Como en la parábola del Nuevo Testamento que inspiró a André Gide su novela La Porte étroite (La puerta estrecha) –“Espacioso es el camino que lleva a la perdición, pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y son pocos los que lo encuentran”–, la democracia birmana busca abrirse camino, entre improvisación, astucias y golpes bajos. La Liga Nacional para la Democracia (NLD) de Aung San Suu Kyi, que venció en las elecciones legislativas de noviembre de 2015, va poco a poco acaparando todo el poder que el Ejército le otorga. Pero los hombres de uniforme, dirigidos con mano de hierro por el jefe del Estado mayor, el general Min Aung Hlaing, permanecen al acecho.
El pasado martes 5 de abril, los militares que de forma arbitraria ocupan un escaño en el Parlamento Nacional –la Constitución les reserva el 25% de los escaños– sufrieron una afrenta. Y ocurrió un hecho inédito: se levantaron para protestar contra la adopción de un proyecto de ley que otorga a la Premio Nobel de la Paz 1991 el cargo de consejera especial del Estado. Un título ad hoc, que la convierte en primera ministra, función que no existe en las instituciones de la República de la Unión de Myanmar (nombre oficial de Birmania). Los diputados de la NLD, que cuentan con mayoría (60% de la Cámara) refrendaron el texto, haciendo caso omiso a las enmiendas presentadas por los militares, que se atrevieron a denunciar un “acto antidemocrático”. Situación curiosa, dado que durante más de medio siglo el Ejército impuso su dictadura. El día siguiente, el nuevo presidente de la República, Htin Kyaw, firmaba la ley para su promulgación.
Este episodio relámpago era fundamental puesto que el nuevo año budista se acerca y desde mediados de abril, el país permanecerá a medio gas durante al menos tres semanas. La Dama de Yangón ha cumplido su promesa, la de situarse “por encima” del jefe del Estado. Una forma de desafiar a la Constitución redactada por el Ejército en 2008 para impedirle el avanzo y que impide acceder al cargo supremo a quien tenga hijos de nacionalidad extranjera, lo que es el caso de Suu Kyi, ya que su marido, muerto en 1999, tenía pasaporte británico. Ahora, al gozar de un título prestigioso que la protege jurídicamente y que cuenta un presupuesto de funcionamiento y un salario, la consejera especial del Estado puede ejercer su influencia a la vez en el Ejecutivo, el legislativo y la Administración.
Como muchos de los invitados el 30 de marzo al juramento de Htin Kyaw ante el Parlamento de Naypyidaw, la capital, un expatriado asistió con estupefacción al discurso, que apenas duró unos minutos. “Aung San Suu Kyi no lo perdió de vista durante toda la ceremonia”, cuenta. “Htin Kyaw no pudo pronunciar una palabra más alta que la otra”. El flamante primer presidente civil con que cuenta Birmania desde el golpe de Estado de 1962 pudo declarar, horas después, en la ceremonia de traspaso de poderes con el presidente saliente Thein Sein, que “tiene el deber de trabajar en una Constitución que responda a los estándares democráticos”.
Mientras tanto, el batallón de juristas que rodea a la Premio Nobel de la Paz echa mano de las lagunas legales que encierra la ley fundamental para utilizarla en beneficio propio y envía un mensaje muy claro a los generales, que descubren, algo tarde, que las trabas establecidas en el sistema institucional no funcionan: “Ustedes me impidieron ser presidenta, pero me sirvo de su Constitución para hacer lo que yo quiero”, les responde implícitamente Aung San Suu Kyi. Para ser nombrada consejera especial del Estado, ha aplicado el artículo 127 que autoriza al presidente de la República a delegar sus poderes a una personalidad de su elección. Ironías de la historia, este artículo estaba dirigido, tal y como lo concibió la Junta, a devolver en caso de necesidad los plenos poderes al jefe del Estado Mayor de los Ejércitos.
Es verdad que los generales todavía tienen el poder de disolver el Parlamento y de imponer la ley marcial, por orden del Consejo Nacional de Defensa y de Seguridad donde los civiles son minoría. Pero, si no lo hacen, se encuentran entre la espada y la pared. De hecho, desde la constitución del nuevo Parlamento, el 1 de febrero, se renovó el Consejo Constitucional, ahora controlado por el partido NLD, lo que deja pocas posibilidades a la hora de recurrir eventualmente ante esta instancia.
Improvisación
En este clima de tensión ha tomado posesión el nuevo presidente. Htin Kyaw, de 69 años, es legal. Se muestra “muy humilde” y proyecta “mucha sabiduría”, aseguran los que le conocen. Hijo del poeta Min Thu Wun, es de esos intelectuales que conocieron la represión con la Junta Militar, antes de ser ninguneados como conductores o jardineros. Antiguo compañero de escuela de Aung San Suu Kyi, apenas un año mayor que él, puede ser un recurso del que echar mano en caso de ruptura entre la NLD y el Ejército, según algunos. De momento, sólo es una marioneta. Mucho más, por ejemplo, que Manmohan Singh, que dirigió India de 2004 a 2014 por deseo de Sonia Gandhi, vetada por sus orígenes italianos, pero que movía los hilos desde la sombra. Manmohan Singh había sido ministro de Finanzas y gobernador del Banco Central de su país. Htin Kyaw no es un tecnócrata ni un político.
“La población birmana no espera otra cosa de él, que no sea convertirse en la voz y en el escaparate del equipo dirigente que la NLD va a ir colocando”, dice Renaud Egreteau, investigador del Woodrow Wilson Center de Washington y especialista en Birmania. “Es el partido que estará en el centro del futuro proceso de toma de decisiones, el presidente será el encargado de convertirse en el primer ejecutor de su programa político”. A menos que su mujer decida otra cosa. Su Su Lwin es amiga personal de Aung San Suu Kyi y todo el mundo coincide en reconocerle una personalidad “mucho más fuerte” que la de su esposo presidente, hasta el punto de que su propio nombre llegó a circular para el cargo. Antigua responsable de la Unicef, la ahora primera dama, fue elegida diputada en 2012.
Reelegida en noviembre, habría podido entrar en el Gobierno para ocuparse de la Educación nacional, campo que conoce bien ya que dirige una asociaón dirigida a mejorar los programas educativos que se imparten en los monasterios budistas. Sin embargo, Aung San Suu Kyi dispuso las cosas de otro modo. Cuando ya sabía que sería nombrada ministra de Asuntos Extranjeras, la premio Nobel de la Paz se otorgó la cartera de Educación y la de Energía, para retractarse al cabo de unos días. Finalmente, alguien próximo al Gobierno saliente fue nombrado ministro de Educación, “un hombre incapaz de decir no, que llevará a cabo una política educativa de continuidad”, predice nuestro expatriado.
Los birmanos están algo sorprendidos por la composición del Gobierno, en funciones desde el 1 de abril. Los tres ministros más jóvenes son los militares, responsables del Derecho Interior, de Defensa y de Asuntos Fronterizos. Por lo demás, los miembros del Ejecutivo tienen más de 60 años y la mayoría son funcionarios jubilados. La única mujer del equipo es Aung San Suu Kyi. Además de ejercer como responsable de Asuntos Exteriores, con lo que recibirá a mandatarios extranjeros y representará a Birmania por el mundo, la consejera especial del Estado dirige el Ministerio de Presidencia que, tradicionalmente, coordina la acción de Gobierno. Un puesto que, hasta la fecha, estaba ocupado por seis personalidades diferentes y que ha decidido que no salga del interior del Palacio presidencial, en Naypyidaw.
Este afán centralizador da la impresión de estar marcado por una importante improvisación, tal y como prueba que Aung San Suu Kyi rechace categóricamente cualquier contacto con la prensa extranjera. Hay quien habla ya de una eventual “reacción”, orquestada o no por el Ejército, ante las numerosas contradicciones del Gobierno. Por un lado, la ahora dirigente del país anunció el pasado 7 de abril una amnistía inminente para los prisioneros políticos. Por otro, en vísperas del año nuevo budista ha prohibido la instalación de estrados privados donde la población tiene la costumbre de echarse agua a la cara, en una atmósfera donde sexo y drogas están muy presentes. Indecente y demasiado alejado de la tradición religiosa, ha dicho. Mientras, su ministro de Cultura avisaba de que todos los que no son budistas seguirán siendo tratado como “ciudadanos de segunda”. El presidente saliente, Then Sein, debe de estar riéndose para sus adentros. Tan pronto como dejó el poder, se retiró a un monasterio, donde ha sido ordenado monje.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
Como en la parábola del Nuevo Testamento que inspiró a André Gide su novela La Porte étroite (La puerta estrecha) –“Espacioso es el camino que lleva a la perdición, pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y son pocos los que lo encuentran”–, la democracia birmana busca abrirse camino, entre improvisación, astucias y golpes bajos. La Liga Nacional para la Democracia (NLD) de Aung San Suu Kyi, que venció en las elecciones legislativas de noviembre de 2015, va poco a poco acaparando todo el poder que el Ejército le otorga. Pero los hombres de uniforme, dirigidos con mano de hierro por el jefe del Estado mayor, el general Min Aung Hlaing, permanecen al acecho.