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'Interstate 4', la autopista que decide quién será el presidente de EEUU

Diana Turner (a la izquierda), en la caravana pro Trump de Winter Haven.

Vallas publicitarias de abogados, banderas de EEUU a ambos lados de la carretera, enlaces viarios por todas partes... A primera vista, la Interestatal 4 (o I-4) es una autopista norteamericana como cualquier otra.

Sin embargo, no tiene nada de trivial. Este eje viario de la década de los 60 atraviesa el centro de Florida, reina de los Swing States Swing States(estados pendulares) que ha votado a todos los vencedores de las presidenciales desde 1964 (excepto en 1992). Estado escrutado de cerca cada cuatro años por el mundo político, atraviesa una amplia variedad de condados que albergan al 40% de la población del Sunshine State, incluido un gran contingente de votantes que se consideran “independientes” (ni republicanos ni demócratas).

“Desde 1996, los candidatos que han ganado la mayoría de los condados a lo largo de la I-4 han ocupado la Casa Blanca. Es un indicador muy fiable”, explica James Clark, profesor de la University of Central Florida. “Incluye jubilados, centros de negocios y financieros, inmigrantes... Es un microcosmos de la nación. Este corredor viario puede dar un vuelco en un sentido o en otro. Es una línea divisoria entre el norte republicano de Florida y el sur demócrata. Decide qué camino tomarán el Estado y el país”, añade.

Elcorredor I-4 vertebra siete condados (Pinellas, Orange, Volusia, Osceola, Hillsborough, Polk y Seminole) y conecta zonas rurales conservadoras con vibrantes centros urbanos, como Orlando, y sus crecientes suburbios. En Tampa, punto de partida de los 213 kilómetros de la I-4 por el oeste, el voto militar será crucial. El condado de Hillsborough, donde se encuentra la ciudad, y su vecino Pinellas son conocidos en todo el país por sus bases militares y sus importantes comunidades de veteranos, atraídos por el calor de Florida que mima sus articulaciones.

En 2016, los dos condados tomaron diferentes direcciones. Hillsborough votó a Clinton, mientras que Donald Trump consiguió arrebatar Pinellas a los demócratas por una diferencia de 6.000 votos, que contribuyeron a su mínimo margen de victoria (113.000 votos) en Florida.

Jerry Green está decidido a que este escenario no vuelva a repetirse. El exmilitar, que participó en la operación Tormenta del Desierto en 1990, es el responsable local de VoteVets, una asociación que apoya las candidaturas de los veteranos progresistas de todo el país. En los próximos días, movilizará a un pequeño ejército de exmilitares para una gran operación puerta a puerta en los dos condados para convencer a los indecisos. “Hablar con un veterano puede marcar la diferencia. Su voz es respetada y escuchada”, precisa.

En su opinión, el apoyo a Donald Trump entre el electorado militar ha retrocedido. Y menciona un reciente sondeo del Military Times, un medio de comunicación independiente sobre la actualidad militar, según el cual el 49,9% de los encuestados tenían una opinión desfavorables sobre el jefe de los Ejércitos (frente al 37%, a finales de 2019).

Una tendencia sorprendente para un presidente republicano que ha aumentado el presupuesto militar. ¿Por qué? Jerry Green menciona el acercamiento a la Rusia de Vladimir Putin, pero también los numerosos insultos atribuidos al presidente contra los militares, empezando por el exprisionero de guerra y senador republicano John McCain. “Antes, los republicanos se habrían enfrentado a semejante comportamiento. Ahora están poniendo a Trump por delante del partido y del país, en ese orden”, lamenta Jerry Green.

Pero eso no es todo. A pesar de las palabras de Donald Trump, que se considera el campeón de los veteranos, Jerry Green sigue viendo cómo los exmilitares de la región caen en la pobreza debido a la falta de un apoyo psicológico y financiero adecuado.

A menos de una hora de Tampa, al sur de la I-4, se encuentra la pequeña localidad de Winter Haven, anidada en el siempre verde condado conservador de Polk. A mediados de septiembre, decenas de camionetas y coches decorados con banderas de “Trump 2020” aparcan frente a una iglesia local, que también alberga la sede del partido republicano del condado. Vienen a participar en un desfile pro Trump por las calles de la ciudad.

Diana Turner, católica y oriunda de Ecuador, respalda más que al presidente norteamericano. Como muchos hispanos conservadores, está entusiasmada con la reciente decisión de Trump de nombrar a la jueza conservadora Amy Coney Barrett para sustituir a la progresista Ruth Bader Ginsburg en la Corte Suprema, un gesto que podría tener profundas implicaciones en el derecho al aborto (si la candidata pasa todas las fases del proceso de nominación).

“Se dice que los hispanos y los negros deberían votar a los demócratas. No es así. Yo, por mi parte, soy provida [contraria al aborto]. No quiero que el Gobierno se meta en mis asuntos. He venido aquí para vivir el sueño americano, no para encontrarme en un país socialista”, dice, haciendo suyo un argumento a menudo esgrimido por los republicanos para describir la América que, en su opinión, Joe Biden y un partido demócrata que se ha vuelto demasiado radical quieren construir.

Las encuestas muestran que los resultados de Biden son peores entre el electorado hispano de Florida que los conseguidos por Hillary Clinton, en parte debido al fuerte apoyo cubano y venezolano a Donald Trump. “Biden apoya el aborto. No sé cómo se come eso cuando dice ser católico”.

Hace meses que las campañas de ambos candidatos surcan el corridor I-4. Han coincidido en la localidad de Kissimmee, al sur de Orlando. Este municipio ha experimentado un importante crecimiento demográfico en los últimos años con la afluencia de puertorriqueños que huyen de la pobreza de su isla, especialmente desde 2017 y los estragos del huracán María. Como resultado, la mitad de la población hispana de la ciudad y alrededores es puertorriqueña, lo que le ha valido al municipio el apodo de “Pequeño Puerto Rico".

Como ciudadanos estadounidenses, estos recién llegados pueden votar en noviembre y pueden marcar la diferencia en el estado en unos comicios muy ajustados. Joe Biden y Donald Trump lo han entendido a la perfección. El primero llegó a Kissimmee en septiembre para anunciar medidas para la reconstrucción de Puerto Rico y su apoyo a la idea de convertir la isla en un estado estadounidense de pleno derecho, mientras que el segundo anunció la liberación de 13.000 millones de dólares en ayudas, tres años después del paso de María.

Jonathan Khotan, que perdió a su abuelo por los efectos del huracán, votará a Biden. El joven puertorriqueño de Kissimmee, que se hizo famoso en la localidad por sus lives en la red social Facebook desde Puerto Rico después de María, no ha olvidado las imágenes de Donald Trump lanzando rollos de papel, como si fuese un jugador de baloncesto, a un grupo de víctimas del desastre durante un movimiento relámpago a través de la isla. “Lo recordamos. Al Gobierno de Trump le importan un bledo los puertorriqueños. Nos tratan como extranjeros aunque seamos ciudadanos estadounidenses”.

Un sentimiento que comparte Darlene Ramírez, la gerente puertorriqueña de la Casa del Artesano, una boutique-galería en el centro de Kissimmee que ofrece productos artesanales realizados por evacuados del María. “No me gusta la forma en que Donald Trump trata a los hispanos. Necesita aprender a ser más sensible con la diversidad. Me sentí insultada con el lanzamiento del rollo”, dice. Sin embargo, no significa que sea de Joe Biden. “Trump sabe de economía. Vamos a hablar, mi marido y yo, que es empresario, sobre lo que él y Biden pueden hacer por la próxima generación de puertorriqueños. Votaremos por el mejor de los dos o por el menos malo”.

Félix, que ronda los sesenta y tantos años, llegó a Kissimmee hace seis años para escapar de las penurias económicas de la isla, víctima de la corrupción y endeudada desde la crisis económica de 2008. Hablamos con él a orillas del lago Tohopekaliga, donde todos los de Kissimmee se reúnen para tomar el aire; él no votará a ninguno de los dos. “A Trump no le gustan los hispanos y Biden es demasiado viejo. ¡No está en su sano juicio!”.

No es el único que quiere quedarse en casa. “Puerto Rico es una isla donde la corrupción es galopante. La desconfianza hacia la clase política es importante. Los más modestos, que tienen dos o tres trabajos para vivir, no quieren oír hablar de política cuando salen de la isla”, explica Krizia Ivelisse López Arce, puertorriqueña de Orlando que llegó al país después de María para buscar trabajo. Ahora trabaja en la asociación La Mesa Boricua de Florida, que quiere movilizar al electorado portorriqueño, cuya participación en las elecciones de mitad de mandato de 2018 no fue tan alta como se esperaba. La mujer espera que la comunidad vote a Joe Biden el 3 de noviembre.

Grupos de discusión reunidos en la comunidad puertorriqueña muestran un alto nivel de sensibilidad de los votantes a los temas de inmigración y el tratamiento de los inmigrantes, temas sobre los que la Administración Trump fue fuertemente criticada durante cuatro años. “Somos ciudadanos americanos, pero nuestra primera lengua es el español. Nos enfrentamos a muchos obstáculos cuando venimos a Estados Unidos. Podemos identificarnos con la experiencia del inmigrante”, justifica. “Personalmente, no voy a dormir hasta que todo el mundo vote. Florida es un estado clave. Tenemos mucha presión. No quiero dar por supuesto que Joe Biden va a ganar. Tenemos que luchar todos los días”.

Ginny también tiene que luchar todos los días, pero no por lo mismo. Llegó aquí desde Puerto Rico antes que María en busca de un futuro mejor. Sentado en el aparcamiento de un motel, con una cerveza en la mano, piensa en volver a casa, porque ya no ve un futuro en Florida, un estado donde el covid ha causado estragos por la actitud de su gobernador republicano, Ron DeSantis, que decidió reabrir los negocios demasiado rápido en opinión de sus detractores.

“Es muy difícil encontrar trabajo. Si dentro de tres meses la situación no mejora, le pediré a mi madre que me compre un billete de vuelta a Puerto Rico”, explica el treintañero, que asegura haber estado viviendo en una tienda de campaña. Este paisajista, al que pagaban por día de trabajo, duerme en moteles baratos de la Highway 192, una autopista entre Orlando y Kissimmee que se ha convertido en un barómetro de la salud económica de la región.

Muy dependiente del turismo, esta última sufre las consecuencias del covid-19. A pesar del deseo de Ron DeSantis de reactivar la economía de nuevo rápidamente, los parques de atracciones sufren una serie de despidos y reducciones temporales de empleo.

Recientemente, el parque acuático SeaWorld anunció la salida de casi 2.000 empleados de Orlando. La tasa de desempleo en los condados de Orange y Osceola, donde se encuentran Orlando y Kissimmee, respectivamente, fue del 11,6% y el 15,1% en agosto, muy por encima de la media de Florida, que es del 7,4%.

Francisco Lassend, amigo de Ginny, admite: “¡Nunca había vivido en la calle antes de venir a Florida!”, explica este padre de familia negro. Ahora vive en un motel con su esposa y dos hijas, de 2 y 5 años. Por suerte, su esposa ha conseguido un pequeño trabajo que les permite pagar los 53 dólares diarios que cuesta la habitación.

¿Las presidenciales? “A pesar de las dificultades, están en mi mente”, asegura. Francisco no culpa a Donald Trump de su gestión de la crisis sanitaria. De hecho, está agradecido por los cheques de 1.200 dólares que el Gobierno federal envió a los contribuyentes al principio de la crisis. “Mi esposa no quiere votarle, pero nos ha dado más que Obama en ocho años. Es un hombre de negocios que es muy bueno en los negocios. Antes del covid, nos iba bien”.

“Ha cumplido sus promesas”

Emily Lartigue ve llegar al Cast Member Pantry a estos nuevos pobres cada semana. Esta empleada de Disney, que vuelve a trabajar en la administración de personal después de un tiempo en el paro, creó este banco de alimentos en el noroeste de Orlando para ayudar a los empleados de los parques de atracciones que se encuentran en una situación difícil. Ya ha servido casi 8.000 comidas desde su apertura en marzo y no va a parar.

Sobre todo porque el subsidio de desempleo en Florida –275 dólares semanales– no es suficiente para cubrir los gastos diarios y los posibles préstamos por los estudios universitarios o la compra de automóviles, que son muy comunes en los Estados Unidos.

“Muchos de estos trabajadores viven al día. No tienen ahorros. Vemos a personas que acuden a nosotros que no pueden permitirse llenar el depósito de gasolina”, explica este bebé Disney que se incorporó a la empresa después de completar un programa universitario para futuros empleados. “Hace siete años, mi primer trabajo en Disney fue como socorrista. No podía ahorrar miles de dólares. No sé qué habría hecho si el covid hubiera sido en aquel momento”.

No quiere revelar a quién votará en noviembre, pero quiere un presidente que “se tome en serio la economía e impulse los negocios. Estamos en un estado muy vulnerable. No puedo imaginar el peso que recae sobre los hombros de un líder porque la situación cambia todo el tiempo. Pero tenemos que tomar el virus en serio. Usar mascarilla es importante. Debemos escuchar a la ciencia y no seguir teorías de la conspiración”.

Millones de personas se han inscrito para votar a lo largo y ancho de la I-4, pero muchas otras no lo están porque no se les permite hacerlo. Este es el caso de muchos expresidiarios; una ley les impide votar hasta que hayan pagado todas las indemnizaciones relacionadas con su sentencia.

Esta medida de “supresión de votos” (voter suppression), existente en muchos estados republicanos, afecta en Florida a 800.000 “ciudadanos que regresan” (returning citizens). Si cada uno de ellos votara por Joe Biden (o Donald Trump), no habría incertidumbre sobre el resultado de la elección estatal.

En la oficina de la Florida Rights Restoration Coalition (FRRC) de Orlando, Marquis McKenzie, empresario al frente de la asociación en Florida Central, trabaja para asegurar que el mayor número posible de exreos puedan votar, independientemente de su color político. Encarcelado a la edad de 16 años por robo, pudo cumplir con sus obligaciones financieras gracias al apoyo de su familia.

Pero otros no tienen tanta suerte. “¡Conozco a una señora que debe 42 millones de dólares!”, dice. “Otros deben 20.000 o 30.000 dólares. Se trata de gastos relacionados con su defensa, administración o posible restitución. A veces no les importa porque no es su prioridad y no tienen que reembolsarlos. Se concentran en encontrar un trabajo y en llevar comida a la mesa. Pero no deberían tener que elegir entre votar y comer”, explica el Marqués McKenzie.

Varias personalidades (Michael Jordan, LeBron James, John Legend...) y el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg han donado fondos a la asociación para cubrir esos gastos, asumiendo que estos nuevos votantes votarán por los demócratas. Se recaudaron cuatro millones de dólares. Ese dinero permitió pagar las deudas de 4.000 personas. “Algunos de ellos van a votar por primera vez. Otros no han votado en 20 o 30 años”, continúa Marqués. Hasta ahora, ninguno de los candidatos lo ha convencido. “No he oído a ninguna de las partes hablar de los desafíos a los que se enfrentan los ciudadanos a su regreso para tener una vida decente”, precisa.

En dirección al norte, pasada la montaña artificial de Universal que domina la I-4, se encuentra otra ciudad en pleno auge apartada de los suburbios de Orlando. The Villages se describe como el sitio “más amigable de América”.

Esta comunidad de jubilados fundada en los años 80 se ha convertido en la ciudad más grande de Estados Unidos para personas mayores. Ambientada en un entorno de postal, esta “Disneylandia para mayores” ofrece a sus residentes una lista interminable de actividades y cuenta con docenas de campos de golf, unidos por pequeños caminos sinuosos bordeados de palmeras.

De hecho, sus más de 100.000 residentes parece que se desplazan todos en carritos de golf. Por la noche, se reúnen en las plazas de temática imprecisa (ambiente western, pueblo mexicano...) que componen The Villages para cenar y bailar. Aquí, todo el mundo (o casi) vota religiosamente a Donald Trump, a pesar de su gestión del covid-19, que pone en peligro a las personas mayores.

El sábado pasado, el flamante “cuartel general de la Victoria”, decorado con varios Trumps de cartón, estaba lleno a reventar. John Calandro, uno de los responsables del club Villagers for Trump, que tiene miles de miembros, ha hecho cálculos. Basándose en las elecciones pasadas y en el voto de los independientes “fiscalmente conservadores”, que tienden a apoyar a los republicanos, los tres condados que cubre The Villages (Lake, Marion, Sumter) “darán a Donald Trump el margen de votos necesario para ganar Florida”.

Esta base de fervientes seguidores explica la atención particular de que goza The Villages en la galaxia republicana. El propio Trump, pero también el vicepresidente Mike Pence y varios republicanos, se han desplazado hasta el lugar para hacer campaña. Donald Trump Jr tiene previsto acudir el 9 de octubre para presentar su nuevo libro.

En 2020, el voto Trump en The Villages se nutre del buen resultado de la economía (antes del covid), el temor a la violencia relacionada con las protestas del movimiento Black Lives Matter y el espectro de lo que los votantes de derechas llaman “socialismo”, una palabra peyorativa en Estados Unidos que se refiere a la perspectiva de un Estado omnipresente que Joe Biden y el partido demócrata, percibido como cada vez más radical, quisieran construir.

“El partido demócrata ha girado tanto a la izquierda”, suspira John Calandro, que se ha tomado la molestia de ponerse una camiseta del Paris Saint-Germain. “Esta no es la América en la que la gente de mi generación creció y nos permitió prosperar”.

Aunque los demócratas son minoría en The Villages, fundado por un rico hombre de negocios cercano a los republicanos, no se dejan avasallar. “Nos arrancan las pegatinas de Biden. Nos rayan los carritos de golf. Echan caca de perro en ellos...”, explica Chris Stanley, responsable del club democrático de The Villages.

Pese a la amenaza, ve “decenas” de republicanos llegar a inscribirse en las listas demócratas, a veces sin decírselo a sus parejas o amigos republicanos. Los demócratas han organizado recientemente dos desfiles (en coches de golf) para apoyar a Joe Biden.

Desde la elección de Donald Trump, Ed McGinty, un jubilado del sector inmobiliario, ha estado organizando manifestaciones en las calles The Villages. Se encarga de llevar carteles anti-Trump con mensajes floridos como “Todos los nazis y los miembros del KKK votaron a Trump”. “Soy el hombre más odiado de The Villages”, sonríe, sentado con dos amigos junto a sus carritos de golf.

Muchos automovilistas que pasan por aquí tocan el claxon en señal de apoyo, pero no siempre es así. Ed McGinty también ve muchas peinetas y escucha insultos. También se ha equipado con un espray de pimienta desde que fue agredido físicamente. Sin embargo, en los últimos días, sus protestas han recibido más apoyo que reacciones negativas. “Cuando pido a los republicanos que apuesten 100 dólares por la victoria de Donald Trump, nadie quiere poner un billete sobre la mesa”, explica.

Al este, la I-4 acaba (o empieza) en Daytona Beach. Esta ciudad balneario también es la cuna de Nascar, el organismo que gestiona las carreras de stock-cars en EEUU y en el resto del mundo. Después de meses difíciles a causa del covid-19, la ciudad recobra el color. Se esperan varios cientos de miles de personas en febrero de 2021 en el Daytona International Speedway, el mítico circuito ovalado de Daytona, para la Daytona 500, la legendaria carrera que marca el inicio de la temporada. Mientras tanto, los aficionados podrán realizar visitas guiadas al circuito y recorrer sus famosas curvas inclinadas, que permiten a los vehículos desplazarse a más de 300 kilómetros por hora.

Desde la primera campaña de Donald Trump en 2016, la comunidad Nascar, predominantemente blanca y masculina, ha encontrado un héroe en el multimillonario. Este no ha ocultado nunca su pasión por los deportes de motor, y el expresidente de Nascar, Brian France, nieto del fundador de la organización William France Sr. y varios pilotos han apoyado activamente al candidato. “El público de Nascar está formado por rednecks a los que les gusta la cerveza y no temen decir lo que piensan. Como Trump”, explica RJ Hauser, residente de Daytona Beach que participaba en una visita guiada al circuito. “Es un hombre de negocios. No es un político. Ha tenido el valor de enfrentarse a China”.

Por su parte, Danielle Downey ha crecido en Alabama, un Estado muy republicano del sur, donde las carreras de Nascar son una tradición: “Ha cumplido sus promesas y defendido nuestra herencia”, dice la mujer. No ha olvidado que el inquilino de la Casa Blanca protestó contra la prohibición de las banderas confederadas en las carreras Nascar, decretada en junio por la dirección, promovida por el único piloto afroamericano del circuito, Bubba Wallace Jr.

“Nuestros antepasados lucharon en la guerra civil. Cuando se destruyen las estatuas que representan figuras confederadas, nos afecta. Es como intentar borrar nuestro patrimonio”, subraya, en alusión al desmantelamiento de las estatuas de figuras sureñas proesclavistas desde la muerte de George Floyd a finales de mayo.

¿Por quién se decantarán los condados del corridor I-4? Nadie puede decirlo, sobre todo porque no hay encuestas para estos condados.

De momento, varios sondeos le dan a Joe Biden la victoria en Florida. “La participación será clave. La crisis del covid podría animar a algunos votantes a ir a las urnas”, opina James Clark. “En 2018, los republicanos consiguieron imponer a su gobernador en Florida, dos años después de la victoria de Donald Trump. La gran pregunta es si se moverán los demócratas este año”.

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Traducción: Mariola Moreno

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