Desde el comienzo de la invasión rusa en febrero de 2022, la posición de Estados Unidos no se ha desviado de las directrices definidas desde el principio por Joe Biden: no implicación directa de tropas americanas; cumplimiento de los compromisos con los aliados de la OTAN y respuesta transatlántica, incluidas unas sanciones sin precedentes; y apoyo a Ucrania para ayudarla a defenderse de la invasión y la amenaza de aniquilación.
A medida que se han ido sucediendo los combates y los fracasos rusos, también ha ido aumentando el imperativo de evitar a toda costa una escalada nuclear por parte de Putin y un conflicto directo entre Rusia y la OTAN.
Aunque Biden se ha referido a veces a la guerra como "la lucha de la democracia contra el autoritarismo", la narrativa dominante en Estados Unidos, en la Casa Blanca, en los medios de comunicación y en la opinión pública, es la del apoyo a un país amigo invadido por su vecino, cuando no lo estaba amenazando, y cuya sociedad entera se defiende valientemente, dirigida por un presidente que la guerra ha revelado como un Churchill de la era del Twitter. Es importante recordar esto porque es un aspecto crucial para la opinión americana y en general para el imaginario al otro lado del Atlántico. Los parlamentarios que apoyan o incluso exigen más apoyo del gobierno (misiles de largo alcance, F16), que siguen siendo mayoría, invocan siempre el heroísmo y el valor de la resistencia del pueblo ucraniano.
El objetivo de Washington es simple: defender el derecho de Ucrania a existir en el mapa, a ser una democracia y a entrar en la Unión Europea si lo desea, capaz de defenderse y de garantizar la seguridad de su población. Un objetivo de justicia, también, recordado por Kamala Harris en Múnich, que calificó de "crímenes contra la humanidad" las acciones cometidas por las fuerzas rusas en Ucrania.
Pero frente a la masa humana e industrial de Rusia, ayudada por Irán, Corea del Norte y, al parecer, China, Ucrania sólo puede resistir con la ayuda militar occidental, hasta ahora mayoritariamente americana. A finales de diciembre de 2022, el Congreso saliente votó a favor de conceder 45.000 millones de dólares adicionales, con lo que la ayuda total de Estados Unidos en 2022 asciende a 113.000 millones de dólares, 55.000 de ellos en ayuda militar. Washington espera que esto sea suficiente para un año más o menos.
Por el momento nada más se sabe, debido a la nueva ecuación política nacida de las recientes elecciones de medio mandato: el Congreso está ahora dividido, con una Cámara con una estrecha mayoría republicana que da mucho poder a una docena de extremistas trumpistas contrarios al apoyo americano a Ucrania. Conviene recordar aquí que Estados Unidos, como todo el mundo, no pensaba que Putin invadiría todo el país con toda su fuerza militar; y como todo el mundo también, Estados Unidos no imaginaba semejante resistencia ucraniana. Así que esta espectacular ayuda no es en absoluto algo que el equipo de Biden tuviera previsto. Su continuación depende en última instancia de la opinión pública americana, una variable clave en la duración de la guerra.
Trump se está posicionando como el único candidato "antibelicista" frente a sus adversarios republicanos en las primarias.
Ucrania, en su desgracia, tuvo suerte de encontrar en Washington a un presidente experimentado en política exterior, y el más atlantista de los tres últimos jefes de Estado norteamericanos. Al igual que sus dos predecesores, Joe Biden quería desviar la atención de Estados Unidos de Europa y Rusia para concentrarse en la competencia con China, estabilizar las relaciones con Moscú (ése era el objetivo de la cumbre de Ginebra de junio de 2022) y dejar que los europeos asumieran más responsabilidades en su continente. La invasión rusa puso de manifiesto la vacuidad de la autonomía estratégica europea y el deseo de casi todos los países de la UE de conservar la garantía de seguridad americana. El presidente Biden respondió a la llamada.
Un año después, su presidencia está ligada al destino de Ucrania y el curso de la guerra pesará en su historial y en su reelección. El año 2024 será un año de campaña presidencial para el país y para Joe Biden, que se presentará de nuevo, y podría encontrarse de nuevo frente a Donald Trump. Pero Trump se está posicionando como el único candidato "antibelicista" frente a sus adversarios republicanos en las primarias, hostil al apoyo a Ucrania, que tantas veces ha hablado de su respeto o incluso admiración por Putin.
Una política reactiva y limitada
Biden no se ha desviado de sus tres orientaciones, en las que siempre se reafirma: ningún compromiso militar americano sobre el terreno, pero una ayuda militar sostenida y atenta a la reacción rusas; tranquilizar a los aliados europeos y mantener la unidad transatlántica y la cohesión de la OTAN; limitar el conflicto al territorio ucraniano y sus repercusiones mundiales como la crisis alimentaria y energética.
Tras un año de combates, la guerra ya se está alargando y la perspectiva ha evolucionado en Washington: Ucrania no puede perder y debe salir del conflicto como un Estado democrático viable; Rusia tiene que acabar debilitada, para no poder en un futuro próximo invadir a otro vecino. Estos parámetros guían la búsqueda de una estrategia de salida, aunque la niebla de la guerra haga que todo sea incierto, porque lo que ocurra sobre el terreno será la variable decisiva. Pero numerosas discusiones, filtraciones e incluso un informe de la Rand, un centro de investigación financiado por el Pentágono, ilustran el vivo debate sobre el final de la guerra, evitando el riesgo último de una guerra nuclear.
Dentro de la Administración, todos los actores de la seguridad nacional están implicados en la respuesta a la guerra en Ucrania: Joe Biden y el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) en la Casa Blanca, dirigido por Jake Sullivan, el consejero de Seguridad Nacional; el Departamento de Estado y Antony Blinken; el Pentágono con Lloyd Austin; William Burns, el director de la CIA; y por supuesto el Congreso, que vota el presupuesto. Por su parte, el Departamento del Tesoro se ocupa de las sanciones.
Es Biden quien dirime, y todas las decisiones importantes llegan a su mesa: el episodio de los tanques es revelador en este sentido. Hay un reparto de papeles: Lloyd Austin se encarga de las entregas y, por tanto, del entrenamiento y la preparación que conllevan, así como de la integración con otros sistemas de armas; William Burns y la CIA informan de los movimientos rusos y ayudan a fijar objetivos; Antony Blinken vela por que se mantenga la unidad transatlántica, y su Departamento de Estado también prepara el terreno diplomático para el final de la guerra, presiona a las distintas partes sobre las condiciones de la negociación y evalúa las posibles garantías. Jake, finalmente, armoniza las distintas posiciones y habla en nombre de Biden, a veces transmitiéndolas a Kiev en persona.
Por el momento, el debate sobre Ucrania es sobre todo un indicador de las divisiones en el Partido Republicano.
La principal preocupación y dificultad es evaluar las líneas rojas rusas, para evitar a toda costa un conflicto nuclear. Fiona Hill, experta en Rusia de Brookings y ex asesora de varios presidentes, definió recientemente a Putin como "un actor racional que intenta hacerse pasar por irracional". Lo hemos visto con su utilización de la amenaza nuclear para atemorizar y debilitar la cohesión del bando que apoya a Ucrania, para influir en la unidad transatlántica y, sobre todo, en la opinión pública, el punto débil de los dirigentes de las democracias contra las que lucha.
Los canales entre los americanos y sus homólogos rusos nunca se han roto, y los intercambios se han intensificado en el último otoño, como hacen con cada gesticulación nuclear rusa. En el debate sobre la duración y, por tanto, las condiciones para el fin de los combates, Crimea es considerada por Washington como la línea roja de Putin, si hemos de creer las recientes sesiones informativas en el Congreso.
En una entrevista de finales de enero, el secretario de Estado Antony Blinken habló de los trabajos diplomáticos para una salida de la guerra, reflexionando sobre las condiciones de una paz duradera tras el fracaso de la disuasión anterior, que permitiría garantizar concretamente la integridad territorial de Ucrania y disuadir a Rusia de volver a atacar. Más que un tratado con una Rusia en la que ya nadie confía, se trata de que Washington facilite a Ucrania la capacidad de disuadir, manteniendo así una capacidad defensiva en términos de blindaje y defensa aérea, así como una economía fuerte, no corrupta, y la adhesión a la UE. Ése es el objetivo de Lloyd Austin en el Pentágono.
La opinión pública americana sigue siendo clave en la continuación de la ayuda
Los americanos siguen estando a favor de la ayuda masiva de su país a Ucrania, pero sólo el 43%, frente al 34% que se declara en contra. En la última encuesta del Pew Research Center, publicada a finales de enero de 2023, una cuarta parte del público piensa ahora que Estados Unidos está dando demasiado, una cifra que se ha multiplicado casi por cuatro desde marzo de 2022 (del 7% al 26%); el 31% está satisfecho y el 20% está a favor de ayudar más. Pero el 40% de los republicanos se opone a la continuidad de la ayuda americana. Los congresistas republicanos más extremistas se han hecho eco de esta opinión y acaban de presentar un proyecto de resolución de "fatiga de Ucrania" (H.Res.113), cuyos once patrocinadores son los sospechosos habituales del Freedom Caucus (Gaetz, Gosar, Biggs, Massie, Boebert, Greene).
En mayo de 2022, esas mismas personas y un tercio del grupo republicano de la Cámara de Representantes votaron en contra del proyecto de ley de ayuda a Ucrania. Pero en los comités que determinan lo que se va a votar, en el Senado (todavía demócrata) y sobre todo en la Cámara, los líderes actuales siguen siendo republicanos partidarios de continuar o incluso aumentar la ayuda a Ucrania. El nuevo líder de la minoría republicana en el Senado, Wicker, detalló en un discurso a sus colegas y electores cuatro razones para seguir ayudando a Ucrania: La seguridad y la prosperidad de Europa y Estados Unidos están vinculadas; el conflicto debilita a Rusia mientras invade a sus vecinos; el apoyo americano y la guerra parecen empujar por fin a los europeos a responsabilizarse de su propia defensa, "algo que tanto los presidentes republicanos como los demócratas llevan tiempo pidiendo"; esto no es una distracción, al contrario: Pekín está atento por ver si Washington vuelve a abandonar a sus amigos y sus compromisos.
De momento, el debate sobre Ucrania es sobre todo un indicador de las divisiones en el partido republicano, entre el viejo establishment y la nueva guardia. Las líneas divisorias entre los republicanos quedaron claras durante la visita de Zelensky a Washington en diciembre de 2022. Mientras que para los intervencionistas Zelensky es un héroe, para los trumpistas sigue siendo un "aliado" que se beneficia de la generosidad americana. Para una mayoría de la nueva guardia trumpista en la Cámara, la lectura del apoyo americano a Ucrania se hace eco de sus críticas a las "élites de Washington" y, en particular, del rechazo a las "guerras interminables", a veces con argumentos sacados directamente de la propaganda rusa.
Trump está decidido a hacer campaña sobre este tema, presentándose como el único candidato a favor de poner fin a las guerras interminables, mientras que sus oponentes son todos halcones o incluso "neocons" –citando su posición sobre Ucrania como imagen–. Podría batirse en duelo con Biden, como en 2020. En cualquier caso, Ucrania definirá el legado de Biden y será un tema en las elecciones presidenciales de 2024.
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Traducción de Miguel López