Estaba bien fundada la preocupación de Yasser Arafat por el destino del proceso de paz tras el asesinato de su socio israelí el 4 de noviembre de 1995. Con la muerte de Isaac Rabin, las negociaciones dejaron de ser la prioridad política y estratégica del gobierno israelí. O más bien de los gobiernos israelíes que se sucedieron tras el atentado de Tel Aviv en 1995, fueran de derechas, de izquierdas o de centro. Tras el asesinato del Primer Ministro se inició en Israel un periodo de inestabilidad gubernamental sin precedentes.
Israel, que había tenido cinco primeros ministros en veinticinco años, incluida una mujer, Golda Meir, ha visto a otros cinco políticos encabezar su gobierno en menos de diez años. Entre ellos, dos ex generales, Ehud Barak y Ariel Sharon, y un civil, Benjamin Netanyahu, que nació en Tel Aviv, se educó en Estados Unidos pero regresó a Israel en 1967 a los 18 años para hacer el servicio militar, y entró en política a la sombra de su padre, un historiador nacionalista, y de su hermano, que murió al frente de su comando de unidades especiales durante el asalto a Entebbe en 1976.
Arafat, unos meses antes de su muerte en 2004, contó a su círculo íntimo que, entre 1993 y 2001, había negociado con cuatro gobiernos israelíes distintos, algunos de los cuales habían rechazado siempre el principio mismo de la negociación. Consideraba esa volubilidad e incoherencia del mundo político y del electorado israelí casi tan responsable del fracaso del proceso de paz como de la muerte de su "socio" Isaac Rabin. Evidentemente, la continuidad de las opciones políticas y diplomáticas del primer ministro asesinado no estaba en la agenda de sus sucesores.
Incluso los más cercanos a él políticamente. Ni siquiera Simon Peres, cofirmante de los Acuerdos de Oslo con Rabin y Arafat, se opuso al abandono de facto de la "doctrina Rabin". Esa doctrina, formulada al principio de su mandato por el primer ministro asesinado y recordada incansablemente a sus ministros y colaboradores, así como a los electores, se resumía en una doble proclama, simple pero atrevida: "Debemos continuar la lucha contra el terrorismo como si no hubiera proceso de paz y seguir negociando el proceso de paz como si no hubiera terrorismo".
En pocos meses, el segundo compromiso de Rabin fue abandonado y, en pocos años, prácticamente olvidado, incluso repudiado. Sólo quedó el primero, justificado por una explosión de terrorismo palestino. La masacre con un fusil de asalto, en febrero de 1994, de 29 fieles musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas, en Hebrón, a manos del colono extremista Baruch Goldstein, seguida casi un año después por la eliminación, por orden de Peres, primer ministro en funciones, de Yehia Ayache, el "fabricante de bombas" de Hamás, puso de nuevo en marcha la conocida y temida espiral de atentados y represalias.
Una "segunda Intifada”
Y cuando, en septiembre de 2000, la "visita" del líder del Likud, Ariel Sharon, a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén desencadenó enfrentamientos que se extendieron rápidamente a Cisjordania y luego a Gaza, la violencia de la represión israelí –50 palestinos muertos en una semana–, lejos de calmar la ira, la reavivó. A las movilizaciones populares de los primeros días siguieron mortíferos atentados terroristas.
La "segunda Intifada", como se bautizó rápidamente a esa revuelta, tenía poco en común con la primera, que había durado de diciembre de 1987 a septiembre de 1993. Atrás habían quedado las huelgas y manifestaciones callejeras organizadas diez años antes por comités populares, en su mayoría civiles. Ya no se trataba de niños que lanzaban piedras a los vehículos blindados. La amargura por la paralización del proceso de paz, la humillación y la rabia provocadas por la continuación de la colonización, el sentimiento de injusticia y traición nacido de la hipocresía norteamericana y la impunidad de que goza Israel, sumados a la intensa propaganda de los fundamentalistas musulmanes, radicalizaron la revuelta.
Los grupos paramilitares islamistas actualmente operativos libran una lucha armada contra las fuerzas de seguridad israelíes. Su estrategia se basa en gran medida en atentados terroristas dirigidos indiscriminadamente contra civiles y soldados israelíes dentro de Israel o en los territorios ocupados. Según cifras de B'Tselem, el centro israelí de derechos humanos, entre septiembre de 2000 y el verano de 2005 fueron asesinados 675 civiles israelíes y 313 miembros de las fuerzas de seguridad.
La mayoría de ellos fueron víctimas de atentados suicidas en autobuses, bares, restaurantes, centros comerciales y calles peatonales. Los atentados suelen ser reivindicados por Hamás o su aliado y competidor, la Yihad Islámica. Sólo en marzo de 2002 se registraron 17 atentados suicidas, en los que murieron 94 civiles y 30 policías o soldados. En cuanto a la represión, una vez más fue desproporcionada: en el verano de 2005 fueron asesinados 3.270 palestinos.
Ehud Barak, oficial heroico, político tibio
Mientras tanto, el joven líder de la oposición de derechas, Benjamin Netanyahu, hostil al proceso de paz desde el principio, sucedió en 1996 al líder laborista Simon Peres, y tres años más tarde tuvo que ceder su puesto a otro laborista, Ehud Barak, a quien algunos en el partido consideran hijo espiritual de Rabin. Es cierto que Barak no carece de audacia ni de valor físico –cualidades reconocidas en el general asesinado–, como demuestra su brillante hoja de servicios. Pero al frente del gobierno no se comporta como un oficial heroico , sino como un político tibio, sin visión a largo plazo ni capacidad para abrir nuevos caminos.
Rabin no dudaba en vapulear a sus votantes, pero Barak fue cuidadoso con los suyos, obsesionado en todo momento con no perder las siguientes elecciones. Y en caso de derrota o fracaso, dispuesto a hacer cualquier cosa para no asumir su responsabilidad. Eso es lo que ocurrió en julio de 2000 tras el fracaso de las negociaciones de Camp David, organizadas por el presidente americano Bill Clinton en un intento de relanzar un proceso estancado antes de abandonar la Casa Blanca al final de su segundo mandato.
Los palestinos, que –no sin razón– denunciaron la parcialidad de Washington en favor de Israel, se mostraron muy reticentes, al considerar la reunión poco preparada y el momento político poco propicio. Pero, ¿acaso se rechaza una invitación del presidente de Estados Unidos, patrocinador de los Acuerdos de Oslo, siendo Yaser Arafat?
Barak, incapaz de aceptar una solución que implicaba concesiones recíprocas políticamente costosas, y más que reacio a que fuera aceptada por su electorado, explicó entonces, a través de sus comunicadores, que había hecho a Arafat una propuesta excepcionalmente generosa y que el líder palestino, cegado por su intransigencia, la había rechazado, haciendo fracasar la reunión.
Poco después, habría que leer los relatos y testimonios de algunos de los participantes palestinos y americanos para apreciar el alcance de la "intoxicación" israelí. Y la mala fe del "mediador" americano que dio crédito a la versión israelí. Y ello a pesar de que, para convencer a los palestinos de participar en la reunión, se había comprometido a asignar imparcialmente la culpa de un eventual fracaso.
Camp David y Taba ya no existen. No vamos a volver a esos lugares.
Seis meses después, la conferencia de Taba, en Egipto, se saldó con otro fracaso. Sin embargo, en varios temas delicados –las fronteras, el estatuto de Jerusalén, las medidas de seguridad, los refugiados–, las dos partes nunca habían parecido tan cerca de un acuerdo. Pero Barak, que ya no tiene mayoría en la Knesset y cuya popularidad está por los suelos, sabe que se encamina a una aplastante derrota frente a Ariel Sharon en las elecciones legislativas del 6 de febrero de 2001. En un año, lejos de paralizar la colonización, ha construido más de 6.000 viviendas en los asentamientos, un récord desde 1992. Pero no le sirvió de nada.
Aunque llegó a anunciar en octubre de 2000 una "pausa indefinida en el proceso de paz", dando deliberadamente la espalda a la "doctrina Rabin", la opinión pública, caldeada por la campaña del Likud, le reprochó haber seguido negociando con Arafat a pesar del aumento de los actos de terrorismo. El 6 de febrero, Ariel Sharon fue elegido primer ministro con el 62,39% de los votos frente al 37,61% de Barak.
A partir de entonces quedaba claro que la prioridad estratégica del gobierno israelí ya no era la negociación con los palestinos, sino el restablecimiento de la seguridad de Israel. La forma más eficaz de hacerlo, según los rumores que circulan en los círculos de seguridad, es construir un muro de norte a sur de Cisjordania.
Una barrera que "impida el paso de vehículos"
"Camp David y Taba ya no existen. No vamos a volver a esos lugares", proclama Sharon. El plan de construir una "barrera continua" entre Israel y los territorios palestinos fue planteado por primera vez por Isaac Rabin en enero de 1995, tras un atentado suicida reivindicado por la Yihad Islámica en el que murieron 20 soldados que regresaban a su base tras un fin de semana de permiso. El primer ministro llegó a crear una "comisión de reflexión" sobre la cuestión, bajo la responsabilidad del ministro de Seguridad, Moshé Shachal.
Cinco años más tarde, en un momento en que los atentados terroristas eran casi diarios, Barak, entonces jefe del Gobierno, en una difícil posición, anunció que había decidido construir "una barrera a lo largo de la Línea Verde en el norte y el centro de Cisjordania para impedir el paso de vehículos". El 14 de abril de 2002, casi tres semanas después de un atentado suicida que mató a 29 huéspedes judíos de un hotel de Netanya, al norte de Tel Aviv, que se habían reunido para celebrar el Pésaj, el gobierno de Sharon encargó al ministerio de Defensa la construcción de una valla de separación, destinada oficialmente a proteger a Israel de los terroristas palestinos.
Ese enorme proyecto sería dirigido por dos hombres: el coronel Dany Tirza, sería el encargado de definir el trazado de la "valla", y el ingeniero civil Netzah Mashiah debía planificar las obras y seleccionar a las empresas participantes. Tirza, que lleva la kipá de punto que usan los colonos –vive en Kfar Adoumim, un asentamiento cercano al valle del Jordán–, acaba de pasar a la reserva, pero sigue a cargo de la planificación "estratégica y espacial" en el ministerio de Defensa.
Asignado desde hace tiempo al mando de la zona "central" del país, el Estado Mayor considera al coronel Tirza el mejor conocedor, junto con Sharon, del terreno. Al principio del proceso de paz de Oslo, cuando participaba en las negociaciones como parte de la delegación israelí, a Yasser Arafat le hacía gracia verle llegar siempre a las reuniones con un rollo de mapas bajo el brazo, por lo que le dio un nombre de guerra "a la palestina": Abu Karita (el padre de los mapas).
Un trazado de 712 kilómetros
Sharon, de hecho, sigue con dudas. Desde hace tiempo es ideológicamente hostil a la idea de construir una "valla" en Cisjordania. A sus ojos, una separación, dondequiera que se instale, es la negación de su sueño último de un Gran Israel desde el Mediterráneo hasta el Jordán. Algunos militares tampoco son partidarios de esa idea, considerándola un signo de derrotismo y pasividad operativa. Pero otros, como Tirza, que está en contacto permanente con las organizaciones de colonos, creen que es posible "retorcer" o "desviar" el proyecto para cumplir los objetivos de la mayoría de derechas que llevó a Sharon al poder.
Para ellos es secundaria la necesidad de responder a la ansiedad de los israelíes y a su demanda de seguridad. O mejor dicho, se ha convertido en un mero pretexto. La propuesta de "separación", tal como la conciben con sus socios civiles, ya no tiene nada que ver con trazar una muralla paralela a la Línea Verde que separa Cisjordania de Israel.
Esta línea de armisticio, trazada el 3 de abril de 1949, fue reconocida implícitamente en 1967 como frontera del Estado de Israel por la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, el trazado se asemeja mucho a lo que podría ser una "nueva frontera" para proteger y desarrollar los asentamientos. Por ello, Tirza va a proponer a Sharon que el trazado del muro sea "lo más oriental posible" para abarcar "el máximo número de israelíes y el mínimo de palestinos".
Mientras que la Línea Verde mide 313 km, el trazado de la "valla de seguridad" mide, según un mapa elaborado por Naciones Unidas en mayo de 2023, 712 km. Es decir, más del doble.
Yo fui una de las personas que convenció a Sharon de construir la barrera.
El muro en sí –formado por bloques de hormigón de 8 a 9 metros de altura jalonados de torres de vigilancia–representa menos del 10% del conjunto, especialmente cerca o alrededor de las zonas urbanas. El resto está formado por una barrera electrónica dotada de sensores, completada por redes de alambre de espino, un foso anti-vehículos, pistas de patrulla y de detección de intrusos, todo ello vigilado por cámaras instaladas en postes metálicos.
Sharon, que acababa de declarar en septiembre de 2002 que "los acuerdos de Oslo ya no existen", dio luz verde a la construcción de los dos primeros tramos, al norte de Yenín, del "muro" propuesto por Tirza.
"Yo fui uno de los que convencieron a Sharon de construir la barrera", confesó en julio de 2005 Avi Dichter, actual ministro de Agricultura de Netanyahu, entonces director del Shin Bet (seguridad interior) y a punto de convertirse en diputado del partido de Sharon. "Resulta que vivo en Ashkelon, no lejos de la granja de Sharon en el Negev. Así que a veces nos veíamos cara a cara. Si no me falla la memoria, incluso dedicamos dos reuniones casi enteras a la valla.”
Con estos argumentos: "Le hice ver que la solución propuesta por Tirza tenía la ventaja de satisfacer las exigencias de seguridad de los ciudadanos sin poner en peligro la durabilidad de nuestra presencia en Judea-Samaria [Cisjordania]. El trazado de Tirza impedía la infiltración terrorista, protegía los asentamientos existentes y salvaguardaba su desarrollo. Además, nos ofrecía la posibilidad, en caso de negociaciones, de basarnos en hechos consumados sobre el terreno al disponer de una frontera real, discutible, pero que tenía el mérito de existir al darnos una base de discusión mucho más ventajosa que la Línea Verde".
La "envoltura de Jerusalén", un verdadero slalom para anexionarse zonas habitadas por judíos y rechazar las aglomeraciones palestinas.
¿Por qué el trazado de Tirza superó las reservas de Sharon? Porque la valla y el muro de separación, construidos casi en su totalidad en el interior de Cisjordania –y no en torno a su perímetro, como habían previsto los militares en un principio–, forman inmensos meandros y uno de los más profundos, en torno al asentamiento de Ariel, se adentra hasta 20 km en el corazón de Cisjordania. La mitad de los asentamientos israelíes en Cisjordania, empezando por los "bloques" de asentamientos más grandes, y el 85% de los colonos, se encuentran dentro de esos meandros, que constituyen territorio palestino anexionado de facto por Israel.
Esa proporción tiende a crecer significativamente, como lo demuestran las obras actuales de construcción en la mayoría de los asentamientos y, sobre todo, como lo predicen las vastas reservas de tierra marcadas alrededor de cada asentamiento por el trazado de separación. Es quizás en la región de Jerusalén donde el trazado del muro/valla ilustra de la manera más caricaturesca el proyecto de sus iniciadores. Con casi 150 km de longitud, incluidas varias decenas de kilómetros de muro, la "envoltura de Jerusalén" traza un auténtico eslalon sobre el terreno, anexionando las zonas habitadas por judíos y empujando las aglomeraciones palestinas hacia Cisjordania.
En esta vasta operación de confiscación de tierras y de anexión unilateral ideada por Tirza y los dirigentes del Consejo de Asentamientos, ¿qué queda del pretexto de seguridad invocado por sus promotores? No mucho. Para disgusto de algunos militares.
Cuando se hizo público el sinuoso trazado de la separación, algunos militares señalaron que, si ya era difícil y costoso vigilar una muralla de 313 km, garantizar la seguridad de una estructura de más de 700 km era una apuesta ruinosa. El propio Tribunal Supremo señaló en varias ocasiones que las consideraciones que guiaron el trazado de la barrera no tenían evidentemente nada que ver con la seguridad, ya que algunos tramos del muro o valla estaban colocados de tal manera que ponían en peligro la vida de quienes tenían que protegerla. Pero no sirvió de nada.
Apartheid vial
La valla de separación es "la futura frontera del Estado de Israel". Así lo declaró Tsipi Livni, ministra responsable de las negociaciones, en diciembre de 2005. Sharon, por su parte, fue muy claro al respecto desde 2003: "Los palestinos deberían haber comprendido que lo que no han conseguido hoy, puede ser imposible dárselo mañana". Para los palestinos, la existencia del muro no es sólo la manifestación concreta de la voluntad de Israel de imponer sobre el terreno un hecho consumado. Es también, día a día, la expresión de una estrategia de dominación, acoso y humillación. Un recordatorio diario de su condición de población ocupada y de la anexión ilegal, impune y continuada de sus tierras.
Las zonas delimitadas por los bucles del muro, inaccesibles para los palestinos, representan el 10% de Cisjordania. Y esta anexión va acompañada de un auténtico apartheid vial: las mejores carreteras se reservan a los colonos, mientras que las demás, difíciles e incluso peligrosas, son para uso de los palestinos. A esto se añade un sistema de nuevos derechos de residencia y circulación que está convirtiendo la vida de los habitantes de Cisjordania en una pesadilla kafkiana. Los peor parados son los 7.500 palestinos que viven o poseen tierras de cultivo en las "bolsas" situadas entre la Línea Verde y el muro. Necesitan un permiso para entrar o salir de la zona, y una tarjeta de residencia permanente para vivir allí.
También se necesitan permisos expedidos por la administración civil, es decir, el ejército, para cruzar las terminales, los puestos de control de carretera o las puertas agrícolas que bordean el muro y la valla. Esos documentos tienen una validez de entre 24 horas y dos años y los criterios para expedirlos varían según la situación de seguridad del momento, el clima político o simplemente el humor de los militares. En treinta años, la existencia del muro, condenado en 2004 por el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU y declarado ilegal en 2005 por el Tribunal Supremo de Israel, ha demostrado ser una herramienta fundamental para los enemigos de una solución negociada sostenible.
La división de Cisjordania en una serie de islotes no sólo ha destruido la continuidad geográfica del territorio palestino, sino que ha desgarrado el tejido sociocultural local, separando a los niños de sus escuelas, a los comerciantes de sus clientes, a los médicos de sus pacientes, a los agricultores de sus campos y a los residentes de sus familias y amigos.
También ha permitido a Sharon y luego, durante más de diez años, a Netanyahu, continuar sin trabas con sus asentamientos, quintuplicando la población de colonos israelíes y superando ahora la asombrosa cifra de 700.000. Un enorme factor disuasorio para la reanudación de negociaciones con serenidad.
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Finalmente, ha proporcionado a los israelíes un escudo, que a veces también ha servido de cortina, tras el que algunos de ellos han acabado olvidando que su prosperidad, comodidad y seguridad no son compartidas por sus vecinos de al lado. Hasta que la temeraria arrogancia de su primer ministro les impulsó a abrir los ojos y a salir a la calle para oponerse a la deriva antidemocrática del régimen. Un levantamiento popular que también ha permitido a algunos manifestar su rechazo a la ocupación y la colonización. Aunque se vean en algo de soledad.
Traducción de Miguel López