Italia, un Ejecutivo decepcionante... como el sistema que lo ha hecho posible

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La web del diario La Repubblica abría este viernes con este titular: “Los mercados tranquilos: el spread se reduce, Piazza Affari sube un 2,7%”. Tranquilidad por tanto, la plaza financiera milanesa se recupera y la prima de riesgo, que se había disparado estos últimos días, vuelve a niveles razonables.

Todo un símbolo. La ultraderecha italiana se coloca al frente del país dando muestras de liderazgo; el Movimiento Cinco Estrellas que decía ser antisistema aterriza en el corazón de la maquinaria política, pero, ¡uf!, los mercados financieros responden bien.

La información está a la altura del folletín político que agita Roma desde hace tres semanas: en Bruselas, lo mismo que en los mercados, la preocupación política no era mucha en los últimos tiempos. Lo único que preocupaba era que el nuevo gobierno no pusiese trabas ni al liberalismo económico europeo ni a la sacrosanta moneda única.

De modo que la propuesta inicial de nombrar a Giuseppe Conte como presidente del Consejo –un jurista desconocido– y al economista Paolo Savona ministro de Finanzas –crítico con el euro– se rechazó el domingo por la noche. Los mercados enloquecieron y los dirigentes europeos multiplicaron las declaraciones alarmantes hasta pronunciar la muy explícita frase del comisario europeo para el Presupuesto: “Los mercados le enseñarán a los electores italianos a no votar a partidos populistas”, del alemán Günther Oettinger.

De inmediato el presidente de la República Italiana avanzaba una nueva propuesta: un exdirigente del FMI en la Presidencia del Consejo, Carlo Cottarelli, un Gobierno técnico que no tenía ninguna posibilidad de lograr el visto bueno del Parlamento y adelanto electoral. El escenario no calmó a los mercados. Al contrario.

El resultado es que las bestias negras han vuelto a la carrera –Giuseppe Conte al frente de la Presidencia del Consejo, Paolo Savona esta vez a Asuntos Europeos– y el Ejecutivo político está muy marcado por La Liga y Cinco Estrellas. El acuerdo se alcanzó el jueves y los miembros del Gobierno del que ya se conoce la composición completa juraban sus cargo este viernes por la tarde.

Los dos líderes, Luigi di Maio, del Movimiento Cinco Estrellas, y Matteo Salvini, de la Liga, son los maestros de ceremonias, cada uno como vicepresidentes del Consejo. El primero consigue, además, la cartera de Desarrollo económico, Industria y Trabajo, mientras que el segundo se encargará del Ministerio del Interior, un puesto estratégico para poner en marcha su hoja de ruta antiinmigrantes.

El nuevo Ejecutivo se ha repartido las carteras de forma equitativa entre ambas formaciones, que logran cinco ministros cada uno. Además, un ministerio recae en manos de una antigua integrante del partido postfascista Fratelli d’Italia, mientras que seis profesores o figuras procedentes de la Administración, sin filiación política, entran también en el Gobierno. Es el caso del ministro de Asuntos Extranjeros, Enzo Moavero Milanesi, que ya gobernó con Mario Monti y después con Enrico Letta. Es el caso, también, del titular de la importante cartera de Finanzas, confiada a un economista poco conocido, Giovanni Tria, presidente de la Escuela Nacional de Administración Italiana y profesor en la Universidad Romana de Tor Vergata. Se trata de un hombre crítico con la gobernanza económica de la UE, favorable a las inversiones públicas para apoyar el crecimiento, pero no contrario al euro.

Este nuevo Gobierno, resultado de una coalición impensable entre un partido de ultraderechas y un movimiento antisistema, y que no es “ni de derechas ni de izquierdas”, desdibuja las directrices políticas, italianas y europeas.

No hay duda de que al proponer una combinación de medidas sociales y de políticas antimigrantes, el programa, consensuado en el acuerdo de Gobierno alcanzado hace dos semanas, tiene algo de inédito en el continente. Pero hay algo que se ha puesto de manifiesto en este folletín rocambolesco: lo que crispaba a los europeos hoy es sólo el riesgo de un resbalón monetario y una eventual desestabilización de la moneda única. ¿Sorprende? La indignación no se debía a los tintes xenófobos de una Liga fuerte en Roma.

Efectivamente, las reacciones llegadas de Bruselas en las últimas tres semanas destacaban un aspecto irreal o peligroso de las medidas económicas pretendidas por los dos partidos. Bien es cierto que la aprobación de la flat tax (tipo impositivo único del 15-20%) reducirá notablemente los ingresos presupuestarios del Estado, mientras que la renta de ciudadanía y la anulación de la reforma de las pensiones aprobada en 2011 van a influir sobre el gasto.

¿Qué hay en cambio de la oposición a la Liga a una gestión europea de la cuestión de los refugiados? ¿Qué hay de su deseo de expulsar a “medio millón de demandantes de asilo” residentes actualmente en Italia? Sobre esta cuestión, los dirigentes europeos han evitado intervenir.

Entre bambalinas

Bruselas, que no ha impedido la deriva xenófoba de Orbán en Hungría, tiene también interés en delegar el trabajo sucio a Italia, a día de hoy principal puerta de entrada para los exiliados a Europa –después de Grecia, en 2015–. Que un discurso de Estado hostil a los migrantes se instale en Roma, le vale a estos dirigentes europeos, no sólo incapaces de hacer frente a una Europa central casi unánime a la hora de rechazar, desde hace casi tres años, la acogida de refugiados en su territorio, sino también a ellos mismos, cada vez más permeables a los discursos hostiles a los extranjeros. Baste como ejemplo la curiosa evolución de la CDU/CSU alemana, país que más se ha abierto, pese a todo, a la llegada de refugiados en 2015, o el acercamiento, en Austria, entre la derecha y la ultraderecha ahora en el poder.

Es Italia quien, en primer lugar, firmó un acuerdo bilateral con Libia para favorecer las “readmisiones” en este Estado fallido, donde se ha documentado muchas veces el tráfico de seres humanos en condiciones atroces de detención. Desde entonces, la Comisión Europea ha refrendado estas políticas al firmar, el año pasado, un acuerdo con este país para contener las salidas desde las costas libias.

Italia no deja, desde el año pasado, de instar a la solidaridad europea. En vano. Las políticas migratorias europeas cada vez más se afrontan desde el punto de vista de la seguridad y de la gestión limitada de las fronteras. Francia no es una excepción por cómo está cerrada hoy la frontera con Italia, en Ventimiglia y ahora en los Alpes, y los daños humanos que esta situación provoca (al menos dos muertos, a día de hoy).

La reacción del ministro eslovaco de Finanzas la semana pasada era reveladora en esa línea: Peter Kazimir escribía, en Twitter: “La eurozona necesita cooperación mutua, una cooperación dedicada a las reformas... lo antes posible. #Italia”. Eurozona, reformas... el vocabulario de los dirigentes europeos parece cuando menos limitado en el caso italiano.

La formación de esta mayoría inédita no consiste sólo en la llegada de los “horribles” al poder. También es el fruto del posicionamiento errático de los partidos tradicionales del tablero europeo y del estado de desreglamentación avanzado del sistema político italiano.

Porque hay que decirlo, pese a las contradicciones internas en el M5S y su evolución discutible, lo que aportaba al sistema político italiano era refrescante, caracterizada por el cuestionamiento del sistema en marcha que proponía: lucha antimafia y anticorrupción, tentativas de democracia directa,  rejuvenecimiento y feminización de la política.

Reacio a la división izquierda/derecha, este movimiento iconoclasta –al menos en sus comienzos– habría podido escribir, con socios más sensatos que la Liga xenófoba de Matteo Salvini, una nueva página en la historia política italiana. Su éxito en las elecciones del 4 de marzo se debe en gran parte a las medidas sociales y a la lucha antimafia que proponía a una población fragilizada por años de crisis económica. Cansados, Forza Italia y el Partido Demócrata declinaron sentarse con él en la mesa de negociaciones. Antes de eso, habían tratado por todos los medios convertirse en dique de contención, llegando a preparar una ley electoral antes de las elecciones para favorecer las coaliciones de “centro izquierda” o de “centro derecha” y cortar así la hierba en los pies del solitario M5S. La tentativa, como se ha demostrado, ha sido un fracaso, ya que Cinco Estrellas venció las legislativas, pero esto no impidió a las fuerzas tradicionales seguir haciendo bloque, estigmatizando y denigrando continuamente a la formación de Di Maio.

El resultado de estos bloqueos es esta alianza de la Liga-Cinco Estrellas: un compromiso para el M5S, una deriva inaceptable para un país fundador de la UE... pero también un regreso a la vieja política dietro le quinte –entre bambalinas, donde en los Gobiernos italianos se hacía y deshacía, desde la posguerra hasta los 90, antes de la Segunda República.

Se podría haber hablado, en el caso del PD, de una ocasión perdida. Era el partido más cercano, por naturaleza, al M5S, pero se hablará más de ceguera y de última caída. La que se da en el continente –en Grecia, en Francia, en España, en Alemania... El declive ineluctable de las fuerzas socialdemócratas alcanza a Italia y al resto de países.

Y como el resto de partidos, los socialdemócratas italianos se aferran a un clavo ardiendo y culpan al “populismo”, modo perezoso e indistinto de incluir diferentes partidos en el mismo saco, el de los antieuropeos poco recomendables.

Tras el anuncio de la alianza Liga-Cinco Estrellas, los dirigentes europeos y los grandes medios de comunicación han recurrido a menudo a esta etiqueta. Sin embargo, parafraseando a Frédéric Zalewski, el término populismo es impreciso y oculta realidades diferentes que conviene analizar con más precisión. Y resulta sobre todo útil para los rivales: “Es un atajo que permite contar una historia que da miedo, es una estructura narrativa. Se habla de auge de los populismos para tranquilizarse acto seguido; finalmente, los grandes partidos de Gobierno, con mucha frecuencia, siguen siendo válidos para gobernar y bien está lo que bien acaba”.

Esta vez, PD, Forza Italia y sus equivalentes europeos no han logrado un final feliz. ¿Qué seísmo político tendrá que producirse para que tomen conciencia de la necesidad de renovar sus filas, de mirar a las clases populares y adaptar sus programas a la marcha ultraliberal de nuestras economías y al rechazo que supone? A un año de las europeos, este statu quo y sus vinculaciones con el viejo sistema son decepcionantes. ________

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

   

La web del diario La Repubblica abría este viernes con este titular: “Los mercados tranquilos: el spread se reduce,  Piazza Affari sube un 2,7%”. Tranquilidad por tanto, la plaza financiera milanesa se recupera y la diferencia de la tasa de rendimiento a 10 años entre las obligaciones italianas y alemanas, que se había disparado estos últimos días, vuelve a niveles razonables.

Todo un símbolo. La ultraderecha italiana se coloca al frente del país dando muestras de liderazgo; el Movimiento Cinco Estrellas que decía ser antisistema aterriza en el corazón de la maquinaria política, pero ¡uf! Los mercados financieros responden bien.

La información está a la altura del folletín político que agita Roma desde hace tres semanas: en Bruselas, lo mismo que en los mercados, la preocupación política no era mucha en los últimos tiempos. Lo único que preocupaba era que el nuevo gobierno no pusiese trabas al liberalismo económico europeo y a la sacrosanta moneda única.

De modo que la propuesta inicial de nombrar a Giuseppe Conte como presidente del consejo –un jurista desconocido– y al economista Paolo Savona ministro de Finanzas –crítico con el euro– se rechazó el domingo por la noche. Los mercados enloquecieron y los dirigentes europeos multiplicaron las declaraciones alarmantes hasta pronunciar la muy explícita frase del comisario europeo para el Presupuesto: “Los mercados le enseñarán a los electores italianos a no votar a partidos populistas”, del alemán Günther Oettinger.

De inmediato el presidente de la República Italiana avanzaba una nueva propuesta: un exdirigente del FMI en la Presidencia del Consejo (Carlo Cottarelli), un gobierno técnico que no tenía ninguna posibilidad de lograr el visto bueno del Parlamento y adelanto electoral. El escenario no calmó a los mercados. Al contrario.

El resultado es que las bestias negras han vuelto a la carrera –Giuseppe Conte al frente de la Presidencia del Consejo; Paolo Savona, esta vez a Asuntos Europeos– y el ejecutivo político está muy marcado por La Liga y Cinco Estrellas. El acuerdo se alcanzó el jueves y los miembros del Ejecutivo del que ya se conoce la composición completa juraban sus cargo este viernes por la tarde.

Los dos líderes, Luigi di Maio, del Movimiento Cinco Estrellas, y Matteo Salvini, de la Liga, son los maestros de ceremonias, cada uno como vicepresidentes del Consejo. El primero consigue, además, la cartera de “desarrollo económico, industria y trabajo”, mientras que el segundo se encargará del Ministerio del Interior, un puesto estratégico para poner en marcha su hoja de ruta antiinmigrantes.

El nuevo Ejecutivo se ha repartido las carteras de forma equitativa entre ambas formaciones, que logran cinco ministro cada uno. Además, un ministerio recae en manos de una antigua integrante del partido postfascista Fratelli d’Italia, mientras que seis profesores o figuras procedentes de la Administración, sin filiación política, entran también en el Gobierno. Es el caso del ministro de Asuntos Extranjeros, Enzo Moavero Milanesi, que ya gobernó con Mario Monti y después con Enrico Letta. Es el caso, también, del titular de la importante cartera de Finanzas, confiada a un economista poco conocido, Giovanni Tria, presidente de la Escuela Nacional de Administración Italiana y profesor en la Universidad Romana de Tor Vergata. Se trata de un hombre crítico con la gobernanza económica de la UE, favorable a las inversiones públicas para apoyar el crecimiento, pero no contrario al euro.

Este nuevo Gobierno, resultado de una coalición impensable entre un partido de ultraderechas y un movimiento antisistema y que no es “ni de derechas ni de izquierdas”, desdibuja las directrices políticas, italianas y europeas.

No hay duda de que al proponer una combinación de medidas sociales y de políticas antimigrantes, el programa, consensuado en el acuerdo de Gobierno alcanzado hace dos semanas, tiene algo de inédito en el continente. Pero, hay algo que se ha puesto de manifiesto en este folletín rocambolesco: lo que crispaba a los europeos hoy es sólo el riesgo de un resbalón monetario y una eventual desestabilización de la moneda única. ¿Sorprende? La indignación no se debía a los tintes xenófobos de una Liga fuerte en Roma.

Efectivamente, las reacciones llegadas de Bruselas en las últimas tres semanas destacaban un aspecto irreal o peligroso de las medidas económicas pretendidas por los dos partidos. Bien es cierto que la aprobación de la flat tax (tipo impositivo único del 15-20%) reducirá notablemente los ingresos presupuestarios del Estado, mientras que la renta de ciudadanía y la anulación de la reforma de las pensiones aprobada en 2011 van a influir sobre el gasto.

¿Qué hay en cambio de  la oposición a la Liga a una gestión europea de la cuestión de los refugiados? ¿Qué hay de su deseo de expulsar a “medio millón de demandantes de asilo” residentes actualmente en Italia? Sobre esta cuestión, los dirigentes europeos han evitado intervenir.

Entre bambalinas

Bruselas, que no ha impedido la deriva xenófoba de Orbán en Hungría, tiene también en delegar el “trabajo sucio” a Italia, hoy puerta principal de entrada para los exiliados a Europa –por detrás de Grecia en 2015–. Que un discurso de Estado hostil a los migrantes se instale en Roma, le vale a estos dirigentes europeos, no sólo incapaces de hacer frente a una Europa central casi unánime a la hora de rechazar, desde hace casi tres años, la acogida de refugiados en su territorio, sino también a ellos mismos, cada vez más permeables a los discursos hostiles a los extranjeros. Baste como ejemplo la curiosa evolución de la CDU/CSU alemana, país que más se ha abierto, pese a todo, a la llegada de refugiados en 2015, o el acercamiento, en Austria, entre la derecha y la ultraderecha ahora en el poder.

Es Italia quien, en primer lugar, firmó un acuerdo bilateral con Libia para favorecer las “readmisiones” en este Estado fallido, donde se ha documentado muchas veces el tráfico de seres humanos en condiciones atroces de detención. Desde entonces, la Comisión Europea ha refrendado estas políticas al firmar, el año pasado, un acuerdo con este país para contener las salidas desde las costas libias.

Italia que no deja, desde el año pasado, de instar a la solidaridad europea. En vano. Las políticas migratorias europeas cada vez más se afrontan desde el punto de vista de la seguridad y de la gestión limitada de las fronteras. Francia no es una excepción por cómo está cerrada hoy la frontera con Italia, en Ventimiglia y ahora en los Alpes y los daños humanos que esta situación provoca (al menos dos muertos, a día de hoy).

La reacción del ministro eslovaco de Finanzas la semana pasada era reveladora en esa línea: Peter Kazimir escribía, en Twitter: “La eurozona necesita cooperación mutua, una cooperación dedicada a las reformas... lo antes posible. #Italia”. Eurozona, reformas...: el vocabulario de los dirigentes europeos parece cuando menos limitado en el caso italiano.

La formación de esta mayoría inédita no consiste sólo en la llegada de los “horribles” al poder. También es el fruto de las posicionamiento errático de los partidos tradicionales del tablero europeo y del estado de desreglamentación avanzado del sistema político italiano.

Porque hay que decirlo, pese a las contradicciones internas en el M5S y su evolución discutible, lo que aportaba al sistema político italiano era refrescante, caracterizada por el cuestionamiento del sistema en marcha que proponía: lucha antimafia y anticorrupción, tentativas de democracia directa,  rejuvenecimiento y feminización de la política.

Reacio a la división izquierda/derecha, este movimiento iconoclasta –al menos en sus comienzos– habría podido escribir, con socios más sensatos que la Liga xenófoba de Matteo Salvini, una nueva página en la historia política italiana. Su éxito en las elecciones del 4 de marzo se debe en gran parte a las medidas sociales y a la lucha antimafia que proponía a una población fragilizada por años de crisis económica. Cansados, Forza Italia y el Partido Demócrata declinaron sentarse con él en la mesa de negociaciones. Antes de eso, habían tratado por todos los medios convertirse en dique de contención, llegando a preparar una ley electoral antes de las elecciones para favorecer las coaliciones de “centro izquierda” o de “centro derecha” y cortar así la hierba a los pies del solitario M5S. La tentativa, como se ha demostrado, ha sido un fracaso, ya que Cinco Estrellas venció las legislativas, pero esto no impidió a las fuerzas tradicionales seguir haciendo bloque, estigmatizando y denigrando continuamente a la formación de Di Maio.

El resultado de estos bloqueos es esta alianza de la Liga-Cinco Estrellas: un compromiso para el M5S, una deriva inaceptable para un país fundador de la UE... pero también un regreso a la vieja política dietro le quinte –entre bambalinas, donde en los Gobiernos italianos, se hacía y deshacía, desde la posguerra hasta los 90, antes de la Segunda República.

Se podría haber hablado, en el caso del PD, de una ocasión perdida. Era el partido más cercano, por naturaleza, al M5S, pero se hablará más de ceguera y de última caída. La que se da en el continente –en Grecia, en Francia, en España, en Alemania...– El declive ineluctable de las fuerzas socialdemócratas alcanza a Italia y al resto de países.

Y como el resto de partidos, los socialdemócratas italianos se aferran a un clavo ardiendo y culpan al “populismo”, modo perezoso e indistinto de incluir diferentes partidos en el mismo saco, el de los antieuropeos poco recomendables.

Tras el anuncio de la alianza Liga-Cinco Estrellas, los dirigentes europeos y los grandes medios de comunicación han recurrido a menudo a esta etiqueta. Sin embargo, parafraseando a Frédéric Zalewski, el término populismo es impreciso y oculta realidades diferentes que conviene analizar con más precisión. Y resulta sobre todo útil para los rivales: “Es un atajo que permite contar una historia que da miedo, es una estructura narrativa. Se habla de auge de los populismos para tranquilizarse acto seguido; finalmente, los grandes partidos de Gobierno, con mucha frecuencia, siguen siendo válidos para gobernar y bien está lo que bien acaba”.

Esta vez, PD, Forza Italia y sus equivalentes europeos no han logrado un final feliz. ¿Qué seísmo político tendrá que producirse para que tomen conciencia de la necesidad de renovar sus filas, de mirar a las clases populares y adaptar sus programas a la marcha ultraliberal de nuestras economías y al rechazo que supone? A un año de las europeos, este statu quo y sus vinculaciones con el viejo sistema son decepcionantes.

 

Traducción: Mariola Moreno

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La web del diario La Repubblica abría este viernes con este titular: “Los mercados tranquilos: el spread se reduce, Piazza Affari sube un 2,7%”. Tranquilidad por tanto, la plaza financiera milanesa se recupera y la prima de riesgo, que se había disparado estos últimos días, vuelve a niveles razonables.

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