

Cécile Andrzejewski (Investigate Europe)

Bajo borrascas como hacía meses que no se registraban en el Norte de Francia, las olas del Mar del Norte rompen contra el casco rojo del inmenso navío. El buque cisterna Zarga, de 345 metros de eslora, ha atracado en el muelle principal de la terminal de GNL de Dunkerque, la segunda terminal metanera más grande de Europa continental, por detrás de la de Barcelona. Acaba de descargar su cargamento, gas natural licuado o GNL.

Para transportar el gas a más de 3.000 kilómetros de distancia, es necesario licuarlo antes, si no se puede transportar por gasoducto. El proceso implica bajar su temperatura a -162 grados centígrados y luego comprimirlo. De esta manera, su volumen se reduce 600 veces y resulta más sencillo su transporte en buques cisterna a través de mares y océanos.

¿De dónde procede este gas que llega a Dunkerque? “La mitad de los cargueros vienen de Rusia y de Estados Unidos; el resto procede de otros puntos diversificados”, detalla Juan Vázquez, presidente de Dunkerque LNG. “El año pasado, Yamal entró en funcionamiento antes de lo esperado y muchos actores se aprovecharon de ello”.

¿Yamal? Un sitio de licuefacción de gas natural en el norte de Rusia acusado de contribuir “a la apertura de una nueva ‘frontera gasística’ en el Ártico ruso, lo que podría dañar una región ya debilitada por el calentamiento de las temperaturas y provocar emisiones masivas de gases de efecto invernadero”, según la Red Europea de Observatorios Corporativos (ENCO), dirigida por la ONG Corporate Europe Observatory (CEO), especializada en la influencia de los lobbies en la política europea. Acusaciones refutadas por el mundo del gas: “Este proyecto se utiliza para traer el gas ruso que normalmente llegaría por gasoducto. La huella de carbono es la misma desde hace mucho tiempo”, defiende un empresario.

En octubre de 2019, ENCO publicó un informe titulado ¿Quién controla todos los gasoductos?. La terminal de importación de gas natural licuado de Dunkerque (Francia) y la terminal de Zeebrugge (Bélgica) figuran entre los “proyectos controvertidos de Europa”. Ambos tienen como accionista de referencia al grupo belga de infraestructuras gasísticas, Fluxys. Los principales clientes del puerto de Dunkerque LNG son EDF y Total, que está detrás de su construcción. En la terminal, que tiene una capacidad de regasificación anual de 13.000 millones de metros cúbicos, se reservan 9.500 millones de metros cúbicos para ellos a largo plazo.

Tanto Dunkerque como Zeebrugge se encuentran entre los “principales puertos europeos que reciben metaneros del Gran Norte de Rusia”, pero también reciben gas licuado estadounidense, lo que fomenta “la intensificación de la explotación de gas de esquisto en Estados Unidos, con consecuencias ambientales y sanitarias devastadoras”.

La capacidad de producción de gas ha explotado en Estados Unidos. De 2000 a 2015, la proporción de gas fracturado en la producción de Estados Unidos pasó de ser inferior al 5% a ser del 67% y sigue creciendo. En 2019, el secretario de Energía de EEUU Rick Perry lo vendió como “el gas de la libertad”, dado que el mundo del gas evoluciona en un ambiente de Guerra Fría, donde Estados Unidos y Rusia se enfrentan, tratando de imponerse en todas partes en detrimento de productores históricos como Catar y Argelia.

Durante todo su mandato, Donald Trump no cesó de presionar a los países europeos para que dejaran de importar gas ruso en beneficio del gas estadounidense, recurriendo a este argumento. Senadores republicanos hicieron suyo dicha justificación en una carta al Gobierno francés después de que sus representantes en el consejo de Engie se opusieran a un contrato de importación de gas de esquisto con el grupo americano NextDecade.

Porque esta “libertad” tiene un alto precio para el medio ambiente, ya que este gas se extrae por fracturación hidráulica, lo que provoca la destrucción y a veces la contaminación irreversible del aire, las aguas subterráneas y del subsuelo. Esto justificó la prohibición de la práctica de la fractura en Francia.

Para Patrick Corbin, presidente de la Asociación Francesa de Gas, estas controversias sobre el gas de esquisto, a pesar de todas las pruebas científicas, son casi infundadas. "El gas de esquisto, una vez producido, tiene la misma calidad que el gas natural producido en otras condiciones. Es absolutamente el mismo producto. El problema es prohibir el gas de esquisto en Estados Unidos, así que buena suerte con ello. Puedo entender que sea una preocupación, pero este debate debe tener lugar en Estados Unidos, no en Francia”. Algo que no es probable que ocurra de forma inmediata porque aunque Joe Bieden prometió un amplio plan climático, se comprometió a no cuestionar la fracturación.

“Como operador de infraestructuras, nuestro papel se limita a proporcionar un servicio a nuestros clientes; recibimos las cargas para regasificarlas. Nosotros no decidimos nada, nuestros clientes seleccionan de dónde vienen los cargamentos. No controlamos el origen de la carga”, puntualiza Juan Vázquez, presidente de Dunkerque LNG.

De hecho, la terminal de metano de GNL de Dunkerque es sólo una casilla en un tablero geopolítico mucho más grande: el del gran juego europeo del gas.

Toda la atención se centra actualmente en el gasoducto Nord Stream 2, objeto de todas las tensiones diplomáticas entre Europa y Estados Unidos, entre Europa Oriental y Occidental. Operativo desde 2017, se espera que dicho gasoducto de 1.200 kilómetros transporte unos 55.000 millones de metros cúbicos de gas entre Alemania y Rusia, duplicando la capacidad de entrega del Nord Stream 1, cuya ruta sigue casi al milímetro.

Las amenazas de sanciones de EEUU contra las empresas que participan o financian este proyecto han sido constantes. Tras el envenenamiento del opositor ruso Alexei Navalny, se intensificó la presión de EE.UU. y Europa del Este para detener el Nord Stream 2 como parte de las sanciones de Vladimir Putin contra Rusia. Aunque el proyecto resultó finalmente excluido de las sanciones, la batalla está lejos de haber terminado.

Más al sur, el mar Mediterráneo se ha convertido en un escenario de tensión internacional por la explotación de yacimientos de gas. Este verano, las primeras prospecciones turcas en un yacimiento situado entre las costas griegas y turcas llevaron a los dos países a demostraciones militares de fuerza en la zona, que Angela Merkel, en nombre de Europa, tuvo grandes dificultades para detener antes de que se convirtieran en un conflicto abierto. Pero las escaramuzas y tensiones existen en todas partes del Mediterráneo, en la costa libia, en torno a Creta, frente a las costas de Israel y de Líbano.

"EastMed, sobredimensionado"

Desde hace varios años, Italia, Grecia, Chipre e Israel han apoyado la construcción del oleoducto EastMed. Junto con el gasoducto Poseidón, debería llevar gas del Mediterráneo Oriental a Europa. Sin olvidar el gasoducto transadriático (TAP), que está casi terminado. Financiado en parte con fondos de la UE, este gasoducto de 3.500 kilómetros transportará 10.000 millones de metros cúbicos de gas desde Azerbaiyán a Europa, a través de Grecia e Italia (como comparación, baste decir que la UE en su conjunto importa 170.000 millones de metros cúbicos de gas de Rusia al año).

Según datos de la ONG Global Energy Monitor y de la asociación industrial Gas Infrastructure Europe (GIE), comprobados por Investigate Europe, en Europa se gastarán al menos 104.000 millones de euros para financiar nuevos proyectos de gas: 12.842 kilómetros de gasoductos adicionales, un aumento de 116.000 millones de m³ en la capacidad de importación de GNL y 40.650 megavatios más para las centrales eléctricas de gas.

¿Por qué dilapidar semejante cantidad de dinero público cuando, según Eurostat, la demanda europea es menos de la mitad de la producción de gas disponible actualmente? ¿Qué sentido tiene invertir a día de hoy en nuevas instalaciones con una vida útil de unas dos décadas, cuando los climatólogos del IPCC repiten que debemos poner fin a los combustibles fósiles lo antes posible?

“Ese es todo el debate que rodea al Nord Stream 2”, dice Patrick Corbin. “Actualmente, un país como Francia, que está bien dotado de infraestructuras de gas, con puntos de importación terrestres y marítimos, francamente, no las necesita. Sus actuales infraestructuras son suficientes. Pero lo que es cierto para Francia es mucho menos cierto para Alemania, por ejemplo. Los alemanes no tienen prácticamente ninguna terminal de importación de GNL, aunque existe el compromiso de construir. También son extremadamente dependientes del gas ruso”.

El gas, poderoso instrumento de geopolítica, es objeto de un intenso lobby en Bruselas. Aunque se trata de un combustible fósil y, por lo tanto, contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero, el mundo gasístico ha logrado que se acepte la idea de que es una energía casi limpia, en cualquier caso un actor indispensable en la transición energética, un aliado imprescindible de las energías renovables para compensar su intermitencia.

Desde entonces, el gas ha figurado en todas las etapas de la política energética europea. El 12 de febrero, el Parlamento Europeo aprobó la nueva lista de Proyectos de Interés Común (PIC), “proyectos de infraestructura esenciales destinados a completar el mercado energético europeo para ayudar a la UE a alcanzar sus objetivos de política energética y climática”, según la Comisión Europea. Entre los 149 proyectos prioritarios seleccionados para recibir financiación de la UE se encuentran 32 proyectos dedicados al gas natural. Para las ONG del clima, un escándalo.

Tanto es así que mientras el comisario de Energía, Kadri Simson, prometió a los eurodiputados que “la siguiente lista no incluiría ningún proyecto de gas natural”, el director general adjunto de la Dirección General de Energía de la Comisión Europea, Klaus-Dieter Borchardt, admite ahora en una entrevista concedida a Investigate Europe que tal vez no sea así. Europa se verá obligada sin duda a financiar de nuevo proyectos gasísticos, en la nueva lista prevista para 2021, por la sencilla razón de que “tenemos compromisos jurídicos con las empresas”.

Klaus-Dieter Borchardt explica que “la Comisión Europea está en manos de los operadores de gas que deciden qué proyectos financiar”. Para entenderlo, hay que remontarse a 2009, cuando Europa quiso crear un mercado único de la energía, independiente de Rusia. Como de costumbre, los gobiernos decidieron confiar en el mercado para llevar a cabo esta política, con el apoyo de las empresas que distribuyen energía en el continente –la española Enagás, la italiana Snam, la francesa GRTgaz, la alemana Thyssengas y la holandesa Gasunie–. Estas empresas poseen todos los datos sensibles relativos a los gasoductos y a la seguridad del suministro.

Así nació ENTSOG (Red Europea de Operadores de Sistemas de Transmisión de Gas), un lobby instalado en Bruselas en un elegante edificio del barrio europeo, cuya misión es proporcionar escenarios sobre la demanda de gas en Europa y, sobre esta base, proponer una lista de nuevas infraestructuras.

Gracias a su monopolio sobre los datos, ENTSOG ha predicho regularmente en los últimos diez años que la demanda de gas será mucho más alta que la demanda real. Es probable que ocurra lo mismo con el último escenario hasta el 2050. “La energía es la seguridad del suministro. Por lo tanto, siempre se debe dimensionar para satisfacer el pico de la demanda, cuando se supera la media”, explica un conocedor del mundo del gas.

Frida Kieninger, de Food & Water Europe, ha asistido durante años a reuniones como observadora de proyectos prioritarios de gas. “El proceso de desarrollo de nuevos proyectos de gas es opaco”, denuncia. “Los gobiernos y las partes interesadas se reúnen en ‘grupos regionales’ con los promotores de los proyectos de gas, a menudo sentados junto a los representantes de los ministerios. En algunas reuniones, parece que un país está representado sólo por su compañía de gas. No hay actas ni lista de participantes”, añade.

Inquietante, cuando se sabe que, según un informe de la ONG Global Witness publicado en junio, el 75% de los fondos destinados a proyectos de interés común desde 1973 "se han gastado en proyectos apoyados por empresas de la ENTSOG”. Proyectos prescindibles para algunos en Europa. “EastMed, por ejemplo, está sobredimensionado”, admite Klaus-Dieter Borchardt, director general adjunto de la DG de Energía. “Puedo entender que haya mucho gas en el Mediterráneo, pero tendría más sentido utilizar las instalaciones regionales de gas líquido, en lugar de llevar el gas natural a través de un largo gasoducto desde Israel hasta Grecia”.

Gasoducto EastMed.

Más recientemente, el Acuerdo Verde Europeo también ha sido objeto de una intensa labor de lobby en Bruselas. Según datos del Corporate Europe Observatory, los principales miembros de la Comisión se reunieron 151 veces con representantes de intereses empresariales, pero sólo 29 veces con representantes de intereses públicos.

“Yo no soy activo en Bruselas, pero soy uno de los 151 de París”, reconoce Patrick Corbin de la Asociación Francesa del Gas. “Lo entiendo, pero a día de hoy creo que los miembros de la Comisión tienen más medios para formarse una opinión. Siempre actuamos con transparencia, no nos escondemos, lo hacemos en la medida de lo posible partiendo de estudios serios y públicos”.

Otro empresario coincide: “Tenemos que dejar de demonizar el hecho de que los responsables políticos traten de informarse. Yo creo que es muy bueno. Todo es transparente, no tenemos nada de lo que renegar al respecto”.

Esperemos que la UE dé muestras de la misma claridad en sus objetivos climáticos y sobre todo en la neutralidad en las emisiones de carbono antes de 2050.

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Traducción: Mariola Moreno

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