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'Fake news', las estrellas apagadas de la democracia

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Topshop, la célebre marca británica que alcanzó una enorme notoriedad a raíz de su colaboración con Kate Moss, en una colección que lleva su nombre, ha diseñado un pantalón, en tejido semielástico, en cuyo lateral lleva una banda larga con las palabras fake news en mayúsculas blancas sobre fondo rojo. “Sólo queda imaginarse estos pantalones con una chaqueta de esmoquin y tacones, y ¡bingo!”, escribe con humor Vanessa Friedman, la crítica de moda de The New York Times.

La expresión fake news estuvo tan omnipresente el año pasado que el diccionario inglés Collins y la American Dialect Society la eligieron oficialmente palabra del año. “Pensamos que podríamos inmortalizar la palabra incluyéndola en nuestros pantalones”, señaló Mo Riach, directora del departamento de estilismo de Toshop. Tanto es así, como escribe la bloguera de moda Amanda Goodfriend, que la desintegración de la idea de verdad, de ciencia y de periodismo es “so fashionable”, un asunto de moda.

 

La moda saca partido de los signos difuntos, los desentierra, los rastrea, los recicla. En la moda, el finado cobra una nueva vida, espectral. Trump lo ha entendido a la perfección. Este 18 de enero, estaba prevista la ceremonia de los Fake News Awards (premios que se otorgan a los medios de comunicación “más deshonestos y corruptos del año”), una especie de misa mayor donde se conmemora el triunfo del fake, la transubstanciación de cualquier información en fake news. En la enorme boca de Trump, estas palabras resuenan como el mantra de una era nueva, postpolítica y postdemocrática, pero también como un punto de encuentro para los excluidos del sistema. Trump no ha inventado la expresión (es centenaria, como poco), pero se ha apoderado de ella y, sobre todo, le ha dado la vuelta de forma magistral y ha hecho de ella un arma contra los medios de comunicación oficiales. Porque sucede que las palabras, como los agentes secretos, se revuelven contra los que las utilizan. El año 2017, por tanto, no fue tanto el año de las fake news como el año de su giro en manos de Donald Trump.

¿Cuál es el sentido de este giro? ¡La demagogia! La estrategia de Trump consistió en darle la vuelta a la expresión utilizada por sus detractores para estigmatizar su relación problemática con la verdad, sus mentiras o sus “hipérboles verdaderas”, como las llama su biógrafo, que han proliferado en las webs de sus partidarios, Facebook, YouTube. Trump, echando mano de la capacidad de difusión de las redes sociales, ha hecho de la expresión fake news un tema que ha incendiado la mediaesfera. “Cada palabra, volteada en la mano de los espíritus, se convierte en lanza dirigida contra el que habla”, escribía Franz Kafka. Ocurre así con las palabras fake news, en la mano de Donald Trump, para transformarse en arma contra sus detractores.

Es poco probable que los decodificadores y los fact-checkers de los grandes medios de comunicación comprendan el sentido de un giro así. Lo que está en juego no es el combate de la verdad contra la mentira. No se trata de restablecer la verdad como si existiese un recelo desprovisto de ficciones, una verdad sin ideología, como La Verdad saliendo del pozo, en el cuadro de Gérôme, completamente desnuda y armada con un látigo para castigar la humanidad.

A los grandes medios de comunicación les gustaría tener el papel de agencias de rating de las noticiasrating, pero ellos mismos padecen el efecto del descrédito. Se trata de un fenómeno de creencia, de crédito que se otorga a algunas informaciones y del descrédito que se atribuye a algunas fuentes de información. Los fact-checkers son los pavos de la fake, ya que no se trata tanto de defender una verdad pura e indivisible como de reconquistar márgenes de credibilidad; lo que la opinión les niega obstinadamente. La farsa de las fake news puede seguir, por tanto, con su complicidad.

Todo el mal de nuestras democracias parece contenerse en dos palabras: fake news. Detrás de la ilusión de un diagnóstico (que pretende designar al mal como Trump quiere hacerlo con sus Fake News Awards o combatirlo con un proyecto de ley como acaba de anunciar Emmanuel Macron en Francia), la expresión funciona como una formidable pantalla, un signo que se ha transformado en potencia de distracción y una coartada para una censura estatal que oculta las causas sistemáticas del descrédito de la palabra pública y su historia desde los años 90.

Evidentemente podemos desentendernos de las fake news considerando el fenómeno como un asunto de la vieja desinformación en la edad de las redes sociales o, por el contrario, dirigirnos a ellas como síntoma de la transmutación del sistema democrático por la razón neoliberal que tiene como efecto desenchufar todas las formas de la deliberación democrática.

Este desarme no se ha realizado en un día, tiene más de 30 años y ha sido posible por la conjunción excepcional de dos revoluciones: 1. En la historia del capitalismo con la financiación y la mundialización de los mercados; 2. En la historia de las tecnologías de la información y de la comunicación con el desarrollo de internet y la aparición de las redes sociales. En los años 90, los regímenes políticos neoliberales han sacado partido de estas condiciones excepcionales para aprovechar su ventaja, evitando la crítica de los medios de comunicación independientes y convirtiéndose en contrapoderes o los tradicionales checks and balances.

“Decidiremos lo que son las informaciones”

Fue en Estados Unidos donde el fenómeno alcanzó toda su amplitud en los años 90. Los nuevos medios de comunicación electrónicos se convierten en un medio de comunicación de masas y la televisión, de lejos la principal fuente de información de los norteamericanos, se ve absorbida por los gigantes de la industria del ocio como Disney, Viacom y Time Warner, que tendrán un papel dominante en el paquete de las informaciones, la cobertura de las informaciones y de los escándalos. Las cadenas de información continuada se multiplican, a cadenas por cable como CNN se le unen otras como Fox News.

Si bien la Administración Bush no inventó este nuevo mundo mediático, a menudo designado con el neologismo de infotainment, es la primera administración que llegó al poder posteriormente y supo sacarle partido de forma brillante. “La crónica de un Gobierno que cuenta y vende su historia”, cuenta Frank Rich,  editorialista de The New York Times, “es también inevitablemente la crónica de una cultura norteamericana caracterizada por el gusto por las tonterías. La sinergia e interacción entre esta cultura y el relato de la Administración Bush son una pieza significativa del puzzle. Sólo una cultura de la infotainment que funciona todos los días, las 24 horas y que ha convertido en trivial hasta la idea de la realidad (y con ella lo que se consideraba otras veces como información) ha podido ser manipulada con tanto éxito por la gente en el poder [1]”.

La cadena Fox News fue fundada en 1996 por el magnate de la prensa Ruppert Murdoch y Roger Ailes, asesor de Donald Trump durante la campaña. Según el informe de 2004 sobre los nuevos medios del Project for Excellence in Journalism, desde 2002 Fox News tiene más audiencia que la CNN. Mantuvo su ventaja en 2003, superando la barrera del 53% y del 45% en prime time. Durante la guerra de Irak, su audiencia se disparó e incluso superó a la CNN durante la cobertura de la guerra.

El gurú del marketing Seth Godin tiene una idea muy concreta de las razones del éxito de Fox News: “Dado que su trabajo consiste en contar una historia, Roger Ailes se basó en esta idea para crear un imperio de varios miles de dólares [2]”. Según él, “las noticias televisadas no son verdaderas”. ¿Cómo podrían serlo? Hay demasiadas cosas que decir, demasiados puntos de vista que analizar, demasiados asuntos que tratar.... Fox News ha elegido un enfoque diferente. “Dado que no existe un órgano de información completamente libre de sesgos, decidió acabar de una vez por todas con este problema inevitable eligiendo las noticias en función de la visión del mundo que tiene su público objetivo... Fox cuenta una historia que los telespectadores están felices de compartir. Les proporciona la mentira de la que se convencerán y –hecho no menor– que propagarán [3]”, dice Seth Godin.

“Desembolsamos 3.000 millones de dólares por estas cadenas de televisión. Decidiremos lo que son las informaciones. Las noticias son lo que nosotros decimos que son" [4], afirmaba David Boylan, dueño de Fox Tampa Bay. Para Ron Kaufman, responsable de la web TurnOffYourTV.com (Apaga el televisor), la cadena Fox News está tan lejos de la realidad que resulta ridícula. [...] Los reportajes están tan sesgados y deformados que supone un desafío intentar encontrar una información real" [5].

El éxito de de Fox News supuso un indicio anterior al éxito de Trump. Roger Ailes, que fue uno de los primeros spin doctors de Ronald Reagan, provocaría una agria polémica en marzo de 2007, al confundir intencionadamente a Barack Obama –el candidato– con Osama bin Laden. Trump y Ailes eran amigos desde hacía tiempo y Trump era un telespectador habitual de Fox News mucho antes de convertirse en presidente de Estados Unidos. Tras la muerte de Roger Ailes, Chris Cillizza, editorialista de la CNN, llegó a afirmar que Donald Trump era una “creación” de Roger Ailes. “La elección de Trump es, simplemente, el mayor triunfo de Ailes”.

El éxito de Fox News y de su pseudoperiodismo hizo escuela en la Casa Blanca con George W. Bush. La Administración Bush creó toda una estructura subterránea, pagando con fondos públicos a falsos periodistas encargados de producir y difundir noticias falsas, informes, reportajes e investigaciones. Esta fábrica de fake news va a encontrar el relevo ideal con las cadenas locales, que se han multiplicado: la oferta de reportajes encargados por la Administración norteamericana es un maná providencial para estas cadenas que cuentan con un pequeño presupuesto, que tienen muy poco personal y abarcan parrillas muy extensas. Coincidiendo con el primer aniversario del 11-S, una filial de Fox News difundió un emocionante reportaje sobre el modo en que Norteamérica ayudaba a las mujeres afganas a liberarse, realizado por el Departamento de Estado; el comentario de presentación, leído en antena por el periodista de la cadena local, formaba parte del paquete, pero éste ignoraba que el Gobierno había escrito el texto.

La manipulación de la información tuvo un papel fundamental en la ocupación norteamericana de Irak en 2003. El 15 de diciembre de 2005, Los Ángeles Times revelaba que el Pentágono pagaba a una empresa de relaciones públicas, Lincoln Group, dirigida por un británico sin experiencia en el mundo de la comunicación, y un exmarine norteamericano la elaboración de historias inventadas (fake stories) destinadas a los periódicos iraquíes para distraer a la opinión pública de la situación real: “La operación estaba destinada a ocultar cualquier vínculo con el Ejército norteamericano. El equipo iraquí del Lincoln Group, o sus subcontratas, jugaban en ocasiones a los periodistas free-lance o se convertían en agentes publicitarios cuando entregaban temas para los medios de comunicación de Bagdad" [6]. Esas fake stories estaban redactadas por militares norteamericanos especializados en “operaciones de información”, dirigidas a los periódicos iraquíes.

Algunos de estos periódicos han clasificado estos temas de “entretenimiento” para distinguirlos del habitual contenido editorial. Pero la mayor parte del tiempo dichos “reportajes” que alaban el trabajo de las tropas americanas e iraquíes, denuncian a los insurgentes y ensalzan los esfuerzos de Estados Unidos para reconstruir el país se presentan en la prensa iraquí como relatos imparciales escritos por periodistas free-lance.

“La verdad es lo que atrae más la atención”

Lincoln Group ayudaba a traducir y a colocar los artículos. Siempre según Los Ángeles Times, “uno de los funcionarios del Ejército declaró que la task force había comprado un periódico iraquí, que se había hecho con el control total de una emisora de radio y que se servía de ambos para transmitir mensajes proamericanos destinados al público iraquí. Nada permite identificar a este periódico ni a esta emisora de radio como portavoz del Ejército" [7].

El exsecretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld llegó a decir, el 29 de noviembre de 2005, que la “proliferación de medios de comunicación en Irak era uno de los grandes éxitos del país desde la caída del presidente Sadam Hussein”. Además de su contrato con el Ejército americano en Irak, el Lincoln Group obtuvo en 2006 un contrato importante (100 millones de dólares en cinco años) con el control de las operaciones especiales basadas en Tampa (Florida) para desarrollar una campaña de comunicaciones estratégicas sobre las operaciones especiales de las tropas americanas desplegadas en todas partes del mundo [8].

En septiembre de 2005, un órgano no partidista de control del Congreso de Estados Unidos (The Government Accountability Office, GAO) reveló que le Gobierno había iniciado operaciones de propaganda encubierta (covert propaganda), un analista conservador para defender su política de educación [9].

Otro ejemplo: el 14 de marzo de 2004, un periodista de The New York Times descubría que el Ministerio de Sanidad había contratado a dos falsos reporteros para defender su política en los anuncios de televisión. Esta campaña costó 124 millones de dólares sin que apareciese en ningún momento el patrocinador de esos supuestos reportajes. Un portavoz del Gobierno justificó estas falsas informaciones (fake news) en estos términos: “Cualquiera que se plantee cuestiones sobre estas prácticas debería informarse mejor sobre los medios de comunicación modernos..." [10].

Más grave aún, según Frank Rich, el GAO reveló en 2006 que “en la NASA y en el National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), pseudoperiodistas corregían o censuraban los documentos públicos y los comunicados de estas agencias que contenían informaciones científicas sobre la contaminación y el calentamiento climático que contradecía la política del Gobierno en estos campos. Uno de ellos hizo incluso desaparecer cualquier referencia a la teoría del Big Bang en los documentos de la NASA, en la línea del rechazo de la derecha cristiana a la evolución" [11]. Tuvo que renunciar después de que la prensa descubriera que su diploma de periodista era falso. En su película sobre el calentamiento planetario Una verdad molesta (2006), Al Gore cita varios ejemplos de estos travestismos de la verdad científica, en aras de un oscurantismo de otra época.

En julio de 2007, el testimonio ante la Cámara de los Representantes de un exsecretario de Sanidad de George W. Bush, Richard Carmona, corroboraba este análisis. El caso ocupó las portadas de la prensa de Estados Unidos; ese día, The New York Times se hacía eco de las acusaciones de Richard Carmona contra la Administración Bush, de quien decía que no tomaba en consideración los criterios científicos en lo relativo a la sanidad pública. “La administración no le permitió expresarse sobre temas como las células madre, la contracepción, la educación sexual, la sanidad mental en las cárceles y otras cuestiones de salud pública" [12], escribe The New York Times. Para Richard Carmona, según Le Monde, todo lo que no entra en el programa ideológico, religioso o político de los responsables en el poder es ignorado, marginado o simplemente enterrado” [13]. Este oscurantismo por parte de la derecha fundamentalista cristiana pesará sobre los informes de la Administración Bush y de los medios de comunicación, invitados a repensar el papel de los periodistas y a abandonar la investigación que reinaba en la época del Watergate, para echar mano de reporteros embedded [empotrados] en el mundo según George W. Bush.

Podríamos multiplicar hasta el infinito los ejemplos porque las fake news no son propias de las redes sociales, fluyenfake news. No son simples escorrentías o abusos de poder, sino una verdadera estrategia de reconfiguración de lo real. Ya no se trata simplemente de entretener o de engañar a un enemigo como la desinformación (deception) en tiempos de guerra, sino de dar credibilidad a las representaciones del mundo como pone de manifiesto una conversación entre Karl Rove, el estratega de George W. Bush, y el periodista Ron Suskind.

En un artículo de The New York Times, publicado días antes de las presidenciales de 2004, el que fue de 1993 a 2000 editorialista en The Wall Street Journal reveló una conversación con Karl Rove, en el verano de 2002: “Me dijo que la gente como yo formaban parte de esos tipos ‘que pertenecen a lo que llamamos la comunidad realidad” [the reality-based community]: “’Crees que las soluciones salen del análisis juicioso de la realidad observable’. Asentí y murmuré algo sobre los principios de las Luces y el empirismo. Me cortó: ‘Ya no es así como funciona el mundo realmente. Somos un imperio’, prosiguió, ‘y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras que estudias esta realidad sabiamente como deseas, actuamos de nuevo y creamos otras realidades nuevas, que puedes estudiar también, y es así como pasan las cosas. Somos los actores de la Historia [...] Y a vosotros, a todos vosotros, sólo os queda estudiar lo que hacemos” [14].

Estas palabras, pronunciadas por un responsable norteamericano de alto nivel, meses antes de la guerra de Irak, son dignas de un especialista maquiavélico en medios de comunicación porque no plantean sólo un problema político o diplomático. Muestran una nueva concepción de las relaciones entre la política y la realidad; los dirigentes de la primera potencia mundial se desvían no sólo de la realpolitik, sino también del simple realismo, para convertirse en creadores de su propia realidad, maestros de las apariencias, reivindicando lo que se podría llamar una “realpolitik de la ficción”. Así, el Ejecutivo americano se veía dotado, por parte del spin doctor de la Casa Blanca, de una potencia verdaderamente demiúrgica, capaz de crear sin cesar nuevas “realidades” inaccesibles a la razón y a la observación.

El artículo de Suskind causó sensación. Los editorialistas y los blogueros hicieron suya la expresión “reality-based community”, que proliferó en las webs –el motor de búsqueda Google indexaba, en julio de 2007, más de un millón de entradas y la enciclopedia Wikipedia le dedicó una página–. Según Jay Rosen, profesor de periodismo en Nueva York, “muchos, en la izquierda, han hecho suyo este término por su cuenta, autodenominándose en sus blogs ‘dignos miembros de la comunidad realidad”, mientras que la derecha se burlaba: ¿son reality-based? ¡Ok, genial!”.

Dos años después de la publicación de su artículo, Ron Suskind confesaba que “no lo había comprendido del todo en el momento”, que las palabras del asesor de Bush sobre la comunidad realidad alcanzaban al “verdadero corazón de la presidencia de Bush”. El artículo de Ron Suskind mostraba hasta qué punto las decisiones de Bush y de sus asesores estaban inspiradas en la fe (faith-based) y el desprecio en el que tenían a los que en su opinión eran realistas (reality-based). Hablando de “derrota del empirismo”, Suskind puso el dedo en la llaga del proceso, consistente en limitar la deliberación, el control, la búsqueda de los hechos, la investigación de campo. […] Apareció un nuevo modelo con George W. Bush y Dick Cheney: los clásicos checks and balances [frenos y contrapesos propios del sistema político americano] se abandonaron para que el poder ejecutivo pudiese actuar libremente. [15]

En una entrevista con el webzine Salon.com, Ron Suskind observaba que estas prácticas constituían una ruptura con una “larga y venerable tradición de la prensa independiente y del periodismo de investigación". “Ése es el objetivo, que la comunidad de periodistas honestos en América desaparezca, ya sean republicanos o demócratas o miembros de la prensa más influyente. […] De este modo, sólo nos quedará una cultura y un debate público basados en la afirmación en lugar de en la verdad, sobre las opiniones y no sobre los hechos. Porque cuando estás ahí, estás obligado a fiarte de la percepción del poder. Y la percepción como instrumento de un poder ejecutivo todopoderoso es la gran combinación que vemos actualmente en la política norteamericana”.

“Es el único artículo de periodismo político que me ha hecho llorar”, diría Jay Rosen en su largo comentario del artículo de Suskind. “Me sentí enseguida muy cercano a él porque intentaba alertarnos de algo que parecía una locura, pero que era completamente real. Comprendí que no lo conseguiría y sentí que el también lo sabía; es lo que hacía su artículo tan triste”.

“En los tres últimos años, los americanos han asistido a fracasos espectaculares de la información, a hundimientos espectaculares en la prensa, a una quiebra espectacular de los dispositivos públicos de control de las acciones de Gobierno, como la desaparición de la vigilancia del Congreso y el cortocircuito del Consejo Nacional de Seguridad, puestos en marcha precisamente para evitar hechos así”.

El sistema de información globalizado alcanzó su punto de entropía, ya no produce más que incredulidad. No es tanto que la mentira se haya convertido en la norma y que la verdad quede prohibida o excluida; su indiferenciación ahora se ha convertido en la regla. El debate público ya no opone contenidos o informaciones, sino fantasmas que buscan convencernos de su realidad. Les damos vida mediante nuestros clicks y nuestros likes. Sólo es sólo asunto nuestro. El hundimiento de la confianza en el lenguaje no depende ya sólo de los efectos estratégicos de la manipulación, sino de la aparición de un nuevo régimen de enunciación que mantiene todos los enunciados sobre el modo de la creencia. Como escribía Evgeny Morozov: “La economía gobernada por la publicidad en línea ha producido su propia teoría de la verdad: la verdad es lo que atrae a más ojos”.

La economía de los discursos sigue ahora las leyes de la economía financiera. Volatilidad. Rumor. Teatralización. Los productos derivados de los sondeos o electorales son indexados en esta inestabilidad de los contenidos. Porque no se trata solo de una des-reglamentación de la información, sino de la desintegración de todo el espacio de deliberación democrática. En este espacio postdemocrático, el agora se ha vaciado y las fake news brillan por el sesgo de internetfake news como estas estrellas apagadas que lucen mucho tiempo después de su muerte. Su brillo es la paradójica señal de una extinción de las mediaciones que organizan y regulan la deliberación democrática. El brillo póstumo del sistema democrático.

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Notas del artículo:

1. Frank Rich, The Greatest Story Ever Sold. The Decline and Fall of Truth from 9/11 to Katrina, Penguin, New York, 2006, p. 2-3. Véase también Ch. Salmon, Storytelling, la machine à fabriquer des histories et à formater les esprits (La Découverte, 2008).

2. Seth Godin, Tous les marketeurs sont des menteurs, op. cit., p. 135-137.

3. Ibid., p. 135-137.

4. Christian Salmon, Storytelling la machine à fabriquer des histoires (La Découverte, 2008) y citado por Ron Kaufman, «Why Fox News channel is an industry joke or welcome to infotainment tonight!», 2004.

5. Idem.

6. Artículo de Le Devoir del 1 de diciembre de 2005, « L'armée américaine vend des articles à des journaux d'Irak », que cita la investigación de Mark Mazzetti y Borzou Daragahi, Los Angeles Times, 15 diciembre 2005.

7. Idem.

8. Idem.

9. Michael Massing, «The end of news ?», The New York Review of Books, 1 de diciembre 2005.

10. Citado por Frank Rich, The Greatest Story Ever Sold, op. cit., p. 166-173.

11. Ibid., p. 170.

12. The New York Times, 10 de julio 2007.

13. Le Monde, 11 de julio 2007.

14. Ron Suskind, «Without a doubt, faith, certainty and the presidency of George W. Bush», The New York Times, 17 octubre 2004.

15. Jay Rosen, «The retreat from empiricism and Ron Suskind’s intellectual scoop», loc. cit. ________

Traducción: Mariola Moreno

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Topshop, la célebre marca británica que alcanzó una enorme notoriedad a raíz de su colaboración con Kate Moss, en una colección que lleva su nombre, ha diseñado un pantalón, en tejido semielástico, en cuyo lateral lleva una banda larga con las palabras fake news en mayúsculas blancas sobre fondo rojo. “Sólo queda imaginarse estos pantalones con una chaqueta de esmoquin y tacones, y ¡bingo!”, escribe con humor Vanessa Friedman, la crítica de moda de The New York Times.

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