Ya es oficial. Durante un tiempo fue una posibilidad remota, pero la puesta en marcha de la central térmica de carbón de Saint-Avold (Moselle) a partir del próximo invierno está a punto de ser aprobada por el Gobierno francés.
Debido a la guerra en Ucrania, que amenaza el suministro de gas, y al mal estado de los reactores nucleares franceses, el Ministerio de Transición Energética quiere poder reiniciar temporalmente la central eléctrica de Moselle para asegurar la producción de electricidad en Francia.
Sin embargo, la infraestructura había cerrado el 31 de marzo, de acuerdo con la promesa de Emmanuel Macron de detener las centrales eléctricas de carbón en 2022. Saint-Avold se sumaría así a la central eléctrica de Cordemais (Loire-Atlantique), la última aún en funcionamiento hasta 2026 como tarde para contrarrestar los riesgos de escasez de energía.
Rusia está decidida a utilizar el gas como arma para presionar a la Unión Europea (UE). Gazprom, el gigante gasista ruso propiedad del Kremlin, suministra el 40% del gas que se consume en el Viejo Continente.
Para reducir nuestra dependencia energética de los hidrocarburos de Rusia, la Comisión Europea emitió un plan a principios de marzo, llamado "REPowerEU" , para que la UE se libere gradualmente del gas ruso en 2027.
Pero todo se aceleró a mediados de junio. El enfrentamiento entre Putin y la Unión se ha intensificado. Hace dos meses Gazprom había cortado ya el suministro de gas a Polonia, Bulgaria y Finlandia. Rusia ha reducido drásticamente sus entregas de gasoductos a Europa occidental.
Esta decisión de Putin frena de facto la posibilidad de que países como Alemania, Francia o Italia repongan sus reservas de gas para el invierno. Francia no ha recibido un solo metro cúbico de gas ruso por gasoducto desde hace varios días.
El regreso del carbón
Ante esta emergencia energética, Alexandre Joly, responsable de la división de Energía de Carbone 4, una consultora independiente especializada en adaptación al cambio climático, explica a Mediapart que "mientras Europa estaba en proceso de acabar con el uso del carbón, al menos una decena de países de la UE han decidido ampliar o reiniciar centrales eléctricas cerradas, incluidos países pioneros en energías renovables, como Austria".
Robert Habeck, vicecanciller alemán y ministro federal de Asuntos Económicos y Protección del Clima, anunció el 19 de junio la extensión de la vida útil de cinco centrales térmicas de carbón que debían cerrar a más tardar en 2023. El fin del carbón en Alemania en 2030 no está en cuestión y las cinco centrales deberán cerrar permanentemente en 2024. "Es amargo, pero es esencial reducir nuestro consumo de gas", dijo.
Austria, Italia y los Países Bajos también han anunciado un mayor uso de carbón para protegerse de posibles cortes de energía. Grecia, por su parte, prevé duplicar su producción de lignito, una forma de carbón muy dañina para el clima. Finalmente, en Reino Unido, el Gobierno pidió a finales de mayo a los operadores de las tres últimas centrales térmicas de carbón del país, que iban a cerrar a partir de septiembre, que las mantuvieran abiertas.
Este gran regreso del carbón en Europa, aunque sea temporal, augura lo peor en términos de calentamiento global. Y ello en un contexto internacional especialmente sombrío para la lucha contra el cambio climático.
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, vio cómo el Congreso bloqueaba algunas de las medidas ecológicas más ambiciosas de su gran plan de inversiones a fines de 2021. Y la Corte Suprema decidió el 30 de junio limitar los medios del Estado federal para luchar contra los gases de efecto invernadero, particularmente en cuanto a regular las emisiones de las centrales eléctricas de carbón. China decidió en abril aumentar su capacidad de producción de carbón, permitiendo la apertura de nuevas minas y la ampliación de algunas centrales.
La combustión de carbón para producir electricidad genera el 45% de las emisiones globales de CO2. Es la causa principal del cambio climático. El consumo de carbón debe disminuir en un 80% en 2030 para contener el calentamiento global.
El pasado mes de marzo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) informó de que las emisiones globales de CO2 relacionadas con la energía aumentaron un 6% en 2021, el mayor aumento anual jamás registrado. En un contexto de una economía global en fuerte recuperación tras la crisis del covid-19, el mayor uso de carbón ha sido el principal impulsor del crecimiento de las emisiones relacionadas con la energía.
“Estoy muy preocupado por que la lucha climática pueda ser una nueva víctima de la agresión rusa”, dijo Fatih Birol, director de la AIE, en marzo.
El reciente informe de REN21, red de expertos internacionales especializados en energías renovables, subraya por su parte que el nivel récord de construcción en el campo de la energía solar y eólica en 2021 ha sido superado por la fuerte demanda de carbón, gas y petróleo.
“Desde la subida de precios y la crisis con Rusia estamos asistiendo a un frenesí en la búsqueda de recursos fósiles”, alertó Rana Adib, directora ejecutiva de REN21. “Es una marcha atrás alarmante”, según ella.
A todo gas hacia el caos climático
Para compensar la reducción de las importaciones de gas ruso, la Comisión Europea ha propuesto, entre otras cosas, diversificar las fuentes de suministro de la UE “mediante un aumento de las importaciones de gas natural licuado (GNL)”.
En este contexto, la energética francesa Engie anunció un aumento considerable de sus volúmenes de GNL comprados a Estados Unidos. Luego, el 3 de mayo, la empresa firmó un contrato de suministro de GNL a 15 años con la empresa estadounidense NextDecade a contar desde 2026. Desde 1975, Engie -entonces Gaz de France- tiene un contrato con Gazprom para la entrega de casi una cuarta parte de su suministro de gas.
El problema es que este GNL estadounidense proviene en un 80% del gas de esquisto, cuya extracción es desastrosa para los ecosistemas, especialmente las aguas subterráneas. Su uso está prohibido en Francia desde 2011.
Peor aún, el GNL es extremadamente climaticida. Se necesita mucha energía para licuar el gas y su producción emite grandes volúmenes de metano, un gas de efecto invernadero que tiene un potencial de calentamiento 84 veces mayor que el CO2 durante un período de 20 años.
“La huella de carbono del GNL es al menos un 20% mayor que la del carbón”, explica Robert Howarth, investigador de la Universidad de Cornell en Estados Unidos y especialista en el impacto del gas en el clima. “El GNL es mucho peor que el carbón para el clima. Representa un paso terrible en la dirección equivocada”.
La primera ministra, Elisabeth Borne, a cargo de la planificación ecológica, anunció el 23 de junio que Francia se dotará el próximo año de una terminal flotante de GNL para garantizar su suministro. La estructura se instalará en Le Havre y traida desde China por TotalEnergies.
La petrolera francesa, por su parte, firmó el pasado 12 de junio un faraónico contrato con Qatar para el desarrollo en un plazo de cuatro años del mayor yacimiento de gas fósil del mundo, gas que se exportará en forma de GNL.
En su informe anual, publicado el 29 de junio, el Alto Consejo para el Clima recordó que la tasa anual de reducción de emisiones en Francia deberá duplicarse en el período 2022-2030.
Para alarmarse: “Las medidas de emergencia en respuesta al aumento de los precios de la energía y la guerra en Ucrania podrían tener consecuencias estructurales en la trayectoria de las emisiones a largo plazo. La sustitución del gas ruso por gas importado en forma de GNL podría generar [...] un aumento de la huella de carbono de Francia”.
Alemania, cuyo consumo depende en más de un 50% del gas ruso, también ha corrido hacia el GNL. El país ha indicado que quiere trabajar duramente para construir su primera terminal de GNL en 2024. El Ejecutivo germano ha lanzado la instalación de cuatro terminales flotantes en el Mar del Norte y ha anunciado la firma con Qatar de un acuerdo energético de importación de GNL.
Pero las negociaciones con Doha se prolongan. El emirato pide un compromiso de 20 años. El requisito contradice la política climática de Alemania, que pretende eliminar gradualmente los combustibles fósiles de aquí a 2035.
Estonia, Finlandia e Italia también han entrado en la carrera por el gas licuado. España planea rescatar del olvido el proyecto del gasoducto MidCat, que fue abandonado en 2019 por demasiado caro y contrario al medio ambiente. Esta infraestructura de 500 millones de euros aseguraría la interconexión gasista entre España y Francia atravesando los Pirineos.
Estas compras masivas y urgentes de GNL tienen repercusiones energéticas y, en última instancia, climáticas para los países asiáticos que están en proceso de sustituir su producción eléctrica a base de carbón por gas. “El GNL comprado hoy por los europeos estaba originalmente destinado a Asia. Como resultado, actualmente vemos cómo países como Pakistán tienen que lidiar con cortes de energía y reactivar sus centrales eléctricas de carbón para compensar esta falta de suministro de gas…”, especifica Alexandre Joly.
“Además, las infraestructuras gasistas construidas hoy en Europa con dinero público solo serán rentables dentro de 40 años. Pero la propia Alemania lo admite: la terminal de gas que está construyendo ya no se utilizará a su máxima capacidad dentro de 10 años debido a sus compromisos climáticos”.
Estos proyectos de GNL reciben la bendición de las principales autoridades europeas y mundiales y representan una amenaza climática a corto plazo.
El pasado mes de marzo, el Parlamento Europeo votó a favor de 30 megaproyectos de gasoductos e instalaciones de GNL por un valor total de 13.000 millones de euros que podrán beneficiarse de ayudas públicas europeas. Entre estas infraestructuras fósiles validadas por la UE se encuentra, por ejemplo, el Baltic Pipe, un gasoducto entre Noruega y Polonia. El proyecto estaba suspendido en Dinamarca debido a su impacto nocivo en los ecosistemas, pero el gobierno danés decidió hace tres meses pasar por alto estas consideraciones ecológicas mediante la emisión de un nuevo permiso ambiental para el operador del oleoducto.
Finalmente, el 28 de junio, al finalizar el G7 en Alemania, los líderes de las siete mayores potencias económicas del mundo dijeron en su declaración final : "Con miras a acelerar la eliminación gradual de nuestra dependencia energética, subrayamos el importante papel que pueden jugar mayores entregas de GNL y reconocemos que las inversiones en este sector son necesarias en respuesta a la crisis actual”.
Una reducción necesaria del consumo
Un estudio reciente realizado por varios think tanks y ONG europeos ha demostrado que la UE podría prescindir de sus importaciones de gas ruso en 2025 sin construir nuevas terminales de GNL. Según este informe, el aumento de la producción de electricidad renovable y las medidas de eficiencia energética conseguirían reducir dos tercios de las importaciones “sin frenar el descenso de la producción de electricidad a partir del carbón”.
Los países europeos, sin embargo, no quieren un electroshock para acelerar la transición ecológica ni poner sobre la mesa la cuestión de la reducción del consumo bajo la premisa de que la energía es la menos costosa y la que menos impacto tiene en el clima es la energía que no consumimos.
El trabajo de la Fundación Europea del Clima, por ejemplo, ha demostrado que el equivalente a una cuarta parte de las importaciones actuales de gas fósil de la UE desde Rusia podría ahorrarse para 2030 mediante la renovación y electrificación de viviendas.
"Si hubiéramos llevado a cabo la política de renovación de edificios decidida en 2008 bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, hoy habríamos reducido el equivalente a un año de las importaciones francesas de gas ruso", recuerda a Mediapart Thomas Pellerin-Carlin , director del Centro de Energía del Instituto Jacques Delors.
Y Alexandre Joly, de Carbone 4, añade: "Suecia decidió, tras la crisis del petróleo de los años 70, desplegar una ambiciosa política energética para la construcción de nuevos edificios que hoy le lleva a consumir de seis a nueve veces menos combustible fósil para calefacción. Es un país que va 40 años por delante de Francia”.
Este gran salto climático hacia atrás que se está gestando demuestra cómo la Unión Europea está pagando muy caro el retraso en su transición energética. Una procrastinación ecológica que hoy sufren los hogares europeos.
Las facturas de energía han aumentado en promedio en la UE en un 25% en 2021, hasta un 51% en cuanto al gas fósil. Este aumento de precios corre el riesgo de llevar a 80 millones de europeos a la pobreza energética, según la Red de Acción Climática.
En el mismo sentido, los gigantes energéticos ven cómo sus beneficios son desorbitados, con los precios del gas y del petróleo por las nubes. La empresa anglo-holandesa Shell obtuvo cerca de 19.000 millones de euros en beneficios en 2021, TotalEnergies 14.000 millones de euros y BP más de 7.000 millones.
La AIE, la Comisión Europea e incluso la OCDE creen que debería establecerse un impuesto excepcional y temporal sobre las ganancias de estos especuladores de la guerra para financiar la transición energética y medidas de apoyo a los hogares más precarios.
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Recientemente los estados británico, español e italiano la han puesto sobre la mesa. Pero no el gobierno francés. En Francia, los tres jefes de Engie, EDF y TotalEnergies incluso se sintieron cómodos al pedir a los franceses más sobriedad y cambios de comportamiento en una columna publicada el 25 de junio.
Esta declaración saca del foco el hecho de que solo la industria y el sector terciario consumen el 60% del gas fósil en Francia. Omite decir que 12 millones de franceses viven en la pobreza energética, 12 millones de personas que no son en modo alguno responsables del consumo excesivo. Y sirve como cortina de humo, sobre todo, para todos los contratos y proyectos de GNL que matan el clima y que Engie y TotalEnergies han implementado desde el comienzo del conflicto en Ucrania en detrimento del planeta.
Leer el texto en francés:
Ya es oficial. Durante un tiempo fue una posibilidad remota, pero la puesta en marcha de la central térmica de carbón de Saint-Avold (Moselle) a partir del próximo invierno está a punto de ser aprobada por el Gobierno francés.