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Quieren dejar el frente, pero el gobierno no les deja: los soldados ucranianos agotados tras años de guerra

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Justine Brabant (Mediapart)

Los hombres del cabo Yuriy* se han instalado en una casita de madera rodeada de arces en un rincón de la campiña ucraniana. Desde que llegó el buen tiempo, cocinan en el jardín, en una gran olla sobre un fuego atendido por turnos por los soldados. Este mediodía es osh, un plato uzbeko a base de arroz pilaf, carne y verduras. 

Mientras la carne se cocina, la conversación, acompañada de cigarrillos, pasa tranquilamente por las noticias del frente, las misiones de su brigada y las familias de unos y otros. Pero en los últimos meses, se ha convertido en una obsesión otro tema: ¿cuándo podrán por fin ser desmovilizados y volver a la vida civil? 

"Mi último permiso fue hace casi un año. Pude conseguir quince días", explica Yuriy. Su caso no es una excepción. Como él, los cuatro soldados que están a la hoguera se alistaron voluntariamente en el ejército en los primeros días de la guerra, para defender a su país de la invasión rusa. Hoy están cansados, pero ya no pueden irse. Las desmovilizaciones, concedidas gota a gota, les están siendo negadas por el momento. 

"Cuando nos presentamos voluntarios, pensábamos que íbamos a estar un tiempo mientras los demás hacían su instrucción. Al final, nos retienen indefinidamente". Yuriy remueve el contenido de la olla con una espumadera. "Me siento traicionado.”

 En su último destino en el frente, en la región de Bajmut, lo pasó mal. El cabo comienza situando el escenario: "Colinas y colinas de cerezos y albaricoqueros en flor, era maravilloso". Luego el balance: "Perdimos a cinco hombres de los veinte que éramos. Allí teníamos literalmente una posibilidad entre cinco de morir.” "Severamente derrotados", como ellos mismos admiten, pronto tuvieron que abandonar el frente. 

La brigada de Yuriy está desplegada actualmente en una parte menos expuesta de Ucrania. Pero las dudas nunca les abandonan. “Mírenos, tenemos más de 40 años [38, 40, 41 y 46 respectivamente]", dice Vadim, de complexión fuerte y barba de unos días. “Permanecer en las trincheras se está volviendo difícil. ¿Por qué no nos sustituyen?” 

Los problemas de recursos humanos, aunque menos mediatizados que la falta de armas y municiones, son un reto importante para el ejército ucraniano. La primera oleada de voluntarios –que se presentaron espontáneamente en los centros de reclutamiento a principios de 2022– está agotada y su salud mental se deteriora

Muchos de los soldados empezaron a sentirse cansados el pasado otoño. La fatiga de un año y medio de guerra, el fracaso de una contraofensiva ucraniana largamente esperada y la perspectiva de un segundo invierno en el frente han hecho mella en la moral. Ver flaquear a compañeros y amigos tampoco ha ayudado. 

"Uno de nuestros jóvenes pidió marcharse, ser desmovilizado. Se lo denegaron. Una mañana lo encontré tumbado contra un árbol, completamente borracho. Había intentado huir", continúa Yuriy. "Aun así, no somos los más expuestos. No hemos estado en el frente durante las peores batallas", observa su compañero Serhiy, agachado, dando una calada a su cigarrillo. “Las otras unidades han sido destrozadas. No puedo ni imaginarme su estado". 

"No me gustaría volver inválido"

Las compañeras y esposas de los soldados (el ejército ucraniano sigue siendo mayoritariamente masculino) son testigos privilegiadas de la depresión de los primeros reclutas, que ahora se sienten prisioneros. Katia, cuyo marido lleva más de dos años en el ejército, mientras pone a hervir agua para el té en la cocina de su piso de las afueras de Kiev, nos cuenta: "Al principio me escribía: '¡Todo va bien, estamos tocando las pelotas a los rusos! Luego lo mismo, pero sin el "todo va bien". Luego pasó a ser: 'No me gustaría volver inválido'. Y ahora me dice: "Ya estoy harto, estoy jodido". 

“Veo que mi marido se está apagando", añade Galina, cuya pareja, un ingeniero de 29 años, está en el frente cerca de Kupiansk. “El otro día me dijo: 'Ver un cuerpo destrozado no es lo más espantoso. Lo más duro es recordar que cinco minutos antes estabas hablando con él".

Al ofrecerse voluntarios para luchar, estos soldados han dejado en suspenso sus vidas y las de sus seres queridos por tiempo indefinido. Galina intenta olvidar la ausencia del hombre con el que se casó seis meses antes de que empezara de la guerra. “Intento trabajar todo lo posible, para llegar a casa agotada y quedarme dormida", explica esta agrónoma. “Pero, en realidad, ya no duermo". Los fines de semana va sola al cine. 

"Cuido a nuestros dos hijos, de 5 y 14 años, y es difícil. Porque no es así como imaginaba mi vida", dice Katia, que trabajaba en marketing antes de que su marido se marchara al frente. Desde entonces ha tenido que convertirse en ama de casa. "Creo que en tiempos de guerra hay que dejar de ser feminista. De momento, sólo me gustaría que alguien me ayudara en casa", sonríe, apenada. “Y que me regale un vestido". 

Al salir del pequeño jardín lleno de arces, el cabo Yuriy nos explica, en voz baja, el dilema que le corroe. Su mujer está embarazada, pero aún no han decidido si quedarse con el niño. "¿Y que ella tenga que criarlo sola? Esa no es forma de vivir...", dice el soldado, afectado. “Qué situación tan terrible...". 

No verla en estas circunstancias es demasiado difícil. Así que, un día de mayo, el cabo se escapó durante unas horas para reunirse con ella y hablar de su futuro y luego volvió a su unidad. Nadie en la unidad piensa en condenar esos "permisos clandestinos", como lo llaman con una sonrisa resignada. 

En la guerra desde hace 630 días

La solución a este problema de recursos humanos, para mucha gente, es sencilla: permitir que los soldados que han estado en combate durante un cierto tiempo –se habla habitualmente de 36 meses– vuelvan a la vida civil, y sustituirlos por hombres que aún no hayan servido. Esa es la exigencia de un colectivo informal de esposas de soldados que se creó el pasado noviembre, entre las que se encuentran Galina y Katia. 

Han organizado diez manifestaciones por toda Ucrania. En Kiev, en la emblemática plaza Maidán, Galina llevó su pancarta que decía: "Mi marido lleva 630 días en la guerra. Ahora les toca a otros"

Algunas representantes del colectivo fueron recibidas por el Estado Mayor del ejército ucraniano y se ganaron el apoyo de varios diputados. Su lucha parecía incluso a punto de tener éxito cuando se incluyó en una ley aprobada en abril una cláusula que preveía el regreso de los soldados a la vida civil tras 36 meses de servicio. Pero la disposición fue retirada a última hora.

 "Fue el mando militar el que pidió que se retirara", según Inna Sovsun, diputada del partido de la oposición Holos, muy activa en el tema y cuyo marido también está militarizado. Entre bastidores, el Estado Mayor habría advertido de que no es capaz de reclutar suficientes soldados nuevos para reemplazar a los que deberían volver. 

Pero el argumento puede volverse en contra: ¿poner un límite claro de alistamiento de 36 meses no ayudaría a tranquilizar a los posibles reclutas de que no se están metiendo en un callejón sin salida, y por lo tanto, en última instancia, atraería a nuevos solicitantes? "Sabemos que la guerra va a durar. Nadie quiere alistarse sin saber cuándo podrá salir del ejército, es normal", lamenta el cabo Yuriy. 

Pero es que el ejecutivo ucraniano, que dice que no puede dar de baja a los soldados ya alistados por falta de posibles sustitutos, ¿ha puesto realmente los medios para reclutar en masa? Inna Sovsun, como otros, lo duda. "¿Ha visto usted alguna gran campaña de movilización? Me refiero a campañas nacionales coordinadas por el gobierno", se pregunta. De hecho, la mayoría de los carteles de reclutamiento que pueden verse por todo el país no proceden del ministerio de Defensa, sino de las propias unidades –la 3ª brigada de asalto, conocida como "Azov", o la 67ª brigada mecanizada, conocida como "Da Vinci"–, cada una de las cuales intenta promocionar sus puntos fuertes. 

Para muchos de los soldados entrevistados, hay pocas dudas sobre la realidad de la situación: "Volodímir Zelensky prefiere sacrificar la primera oleada de voluntarios antes que tomar medidas impopulares, como movilizar a un gran número de nuevos soldados", dice un acalorado Yuriy. "Los jóvenes son una parte de la población que más ha votado al actual gobierno" y la mayoría presidencial "no quiere perder a esa parte del electorado" llamándolos en masa a filas, afirma un joven soldado desplegado en el frente de la región de Donetsk (leer aquí su entrevista completa).

Los investigadores replican, con cifras que lo avalan, que en realidad los márgenes de movilización ucranianos son bastante reducidos. ¿Quién dice la verdad? Sin duda, para apagar el fuego, el ministerio de Defensa ucraniano ha prometido preparar una ley específica sobre la desmovilización, que podría resolver el problema. A Inna Sovsun le cuesta creerlo: "Está prevista para dentro de ocho meses. Pero para cuando se haya redactado y debatido, luego ratificada por el presidente y que entre en vigor... será en 2025". Para no tener que esperar hasta entonces, tiene previsto presentar su propio proyecto de ley sobre el tema. 

Entretanto, crece la incomprensión –y a veces el resentimiento– entre varias Ucranias que parecen vivir en realidades paralelas. Muchas esposas de soldados dicen haber roto el contacto con sus amistades que no tienen parientes en el frente. "Ya no nos entendemos", se lamenta Galina, citando el ejemplo extremo de "una amiga que le dijo, en resumen, que su marido había hecho el tonto presentándose voluntario al principio de la guerra, y que sólo podía culparse a sí mismo". En una esquina de la cocina, Katia asiente en silencio. 

Pero en la adversidad se forjan otros lazos de solidaridad. “Cuando encontré a este grupo de esposas de soldados manifestándose, sentí un alivio inmenso", prosigue la joven. “Por fin, gente que comparte mi dolor. Sé que sus corazones están desgarrados por las mismas heridas que el mío". Ellas no sólo comparten el dolor sino también publicaciones sobre psicología y consejos de lectura. Estos días Galina devora libros sobre salud mental y traumas de guerra, para poder ayudar a su marido a "volver, poco a poco, a la sociedad" a su regreso. Él, durante su último permiso, no soportaba oír a los jóvenes hablar ruso por las calles de Kiev. 

Por encima de todo, Ucrania sigue unida por un hilo común: la feroz determinación de vencer al ejército ruso. Incluso entre los soldados más molestos con sus mandos o con su clase política, ninguno de ellos quiere que Ucrania entre en negociaciones con Rusia. "¿Si negociamos? Rusia no se detendrá ahí y, dentro de unos años, no nos reclutarán para defender nuestro país, sino para invadir Polonia en nombre de Moscú", pronostica tristemente Yuriy. A unos cientos de kilómetros, Galina resume: "Todo el mundo quiere que Ucrania gane, pero pocos están dispuestos a arrimar el hombro". 

 

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*A petición propia, para no ser reconocidos y evitar represalias de sus superiores, los nombres de los soldados citados son ficticios. Por las mismas razones, no especificamos la localidad en la que están desplegados actualmente, donde nos reunimos con ellos el 13 de mayo de 2024.

 

Traducción de Miguel López

Los hombres del cabo Yuriy* se han instalado en una casita de madera rodeada de arces en un rincón de la campiña ucraniana. Desde que llegó el buen tiempo, cocinan en el jardín, en una gran olla sobre un fuego atendido por turnos por los soldados. Este mediodía es osh, un plato uzbeko a base de arroz pilaf, carne y verduras. 

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