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Bajo las palmeras de Mar-a-Lago, en su majestuosa casa de Palm Beach, Florida, Donald Trump se dispone a tomar las riendas del imperio familiar. Oficialmente, delegó su gestión hace cuatro años mediante la creación de un fideicomiso controlado por sus hijos. El objetivo en ese momento era evitar los conflictos de intereses. En realidad, hasta su salida de Washington el pasado 20 de enero, el expresidente no dejó de mezclar sus intereses privados con el ejercicio de sus funciones públicas.
Durante sus cuatro años como presidente, Trump y su costoso dispositivo de seguridad se alojaron más de 500 veces en alguna de sus numerosas residencias, incluidos sus campos de golf y Mar-a-Lago, que visitó 145 veces, según cálculos de Crew (Citizens for Responsibility and Ethics in Washington), una organización sin ánimo de lucro que controla las cuestiones éticas.
La Presidencia le ha reportado a Donald Trump una pequeña fortuna, al menos ocho millones de dólares, sufragados en parte por el Gobierno de Estados Unidos, es decir, por los contribuyentes, según estimaciones de The Washington Post. El expresidente, al que le gusta exagerar sus éxitos empresariales, se encuentra hoy, paradójicamente, al frente de una multinacional debilitada.
Recesión ligada a la pandemia, cancelaciones de contratos en cascada, deudas, una investigación fiscal, procesos judiciales en Nueva York, la amenaza de un nuevo juicio en el Senado en un segundo procedimiento de impeachment desencadenado en respuesta al asalto al Capitolio, alejamiento de Deutsche Bank, principal acreedor de la Organización Trump... El futuro de Donald Trump y de la Trump Organization, que aglutina una miríada de entidades, parece un “campo de minas”, resume The New York Times.
La espinosa cuestión de los conflictos de intereses volvió a plantearse el mes pasado con la larga comparecencia, de casi cinco horas, de Ivanka Trump, la hija del expresidente, en una demanda civil de principios de 2020, tras las sospechas de sobrefacturación. Los hechos habrían tenido lugar en el distrito de Columbia, en el corazón del poder, en el hotel Trump de Washington.
El hotel Trump en Washington, antesala del poder
En 2017, el gran jefe optó por celebrar allí su investidura, con grandes gastos. El presunto sobrecoste de los fastos: algo más de un millón de dólares, pagados por el comité encargado de organizar el evento, un comité financiado principalmente por donantes privados a los que se les habría facturado de más por el alquiler del espacio en el hotel, situado a unos cientos de metros de la Casa Blanca.
Para el fiscal general (demócrata) responsable del caso, esta supuesta sobrefacturación de servicios relacionados con la investidura de Donald Trump constituye un “abuso de fondos sin ánimo de lucro”. Acusa a la “familia” de haberse “enriquecido” ilícitamente y exige que el millón de dólares en cuestión fuera reembolsado y donado a obras de interés público. Ivanka Trump, por su parte, se defiende de cualquier irregularidad y denuncia “una venganza” por motivos “políticos”.
Lobbies, grupos religiosos evangélicos, miembros del Congreso y dignatarios extranjeros, llegados por decenas, todos los que contaban con conseguir un favor del presidente desfilaron por el hotel Trump de Washington. A riesgo de este último grupo de intereses extranjeros de infringir la cláusula constitucional sobre los emolumentos que prohíbe a los presidentes de EEUU recibir beneficios en especie de Gobiernos externos.
Pero a pesar de los cientos de miles de dólares que generan los eventos celebrados en el hotel de Washington, incluidas las jugosas conferencias de la industria energética, entre otras, el establecimiento ha registrado pérdidas de 55,5 millones de dólares hasta 2018, según las declaraciones de impuestos del propio Donald Trump publicadas por The New York Times.
Una situación a la que la pandemia del covid-19 no ha contribuido. A finales de marzo, durante la primera ola de contagios, subestimada a sabiendas por el presidente, que quería evitar cualquier movimiento de “pánico”, el hotel Trump de Washington tenía una tasa de ocupación de apenas el 5% que, como todo el sector hotelero y turístico, se vio muy afectado por la crisis sanitaria.
Según siempre The New York Times, el expresidente garantizó personalmente préstamos y otras deudas por un total de 421 millones de dólares, la mayoría de los cuales vencen en los próximos cuatro años.
En Nueva York, la caída
Este endeudamiento hace vulnerable al grupo, pero también podría haber permitido al clan Trump optimizar sus inversiones obteniendo deducciones fiscales indebidas, 72,9 millones de dólares precisamente, que la Trump Organization podría tener que devolver en breve (con sanciones).
La opacidad del sistema contable de la Trump Organization intriga a la Justicia de Nueva York, que investiga un posible fraude (bancario y de seguros). Todas estas amenazas han empañado aún más la imagen de la marca Trump, ahora asociada a la extrema derecha y al violento asalto al Capitolio del 6 de enero.
“La imagen de la marca Trump se ha vuelto mucho más controvertida y polarizad”, afirma Tim Calkins, profesor de marketing de la Universidad Northwestern de Chicago. “Pero la percepción de una marca no cambia por sí sola. Sin acceso a las redes sociales, el reposicionamiento va a ser difícil para Donald Trump. Sobre todo porque los sectores que se han comportado bien durante la pandemia, la tecnología y el streaming, no están entre los sectores en los que ha invertido hasta ahora”.
Desde los disturbios del Capitolio que él mismo alentó, también se han multiplicado los anuncios de anulación de contratos. Nueva York, en particular, se plantea distanciarse del clan Trump, que gestiona varias concesiones de la ciudad, entre ellas la pista de patinaje Lasker, situada al norte de Central Park, no lejos de Harlem.
El 18 de enero, festivo en Estados Unidos, la pista estaba completa. Unas 60 personas se deslizan ese día sobre el hielo poco antes del cierre de la pista a las 16.00 horas, mientras son observados desde la larga cola de espera. Entre los que aguardan se encuentra una madre neoyorquina que está “muy contenta” de que las autoridades hayan decidido poner fin a su relación con los Trump. “Tengo amigos que no han ido a la pista en cuatro años”, dice. “Yo sigo viniendo por los niños. Es muy cómodo, vivimos justo al lado”, admite avergonzada, sin saber si volverá.
Los contratos con la ciudad de Nueva York, sin embargo, representan solo una pequeña fracción de los beneficios de la Trump Organization: 17 millones de dólares de los 434,9 millones de dólares de ingresos declarados por Donald Trump en 2018. La eventual pérdida de las concesiones de Nueva York tiene un carácter más bien simbólico. Al igual que la cancelación, en el vecino estado de Nueva Jersey, del torneo del Grand Slam de 2022, previsto inicialmente en el campo de golf de Bedminster de Donald Trump. Es la segunda vez que las autoridades del golf estadounidense (PGA) realizan este tipo de cancelaciones. La primera tuvo lugar en 2015, tras los comentarios racistas de Trump hacia los inmigrantes mexicanos.
Poco antes de abandonar Washington, en un último discurso el 20 de enero, Donald Trump advirtió a sus seguidores que estará “pronto [...] de vuelta” de una “forma u otra”. La posibilidad de lanzar un nuevo medio de comunicación para recuperar una gran audiencia tras haber sido vetado de Facebook y desconectado de Twitter (y sus 85 millones de seguidores) podría ser una posibilidad, según la prensa estadounidense. También la fundación de un nuevo partido conservador.
En cuanto a sus negocios, fuera de la política, el fin de su mandato presidencial le abre nuevas perspectivas de contratos en el extranjero, en Brasil, por ejemplo, donde la extrema derecha seguirá en el poder al menos hasta 2022.
En el plano nacional, el clan Trump podría, por otro lado, concentrarse en las inversiones en los llamados “red states”, los estados conservadores, como Florida. Los ingresos del Trump National Jupiter Golf Club aumentaron un 11,9% el verano pasado. A ese respecto, The New York Times titulaba el año pasado “Un año mejor” para los negocios de Trump; mucho antes de la derrota de Donald Trump, los disturbios y la desaparición de sus antiguos cortesanos.
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Traducción: Mariola Moreno
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