Jean Marie Le Pen, el precursor de la ola ultra que vaticinó que se podía cambiar Francia sin gobernarla
Jean-Marie Le Pen ha fallecido este martes 7 de enero a la edad de 96 años. Su epitafio podría ser una de sus frases favoritas: “Soy el hombre más odiado de Francia”. No era una fanfarronada. En una sociedad muy derechizada, quizás a los más jóvenes les cueste entender hasta qué punto fue divisivo el hombre al que el historiador Grégoire Kauffmann ha bautizado para siempre como “el diablo de la República”.
Los que le odiaban y los que le adoraban pueden estar de acuerdo en una cosa: este cesarista demostró que, incluso con instituciones tan centralizadas como las de la V República, era posible cambiar Francia sin gobernarla. Le Pen ha sido, evidentemente, una novela, pero también un increíble descubridor de la sociedad francesa y un singular despertador de las pasiones de extrema derecha del país.
Su primera y más larga pasión política fue su odio al gaullismo, lo que no le impidió pedir el “sí” en el referéndum de 1962 para elegir al presidente de la República por sufragio universal directo. Así pues, la cuestión no eran las instituciones, que eran la base del pensamiento gaullista, sino la idea de que el general había representado la sedición contra Pétain.
La idea de fondo era que la unidad nacional gaullista no era más que un factor de división, porque no correspondía a la concepción orgánica de la nación querida por la extrema derecha, algo que Le Pen repitió en su best-seller Memorias, sin llegar nunca a elaborar un texto doctrinario.
En cuanto a las instituciones, se vengó sin llegar al poder, consiguiendo provocar numerosas alternancias en un sistema electoral inventado para garantizar la estabilidad. En cuanto a De Gaulle, persiguió a los que pretendían reivindicarle, con la ironía final de que fue eliminado políticamente por Florian Philippot, que construyó su marca política captando indebidamente esa herencia.
Un ego inmenso
En entrevistas exclusivas con Robert Ménard, Le Pen explicaba la negativa de Jacques Chirac a aliarse con él por el hecho de que éste había descubierto antes de las elecciones presidenciales de 1988 que en realidad era de ascendencia judía. Del mismo modo, Le Pen, que inicialmente no sentía ninguna animadversión hacia Israel, se volvió hostil no por razones ideológicas, sino porque la oposición de las autoridades israelíes a que visitara su país se debía a un complot judío contra él. Así era Le Pen: esquemas de extrema derecha estructuraban su visión del mundo, pero puestas a disposición de un inmenso ego.
Las razones de su ego son diversas. Las vinculadas a la sensación de haber conocido todo, pero no lo suficiente, de su padre: barcos de pesca, minas, el Barrio Latino, mujeres, guerras... y él, que hablaba tanto de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Argelia, guardaba silencio sobre la que libró en Indochina que sólo cabe sospechar que ahí hay algo oculto.
Le Pen veía su vida como una aventura en la que él era el héroe. Tenía un sentimiento de superioridad cultural sobre muchos políticos, que no era inexacto, pero se basaba en gran medida en lo que había aprendido en su juventud. Era una cultura clásica que impresionaba al parroquiano con sus locuciones latinas, pero que ignoraba deliberadamente todas las humanidades y las ciencias sociales.
Su ambición era más comedida que su amor propio: según su antiguo colaborador Roland Gaucher, que mantenía con él una relación compleja, había soñado con ser ministro de Defensa de Jacques Chirac en 1986, y luego con clasificarse para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 1988. Pero parece que nunca pensó muy seriamente en dirigir Francia.
Le Pen siempre dijo que era mejor perder con sus ideas que ganar con las ajenas
Jean-Marie Le Pen tenía lo que podría llamarse complejo de Drácula: le gustaba haber sido dado por muerto y enterrado tantas veces, cruzar desiertos y océanos, y volver siempre más fuerte para asustar a los que están a plena luz. Cuando nadie quiere conocerte oficialmente, pero todos quieren conocerte discretamente, sólo te queda disfrutar siendo el “diablo de la República”.
Le Pen siempre dijo que era mejor perder con las ideas propias que ganar con las ajenas, y también una de esas frases que le gustaba repetir, la de que era “extremadamente recto”. Tras muchas aventuras grupusculares, unió su nombre al partido con el que se confundiría durante décadas: el Frente Nacional (FN).
Jean-Marie Le Pen sacó a la extrema derecha del purgatorio. En la época de la Liberación, no sólo estaban prohibidos los movimientos de extrema derecha, sino que incluso podía hablarse de delito de indignidad nacional por propaganda a favor del “racismo”. Aunque fue el diputado más joven de Francia en 1956, vio cómo su bando se hundía en la insignificancia: en conjunto, las distintas listas de extrema derecha representaron el 0,92% de los votos en las elecciones legislativas de 1967.
Le Pen se convenció a sí mismo, e hizo creer a muchos, que sólo él tenía el mérito de haber fundado el FN en 1972, en la perspectiva de los partidos que también llevaban el nombre de “Frente Nacional” y que había dirigido durante la guerra de Argelia. Sólo él habría denunciado la inmigración, reuniendo pacientemente a las fuerzas nacionalistas dispersas e instalándolas en la vida pública. En esa perspectiva todo era falso.
Fueron los neofascistas de Orden Nuevo (ON) quienes fundaron el FN y buscaron a Le Pen para que fuera uno de sus tres co-presidentes. Cuando, en las primeras semanas, intentó adelantarles, el ex colaborador François Brigneau fue enviado por ON, junto con un documento de la dirección en el que se aseguraba que Brigneau sería presidente del FN si Le Pen no se comprometía.
Fue luego su mano derecha, el ex colaborador Victor Barthélemy, quien construyó la propaganda del FN para que se convirtiera en “el partido de Jean-Marie Le Pen”. Al principio no creía en el tema de la inmigración, que casi le fue impuesto por su siguiente número dos, François Duprat. Sólo consiguió reunir a su familia política a base de mucha paciencia, sobre todo tras las primeras victorias en Dreux, en 1982, conseguidas por Jean-Pierre Stirbois, su siguiente número dos. El electorado que consagró definitivamente a Jean-Marie Le Pen en la escena electoral en las elecciones europeas de 1984 no era en absoluto el de gente corriente en contacto con inmigrantes: los mejores resultados se consiguieron en lugares como Neuilly-sur-Seine y el distrito XVI de París.
El líder y sus votantes
Pero fue Le Pen quien consiguió, por primera vez en la historia política francesa, no sólo asegurar la unidad de la extrema derecha, sino también su éxito electoral. Hasta que su número dos, Bruno Mégret, se separó de él a finales de 1998, Le Pen fue el árbitro y el punto de equilibrio de todos los partidos. La ruptura se debió principalmente a que el presidente del FN parecía querer presentarse únicamente a las campañas presidenciales, en detrimento de las demás, y sin querer siquiera ganarlas. Sin embargo, fue tal su fuerza impulsora del voto que en las elecciones de 1988 y 1989 hubo listas frentistas que se presentaron bajo el nombre de “LEPEN”, por “Liste entente populaire et nationale”.
Pero no se entendía el culto a su personalidad. Cuando hizo campaña a finales de los años 80, con sus podios piramidales y sus entradas con antorchas, hubo gritos de fascismo: estaba claro que se buscaba el efecto, tanto en sus dimensiones atractivas como repulsivas, pero al mismo tiempo, los comentaristas seguían diciendo que se trataba de un “voto de protesta”. En realidad, la alquimia era más compleja.
En 1984, el 49% de los votantes del FN en las elecciones europeas eligieron votar al FN por Le Pen; en las elecciones presidenciales de 1995, sólo lo hizo el 18%, aunque el 60% había elegido a Le Pen por su programa. A modo de comparación, el 46% del electorado del primer ministro saliente Édouard Balladur le había votado por su personalidad, y el 39% por su programa.
Así que, objetivamente, son más los votantes lepenistas que se comprometen con el proyecto: decir que protestan o que siguen a un líder carismático es simplista. Del mismo modo, la candidata Marine Le Pen, sobrevalorada durante años por dar credibilidad al FN, consigue peores resultados que su padre entre los licenciados y los profesionales. Los jóvenes que se incorporaron para aprovecharse del FN entre 2011 y la destitución de Florian Philippot en 2017, y que sostenían que Jean-Marie Le Pen estaba dañando la credibilidad del partido, bien merecían el desprecio del que fuera diputado poujadista.
Sin embargo, su talento político no era en absoluto el de un visionario, cualidad que, incluso en el peor momento de su relación, su hija seguía reconociendo públicamente para demostrar que el FN había sido el primero en la cuestión migratoria. El hombre al que le gustaba repetir “yo tenía razón” y presentarse como adivino se equivocó toda su vida en sus predicciones electorales: se limitaba a cambiar su profecía a posteriori, pero los innumerables ingenuos que pueblan las sedes políticas y las redacciones seguían regocijándose por su clarividencia.
¿Qué es el lepenismo?
Si el lepenismo ha perdurado es porque ha tenido varias dimensiones.
Nada más inexacto que el eslogan lepenista: “Él dice alto y claro lo que tú piensas en silencio”. De hecho, Le Pen iba un paso por delante. Sus provocaciones racistas creaban tal alboroto mediático que quienes consideraban que la inmigración era un problema pudieron decirse a sí mismos que no eran tan violentos ideológicamente, pero que seguían siendo legítimas sus protestas. Con sus ocurrencias, Le Pen practicó la mayéutica sobre los votantes, ayudándoles a crear su rechazo al diferente y su ruptura con el sistema político y cultural imperante.
Ofrecía al electorado una oportunidad imprevista para las instituciones, demostrando que el FN es un “partido lobby”. No había necesidad de poner aventureros en el poder (en los años 90, hasta el 75% de los encuestados pensaban que era un peligro para la democracia): ofreciéndoles una minoría de bloqueo, las mayorías parlamentarias eran derrotadas y las nuevas se apresuraban a hacer nuevas leyes sobre inmigración y seguridad; en otras palabras, los votantes obtenían el cambio legislativo que querían sin la contrariedad de tener extremistas en el poder. Ese proceso acabó con Manuel Valls y Laurent Wauquiez, es decir, la agonía de la izquierda y la derecha de gobierno y de convicción. Luego vino la confusión... y ahora la extrema derecha está a las puertas del poder.
Para resquebrajar el sistema político, Jean-Marie Le Pen no tuvo que elaborar una doctrina. Sirvió sinceramente al movimiento nacional-populista, surgido en la década de 1880 como reacción a la pérdida por Francia de Alsacia-Lorena tras la guerra franco-prusiana. Le Pen supo introducir en este marco las angustias de la transnacionalización y la posmodernidad, exacerbando la cultura unitaria francesa como respuesta.
Jean Marie Le Pen, fundador del partido de extrema derecha francesa Frente Nacional, muere a los 96 años
Ver más
La nostalgia tiene futuro.
Traducción de Miguel López