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Paraísos fiscales, en el corazón del capitalismo

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Romaric Godin (Mediapart)

Apple, que deriva dos tercios de sus beneficios a Irlanda donde la compañía está prácticamente exenta del pagos de impuestos; Whirpol, que hace circular sus beneficios entre sus filiales offshores para reducir su fiscalidad a la mínima expresión; Nike, que ahorra mil millones de euros y que sólo paga el 2% en impuesto de sociedades vía los Países Bajos; Facebook, que lleva el grueso de sus beneficios a las Islas Caimán... Como siempre que se producen nuevas revelaciones sobre la magnitud de los fondos ocultos en paraísos fiscales y sobre la ingeniería financiera que los permiten, los Paradise Papers han provocado la indignación de los responsables políticos franceses y europeos. Y, sin embargo, pese a las aparentes buenas voluntades y el anuncio de diferentes medidas que se pregonan regularmente, el fenómeno de los paraísos fiscales no decae. Y no es para menos: forma parte del sistema económico mundial nacido del cuestionamiento, hace 40 años, del modelo de posguerra.

La magnitud del fenómeno impide justificar la idea de que es la única “deriva” del sistema. En realidad, es imposible encontrar una multinacional que no disponga de filiales offshore y, a día de hoy, gran parte de las pymes de los países desarrollados y también de los países en vía de desarrollo están afectados. Le Monde publica las estimaciones de Gabriel Zucman, economista de la Universidad de Berkeley. Según los cálculos de Zucman, cada año los Estados dejan de ingresar 350.000 millones de euros en impuestos, es decir, el 0,5% de la riqueza creada anualmente en el mundo. En su obra, publicada el año pasado, La Richesse cachée des nations, Zucman afirma que la riqueza depositada en paraísos fiscales asciende a 7,9 billones de euros, es decir, el 8% de la riqueza financiera mundial.

Estos cálculos pueden quedarse cortos. Otras estimaciones consideran que el montante es mayor. Así, para la ONG británica Tax Justice Network, el dinero depositado en paraísos fiscales ronda entre los 21 y los 34 billones de dólares (entre 18,2 y 29,4 billones de euros). El flujo oscilaría entre 1 billón y 1,6 billones de dólares (entre 865.000 millones y 1,384 billones), es decir, el 2,1% del PIB mundial. Las definiciones de nociones como evasión fiscal y  paraíso fiscal son importantes en estas diferencias, pero las cifras son, en cualquier caso, muy importantes porque no se trata de datos aislados.

Tomemos como ejemplo los cálculos de Gabriel Zucman, según los cuales, cada año, Francia deja de ingresar 20.000 millones de euros, es decir el 1% del PIB. Esta cifra representa el 25% del déficit público francés y cuatro veces el déficit de la Seguridad Social. De modo que, estos fondos deben tomarse prestados, lo que aumentará el peso de la deuda y tendrá un peso mayor sobre los déficits futuros (y el efecto de bola de nieve de los intereses que se han de abonar, aunque sean modestos nominalmente, es importante). La otra opción es reducir el gasto o aumentar la carga fiscal que sufren aquéllos que no pueden evadir el pago. En los dos casos, la actividad se resiente ya que la crisis nos ha recordado la existencia de multiplicadores presupuestarios. Ese 1% del PIB afecta a la actividad actual y a la actividad futura. Y, cada año más, ya que pese a los anuncios, el fenómeno lejos de debilitarse se refuerza.

Sistemáticamente, este dinero que deja de entrar en las arcas públicas aumenta las desigualdades. Los más ricos y las empresas consiguen sacar provecho a la evasión y a la optimización fiscales, mientras que los bolsillos más modestos y las clases medias no pueden dejar de pagar impuestos; de ahí el aumento de las desigualdades. Pero el fenómeno también es indirecto: el flujo monetaria con dirección a los paraísos fiscales justifica también la tendencia a la baja de los gravámenes que se aplican a los más ricos y a las empresas. Y para financiar esas bajadas de impuestos, también hay que bajar las prestaciones sociales, es decir, reducir los servicios públicos, es decir subir los impuestos de los que los pagan. O, dicho de otro modo, de las clases medias. O las tres cosas.

¿No es ésa la lógica del Gobierno francés, del que forma parte Bruno Le Maire, quien no tiene palabras suficientemente duras para los paraísos fiscales pero que ha justificado la bajada de la fiscalidad sobre el capital por razones de competencia fiscal, competencia cuyas paraísos fiscales son la punta de lanza? La idea de que la bajada de impuestos contribuirá a la repatriación de capital es una utopía. Un estudio de dos economistas de la Universidad de Aston, en Birminghan, realizado en 2015, demuestra que “la bajada de la presión fiscal en los países de origen no cambia sustancialmente la tendencia de las empresas a la hora de montar filiales en paraísos fiscales”. La consecuencia es una huida hacia adelante continua, en una competición fiscal estéril donde el mejor postor dicta su ley. El verdadero coste de los paraísos fiscales es imposible de cuantificar, pero es notable cuando se tiene en cuenta el efecto en el tiempo que produce en las finanzas y en las políticas públicas.

A menudo se olvida que los paraísos fiscales no son un mero elemento marginal del sistema económico contemporáneo, constituyen uno de los motores principales. Debido a ellos, los Gobiernos se han ido decantando progresivamente a favor del sector privado en la economía y las multinacionales dictan sus leyes a los Estados, ejerciendo un chantaje permanente a los ingresos fiscales, pero también a las reglamentaciones financieras. El argumento siempre es el mismo: si los impuestos no bajan bastante, si las estructuras son demasiado rígidas, el dinero saldrá del país, se dirigirá a un paraíso fiscal y a otra parte... Esta presión ha conducido a una liberalización y a una creciente financiación de la economía.

No es casualidad si el fenómeno legal de los paraísos fiscales, que hoy es objeto de debates y que causa revuelo, ha ido a más con la globalización financiera. Gabriel Zucman subraya que entre 1980 y 2014 la riqueza depositada en paraísos fiscales se ha multiplicaba por diez. Los paraísos fiscales han prosperado gracias al rechazo del sistema económico de la posguerra. Para compensar la bajada de la rentabilidad y la inestabilidad monetaria fruto de la explosión del sistema de Bretton Woods, las grandes empresas trataron de evitar el pago de impuestos. Y los paraísos fiscales les ayudaron a construir un nuevo modelo económico.

Porque precisamente los paraísos fiscales son un elemento esencial de la financiación de la economía. Son lugares de proyección y de disminución de la liquidez. Lugares seguros, poco costosos, flexibles y discretos, las cualidades preferidas por la liquidez, que, también ella, domina la economía contemporánea. Gracias a los paraísos fiscales, ahora es fácil pasar rápidamente de una inversión a otra y reforzar con ello la competencia entre lugares y productos financieros. Los paraísos fiscales son vehículos de elección de la financiación, reforzando, por razones fiscales y reglamentarias, la rentabilidad de la actividad financiera con relación a la actividad real. Favoreciendo, después, la competición entre las inversiones.

Y si no había necesidad de los paraísos fiscales para inventar crear y vender las subprimes, éstas participaron en esta carrera de la desreglamentación y de la rentabilidad que justificó todas las innovaciones financieras. Según una obra de 2013 que lleva por título Tax Havens: How Globalisation Really Works, firmada por Ronen Palan, Richard Murphy y Christian Chavagneux, los paraísos fiscales tienen un papel activo en la inestabilidad y las crisis financieras. En la obra L’Économie mondiale en 2018, Anne-Laure Delatte, economista en el CEPPII, cuestiona esta conclusión, pero subraya que “la talla de las finanzas del shadow banking, en las Islas Caimán o en Irlanda, es completamente desmedido, hasta alcanzar el 170.000% y 1.400% del PIB, respectivamente”.

En realidad –y ésa es la función de los paraísos fiscales–, se ignora lo que los bancos hacen en estas jurisdicciones. Si es cierto una cosa: mejoran la rentabilidad de sus productos y esto no es inocuo porque ello influye en la financiación de la economía, que a su vez ejerce presión sobre la inversión real y sobre los actores de las políticas económicas.

Financiación, crecimiento de las desigualdades, competencia fiscal, destrucción del Estado del bienestar y de la protección social... los paraísos fiscales inciden en cada uno de estos fenómenos. En ese caso, en la lucha contra la optimización fiscal legal es esencial saber si esta batalla puede llevarse a cabo sin modificar profundamente la naturaleza del capitalismo financiero globalizado. Muchos responden afirmativamente y consideran que la lucha iniciada por las autoridades puede dar sus frutos. Anne-Laure Delatte afirma que “desde los años 80 y la financiación del capitalismo, los paraísos fiscales han aumentado su peso. Las autoridades no respondieron hasta después de la crisis financiera con el G20 de Los Cabos en 2012. Hay que esperar para poder sacar una conclusión de estas acciones”. Para Delatte, la llave es la movilización de la sociedad civil en contra de los lobbies. “La lucha contra los paraísos fiscales es un proceso político. El hecho de que el Consejo Constitucional rechace que las multinacionales elaboren un informe país a país es el fruto de las presiones del sector económico y necesitamos que la sociedad civil, con las ONG y los medios de comunicación, actúen en sentido contrario para presionar a los políticos”.

Pero el poder de los paraísos fiscales podría también residir en su papel sistémico, donde se encontraría la llave de las reticencias políticas. La lucha contra la optimización fiscal no puede limitarse a este fenómeno de manera aislada, debe proponer una alternativa al funcionamiento de la globalización porque lo que permite el auge de los paraísos fiscales es la liberalización de los flujos de capitales, motivado por la creencia de que esta liberalización permitía aumentar la riqueza garantizando una asignación óptima de recursos. Esta creencia es aún tenaz y limita singularmente la lucha contra la optimización fiscal.

Los políticos dan marcha a atrás ante la idea de reducir esta libertad de circulación del capital, al temer que pueda derivar en una reducción de la riqueza creada. En el caso de la UE, se añade otro riesgo: el cuestionamiento de la propia construcción europea. Por eso la UE sigue rechazando ver en Irlanda, Países Bajos, Luxemburgo, Malta o Chipre paraísos fiscales. Y por eso mismo las luchas son siempre parciales. Estamos frente a un fenómeno bastante cercano a los temores vinculados a la regulación financiera, donde se teme que yendo demasiado lejos se reduzca la aportación de las finanzas al crecimiento. Por eso, como con las finanzas, los responsables políticos se indignan notablemente pero a menudo dan un paso atrás, por miedo a desestabilizar un sistema económico del que son incapaces de imaginar cualquier superación.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Apple, que deriva dos tercios de sus beneficios a Irlanda donde la compañía está prácticamente exenta del pagos de impuestos; Whirpol, que hace circular sus beneficios entre sus filiales offshores para reducir su fiscalidad a la mínima expresión; Nike, que ahorra mil millones de euros y que sólo paga el 2% en impuesto de sociedades vía los Países Bajos; Facebook, que lleva el grueso de sus beneficios a las Islas Caimán... Como siempre que se producen nuevas revelaciones sobre la magnitud de los fondos ocultos en paraísos fiscales y sobre la ingeniería financiera que los permiten, los Paradise Papers han provocado la indignación de los responsables políticos franceses y europeos. Y, sin embargo, pese a las aparentes buenas voluntades y el anuncio de diferentes medidas que se pregonan regularmente, el fenómeno de los paraísos fiscales no decae. Y no es para menos: forma parte del sistema económico mundial nacido del cuestionamiento, hace 40 años, del modelo de posguerra.

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