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Giorgia es oriunda de Taranto, en Puglia. Estudió en Roma y hace tres años y medio que trabaja en Milán, en una empresa de marketing digital. Desde el comienzo del confinamiento en marzo, teletrabaja.
Dada la situación actual, en julio, cuando se fue de vacaciones a Puglia, decidió quedarse allí. Es una de las muchas trabajadoras del sur de Italia (southworkers) cuyo testimonio presenta Martina Derito en la pantalla de su teléfono. Derito, diseñadora gráfica de 28 años, estudió en Turín antes de volver a Palermo. Forma parte del núcleo duro de la asociación de promoción social Southworking –Trabajar en el Sur–, un grupo de una decena de voluntarios, de entre 25 y 35 años, que durante los meses del confinamiento soñaron con una Italia diferente.
Juntos intentan dar forma a un nuevo concepto, el southworking –derivado del término teletrabajo, que en italiano se denomina “smart working”–, es decir, desarrollar, en el Sur, la presencia de personas activas que puedan trabajar a distancia, apoyándolas y asesorándolas.
Si ha hecho falta un neologismo para designar el fenómeno, es porque no es algo sencillo para los italianos. En los últimos veinte años, la macrorregión del Mezzogiorno ha perdido más de 2.015.000 personas activas, según el último informe de Svimez, la Asociación para el Desarrollo de la Industria del Mezzogiorno. La mitad de ellos son menores de 34 años, una quinta parte han terminado estudios superiores.
En Italia, les atrae el Norte del país, especialmente Milán. En los últimos veinte años, la rica y dinámica capital de Lombardía ha recibido a casi 100.000 residentes de otras regiones italianas, especialmente del sur, según los cálculos del diario de negocios Il Sole-24 Ore. En el primer semestre de 2019, la zona centro-norte del país creó 137.000 puestos de trabajo, mientras que el sur perdió 27.000.
Conseguir que los jóvenes que trabajan vuelvan a vivir allí es un reto, más aún cuando se han ido al extranjero. Ausencia de oportunidades, falta de dinamismo, servicios deficientes, infraestructuras obsoletas; la lista de deficiencias en el sur del país es larga. Sin embargo, después de años pasados “fuera” –el término que utilizan a menudo los italianos de las regiones meridionales cuando salen de su región de origen–, muchos de ellos echan de menos la proximidad de familia y amigos, pero también la calidad de vida; el coste sigue siendo menor que en el resto del país mientras se disfruta del mar, del sol y de una vida menos estresante durante gran parte del año.
“Los beneficios deben ser mutuos, tanto para el empleador como para el empleado; para los trabajadores, significa la posibilidad de vivir en un lugar diferente del que normalmente trabajan, con un mejor equilibrio entre la vida personal y profesional, y una mejora del bienestar y de la calidad de vida percibida”, argumenta la presidenta de la asociación, Elena Militello. La idea es suya. Después de varias estancias en el extranjero, la más reciente como investigadora en Ciencias Sociales en Luxemburgo, tiene la posibilidad de pasar el confinamiento en Palermo, ciudad natal de la que salió diez años antes y proseguir con sus actividades a distancia.
“Para el empleador, significa una mayor productividad y, eventualmente, menores costes laborales”, dice. En Italia, el año pasado, el teletrabajo mejoró la productividad de los empleados un 15%, de media, según las cifras presentadas por la Escuela Politécnica de Gestión de Milán, que puso en marcha un observatorio del fenómeno en 2012. El 35% de los empleados también están más motivados si realizan teletrabajo, según el mismo estudio, y el ausentismo es menor.
“En Italia, país cuya tasa de productividad se sitúa entre las más bajas de Europa, esto puede cambiar la situación y atraer nuevas inversiones”, espera la presidenta de la asociación. Aunque el número de teletrabajadores italianos era sólo de 570.000 en 2019, el primer confinamiento ha cambiado completamente las cosas. En pocos días, casi 6,58 millones de italianos pasaron a trabajar desde casa, casi un tercio de la fuerza laboral. Desde el comienzo del nuevo año escolar, hay casi cinco millones.
“Estamos ante una oportunidad histórica que puede llevarnos a una nueva normalidad, con beneficios no sólo para el trabajo sino para todo el ecosistema de servicios, ciudades y territorios”, apuntaba Fiorella Crespi, directora del Observatorio del Teletrabajo en el Politécnico de Milán, durante una conferencia en línea pronunciada a principios de noviembre.
Ésta es precisamente la ambición del proyecto Southworking. “No queremos quedar relegados al rango de utopía del confinamiento”, defiende Elena Militello, “sino que se convierta en objeto de políticas públicas, de modificaciones de las leyes de teletrabajo vigentes y todavía muy limitadas”. Sobre todo, los jóvenes voluntarios desean poner en el centro de su reto una mejor distribución de la población activa en el territorio italiano. Por ejemplo, las empresas que establezcan su centro de operaciones en el sur del país pueden beneficiarse de una reducción del 30% en las cotizaciones de sus empleados.
La asociación propone que esta medida se extienda a las empresas que permiten a sus empleados teletrabajar en el sur por el mismo sueldo. “Nos gustaría contrarrestar las políticas de desarrollo clásicas del Mezzogiorno, es decir, desarrollar primero las infraestructuras como en el norte del país o en el extranjero, luego atraer a las empresas y, en último lugar, atraer a los trabajadores y luchar contra el desempleo”, explica la joven.
La asociación está convencida de que muchos trabajadores están interesados o incluso dispuestos a volver a su región de origen o a zonas más rurales, aunque las infraestructuras no estén al nivel de la de las grandes metrópolis. Para probar esta hipótesis, 1.800 trabajadores respondieron a un cuestionario online elaborado por el equipo de Southworking. Más del 80% de los encuestados se mostraban dispuestos a trabajar en el sur, de mantenerse su empleo.
“El sur es un contexto relativo. También nos contactaron personas de los valles en torno a Bérgamo, de ciudades en las afueras de Milán y de pequeños pueblos. Lo fundamental es la mejor distribución de los recursos en el territorio”, dice Elena Militello.
Con menos de 6.000 habitantes pero una vista sublime al mar turquesa desde las murallas del casco antiguo, Otranto, en Apulia, se suma al reto. El ayuntamiento ha alcanzado acuerdos con hoteles y restaurantes, ha abierto una biblioteca comunitaria, ha reforzado su WiFi, prometiendo meses de invierno soleados a los teletrabajadores. Ésta también es una forma de extender la temporada turística, que se ha visto socavada por la crisis sanitaria, atrayendo a un tipo diferente de viajeros.
En la provincia de Grosseto, en la Toscana, Santa Fiora, localidad de 2.500 habitantes, quiere convertirse en una “smart village”. A través de una convocatoria de proyectos, los teletrabajadores que quieran mudarse al pueblo pueden inscribirse hasta el final del año y recibirán una subvención del 50% del alquiler hasta un máximo de seis meses y 200 euros al mes.
En la redes sociales, los voluntarios de Southworking invitan a sus más de 7.300 seguidores a enumerar los lugares adecuados para debatir, compartir y trabajar a distancia... en grupos, convencidos de que el teletrabajo no debe aislar al trabajador sino, por el contrario, fomentar el encuentro y la emulación. Ya se han marcado más de cien en un mapa interactivo, desde el norte al sur del país.
“No todo el mundo puede teletrabajar”, admite Martina Derito, “pero la reubicación de algunos trabajadores en el sur podría estimular el crecimiento económico y crear nuevas empresas locales, incluso en sectores que actualmente no se ven afectados por este fenómeno”. Este será uno de los mayores desafíos, si se confirma la tendencia del teletrabajo en el sur, no crear un desarrollo de dos niveles que penalizaría a una parte de la población.
Elena Militello es consciente de la dificultad, teniendo en cuenta el ejemplo portugués de Lisboa: “La ciudad ha atraído a una gran comunidad de nómadas digitales, pero esto también ha llevado a la gentrificación de ciertos barrios, al aumento del coste de la vida de la población local y todavía se desconoce el impacto que esto tendrá a largo plazo”.
La asociación, que surge inicialmente para promover la idea del teletrabajo en el sur y crear un espacio de intercambios entre los trabajadores a distancia, decidió estudiar en profundidad el fenómeno a través de un observatorio. Han firmando convenios con universidades italianas, del ámbito del derecho a la sociología, del urbanismo a la economía o la arquitectura, pero también con bufetes de abogados especializados en derecho laboral, para poder apoyar con mayor eficacia a los trabajadores que deseen cambiar su forma de trabajo.
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Traducción: Mariola Moreno
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