Las gesticulaciones de los políticos que hacen campaña en la isla de Lampedusa para aumentar su capital electoral con vistas a las próximas elecciones europeas de junio de 2024 dan vértigo, cuando no náuseas, pues la historia se repite desde principios de los años 2000.
Con un olor a rancio de fondo, el ministro francés de Interior, Gérald Darmanin, viajaba a Roma en la noche del lunes 18 de septiembre para ofrecer a Italia ayuda para "mantener su frontera exterior", declarando que no estaba dispuesto a acoger a ningún migrante más, mientras oíamos a la extrema derecha francesa abogar por un "bloqueo militar" o por un "muro legal".
Cada gran naufragio, cada llegada masiva de emigrantes a las costas europeas produce el mismo espectáculo desesperado, las mismas demostraciones de fuerza, las mismas promesas de firmeza, la misma búsqueda de culpables.
Tras las islas griegas de Lesbos y Quíos, le toca de nuevo a Lampedusa, isla italiana situada en el extremo sur de Europa, ser el escenario de una siniestra instrumentalización. Por su proximidad geográfica a Túnez, esta isla es desde hace años el principal punto de desembarco de migrantes en el Canal de Sicilia.
En una semana, gracias a las buenas condiciones meteorológicas, han desembarcado allí más de 11.000 personas, casi la mitad de ellas sólo el martes 12 de septiembre. Con unas previsiones de llegadas récord para el conjunto del año (más de 118.500 personas han alcanzado las costas italianas desde enero, casi el doble de las 64.529 registradas en el mismo periodo de 2022), Lampedusa es el escenario perfecto para avivar los temores.
Mientras vemos en nuestras pantallas las deshumanizadoras imágenes de exiliados exhaustos y hambrientos tras una peligrosa travesía, los representantes políticos no tienen más remedio que verter su retórica bélica y, en una competencia en la que la extrema derecha sale ganando, desplegar las mismas recetas de siempre: cada vez menos derechos para los migrantes, cada vez más vallas. Y todo ello cargando contra los habitantes de la isla, a pesar de que no han pedido nada a nadie, al contrario, han demostrado su hospitalidad a lo largo de los años, siempre que se les den los medios para ello.
Este juego de rol, cínico y asesino, dura ya más de veinte años y Europa ha estado dándole vueltas sin avanzar. Las razones de este fracaso han sido identificadas hace tiempo por los investigadores y académicos que trabajan en estos temas. Pero a diferencia de lo que ha ocurrido en los últimos años con el medio ambiente, con el progresivo silenciamiento de los escépticos del clima, siguen sin escucharse los argumentos racionales sobre las cuestiones migratorias. Pero se pueden resumir en una frase: las políticas europeas aplicadas desde la década de 2000 están contribuyendo a crear las condiciones para las salidas irregulares que supuestamente combaten.
Una política inhumana e ineficaz
Veamos. La primera de esas políticas, tan inhumana como ineficaz, consiste en cerrar las fronteras. Lo que podría parecer "sentido común" no es más que una ilusión. Las vías legales de acceso a los países de la UE para extracomunitarios no han dejado de reducirse, acelerándose el ritmo de cierre desde 2015-2016 a raíz de las primaveras árabes y la guerra de Siria, con el argumento de "controlar los flujos migratorios".
Los visados se expiden a cuentagotas en los países de salida y conseguirlos es una carrera de obstáculos. El resultado es que, incapaces de obtener papeles regularmente, los exiliados recurren a vías "ilegales", obligados a arriesgar sus vidas cruzando el Mediterráneo en barcazas.
Esa política no solo no da los resultados esperados, sino que además es mortal: según la Organización Internacional para las Migraciones, que intenta llevar al día ese macabro recuento, desde 2014 se han producido casi 30.000 muertes a las puertas de Europa, la mayoría de los migrantes fallecidos o desaparecidos sin que se haya podido identificar sus nombres.
La historia secular de las migraciones nos enseña que ninguna barricada ha podido impedir una dinámica mundial que empuja a cientos de miles de hombres y mujeres al exilio, huyendo de una dictadura o de la pobreza, o de los efectos del cambio climático, del que los países europeos son en gran parte responsables. Las puertas podrán seguir cerradas, pero las personas cuyas vidas corren peligro en sus países de origen seguirán desplazándose con la esperanza de una vida mejor.
Incapaz de disuadir a la gente de marcharse, esta política de cierre engrosa las filas de exiliados sin papeles y, de paso, enriquece a las redes criminales de tráfico de seres humanos que dice querer erradicar.
El segundo escollo en la gestión europea del asilo y la inmigración reside en la decisión de concentrar los puntos de llegada en determinados lugares, bautizados tecnocráticamente como "hotspots", la mayoría de las veces en pequeñas islas en torno al Mediterráneo. El resultado de esta política es que se concentran las dificultades, se agudizan las tensiones locales y se hace más visible la congestión, como ocurre hoy en Lampedusa, donde la capacidad de acogida es insuficiente para el número de llegadas.
En un artículo publicado en Libération el domingo 17 de septiembre, Marie Bassi, profesora e investigadora de la Universidad de la Costa Azul, y Camille Schmoll, investigadora del laboratorio Géographie-cités y directora de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), explican de qué es síntoma Lampedusa: "Al ser tan pequeñas, estas islas fronterizas presentan todas las características de una gestión migratoria inhumana e ineficaz. Esta política, diseñada en 2015 a escala de la UE, pero aplicada durante mucho tiempo en algunos países, no ha conducido a una gestión más racional del flujo de llegadas. Al contrario, ha supuesto una enorme carga humana y financiera para las pequeñas zonas periféricas. Personas traumatizadas, supervivientes y niños cada vez más pequeños son alojados en condiciones indignas.
Estamos ante una "crisis de acogida, no de migración", afirman.
Efectos de la externalización de los controles migratorios
Esto en cuanto a las consecuencias. En los puntos de partida son igual de palpables esos impasses. Las políticas que pretenden controlar los flujos en los países de origen o tránsito externalizando a sus autoridades el papel de los guardias de fronteras también están condenadas al fracaso.
El reciente acuerdo firmado por la Unión Europea con Túnez es la demostración más flagrante. Este enfoque diplomático, que se podría calificar de regateo, no ha reducido el número de salidas, como demuestran los movimientos actuales, pero ha tenido el efecto de hacer aún más vulnerables a los emigrantes que ya estaban en el punto de mira del presidente tunecino, Kaïs Saïed.
Después de sus declaraciones racistas, muchos exiliados han sido expulsados de sus casas, han perdido sus empleos o han sido deportados al desierto, donde algunos han muerto de sed. Semejante deterioro de sus condiciones de vida sólo puede animarles, incluso a quienes no tenían intención de hacerlo, a huir e intentar la travesía.
El anterior acuerdo firmado por la Unión Europea con Turquía en 2016, tras la guerra de Siria, es esclarecedor en otro aspecto: si bien las rutas migratorias a través de ese país se han extinguido temporalmente, inmediatamente se han desplazado a otros lugares, en este caso a los países del norte de África, en primer lugar Túnez.
En su artículo, Marie Bassi y Camille Schmoll recuerdan también el caso de Libia, y el chantaje ejercido en su momento por Muamar Gadafi. "Hemos colaborado con gobiernos que no respetan los derechos de los migrantes: en primer lugar Libia, a la que hemos armado y financiado para encerrar y ejercer la violencia contra las poblaciones migrantes para impedirles llegar a Europa", escriben. Y todo ello sin ningún impacto sobre las redes de traficantes, que, tan pronto como eran desmanteladas, se reorganizaban de otras maneras, a veces con la ayuda de las autoridades locales, como hemos documentado en Mediapart.
Otra distracción esgrimida una y otra vez por los políticos europeos, y no sólo los de extrema derecha, es que criminalizar a las ONG que ayudan a los migrantes tiene como único efecto aumentar la mortalidad de las travesías marítimas.
Como recuerda la periodista Cécile Debarge en nuestras columnas, el escenario actual socava la teoría del "soplo de aire fresco" supuestamente creada por los rescates en el mar. En la última semana, explica nuestra colega, el buque Aurora, fletado por la ONG Sea Watch, ha desembarcado a 84 migrantes en el puerto de Catania, el SOS Méditerranée Ocean Viking ha llevado a 68 migrantes al puerto de Ancona, y en Lampedusa, el Sea Punk 1, el Nadir y el ResQ People han llevado a tierra a 44, 85 y 96 personas respectivamente. Estas cifras, concluye, son irrisorias si se comparan con el número total de personas que llegan a Italia.
Para concluir este repaso, veamos una última solución ampliamente adoptada tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político: desplegar la ayuda al desarrollo para reducir la llegada de inmigrantes. En una entrevista concedida a Le Journal du dimanche en mayo de 2021, durante una visita a Ruanda y Sudáfrica, el presidente Macron advirtió contra el "fracaso" de la política de desarrollo.
Si somos cómplices del fracaso de África", afirmó, "tendremos que rendir cuentas, pero también lo pagaremos caro, sobre todo en términos de migración". Y añadió: "Si estos jóvenes africanos no tienen oportunidades económicas, si no se las ofrecen, si no hay buenos sistemas sanitarios en África, entonces emigrarán".
Pero numerosos trabajos de investigación sobre esta cuestión llegan a la misma conclusión: la ayuda al desarrollo no es una respuesta a corto plazo; al contrario, al provocar un aumento de la renta per cápita, fomenta la emigración a Europa en lugar de desalentarla. Los que se van no son los más pobres entre los pobres, sino los que disponen del capital financiero y cultural necesario para plantearse el exilio a un país lejano.
Cambiar el paradigma
Ante esos callejones sin salida, ¿qué se puede hacer? Para empezar, hay que evitar las polémicas políticas, afrontar la realidad de las cifras y aceptar que Europa, la que sigue siendo para los manuales escolares el Viejo Continente, no sólo puede sino que debe acoger a los inmigrantes.
El modo en que nuestros países han abierto sus puertas a los refugiados ucranianos es un indicio de nuestra capacidad de hospitalidad y, por la misma razón, deja entrever un trasfondo racista en nuestra dificultad para dejar entrar a los refugiados africanos.
François Héran, profesor de Migración y Sociedad en el Collège de France, reclama este cambio de paradigma. Centrando su trabajo en Francia, no se cansa de repetir que "el debate público sobre la inmigración está completamente alejado de las realidades básicas".
En su libro Immigration: le grand déni (Inmigración, la gran negación, edic. Seuil, 2023), demuestra meticulosamente, con cifras, que si bien es cierto que la inmigración aumenta, Francia, contrariamente a lo que se cree, no es especialmente acogedora en comparación con sus vecinos, ni siquiera especialmente atractiva para los inmigrantes.
Un ejemplo son los exiliados de Siria, Irak y Afganistán. Sólo el 18% de los 6,8 millones de sirios han conseguido solicitar asilo en Europa, "de ellos el 53% en Alemania y el 3% en Francia". Del mismo modo, 400.000 iraquíes buscaron refugio en la Unión Europea entre 2014 y 2020, el 48% de ellos en Alemania y el 3,5% en Francia. En el mismo periodo, solo el 8,5% de los refugiados afganos en la UE buscaron protección en Francia, mientras que el 36% se dirigió a Alemania.
Por otra parte, la acogida de inmigrantes es una necesidad: el declive demográfico de Europa nos obliga a abrir más nuestras puertas si queremos mantener nuestras economías en marcha, financiar las pensiones, acompañar a las personas mayores y luchar contra el cambio climático.
Según cifras de Eurostat, el saldo natural de la población europea (que mide la diferencia entre el número de nacimientos y el de defunciones) es negativo desde 2015, y la inmigración es ya el principal factor de crecimiento demográfico.
Alemania lo ha comprendido claramente y adopta una política voluntarista, aceptando su sesgo utilitarista. Las reformas emprendidas en Alemania para facilitar la entrada de extranjeros se basan en la previsión de que, en los próximos quince años, abandonarán el mercado laboral 13 millones de trabajadores, casi un tercio de la población activa. La Agencia de Empleo calculaba la pasada primavera que harían falta 400.000 inmigrantes al año para compensar la pérdida de mano de obra.
España está igualmente preocupada por el envejecimiento de su población, pero se muestra menos tensa que Francia. En 2020, el ministro responsable de migración (José Luis Escrivá, ndt) declaró en un foro internacional que la economía de su país necesitaría "millones y millones" de inmigrantes para mantener su nivel actual, y que sus vecinos también deberían estar "preparados para integrar" masivamente a las poblaciones exiliadas.
Mientras tanto, Francia va contracorriente, se hunde en la negación y discute sobre si abrir demasiado sus puertas podría llevar a Europa a verse "inundada". Esta cuestión, que se ha convertido en el caballo de batalla de la extrema derecha francesa, es objeto de una vieja pero aún viva disputa. Cristalizó en 2018 en torno a la publicación del libro del ex periodista Stephen Smith La Ruée vers l'Europe (La avalancha hacia Europa, edic. Grasset), que predecía que en unos treinta años el 25% de la población europea estaría formada por inmigrantes subsaharianos.
Desde entonces, muchos investigadores han venido refutando su tesis, pasando por el tamiz los datos demográficos disponibles. François Héran fue uno de los primeros en responder con argumentos en un boletín científico publicado por el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED). En este texto, titulado "Europa y el espectro de la emigración subsahariana", Héran sitúa la emigración africana en el marco mundial de la diáspora, señalando que "cuando los subsaharianos emigran, el 70% lo hace a otro país subsahariano y sólo el 15% a Europa".
"En comparación con otras regiones del mundo –América Central, Asia o los Balcanes– el África subsahariana emigra muy poco debido a la pobreza", añade, precisando que "si incluimos las proyecciones demográficas de la ONU, los emigrantes subsaharianos ocuparán un lugar creciente en las sociedades del Norte, pero seguirán siendo una minoría muy pequeña: en torno al 4% de la población en 2050", muy lejos de la "profecía" del 25% anunciada por Stephen Smith.
Francia dejará de ser un atractivo, amenazando su economía y su modelo social.
Hoy seguimos luchando contra la vigésimo novena ley de inmigración restrictiva desde los años ochenta.
"Sin embargo”, como señala el economista Philippe Askenazy en un artículo publicado en Le Monde el 31 de mayo de 2023, “aunque la demografía natural de Francia sigue siendo más favorable que la de Alemania, las últimas proyecciones del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE), suponiendo una política migratoria constante, sugieren que la mano de obra disponible prácticamente se estancará en las próximas décadas.”
"En lugar de preocuparse, el Gobierno se siente, de soslayo, aliviado de que tan pocos ucranianos hayan elegido Francia como refugio, incluso en comparación con países aún más alejados geográficamente de Ucrania: seis veces menos que en Irlanda, tres veces menos que en Portugal y la mitad que en España", observa, antes de apuntar, muy a su pesar: "Ya se trate del proyecto Darmanin (ministro francés de Interior, ndt) o de los miembros del partido Les Républicains, la obsesión es ‘recuperar el control’ luchando contra el espejismo de una Francia atractiva, con una costosa policía burocrática y cuotas igualmente burocráticas. "
Concluye que, si seguimos empecinados, "Francia dejará de ser un atractivo, amenazando su economía y su modelo social".
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Urge pues cambiar el enfoque y abrir vías legales de acceso al Viejo Continente, demostrando al mismo tiempo solidaridad interestatal en la acogida de los refugiados que llegan a nuestras costas. Aunque el "Pacto sobre Asilo e Inmigración", que se debate a escala europea desde hace cuatro años, incluye medidas para distribuir mejor las llegadas, sigue basándose en la premisa de que la UE está amenazada por la presión migratoria y debe protegerse.
Al observar el debate político y mediático nacional, queda claro que es inútil esperar que Francia desempeñe algún tipo de papel de liderazgo en la transformación de esta visión ya gastada, tan obsesionada está con sus demonios poscoloniales y absorbida por la tentación del repliegue en sí misma.
Traducción de Miguel López