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Europa quiere escapar del dominio del dólar

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Martine Orange (Mediapart)

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Europa enviaba un extraño mensaje en vísperas del inicio de la Presidencia de Joe Biden. Mientras los países europeos multiplicaban las declaraciones de bienvenida al nuevo presidente de Estados Unidos, insistiendo en la necesidad de volver a las antiguas formas de la alianza transatlántica, los líderes europeos reflexionaban sobre cómo afirmar su independencia monetaria del dólar.

Como ha revelado The Financial Times, el 19 de enero se debatió un proyecto de resolución en una reunión de la Comisión Europea con el fin de reforzar la capacidad de atracción del euro, adquirir una potencia financiera digna del tamaño de la zona euro y, sobre todo, dejar de estar a merced de las sanciones decididas unilateralmente por las autoridades estadounidenses.

La Comisión Europea quiere imponer así el euro como moneda de referencia alternativa a la estadounidense en el comercio internacional. Para ello, aspira a reforzar el papel del euro como moneda de reserva de los bancos centrales. En la actualidad, la moneda europea representa el 20% de las reservas de los bancos centrales, frente al dólar (62%), el oro (alrededor del 10%) y el resto repartido en diferentes divisas (el yuan supone sólo el 1%). Por último, Europa se ha fijado el objetivo de imponer el euro como moneda de referencia para todos los productos financieros relacionados con la transición ecológica.

El deseo europeo de escapar del dominio del dólar es uno de los legados de la Presidencia de Trump. Durante cuatro años, Europa se ha encontrado atrapada por los golpes de ira, las salidas de tono, las decisiones imprevisibles del presidente estadounidense. Los países europeos, entre las amenazas de sanciones aduaneras, represalias y prohibiciones, han visto cómo las relaciones con Estados Unidos se desmoronaban de forma peligrosa.

La ruptura con Irán, y el embargo impuesto posteriormente por Donald Trump que llevaba a la prohibición de toda relación comercial con Teherán, actuó como revelador de su vulnerabilidad. A pesar de su deseo de no enterrar el acuerdo nuclear con Irán, los países europeos tuvieron que rendirse a la evidencia de que no podían escapar del dictado de Donald Trump. Y eso por una sola razón, el dólar. Las leyes de extraterritorialidad adoptadas por las autoridades estadounidenses permiten perseguir a todas las empresas del mundo utilizando el dólar. En pocas palabras, casi todo el mundo.

El dólar es la única moneda de reserva internacional que permite saldar todos los intercambios comerciales. También es la referencia del sistema financiero mundial a través del sistema Swift (Society for Worldwide Interbank Telecommunication), que gestiona todas las transacciones mundiales a través de una red de 3.500 bancos de todo el mundo.

Este poder exorbitante del dólar ha permitido a la Justicia estadounidense perseguir y castigar a muchas empresas europeas durante la última década. En nombre de esta extraterritorialidad que posibilita el uso del dólar, BNP Paribas fue multado con 8.900 millones de dólares y situado bajo la supervisión reguladora de Estados Unidos por haber eludido el embargo impuesto a Sudán, un Estado considerado entonces como terrorista. En las últimas semanas de su mandato, Donald Trump retiró a Sudán de la lista de Estados terroristas, ilustrando una vez más la dependencia del mundo de la “buena voluntad” del presidente estadounidense.

Para eludir esta prohibición, los principales países europeos crearon un vehículo especial llamado Instex (Instrument in support of trade exchange - Instrumento de apoyo a los intercambios comerciales) para facilitar al menos los intercambios humanitarios con Irán, sin utilizar el dólar, sin utilizar la plataforma Swift. Pero estos intentos de elusión tuvieron un efecto muy limitado, muchas multinacionales, temiendo las sanciones y la exclusión tanto del dólar como de los mercados estadounidenses, no se atrevieron a utilizar el mecanismo europeo.

Lo que sucedió después en la cumbre de la OTAN en julio de 2018, desacreditó por completo a los líderes europeos. Ante un Donald Trump apremiante, incluso casi insultante, Europa, empezando por Alemania, tomó la medida de divorciarse de Estados Unidos. Desafiando la protección estadounidense en el continente, que parecía irrevocable desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el presidente norteamericano exigió a cambio que Alemania y Europa renunciasen al proyecto de gasoducto Nord Stream 2, destinado a importar gas ruso, y comprasen gas estadounidense. Desde entonces, las autoridades estadounidenses no han escatimado esfuerzos para detener el Nord Stream 2, amenazando con sanciones a todas las empresas implicadas en la construcción del gasoducto.

Al final de esta cumbre, los líderes europeos, empezando por Angela Merkel, tuvieron que rendirse a la evidencia, con gran dolor de corazón, de que Estados Unidos ya no era un socio fiable, que el tiempo de las relaciones idílicas había llegado a su fin. Y ellos, en ese pulso, eran gnomos de jardín.

A partir de esta observación Jean-Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión Europea, decidió en 2018 lanzar una reflexión sobre cómo Europa podría escapar del dominio del dólar. “La capacidad de Estados Unidos para aplicar sanciones internacionales debido a la fortaleza del dólar ha afectado gravemente a la capacidad de la UE y de sus Estados miembros para avanzar en sus objetivos de política exterior. La política adoptada en Washington ha socavado en ocasiones el comercio y la inversión legítimos de las empresas de la UE”, recoge el documento, según Bloomberg. “La Unión Europea debe desarrollar medidas para proteger a los operadores europeos en caso de que un tercer país obligue a las infraestructuras de los mercados financieros con sede en Europa a cumplir sus sanciones adoptadas unilateralmente”, continúa.

Construir un sistema monetario más estable

Se prevé una serie de medidas para eliminar estos riesgos. Para Europa, esto significa en primer lugar acabar con el dólar, en favor del euro, en una serie de transacciones comerciales internacionales. Empezando por el petróleo y las materias primas, que a día de hoy casi todas ofrecen su precio en dólares.

Varios países, con China y Rusia incluidos, llevan mucho tiempo intentando escapar de las garras del dólar. En particular, ambos países han firmado una serie de acuerdos para facilitar el pago de sus intercambios comerciales en su propia moneda. Más recientemente, Arabia Saudí, que sin embargo ha atado totalmente su suerte al dólar, ha acordado establecer sistemas de compensación fuera del dólar con India para venderle su petróleo.

Pero todos estos intentos han tenido un alcance limitado. Si Europa se une a este movimiento y desarrolla las transacciones en euros, se podría con ello alterar profundamente el equilibrio de poder monetario. Bruselas parece querer dotarse de los medios para ello; en el marco del Brexit, Europa no oculta su deseo de repatriar al continente una serie de actividades financieras, ahora en la City, para consolidar el sistema financiero europeo y el control del euro.

La Comisión Europea se defiende de cualquier comportamiento agresivo hacia Estados Unidos en este movimiento. Reforzar el papel internacional del euro, explica, permitiría “proteger la economía de las perturbaciones cambiarias y reduciría su dependencia de otras monedas”. “También ayudaría a lograr objetivos compartidos a nivel mundial, como la resiliencia del sistema monetario internacional, un sistema monetario mundial más estable y diversificado y una mayor capacidad de elección para los participantes en el mercado, haciendo que la economía mundial sea menos vulnerable”, recoge el texto.

Esta reivindicación de un sistema monetario internacional más estable y diversificado está en consonancia con la petición de China de un sistema monetario internacional más estable y diversificado en 2010, tras la crisis financiera, y con la petición del FMI de un sistema monetario internacional más estable y diversificado a partir de entonces. Muchos países reclaman la reconstrucción de un sistema monetario que deje de estar basado únicamente en el dólar. Cada vez más países quieren acabar con el “privilegio exorbitante”, en palabras de Valéry Giscard d'Estaing, que tiene Estados Unidos y que le exime de cualquier disciplina.

Durante décadas, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han optado constantemente por gestionar sus monedas en función únicamente de sus propias prioridades nacionales, independientemente de las circunstancias externas. “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema”, dijo el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally, a los responsables europeos que estaban preocupados por la devaluación del dólar en 1971.

La posición de Estados Unidos no ha cambiado desde entonces. Pero a medida que la globalización de las economías se ha ido extendiendo, la supremacía del dólar se ha vuelto cada vez más problemática, incluso peligrosa para el sistema financiero internacional. La Reserva Federal se ve ahora obligada a asumir un papel desmesurado: ser el banco central del mundo y convertirse en el garante último de todo.

En 2015, el endurecimiento de la política monetaria decidido por la FED llevó a desestabilizar a muchos países emergentes e intermedios. Atraídos por unos rendimientos mucho más elevados que en las economías occidentales, los inversores, que habían aportado capitales en masa desde 2008, se apresuraron a repatriar su dinero a los mercados estadounidenses en cuanto subieron los tipos de interés. De la noche a la mañana, muchos países se encontraron asfixiados financieramente. La advertencia se cumplió parcialmente. Desde entonces, la Fed ha ido cambiando su política monetaria con infinidad de precauciones y medidas.

Pero el covid vuelve a alterar los frágiles equilibrios monetarios internacionales. Los planes masivos de apoyo decididos por la administración Trump, y que deben ser renovados por Joe Biden, han provocado una devaluación del dólar, ya que los mercados financieros se preocupan por los colosales déficits presupuestarios acumulados.

Para contrarrestar este movimiento, el Gobierno chino decidió dejar caer su moneda, con el fin de potenciar las exportaciones. Europa, duramente afectada por la pandemia, ve cómo su moneda se aprecia frente al dólar, con el riesgo de penalizar aún más a sus empresas. Un asunto que va a acabar convirtiéndose en peliagudo para el Banco Central Europeo, aunque oficialmente niegue que le preocupen los tipos de cambio.

Si se confirma la voluntad de Europa de reforzar el papel del euro, habrá que esperar, sin embargo, mucho tiempo para ver los efectos reales. ¿Llevará esto a un sistema multidivisa, que exprese el nuevo equilibrio de poder a favor de China? ¿La aparición de un mundo multipolar? ¿O a través de otros mecanismos bajo el paraguas del FMI? Es imposible decirlo en estos momentos. Una cosa es cierta, los cambios no se producirán sin enfrentamientos, sin crisis, sin pelear.

Sin embargo, el texto de la Comisión Europea marca ya un profundo cambio; a su manera, marca el fin del sistema monetario, construido en torno a los pilares del dólar y el petróleo, tras el fin de Bretton Woods en agosto de 1971 (Estados Unidos había abandonado la convertibilidad del dólar en oro). Estados Unidos se convirtió entonces en el centro mundial de reciclaje de los excedentes de petróleo. De crisis en crisis (financiera, social, climática), este mundo está al borde del agotamiento.

Ya en 2017, el economista Barry Eichengreen se alarmaba por la arriesgada diplomacia de Donald Trump y las posibles consecuencias para el dólar. Las decisiones erráticas del presidente corrían el riesgo de poner en tela de juicio la supremacía del billete verde, advertía. No se puede responsabilizar a Donald Trump como único responsable de poner en duda la supremacía de la moneda estadounidense. Sin embargo, aceleró mucho el movimiento. Y esto es lo que nos recuerda también el texto de la Comisión Europea.

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Traducción: Mariola Moreno

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