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Por qué los mercados financieros vuelven a estar febriles
“Creo que la Reserva Federal está loca”. Para muchos analistas, la nueva salida de tono de Donald Trump a la hora de hablar del Banco Central de Estados Unidos habría bastado para desencadenar la nueva debacle bursátil que golpeó a los mercados financieros mundiales los días 10 y 11 de octubre. Las delirantes palabras del presidente norteamericano, su guerra comercial contra el resto del mundo, contribuyen sin duda a alimentar las tensiones económicas y geopolíticas mundiales. Pero, si se analizan más de cerca, parecen más un factor agravante que la única causa de los disturbios ambientales que reinan en todo el mundo.
Desde principios de 2018, las señales de alerta se multiplican por doquier: se produjo el hundimiento repentino del mercado bursátil estadounidense en febrero; la caída del mercado bursátil chino y el aumento de las quiebras empresariales en marzo; el aviso italiano en la zona euro en mayo; el colapso monetario de Argentina, seguido por el de Turquía; la burbuja bursátil de alta tecnología que, después de alcanzar picos –más de un billón de capitalizaciones bursátiles para Apple y Amazonas–, se desinfla; las tensiones en los mercados de obligaciones. Estas convulsiones reiteradas ilustran desajustes que recuerdan a las ocurridas a finales de 2007.
En la cumbre del Fondo Monetario Internacional (FMI) celebrada en Bali los días 13 y 14 de octubre, los líderes políticos y económicos mundiales hablaron suavemente de los “riesgos de choques externos” que podrían hacer descarrilar la economía mundial. El FMI ya ha revisado a la baja sus perspectivas de crecimiento mundial hasta el 3,7% en 2018 y 2019, pero los responsables políticos dicen oficialmente que todo sigue bajo control.
A muchos les resulta difícil de admitir, pero el período 2016-2017, ese período en el que el mundo pensaba que había terminado con la crisis financiera de 2008, es historia. Los economistas hablaron entonces de una alineación planetaria perfecta. Tipos cero o incluso negativos, petróleo barato, crecimiento mundial... parecían darse todos los elementos para que la economía pudiera recuperarse como antes.
Sin embargo, poco a poco, todos los planetas se han desalineado. Y revelan un paisaje perturbador. Ninguna de las causas que causaron la crisis de 2008 ha desaparecido realmente y los remedios aplicados para tratar de frenarla están a su vez acarreando graves desequilibrios. Los bancos son más grandes y más sistémicos que antes. Además, la banca en la sombra (shadow banking) de límites y riesgos indefinidos se ha desarrollado en los últimos diez años.
La deuda mundial, vinculada principalmente a la deuda privada, ha estallado en diez años hasta alcanzar un máximo histórico de 217 billones de dólares en 2017, según el Banco de Pagos Internacionales. Y el descontrol continúa. En el primer trimestre de 2018, la deuda global aumentó un 11%, según el Instituto de Finanzas Internacionales. “Si bien la crisis de 2008 ofreció una oportunidad para reducir la deuda, sucedió lo contrario. La deuda se ha ido acumulando en todo el mundo, con los mayores aumentos del sector privado en los países emergentes”, señala William White, exdirector del Banco de Pagos Internacionales (BPI), en un artículo titulado Bad Financial Moon Is Rising.
Estos crecientes desequilibrios dentro de un sistema capitalista dominado por las finanzas, pero que ya no consigue ni un crecimiento igualitario ni controlar un asunto tan crucial como el clima, arrojan sombras preocupantes.
Cuando el endurecimiento monetario de la Reserva Federal de los EE.UU. altera el mundo
Este retorno a la normalidad debería haberse celebrado con gran pompa y boato. Diez años después de la crisis financiera, la Reserva Federal anunciaba a finales de septiembre que sus tipos directores, de entre el 2% y el 2,5%, finalmente superarían la inflación. Ese día, Jerome Powell, sucesor de Janet Yellen desde febrero al frente de la Reserva Federal, tuvo el placer de pasar página en 2008. “La buena salud de la economía estadounidense" –tasa de crecimiento anual del 4%– según explicaba, "ya no justifica el mantenimiento de una política monetaria no convencional".
Pero el mundo financiero ha aprendido algo más de las palabras del presidente de la Reserva Federal. En su discurso, hacía hincapié en los riesgos de las políticas de estímulo de Donald Trump, que se traducen en un déficit presupuestario de un billón de dólares, así como en los peligros del recalentamiento de la economía. Advertía que el reajuste monetario de Estados Unidos sería más rápido de lo esperado. A finales de año se produciría un nuevo aumento de los tipos, y tres o cuatro más en el curso del próximo año, y es de esperar que el coste del dinero se sitúe en torno al 3,5% para 2020.
Los anuncios de la Reserva Federal son cualquier cosa menos una sorpresa. Desde 2015, la Reserva Federal ha puesto fin gradualmente a su política monetaria no convencional, acabando en primer lugar con su relajación cuantitativa –la recompra de bonos– y, a continuación, aumentando gradualmente los tipos de interés básicos, que habían llegado a cero. Pero el mundo financiero seguía esperando que el retorno a la normalidad continuara extendiéndose a lo largo del tiempo, indefinidamente.
Efecto 'bola de nieve'
El presidente de la Reserva Federal enterraba esta esperanza, sorprendiendo con ello al mundo de las finanzas. La mera posibilidad de que se realice el “mayor experimento monetario de la historia” ha puesto al mundo financiero al borde de una crisis nerviosa. En los últimos diez años, ha vivido en un estado de absoluta dependencia de los bancos centrales: todos sus compromisos se han construido sobre esta base, hasta el punto de crear burbujas de todo. “Después de 20 billones de dólares de expansión monetaria inconsciente, los activos, de los más seguros a los más volátiles, de los más líquidos a los más indefinidos, han explotado, siendo sus valoraciones desproporcionadas”, señala el economista español Daniel Lacalle. En nueve años, los índices bursátiles de Wall Street han aumentado un 300%, mientras que la economía real ha tenido dificultades para crecer a una tasa media del 2% anual.
Este cambio de rumbo está causando movimientos sísmicos globales por el llamado efecto bola de nieve. Porque cuando la Reserva Federal cambia de políticas, no sólo se ve afectada la economía más grande del mundo, sino el mundo entero. Más del 60% de los países del mundo, según estimaciones del FMI, han vinculado sus monedas y economías al dólar. Desde la crisis, el papel de la Reserva Federal ha aumentado todavía más, convirtiéndose en el garante y el último banquero de las finanzas globales.
A medida que suben los tipos de interés en Estados Unidos, el mundo financiero revisa sus posiciones y compromisos, asumidos en un momento en el que el dinero no valía nada. Los primeros afectados fueron los países emergentes. Como ofrecían rendimientos mucho más altos que los que podían encontrar en los Estados Unidos (carry trade), los financiadores se apresuraron a prestarles dinero.
Pero estas inversiones, tan alabadas por las organizaciones internacionales, tienen la fuerza de una presa de... arena. Pueden moverse a la velocidad de un nanosegundo, dejando atrás a los países endeudados que se enfrentan a reembolsos cada vez mayores a medida que la moneda estadounidense se vuelve más y más cara.
Esta es una de las paradojas del momento. Aunque los bancos centrales han invertido cientos de miles de millones de dólares en los últimos diez años, hay escasez de dinero. Durante varios meses, hemos visto enormes retornos de estos capitales a los Estados Unidos. El sistema financiero mundial se enfrenta a un agotamiento de la liquidez en dólares. Los eslabones más débiles ya han saltado. Argentina y Turquía, que financiaron su crecimiento con créditos masivos en dólares, colapsaron este verano. Dado que su hundimiento no desencadenó una crisis financiera internacional comparable a la de México en 1982 o a la crisis asiática en 1997, algunos concluyen que estos accidentes son aislados, que el mundo financiero se ha vuelto mucho más sólido.
El tono del FMI y del Banco Mundial, así como el de los líderes de Brasil o Indonesia el pasado fin de semana en Bali, sugiere que la situación es mucho más tensa. Después de Argentina, Pakistán, al borde de la bancarrota, llama a la puerta del FMI. Y otros parecen haberse acercado a la institución internacional para encontrar soluciones a sus dificultades financieras.
Al acusar a la Reserva Federal de hundir sus políticas y la economía estadounidense, Donald Trump también está actuando como portavoz de parte de Wall Street, paralizado por la perspectiva de una corrección financiera. Porque esta migración masiva de capital está afectando a los mercados estadounidenses. Los inversores, que han hecho apuestas sobre los enormes efectos de apalancamiento con una deuda con tipo de interés cero, están ansiosos por marcharse mientras aún hay tiempo. Los hedge funds, los fondos de inversión, los fondos indexados, los fondos especulativos se han enfrentado a miles de millones de solicitudes de retirada desde el comienzo del ejercicio, lo que ha secado aún más el mercado de capitales.
Las repercusiones de estas elecciones se transmiten a los mercados de obligaciones, bursátiles e inmobiliarios. Allí se han creado verdaderas burbujas, gracias a una acumulación sin precedentes de deuda privada. Hoy en día, con el aumento de los tipos de interés, el reembolso de estas medidas acrobáticas basadas en una deuda considerable se está volviendo mucho más problemático: la economía real no puede generar ingresos suficientes, que antes eran proporcionados por la ingeniería financiera. Una vez más, las desinversiones masivas están en marcha.
Incluso la deuda de Estados Unidos y las letras del Tesoro, consideradas las inversiones más seguras del mundo, se están viendo sacudidas. Los inversores, anticipándose al anunciado reajuste monetario, están deseosos de liquidar bonos de bajo interés, que sólo perderán valor cuando suban los tipos. De ahí la tensión actual sobre los tipos a corto plazo estadounidenses, que han superado la barrera simbólica del 3%.
Economistas como Paul Jorion temen que todo esto pueda terminar en una quiebra de bonos. Especialmente desde que los otros bancos centrales siguen el ejemplo de la Reserva Federal. Aunque oficialmente su línea se mantenga sin cambios, el Banco de Japón ha dejado de comprar deuda japonesa hace varios meses. El Banco Central Europeo, que ha explotado su balance para salvar a la zona euro, también está cerrando el grifo de quantitative easing, un programa por valor de más de 2.500 millones de euros. De 80.000 millones de euros al mes en 2016-2017, sus compras se redujeron a 30.000 millones de euros a principios de 2018 y a 15.000 millones de euros a partir de septiembre. El BCE anunció que detendría todas las recompras de deuda europea a partir de finales de diciembre, antes de aumentar sus tipos de interés, posiblemente en 2019.
Muchos observadores ya están temblando ante la retirada del BCE. Mediante estas intervenciones, el Banco Central ha servido a lo largo de los años como garante último de las deudas estatales de la zona del euro, lo que de alguna manera ha anestesiado la crisis del euro. Pero en opinión de muchos economistas, entre ellos Joseph Stiglitz, no se ha resuelto ninguno de los problemas de la zona euro. A medida que la crisis política se ha hecho evidente en toda Europa, temen que la desaparición del BCE precipite los acontecimientos. Sobre todo porque los responsables europeos no parecen haber aprendido nada del pasado ni haber comprendido el alcance de las amenazas, como demuestra la intervención del Gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, en la cumbre del FMI en Bali.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
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Traducción: Mariola Moreno
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