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Un éxodo masivo despuebla Kosovo

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P. BERTINCHAMPS / J. A. DÉRENS / S. RICO (Enviados especiales de Mediapart)

“Una mañana, mis dos mejores camareros me anunciaron que lo dejaban. Por la noche, se subieron al autocar de Belgrado”, explica el dueño de un restaurante de Podujevo, ciudad de 80.000 habitantes al noreste de Kosovo, a unos kilómetros de la frontera con Serbia. “Me dijeron que habían pedido dinero prestado a unos primos residentes en el extranjero y que se iban a Alemania en busca de una vida mejor para ellos y para sus familias. Y eso que cobraban un buen salario...”.

Estamos ante un éxodo prácticamente sin precedentes en Kosovo. Como cuando hay epidemias o hambrunas. Desde septiembre de 2014, Kosovo se está despoblando. Según estadísticas oficiales de la Unión Europea, casi 40.000 personas han pedido asilo en Alemania y en Hungría en seis meses. No es la parte visible del iceberg. El fenómeno se ha acelerado considerablemente desde el principio del año. No existen cifras globales fiables, pero los medios de comunicación kosovares hablan de entre 100.000 y 200.000 emigrantes, es decir, el 10% de la población de Kosovo (estimada en 1,8 millones de habitantes). Algunos expertos ya califican esta tendencia de “terremoto demográfico”.

“A principios de enero, mi vecino vendió su granja, sus 30 vacas y el tractor, antes de salir del país con su mujer y sus dos hijos”, explica Samir Potera, periodista en Podujevo. “Desde entonces, solo en mi calle, otras seis personas le han seguido los pasos”. Para financiar el viaje, algunos tiran de ahorros o echan mano de parientes establecidos en el extranjero. “En los pueblos, la gente vende tierras y maquinaria, por supuesto a precios muy inferiores a los de mercado”, continua Samir Potera.

A principios del mes de febrero, una docena de autocares, con capacidad para transportar 600-700 personas, salían cada noche de la estación de autobuses de Podujevo. Un billete para Belgrado o Subotica, ciudad importante del norte de Serbia, próxima a la frontera húngara, apenas cuesta veinte euros. Las compañías de transporte hacen su agosto. Un sinfín de taxis y de minibuses también ofrecen sus servicios. Un viaje directo a la frontera húngara puede salir puede negociarse por unos 300 euros por persona o por 1.000 euros si viajaban cuatro pasajeros.

En la estación de autobuses de Subotica, la última ciudad de Serbia fronteriza con Hungría, una treintena de personas baja del autobús de las 10.15. Hay familias con niños, muchos hombres jóvenes e incluso una pareja madura que parece algo perdida. El grupo se precipita sin decir una palabra hacia los taxis estacionados en la parada del otro lado de la calle. Comienza entonces una negociación rápida con los conductores. Los pasajeros son distribuidos manu militari en los coches, que acto seguido arrancan rápidamente. La escena se reproduce cada vez que llega un autobús. “Hoy, hemos tenidos diez autobuses cargados de kosovares, la cosa estaba tranquila. Estas últimas semanas, recibíamos más del doble y atestados”, explica Marko, uno de los hombres encargados de la seguridad en la estación de autobús.

Los taxistas se frotan las manos. “¡He llevado al menos 500.000 kosovares!”, fanfarronea Vojislav, sentado al volante. “Pero no hago nada ilegal. Los llevo de aquí a los hoteles, nada más”. Los kosovares no son inmigrantes clandestinos.

Acuerdos firmados con Bruselas

Paradójicamente, los acuerdos firmados en Bruselas en 2013 sobre la “normalización” de las relaciones entre Belgrado y Pristina, presentados como un “gran éxito” de la diplomacia europea, han facilitado el proceso. Desde entonces, los ciudadanos de Kosovo pueden entrar en Serbia simplemente con un documento de identidad y permanecer en el país siete días. En el puesto fronterizo de Merdare, entre Kosovo y Serbia, a pocos kilómetros de Podujevo, los agentes de Policía de los dos países coinciden a la hora de explicar que no tienen consignas que limiten la libertad de circulación de personas.

“En Francia, ¿se otorga el derecho de asilo a los kosovares?”, pregunta Riza, con la candidez propia de sus 20 años. “Yo quiero volver a Alemania. Ya he estado allí tres meses, pero terminé volviendo porque no encontraba curro. En Kosovo sólo hay miseria. Somos diez de familia, pero sólo uno trabaja. Así, es imposible trabajar”. Para él, los responsables de la quiebra de Kosovo son los políticos. “Lo roban todo y se llenan los bolsillos. Ayudar a la gente les importa un bledo”, maldice.

Riza llegó esa misma mañana de Rahovec (Orahovac, en serbio), una ciudad del sudoeste de Kosovo. Cinco niños de entre 15 y 20 años le rodean. “Somos amigos. Hemos hecho el trayecto cada uno por nuestro lado y nos hemos encontrado aquí. Ahora, esperaremos un poco antes de ir a Hungría”. El grupo mata el tiempo a las puertas de la Villa Verona, una de las muchas pensiones que bordean el lago de Palić. Habitualmente, el invierno es una época tranquila en esta pequeña localidad turística de Voivodine. Desde hace unas semanas, los establecimientos más baratos han colgado todos el cartel de completo. Allí, los candidatos exiliados llegados de Kosovo se agolpan una noche o dos, el tiempo justo para preparar el paso al otro lado de la frontera. La noche sale por unos 15 euros.

“Si quieren una habitación, aquí no nos queda nada”, espeta desde la entrada la dueña de la villa Aleksandar. En ese momento, cuatro jóvenes kosovares salen por una puerta trasera, acompañados de un hombre, un traficante, que los sube de inmediato en su imponente Mercedes con matrícula de Alemania. Los que no pueden pagarse el viaje en coche franquean la frontera húngara a pie. Tienen que cruzar uno de los numerosos canales de la región. El punto de encuentro está detrás del albergue de Majkin Salaš. Hace varios años que emigrantes sirios, afganos o pakistaníes toman esta vía.

Desde que se han reforzado los controles del lado húngaro, desconfían. Hacen el trayecto de noche, con la esperanza de escapar a las patrullas policiales. “Esta mañana, sólo detuvimos a una familia”, explica un agente. Las fuerzas del orden serbias y húngaras han recibido refuerzos de la Policía alemana, que ha proporcionado veinte vehículos equipados con radares infrarrojos. En Berlín están preocupados. Sólo en enero, se estima que más de 18.000 kosovares han cruzado ilegalmente a Alemania.

El puesto de Policía de Subotica está lleno de kosovares. Por tratar de cruzar ilegalmente la frontera, corren el riesgo de ser sancionados con una importante multa, que puede ser de hasta 50.000 dinares (unos 420 euros). “La mayor parte viene de la región de Pristina, Vučitrn y Mitrovica. Van bien vestidos, llevan mucho dinero encima y pagan las multas sin pestañear”, precisa el portavoz del Tribunal de Apelación, Aleksandar Ilić. Estos inmigrantes serán trasladados con discreción a Kosovo.

En Hungría, los detenidos pasan al menos 72 horas en arresto preventivo y pueden pedir asilo o reciben una orden para abandonar el territorio nacional. Según Budapest, solo en el mes de enero, 13.000 kosovares solicitaron asilo, frente a las 43.000 peticiones registradas en todo 2014. Sin embargo, la mayoría de los emigrantes logra subir a un tren o a un autobús con destino a Viena, Alemania, Suiza, Francia o Bélgica.

En Kosovo, pueblos enteros se están despoblando. Incluso los que tienen trabajo se van. El jefe de Policía de la pequeña localidad de Zhupa, cerca de Prizren, que cobraba un “buen” salario de 650 euros al mes, también se ha marchado con su familia.

La primera ciudad afectada por la “epidemia” de la emigración fue Ferizaj (Urosevac, en serbio), localidad de 60.000 habitantes situada a medio camino entre Pristina y la frontera con Macedonia, pese a que se encuentra entre las más prósperas de Kosovo.

“La base de EEUU de Camp Bondsteel está muy cerca”, explica el periodista Bardh Frangu. “En 2000, empleaba a 7.000 civiles locales, por salarios que rondaban los 2.000 dólares. Ahora apenas hay unos varios cientos de empleados civiles que cobran sueldos que no superan los 300 dólares. Varios miles de ciudadanos de nuestra ciudad se han marchado a trabajar a las bases norteamericanas de Irak o de Afganistán, pero allí también el trabajo es escaso y muchos que han vuelto”. Aquellos que se habían acostumbrado a vivir con sueldos cómodos, la marcha parece evidente.

“Todas las esperanzas de cambio se han esfumado"

“No hay cifras fiables disponibles, salvo en las escuelas”, prosigue Bardh Frangu. “La administración escolar cuenta con datos precisos. 500 niños se han ido desde principios de enero. Cientos de escuelas de Primaria de localidades próximas a la ciudad, clases enteras, se han vaciado. Dado que se sabe que las emigraciones son familias, hablar de 500 niños quiere decir que se han ido al menos 2.000 personas”.

El periodista y su mujer, profesora de Literatura en la Universidad de Pristina, no tienen previsto marcharse, pero sus dos hijas, una todavía estudiante, la otra profesora de música en una escuela de Secundaria, sí piensan en exiliarse. “No las retendré”, dice Bardh, figura conocida y respetada de la lucha de los albaneses de Kosovo, con frecuencia encarcelado bajo el régimen de Slobodan Milosevic. “Pese a producirse la independencia, con la que tanto soñamos, nuestro país no tiene Estado. Está dirigido por bandas mafiosas y ya nadie cree en las promesas de futuro”.

Desde el fin de la guerra, en 1999, el goteo migratorio es incesante. Pese al retorno de los refugiados y, más tarde, de aquellos a los que se denegó asilo, la población de este pequeño país se ha estancado en 1,8 millones de habitantes, tal y como evidencia el censo de 2011. La emigración es la única salida de futuro para muchos jóvenes, titulados o no, y gracias al dinero de los exiliados toda la sociedad “se sostiene”.

Los primeros en irse fueron los romaníes: entre 3.000 y 4.000 han dejado el país desde el verano, con mucha discreción, antes de que los albaneses les siguiesen los pasos. “Los romaníes son los primeros en olerse la situación. Ni las autoridades de Kosovo ni las organizaciones internacionales se preocuparon y ahora se han visto desbordadas por la amplitud del fenómeno”, lamenta Kujtim Paçaku, diputado romaní en el Parlamento de Kosovo. De hecho, esta comunidad que, en muchas ocasiones mantiene la nacionalidad serbia, además de la kosovar, tienen menos problemas que los albaneses a la hora de dirigirse a Serbia.

Antes de la guerra, al menos 100.000 romaníes vivían en Kosovo. La comunidad superaba los 35.000 integrantes antes de esta nueva oleada de exilio. “Desde julio, cientos de candidatos a exiliarse se han subido a autocares atestados que tenían como destino Serbia y Hungría. Se les ha hecho creer que serían recibidos con los brazos abiertos en Alemania y en Austria”, continúa el diputado. Mehmed Galush, profesor de Geografía e Historia y de lengua romaní en el instituto Abdyl-Frashëri ha visto cómo emigraban muchos de sus colegas. “Las dificultades económicas de los romaníes en Kosovo es tremenda”, lamenta. “Cuando los niños rebuscan en las basuras no solo buscan material que reciclar, lo hacen para encontrar comida”.

Según la asociación humanitaria Madre Teresa, el 18% de la población de Kosovo vive en la extrema pobreza, con menos de 0,90 euros por persona al día, y el 27%, en la pobreza, con 1,40 euros al día. Los romaníes se encuentran entre los más pobres, pero la miseria no lo explica todo. Este otoño, Nexhip Menekshe, director de la Rromano Avazo, la única radio romaní de Kosovo, situada en Prizren, perdió a dos de sus periodistas y a un DJ. “Por supuesto, la gente es consciente de que no les darán asilo en la Unión Europea, pero a pesar de todo lo intentan. Saben muy bien que aquí no pueden esperar”, explica.

En los tiempos de la Yugoslavia socialista, la comunidad romaní de Kosovo era una de las de mayor nivel educativo de Europa, pero los sueños de integración se hicieron añicos con el antiguo Estado común, hace 25 años. El hermano de Hysni Qylanxhi, arquitecto titulado que nunca ha estado en el paro, se fue hace dos meses con su mujer y sus cuatro hijos. “Logró llegar a Alemania pagando solo 4.000 euros por toda la familia y solicitó asilo. Desde entonces ha conseguido un alojamiento y cada uno percibe una ayuda mensual de 380 euros. Por supuesto, probablemente serán repatriados en seis meses, pero al menos no ha perdido nada al irse de Kosovo”, explica Hysni.

Hay un evidente efecto llamada que ha precipitado el éxodo. Hace un año, eran necesarios 3.400 euros, por cabeza, para ir de Prizren a Alemania sin papeles. Ahora, los precios son cuatro veces inferiores. El diputado Paçaku subraya que las salidas masivas sólo afectan a algunas ciudades, como es el caso de Prizren, por ejemplo, pero no a otras como la vecina Gjakova. En su opinión, se explica por el carácter organizado de la emigración y el papel de las “mafias” sin identificar, que ofrecen sus servicios.

Los rumores más descabellados

Sin embargo, nadie explica este éxodo masivo. Se oyen rumores descabellados, como el que dice que los países occidentales supuestamente admiten a estos emigrantes para evitar una explosión social –algunos afirman que las puertas de Serbia y de la UE estaban entreabiertas “solo hasta el 15 de marzo”–. Por supuesto, se trata de teorías totalmente infundadas. El periodista Mustafa Balje, que trabaja en los programas en lengua bosnia de la radiotelevisión de Kosovo (RTK) no duda en calificarlo de “histeria colectiva”.

Mientras que las autoridades de Kosovo se encuentran totalmente desbordadas dada la magnitud del fenómeno, el presidente del país, Atifete Jahjaga, acusa a Serbia de haber “abierto las fronteras” a sabiendas, pero la relativa laxitud de la Policía húngara también es sorprendente. No hacía falta mucho más para que algunos viesen un “complot” entre Serbia y Viktor Orban, orientado a vaciar de población a Kosovo de población.

Del lado serbio, también circulan otros rumores completamente descabellados: el éxodo sirve supuestamente para tapar una importante operación de alistamiento por parte de la organización del Estado Islámico. Aunque efectivamente hay algunas redes islamistas radicales instaladas en Kosovo, lo que permite deducir que habrá militantes que se cuelen, un escenario así es poco probable.

Albin Kurti, presidente del movimiento Vetëvendosje, principal fuerza opositora en el Parlamento de Kosovo, lamenta el éxodo. “Se van nuestros electores o nuestros potenciales electores, los que no encuentran su sitio en un Kosovo dirigido por mafiosos con la bendición de la comunidad internacional”. En su opinión, esta fuga poblacional le viene de perlas al Gobierno. “Se van parados y también potenciales opositores”. No duda a la hora de suponer una “entente tácita” entre las autoridades de Pristina y las de Belgrado, incluso con las de los países occidentales que supuestamente buscan desactivar la bomba social de un Kosovo donde el paro real alcanza al menos el 50% de los activos y el 80% de los jóvenes.

Porque la larga crisis que ha conocido el país estos últimos meses ha terminado de echar por tierra las esperanzas de cambio de los más optimistas. Tras las elecciones del 8 de junio, todos los partidos de la oposición unieron, contaban con una amplia mayoría teórica en el Parlamento. La mayoría saliente, dirigida por Hashim Thaçi, echó mano de procedimientos legales para retrasar la sesión parlamentaria seis meses, hasta el 8 de diciembre. El tiempo necesario para hacer añicos la unidad de la oposición y corromper a la Liga Democrática de Kosovo (LDK), que se ha unido al Partido Democrático de Kosovo (PDK) de Thaçi para formar gobierno. Este escenario era el deseado por las embajadas occidentales de Prístina, en nombre de la “estabilidad” de Kosovo.

“Las esperanzas de cambio se han esfumado, los sueños de la proclamación de independencia murieron el 8 de diciembre”, dice Bardh Frangu. En unos meses, Kosovo ha perdido aproximadamente el 10% de la población. Algunos hacen proyecciones catastróficas y aventuran que la pérdida poblacional será exponencial. “Tras la guerra, los refugiados querían volver a casa a cualquier precio, aunque el país estuviese devastado. Ahora los niños sólo sueñan con irse”, dice el politólogo Belgzim Kamberi.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

“Una mañana, mis dos mejores camareros me anunciaron que lo dejaban. Por la noche, se subieron al autocar de Belgrado”, explica el dueño de un restaurante de Podujevo, ciudad de 80.000 habitantes al noreste de Kosovo, a unos kilómetros de la frontera con Serbia. “Me dijeron que habían pedido dinero prestado a unos primos residentes en el extranjero y que se iban a Alemania en busca de una vida mejor para ellos y para sus familias. Y eso que cobraban un buen salario...”.

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