¿Qué nos ha pasado?
He escrito este ensayo en memoria del historiador y editor Maurice Olender, fallecido el 27 de octubre de 2022, amigo íntimo y fiel colaborador de Mediapart. El ensayo salió a la venta en vísperas del homenaje que se le rindió el sábado 11 de marzo en la Casa de América Latina. Las retransmisiones en los medios de comunicación y los encuentros en las librerías figuran en la web de Éditions La Découverte. En París, presentaré el libro el miércoles 22 de marzo a las 19.00 horas durante un encuentro-debate en el auditorio del Instituto del Mundo Árabe.
Este es el capítulo introductorio:
¿Qué nos ha pasado?
En el país que se enorgullece de haber declarado los derechos humanos, el odio humano tiene ahora una esquina y un micrófono abierto.
Amplificado por el rumor digital de las redes sociales, no pasa un día sin que la estigmatización, discriminación o exclusión de seres humanos por su origen, religión o color de piel, se exprese sin freno ni máscaras.
Los musulmanes, imaginados, en bloque y en masa, como una comunidad indistinta, peligrosa por naturaleza, amenazadora e invasora, son el blanco ordinario y emblemático de este racismo renovado y asumido. Pero no son más que el principal chivo expiatorio, la primera matrioshka en la que encajan los demás sujetos del resentimiento –árabes, africanos, refugiados, emigrantes y exiliados–, mientras el antisemitismo está siempre agazapado, al acecho.
La novedad no es la existencia de prejuicios xenófobos o visiones racistas, que nunca han desaparecido del todo, ni los actos criminales que inspiraron, sobre todo en los años setenta. Lo que es nuevo es su legitimación en el espacio y el debate públicos, la circulación de ideas y la difusión de opiniones a través de las emisiones de televisión y radio, las intervenciones mediáticas de personalidades intelectuales y las posiciones adoptadas por figuras destacadas de los círculos literarios.
El Frente Nacional ayer y la Agrupación Nacional ahora, que lastran la vida política francesa desde hace cuarenta años –los primeros éxitos electorales de la extrema derecha se remontan a 1983–, pueden permitirse sobre todo limar aristas, hacerse los notables y pasar por responsables, porque otros hacen el trabajo por ellos, creando permanentemente un clima y un caldo de cultivo propicios al renacimiento de ideologías de desigualdad natural. Ideologías que, nunca se repetirá lo suficiente, clasifican a los seres humanos en función de su origen, sus creencias, su aspecto, su sexo o su género.
Ya no es en los márgenes, en las conversaciones de café o en los desvaríos de los grupúsculos nazis, donde se expresa hoy en Francia el llamamiento a deshacerse de una parte de sus habitantes, no sólo exigiendo que se vuelvan invisibles, sino también exigiendo que se marchen. En ambos casos, en versión suave o dura, que desaparezcan. No, es en el corazón del sistema mediático, político y económico donde tienen ahora cabida las ideologías identitarias fundadas en el odio obsesivo al Otro.
Para los que lo dudaban, por inconsciencia o por indiferencia, este viraje quedó ampliamente demostrado por la candidatura presidencial de un periodista y panfletista, Éric Zemmour, que procedía de la izquierda nacional-republicana, pasó por el servicio público audiovisual y se instaló en el periódico derechista de referencia. La promoción y el apoyo que le dieron los medios propiedad del multimillonario Vincent Bolloré, 14ª fortuna francesa y la 316ª del mundo, figura del establishment capitalista e interlocutor del poder presidencial, confirmaron esta normalización del discurso que viola los valores democráticos más elementales.
Así es como surge el fascismo, cualesquiera que sean sus avatares, según las circunstancias, los países o las épocas: no por una fatalidad que podría resultar del contexto económico y social, sino por una tolerancia ideológica a sus pasiones mortíferas, autoritarias e desigualitarias. En este sentido, la situación francesa no puede por menos que preocupar: lejos de suscitar una desaprobación unánime y una movilización masiva de los responsables políticos, entre los gobernantes y en los partidos que se proclaman apegados a la igualdad de derechos, se subestima o se tolera esta fascistización acelerada, en una mezcla de complacencia y complicidad. Cuando no se relativiza en las altas esferas del Estado, donde prefieren alarmarse por un "separatismo" reducido a quienes la extrema derecha designa como proscritos, desde asociaciones musulmanas a activistas ecologistas, pasando por los movimientos feministas y las movilizaciones antirracistas.
Este libro cuestiona esta renuncia, rastreando su larga historia.
¿Cuándo hemos bajado la guardia? ¿Cuál es la responsabilidad de periodistas e intelectuales en esta debacle? ¿Cómo, en nombre de la libertad de expresión, de decir de todo, incluso lo peor y lo más abyecto, el escenario mediático se ha convertido en el terreno de juego de ideas y opiniones que pisotean los principios democráticos fundamentales, los derechos colectivos y las libertades individuales?
Estas son las preguntas que impulsan esta búsqueda, guiada por un recuerdo.
Fue hace treinta años. Tanto como una generación. El tiempo de una regresión. Pero me sigue pareciendo un rayo de luz que todavía brilla en la distancia frente a la urgencia del peligro. El horizonte de una esperanza y de una reacción.
‘La libertad democrática’, de Daniel Innerarity
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El 13 de julio de 1993, un "Llamamiento a la vigilancia", firmado por cuarenta personalidades de la vida intelectual francesa y europea, alertaba al diario Le Monde sobre la banalización de los discursos de extrema derecha en el espacio editorial y mediático. Los firmantes recordaban que esos discursos "no son simples ideas entre otras, sino incitaciones a la exclusión, la violencia y el crimen" y que, por ello, "amenazan tanto la democracia como las vidas humanas". En consecuencia, declaraban "rechazar toda colaboración con revistas, obras colectivas, programas de radio y televisión y coloquios dirigidos u organizados por personas con vínculos probados con la extrema derecha".
En retrospectiva, este llamamiento adquiere la estatura de una profecía, al haber llamado tempranamente a evitar lo que hoy debemos combatir: la instalación permanente en el espacio público de ideologías xenófobas, racistas e identitarias, haciendo aceptables y recomendables las fuerzas políticas que promueven la discriminación de la alteridad, la estigmatización de las minorías, la desigualdad de derechos y la jerarquización de la humanidad.
Han pasado treinta años y hemos tardado demasiado en oír esta alarma.