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El cofundador de la campaña de boicot a Israel demuestra por qué la universidad israelí es "cómplice" de Netanyahu

Un manifestante durante una manifestación en apoyo a Palestina, a 25 de febrero de 2024, en Valencia, Comunidad Valenciana (España).

Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

En los campus franceses y americanos movilizados contra la guerra en la Franja de Gaza se repite una reivindicación: los estudiantes exigen que sus universidades corten todo vínculo con los medios académicos israelíes y con cualquier empresa que mantenga relaciones con el Estado hebreo. 

La demanda, que está suscitando un acalorado debate, demuestra que la campaña global BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), ha calado en todo el mundo, diecinueve años después de su lanzamiento. 

La BDS nació en julio de 2005, justo un año después de que el Tribunal Internacional de Justicia dictaminara que era ilegal el muro de separación construido por Israel en territorio palestino de Cisjordania y Jerusalén Este. El dictamen no surtió ningún efecto. Ciento setenta organizaciones palestinas muy variadas –sindicatos, asociaciones de mujeres, grupos de derechos humanos, redes de refugiados– hicieron entonces un llamamiento a un tipo de lucha no violenta que, en su opinión, había demostrado su eficacia contra el régimen de apartheid en Sudáfrica. 

Las tres modalidades de acción preconizadas se definen por el acrónimo. La "B" llama al boicot de las instituciones y empresas israelíes e internacionales que apoyan o se benefician del régimen de apartheid. Afecta a todos los ámbitos: político, económico, cultural, académico y deportivo. La "D" reclama la desinversión de todos los actores en instituciones y empresas que apoyen la política de Israel contra los derechos de los palestinos. La "S" pide a los gobiernos que sancionen a las autoridades israelíes mientras continúen esas políticas denunciadas. 

Mientras muchos gobiernos, incluido el francés, se oponen a estas reivindicaciones, Mediapart habló con Omar Barghouti, cofundador del BDS, que se encontraba de paso en París. 

Mediapart: Desde hace varias semanas, los campus de todo el mundo están ocupados por estudiantes que reclaman apoyo para los palestinos, piden un alto el fuego y exigen que sus instituciones rompan todo vínculo con establecimientos y empresas israelíes. ¿Empezó el BDS este movimiento? 

No. Se trata de un movimiento de base y no existe un mando central que dirija a los estudiantes. Por supuesto, está claro que adopta las exigencias del BDS, porque se centra en los derechos palestinos y promueve tácticas de boicot y desinversión para conseguirlo. 

En Estados Unidos, muchos líderes estudiantiles y docentes también están en contacto directo con el movimiento BDS, que es un movimiento semihorizontal muy laxo que funciona a través de socios. En Estados Unidos, uno de los principales es Jewish Voice for Peace, la mayor organización judía progresista del país. Sus secciones participan en campamentos estudiantiles de todos los Estados Unidos. 

En Francia, el vínculo con el BDS es menos directo. Aunque es cierto que la coalición BDS en Francia apoya la movilización en Sciences Po, la Sorbona y en todas partes. 

¿Cómo encaja el movimiento universitario con las consignas del BDS? 

Desde que existe el BDS, hace ya diecinueve años, estamos pidiendo el boicot académico a las instituciones israelíes, porque todas ellas son cómplices. El movimiento BDS no se dirige a individuos, sino a instituciones. El objetivo es la complicidad, no la identidad. Así que no nos dirigimos a los académicos, sino a las instituciones académicas israelíes. 

También pedimos la desinversión en empresas cómplices de la ocupación, los asentamientos, el apartheid, el genocidio que se está llevando a cabo actualmente en Gaza contra 2,3 millones de palestinos o cualquier otro crimen de guerra o crimen contra la humanidad cometido contra ellos. Una vez más, no importa quién sea la empresa. Puede ser francesa, china, israelí o americana. No importa. Si está implicada en violaciones de los derechos de los palestinos, tal y como los define el derecho internacional, la señalamos. 

Para los estudiantes activistas franceses, americanos, australianos, británicos o canadienses que quieran mostrar su solidaridad con los palestinos en sus instituciones, la forma más significativa de solidaridad es asegurarse de que su universidad no es cómplice de la opresión de los palestinos, ni la ayuda, la permite o se beneficia de ella. 

Hay dos formas de hacerlo: el boicot académico, que pone fin a todos los proyectos conjuntos con universidades israelíes cómplices, y la desinversión, que garantiza que la universidad no se abastece, compra, licita o contrata con empresas que favorecen la ocupación, ni invierte en ellas. 

Habla usted de la complicidad de las instituciones académicas israelíes con la ocupación. ¿En qué sentido cree que son cómplices? 

La lista es tan larga que me llevaría horas responder. Me gustaría mencionar el reciente libro de la antropóloga israelí Maya Wind, titulado Towers of Ivory and Steel (Torres de marfil y acero), que documenta la complicidad de las instituciones académicas israelíes con el sistema de colonialismo de asentamientos, apartheid y ocupación militar. Todo ello basado en una meticulosa investigación. 

No voy a hacer un resumen del libro, sólo dar algunos ejemplos. Las instituciones israelíes desde su creación siempre han sido diseñadas para ser un pilar del sistema de opresión y el diseño de armas y doctrinas que utiliza el ejército. Por ejemplo, la doctrina Dahiya, que se refiere a los suburbios del sur de Beirut, es una doctrina de fuerza desproporcionada desarrollada en la Universidad de Tel Aviv, con la participación del ejército y la industria militar israelíes. 

Otro ejemplo: el "código ético" del ejército israelí, que justifica matar a un gran número de civiles palestinos para atacar a un palestino "buscado", fue elaborado en la Universidad de Tel Aviv por Asa Kasher, el mayor y más famoso filósofo israelí especializado en ética. La elaboró con un general del ejército israelí. Ha sido duramente criticada por muchos especialistas en ética y organizaciones de derechos humanos. 

No habíamos visto tal nivel de silencio desde McCarthy en Estados Unidos contra el llamado "miedo rojo"

Antes de la movilización estudiantil, se produjeron las dos vistas ante el Tribunal Internacional de Justicia, la primera en enero, acusando a Israel de riesgo de genocidio en la Franja de Gaza, y la segunda en febrero, acusándolo de apartheid hacia los palestinos. ¿Cuál es su reacción? 

Es una victoria para el pueblo palestino que, tras décadas de colonialismo, apartheid y ocupación militar, por fin es escuchado por el Tribunal Internacional de Justicia, la más alta instancia jurídica del mundo. Eso es muy importante. Y no es sólo simbólico. 

La decisión del TIJ el 26 de enero indicando un riesgo plausible de genocidio cometido por Israel en Gaza tuvo un impacto enorme. Nosotros mismos quedamos muy sorprendidos. Por poner sólo algunos ejemplos, dos importantes empresas japonesas han puesto fin a su relación con Elbit Systems, la mayor empresa militar privada de Israel, citando la sentencia del TIJ.

Bolivia y Colombia han roto relaciones diplomáticas y el mes pasado Colombia detuvo sus importaciones militares de Israel. Hace unos días, Turquía ha decidido cesar todo comercio con Israel. Turquía es un importante socio comercial de Israel. 

Por lo tanto, la decisión del TIJ ha sido muy importante al reforzar el impacto del movimiento BDS, más de lo que habíamos visto hasta ahora. 

¿Y las empresas francesas? 

Carrefour y Axa son nuestros principales objetivos franceses. Hemos visto cómo se extendía el boicot a Carrefour en la región árabe: las franquicias de allí se quejan a la empresa matriz de Carrefour de que están perdiendo clientes a causa de la sucursal en Israel. Axa ha invertido en bancos y empresas israelíes implicados en los asentamientos y el sistema de apartheid [lo que la empresa ha negado recientemente, tras una acción del BDS].  

En los países occidentales, las manifestaciones de apoyo a Palestina y a la Franja de Gaza son a menudo combatidas, prohibidas y criminalizadas. ¿Le sorprende? 

En absoluto. Como activista de derechos humanos, llevo muchos, muchos años observando el declive del liberalismo y la democracia occidentales. He estudiado y vivido en Occidente, así que no me sorprende. Esta democracia siempre ha sido discriminatoria, un democracia que excluye a poblaciones no deseadas y permite el saqueo y la explotación del Sur. Nunca ha sido una verdadera democracia liberal, en el sentido de los ideales defendidos por ciertos intelectuales. 

La única sorpresa, debo admitir, es la magnitud y la rapidez de ese declive. Desde el comienzo del genocidio israelí se ha producido un colapso repentino, las máscaras se han caído de golpe. Ha sido escandalosa la represión de los gobiernos, el doble rasero en relación con Ucrania y la hipocresía de las llamadas democracias occidentales.  

Incluso a intelectuales judíos que defienden los derechos de los palestinos les han cancelado sus actos con el pretexto del "antisemitismo". Desde McCarthy en Estados Unidos no habíamos visto tal nivel de silencio contra el llamado "miedo rojo". Hoy existe miedo a Palestina en Occidente. 

Este nuevo macartismo es tan feo como el primero, tan represivo como el primero. Pero, como el primero, también refleja el hecho de que las potencias hegemónicas del Occidente colonial sienten que su hegemonía se desmorona. Así que actúan con una represión extrema, incluso con violencia, contra activistas estudiantiles pacíficos, contra oradores judíos que defienden los derechos palestinos, por no hablar de los palestinos y otras personas de color. Esta represión no tiene precedentes. 

A pesar de todo, parece usted optimista... 

Yo estudiaba en la Universidad de Columbia en 1985, cuando bloqueamos el Hamilton Hall, el mismo que ha sido ocupado por estudiantes la semana pasada. Entonces luchábamos contra el apartheid en Sudáfrica. Yo siempre llevaba una pancarta que decía "abolir el apartheid". Mis compañeros de ingeniería me preguntaban: "¿No tienes nada mejor que hacer? ¿Realmente crees que el apartheid en Sudáfrica se derrumbará, que será abolido durante tu vida? 

Y yo respondía: "No, es muy poderoso, lo apoyan Reagan y Thatcher". Pero lo hacía por deber internacionalista, para defender la justicia en todas partes del mundo. Porque un éxito en Sudáfrica sería un éxito para Palestina, un éxito para los negros americanos, para todos los movimientos por la justicia. Y luego he visto derrumbarse el apartheid. Nadie puede quitarme esa esperanza y decirme: "¡qué romántico eres, qué idealista!. ¿Crees que alguna vez serás capaz de derrotar al apartheid israelí?". Sí, lo conseguiremos.

 

 

Caja negra

Esta entrevista se realizó el 5 de mayo. Fue releída por Omar Barghouti, a petición suya, el 7 de mayo.

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Traducción de Miguel López

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