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La perspectiva del 'Brexit' refuerza a los independentistas escoceses

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Assa Samaké Roman (Mediapart)

La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, y la jefa de los conservadores escoceses, Ruth Davidson, tienen pocas cosas en común. Una, líder del Scottish National Party (SNP), espera ser quien lleve a Escocia a la independencia en el plazo de dos años, la otra quiere hacer todo lo posible para impedirlo. Pero las dos están de acuerdo en una cosa: Boris Johnson está lejos de ser el primer ministro británico ideal, que podría firmar el fin del Reino Unido tal como ahora se le conoce.

El ex alcalde de Londres, recién llegado a Downing Street 10, promete que el Reino Unido saldrá de la Unión Europea el próximo 31 de octubre cueste lo que cueste, con o sin acuerdo. Los escoceses protestan. En 2016 votaron mayoritariamente permanecer en la UE y, de creer a las encuestas, podrían cambiar de opinión respecto al referéndum de 2014 y elegir la independencia para evitar un “no deal Brexit” (salida sin acuerdo).

Es en este contexto en el que se baten incansablemente en campaña tanto los representantes como los militantes, aunque las próximas elecciones al Parlamento escocés no están previstas antes de 2021, y al Parlamento británico en 2022.

“¡Buenos días, yo soy su diputado! Me dicen a menudo que no se ve a los representantes más que en período electoral y yo estoy aquí para demostrar lo contrario”. Este es el pitch de Tommy Sheppard, diputado del SNP por EdimburgoEste, cuando va de puerta a puerta. Fue elegido por esta circunscripción obrera de la capital escocesa durante laola amarillade 2015. De los 59 diputados que representaban a Escocia en el Parlamento británico en Londres, 56 procedían de las filas del partido independentista.

Después de las elecciones generales anticipadas de 2017, el SNP cuenta “sólo” con 35 diputados, muy por delante de los conservadores (13), los liberal-demócratas (4) y los laboristas (7) que hasta hace muy poco eran muy mayoritarios (41 diputados antes de 2015), a pesar de haber estado doce años en el poder. Actualmente en Escocia “son los únicos creíbles”, se lamenta Henry McLeish, ex primer ministro escocés laborista.

El SNP lleva las riendas del gobierno y del Parlamento escocés, además de la mayor parte de los grandes municipios de la nación (Edimburgo, Glasgow, Dundee, etc.). En mayo de 2019 consiguió la mitad de los escaños de eurodiputados escoceses, con el 37,8% de los votos, 23 puntos por delante del segundo mejor resultado, el del recién llegado Brexit Party de Nigel Farage.

Nicola Sturgeon, primera ministra desde finales de 2014, es una de las personalidades políticas más populares del Reino Unido. En las encuestas, el SNP es el partido reconocido como más cercano a la gente corriente y el más competente.

En cuanto a la militancia, el SNP se disparó después del referéndum de independencia de 2014, en el que el 55% de los escoceses votó por seguir siendo una nación constitutiva del Reino Unido. En la actualidad, 1 de cada 35 adultos en Escocia es miembro del partido, que se ha convertido en el segundo más grande del país en número de afiliados, detrás del partido laborista. Una fuerza con la que cuenta el partido para sus days of action o jornadas de militancia, en las que los afiliados van al encuentro de los ciudadanos en los mercados o puerta a puerta. “Lo hacemos cada seis semanas –explica Tommy Sheppard— pero me gustaría que lo hiciéramos más a menudo. Si quiero ver a todos los electores de la circunscripción al menos una vez durante mi mandato de cinco años, hace falta hacerlo todos los sábados”.

Con ese tema sobre la mesa, los representantes y los militantes se hacen una idea muy precisa del color político de su circunscripción y de su evolución: todo se recoge en una base de datos que más tarde servirá para focalizarse en tal o tal hogar en las futuras campañas. El SNP ha sido el primer partido en Europa en utilizar este sistema llamado Nationbuilder, llegado directamente de los Estados Unidos en 2011.

A esta maquinaria política bien engrasada hay que añadir un activismo en línea especialmente vivo: los militantes muestran sus convicciones mucho más que en las demás formaciones políticas, hacen circular el argumentario del SNP y reaccionan a la actualidad: “El SNP es pionero en militancia digital”, según The Guardian y, según un estudio de la universidad Robert Gordon, de Aberdeen, es uno de los partidos en el que los electores tienen más confianza en Internet.

Según James Mitchell, profesor de políticas públicas en la universidad de Edimburgo y coautor de un libro sobre el ascenso del SNP, la hegemonía de este partido se explica también por el paisaje político de Escocia, muy diferente del de Inglaterra: allí la derecha es débil desde hace décadas. En consecuencia —explica el investigador— los partidos de izquierdas y de centro tienen menos tentación de perseguir sus ideas, especialmente en el tema de la inmigración, para atraer a los votantes.

El SNP se ha aprovechado bien del referéndum de 2014, a pesar de su derrota. Según el investigador y editorialista pro independencia Gerry Hassan, “lo que se pidió a la gente era imaginar lo que podría ser Escocia. Se paraban en la calle para hablar de política, el mundo entero nos observaba. El punto de inflexión fue cuando la independencia se puso en cabeza en una encuesta. En ella, la gente que pensaba no estar influenciada se dio cuenta que tenía poder, individualmente y en grupo. La gente vio que podía hacer temblar al establishment británico. Y ese sentimiento no podrá nunca desaparecer totalmente”. Por otra parte, en Dundee, una de las ciudades del país con mayor tasa de pobreza, es donde más apoyada ha sido la independencia.

La felicidad de unos es la desgracia de otros y el ascenso del SNP se ha conseguido a costa del Scottish Labour. El número de afiliados del partido laborista escocés ha caído un 20% y ya no es la oposición oficial desde las elecciones al Parlamento escocés de 2016. Ha sido reemplazado por el partido conservador y unionista de Escocia de la carismática Ruth Dadivson.

La líder de los tories escoceses trata de dinamizar a su partido, en deshonra desde los años de Thatcher, y quiere encarnar un conservadurismo menos polvoriento: acaba de incorporarse de una baja por maternidad completa de seis meses tras haber tenido un bebé con su compañera y se ve ya como la próxima primera ministra de Escocia en 2021.

En el SNP, el número de afiliados se quintuplicó en los meses siguientes al referéndum de 2014, en una época de desafección de los partidos políticos. Lynn Bennie, investigadora y conferenciante de ciencias políticas de la universidad de Aberdeen, ha trabajado sobre los partidos políticos y sus militantes. “La actividad política era mucho más estimulante que durante unas elecciones clásicas y los mensajes llamando a conservar ese dinamismo invadían las redes sociales. Eso es lo que explica el enorme aumento del número de militantes. No obstante, 125.000 afiliados no está nada mal pero tampoco es gran cosa. —matiza esta investigadora— Y sobre todo, aunque se ha diversificado algo, el perfil de los afiliados no ha cambiado verdaderamente: afiliarse a un partido político es una actividad de la clase media”.

La descomposición de los laboristas

¿Quiere esto decir que el número de militantes movilizados también se ha disparado? Por desgracia, no, dice Tommy Sheppard. “No se puede decir que la militancia digital no sirve para nada, pero no hemos visto realmente diferencia respecto al número de personas que vienen a una reunión de sección o para un puerta a puerta. Sin embargo, sí son simpatizantes activos: hablan de política en su entorno, ponen en sus ventanas una pancarta con 'Yes' y cuando hay una colecta participan sistemáticamente”.

El SNP se ha basado en el movement politics. Es ciertamente un aparato con todos los componentes clásicos, pero sobre todo el lugar más claro dónde acudir cuando se forma parte de un movimiento independentista que sobrepasa las paredes del partido. El SNP no tuvo sin embargo el monopolio de la organización de la campaña pro independencia en 2014. Dentro de Yes Scotland estaban también los Verdes, la izquierda radical y una multitud de grupos militantes que se crearon sin el aval de una organización superior. Los jubilados por la independencia, los abogados por la independencia, incluso los anglo-escoceses por la independencia. En todas partes y en todas las categorías de la población había un grupo militante.

Era una campaña “fuera de control”, según la periodista escocesa Lesley Riddoch, descentralizada tanto sobre el terreno como internet, lo que permitió la aparición de futuras figuras emblemáticas del SNP. Esta campaña bottom up era muy diferente a la del campo contrario, Better together (que agrupaba a conservadores, laboristas y liberal-demócratas), mucho más controlada por una organización central.

Gracias al referéndum de independencia, los nacionalistas escoceses se han posicionado como los mejores defensores de Escocia, frente a sus rivales laboristas, a quienes se ha reprochado haber hecho campaña junto con los Tories para mantener a Escocia en el Reino Unido. Una campaña descrita como Project fear, basada en el miedo a lo desconocido y en el que Escocia sería “demasiado pequeña, demasiado pobre y demasiado estúpida” para dirigirse por sí sola, palabras del vice primer ministro escocés John Swinney. Numerosos simpatizantes laboristas dieron el paso y eligieron la independencia dando así la espalda a su partido de origen.

Este camino sin retorno ha sido favorecido por el hecho de que el SNP y el Scottish Labour (partido laborista escocés) son, de hecho, bastante cercanos en el plano ideológico. “El desacuerdo principal radica en la cuestión de la independencia, pero los dos son partidos socialdemócratas”, explica James Mitchell. “Existen tantas diferencias sobre la agenda socialdemócrata en el seno de estos partidos como entre ellos. Lo que ha dado ventaja al SNP es que los electores le ven como un medio más eficaz para "defender Escocia" y aplicar un programa socialdemócrata. La clave ha sido la competencia en su gobernanza”.

La investigadora Lynn Bennie añade que el SNP ha logrado adueñarse de la política escocesa porque juega en dos tableros. “El SNP se presenta como un partido de gobierno eficaz: en eso, en Escocia, él es el establishment. Pero en un contexto británico más amplio, es antisistema: denuncia lo que no funciona con Westminster. Es el poder establecido y la oposición”.

El 'Brexit' refuerza a los nacionalistas

El investigador Gerry Hassan está de acuerdo. “El SNP ha copiado algunos aspectos del New Labour para triunfar: disciplina y mensajes claros. Ha pasado de un partido marginal a un partido político profesional”. Irónicamente, son los laboristas los que les han dado la oportunidad, con la descentralización. Implantada por el gobierno laborista de Tony Blair, esa descentralización debería terminar con los deseos de independencia dando a los escoceses más autonomía. Edimburgo se ocupa de su propia política sanitaria, de la educación y la enseñanza superior, de la seguridad y de la agricultura entre otras materias al mismo tiempo que permanece dentro del sistema británico.

Pero la transmisión ha reforzado también los argumentos a favor de la autodeterminación: Escocia quiere poder decidir sobre su propio presupuesto, su política social y sus asuntos exteriores. Para James Mitchell, “la experiencia de la transmisión, combinada con una percepción creciente de la incompetencia del gobierno británico, con el Brexit como caso más evidente, contribuye a alimentar el debate sobre la independencia en la actualidad”, a pesar de un voto de 2014 que se pensaba que iba a dejar zanjada la cuestión al menos por una generación.

Pero en junio de 2016 se produjo un cambio de situación: el Reino Unido votó por la salida de la UE. El SNP, pro europeo, había dicho meses antes en su programa para las elecciones legislativas escocesas que llamaría a un segundo referéndum si hubiera “algún cambio importante” como “hacer salir a Escocia de la UE contra su voluntad”. El 62% de los votantes escoceses votaron por la permanencia en la UE.

Tras meses de espera, el SNP cumplió su promesa: Nicola Sturgeon anunció el 24 de abril de 2019 que empezaría un proceso para la organización de una nueva votación antes del final de la legislatura, es decir, de aquí a 2021. “Construyamos una nación más justa y hagamos de manera que Escocia, con su independencia, forme parte de la construcción de un mundo mejor que creemos posible”, declaraba Nicola Sturgeon en la clausura del congreso de su partido de Edimburgo a finales de abril pasado.

Este anuncio era muy esperado en las bases del partido, que se comía las uñas temiendo que “la oportunidad del Brexit” desapareciera. No obstante ¿hay hoy en día un fervor independentista en la nación? De las encuestas de opinión, tomadas con prudencia, no parecen que se desprenda una mayoría.

Pero eso no quiere decir que el SNP esté totalmente listo, según Berry Hassan. “No ha habido análisis sobre las causas de la derrota de 2014. No ha habido un verdadero debate sobre la independencia porque la dirección del SNP quiere todo bajo su control. Nicola Sturgeon ha acelerado el proceso de centralización”, dice. ¡Qué ironía, para un partido que se ha aprovechado tanto de una militancia descentralizada, ser tan centralista!

Tommy Sheppard le da la razón: “Sí, claro, hay una democracia interna, hay propuestas que vienen de los militantes, pero tomarlas en cuenta no es verdaderamente una prioridad para sus líderes. Esperamos que Nicola tome una decisión y luego veremos”.

Sin embargo, la democracia interna se ejerce a menudo, aunque esté muy limitada. Dos veces al año el SNP se reúne en un congreso. En el último fue debatida la espinosa cuestión de la moneda de un Estado escocés: la moción defendida por la líder del partido tuvo éxito pero los militantes desafiaron la consigna de voto al introducir una enmienda más radical que la del texto original.

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Pero, tras doce meses de ejercicio del poder, el SNP puede vanagloriarse de varios éxitos, como la gratuidad de la sanidad, la gratuidad de la enseñanza superior (para los residentes en Escocia y los ciudadanos de la UE), las ayudas para los recién nacidos, inversiones masivas en energías limpias, etc., lo que les permite presentarse como “el verdadero partido radical y progresista en Escocia”.

Pero la competencia es fuerte en este segmento: Jeremy Corbin, el líder del partido laborista británico, y Richard Leonard, su homólogo en el Scottish Labour, exsindicalista, quieren conquistar su antiguo bastión y denuncian al SNP como falsa izquierda y temen que una Escocia independiente empiece su vida en la austeridad.

Sin embargo, según Lynn Bennie, por el momento no son una amenaza para el SNP, “que habla ya del electorado tradicional del laborismo”. El SNP debe vigilar no obstante no ser demasiado complaciente, como subraya Gerry Hassan: “Nosotros, los escoceses, por mucho que digamos que nuestra identidad es mucho más igualitaria y progresista que en Inglaterra, no somos tan diferentes de los ingleses. Las desigualdades en riqueza están muy presentes. Hace falta que el SNP se interese en las nuevas ideas y salga de sí mismo”  

La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, y la jefa de los conservadores escoceses, Ruth Davidson, tienen pocas cosas en común. Una, líder del Scottish National Party (SNP), espera ser quien lleve a Escocia a la independencia en el plazo de dos años, la otra quiere hacer todo lo posible para impedirlo. Pero las dos están de acuerdo en una cosa: Boris Johnson está lejos de ser el primer ministro británico ideal, que podría firmar el fin del Reino Unido tal como ahora se le conoce.

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