Soberana, la vacuna con la que Cuba desafía a los gigantes farmacéuticos

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Ed Augustin | Naima Bouteldja | Romane Frachon (Mediapart)

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A Gerardo Guillén le “encanta el chocolate”. Pero el director de investigación biomédica del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología no recuerda la última vez que lo probó. “La escasez existía incluso antes de la crisis del covid, pero la situación ha empeorado”, explica.

La que afecta al país desde el comienzo de la pandemia ha alcanzado proporciones espantosas. A primera hora de la mañana, la gente se apresura a ir a los mercados agrícolas a la caza de los camiones y sus escasos cargamentos de frutas y verduras. Suelen irse contrariados, ya que las entregas no siempre llegan a su destino por falta de combustible. Desde el año pasado, la compra de arroz al margen de las cuotas de racionamiento está penalizada. Productos emblemáticos, como el ron, están agotados. El pan escasea en todo el país.

Pero mientras el país atraviesa una de las crisis económicas más graves de su historia, la isla de Cuba va camino de convertirse en el primer país latinoamericano en desarrollar su propia vacuna antivírica. De las 70 vacunas contra el covid-19 que se encuentran actualmente en fase de ensayo clínico, cuatro son cubanas. Soberana 02 pasará a la fase III el próximo mes (para estudiar la eficacia y seguridad de la vacuna a gran escala).

Si las autoridades reguladoras cubanas dan su aprobación, la campaña de vacunación masiva comenzará el próximo mes de abril y los investigadores cubanos esperan poder vacunar a toda la población (11 millones de personas) antes de finales de año y los laboratorios cuentan con producir 100 millones de dosis.

Linda Venczel, vacunóloga de PATH (ONG sanitaria internacional), ha estado supervisando la evolución de la vacuna. No le sorprende “en absoluto” que Cuba haya sido capaz de desarrollar una vacuna. “He vivido en Cuba, por lo que sé que el Instituto Finlay existe desde hace más de 80 años. [Los cubanos] fabrican vacunas de gran calidad contra la rabia, la viruela, el tifus, entre otras enfermedades”.

En Cuba no existen movimientos antivacunas similares a los que han florecido en Europa y Estados Unidos, aunque miembros de grupos minoritarios como los Acuarios (comunidad cubana cuyos integrantes sólo se tratan con agua) se niegan a ser vacunados. El doctor Guillén asegura que “se respetarán sus deseos”. Para dar ejemplo, Guillén se ha inoculado una de las cuatro vacunas en desarrollo (la vacuna Abdala, que lleva el nombre de un poema de José Martí), lo que le convierte en una de las primeras personas del país en recibir una vacuna contra el covid.

Desde hace varios meses, los canales cubanos emiten en bucle un videoclip nacionalista kitsch en el que un coro de niñas rinde homenaje a los científicos cubanos. El ingeniero y realizador de podcasts Camilo Condis, conocido por sus altercados en Twitter con los ministros cubanos, se muestra molesto por “los mensajes triunfalistas que se emiten constantemente” cuando aún no existe una “vacuna funcional”. Dice tener confianza, pero asegura que prefiere ser “cauto y esperar a que haya resultados tangibles”.

En un país en el que la gente está acostumbrada a cumplir órdenes, es probable que el requerimiento de vacunarse se haga sentir con fuerza cuando comience la campaña de inmunización: “Tenemos la opción, pero no tenemos opción”, ríe Yasser Gonzales, empresario ciclista de 33 años. “Es un poco como el desfile del Primero de Mayo, vendrán a buscarnos a nuestras casas, a nuestras oficinas si los necesitamos. Pero, de todos modos, “tiene ganas de que le vacunen, de que vuelvan los turistas, ni siquiera me planteo no ponérmela”.

Para Gail Reed, editora de MEDICC Review, una revista de revisión por pares dedicada a la salud pública en América Latina y el Caribe, la gran ventaja de las vacunas cubanas es que utilizan “ingredientes similares” a los contenidos en las vacunas ya producidas por Cuba en el pasado. Vacunas que han demostrado ser “extraordinariamente seguras y eficaces” para acabar con enfermedades como la hepatitis B y la meningitis B. “Así que no se trata de una tecnología nueva, y creo que tendrá eco en otros gobiernos, e incluso en personas del extranjero que puedan tener reservas sobre las vacunas”.

Además de sus músicos, artistas y deportistas, el sistema socialista cubano considera héroes a los científicos. Y, algo poco conocido en Europa, en las últimas cuatro décadas la isla caribeña ha desarrollado una potente industria biotecnológica.

“Desde el principio de la revolución, dieron alta prioridad a la salud y la educación”, precisa José Luis Di Fabio, exrepresentante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Cuba y ahora consultor internacional sobre vacunas en Washington. Fidel Castro, obsesionado con la salud pública, fundó en 1981 el sector de la biotecnología del país (conocido como “Frente Biológico”).

El sistema sanitario universal ya estaba sólidamente implantado en aquella época, pero faltaban medicamentos y equipos sofisticados. ¿Cómo se podían obtener cuando los suministros estaban obstaculizados por el embargo estadounidense desde 1962? El gobierno apostó por intentar ser lo más autosuficiente posible.

Así, contra todo pronóstico, en los años 90, cuando la economía cubana se hundía tras el hundimiento del bloque soviético, el sector de la biotecnología experimentó un extraordinario auge. La idea, explica el doctor Mitchell Valdés-Sosa, director del Centro Cubano de Neurociencias y miembro del Comité Covid, “era que la alta tecnología era nuestra forma de salir de la crisis. Era una forma de aprovechar todos los esfuerzos que el país ya había hecho en el campo de la educación.

La industria biotecnológica cubana es ahora un gigante. John Kirk, especialista en Cuba de la Universidad de Dalhousie (Canadá), lo llama “el Silicon Valley del sur global”. La veintena de empresas e institutos de investigación que la componen emplean actualmente a unas 20.000 personas que trabajan en estrecha colaboración.

Los medicamentos que desarrollan son fabricados, distribuidos y subvencionados por el Estado, y se venden a precios asequibles para todos los bolsillos. “En comparación con los gigantes del extranjero, la comunidad científica no es tan grande aquí”, dice Valdés-Sosa, cuyo centro de neurociencia ha estado fabricando hisopos y respiradores desde el comienzo de la pandemia. “Los estrechos vínculos con el sistema universitario, los centros de investigación y los hospitales hacen que la investigación avance más rápidamente. Trabajamos todos juntos”.

En un país en el que la anacrónica y pomposa retórica socialista se siente a menudo alejada del sentimiento popular, el sector de la biotecnología se encuentra a la altura de sus ambiciones, tanto en el ámbito nacional como internacional.

Desde hace más de 30 años, Cuba exporta sus vacunas y otros medicamentos al extranjero, a menudo a los países vecinos, a precios muy inferiores a los del mercado. El país tiene una de las tasas de inmunización infantil más altas del mundo y produce 8 de las 12 vacunas que se administran a este grupo de edad. El país “ha desarrollado la primera vacuna eficaz del mundo contra la hepatitis B, una vacuna contra la fiebre tifoidea y la única vacuna terapéutica del mundo contra el cáncer, actualmente sometida a ensayos clínicos en Estados Unidos”, precisa Di Fabio.

Pero el sector biotecnológico cubano, que desde hace tiempo irrita a su poderoso vecino del norte, se ve ahora especialmente afectado por el régimen de sanciones de Estados Unidos.

En 2002, John Bolton, entonces subsecretario de Estado de George W. Bush, ya acusó a la isla de desarrollar un programa “limitado de guerra biológica ofensiva”. Dos años más tarde, un documento del Departamento de Estado de EE.UU. (destinado a la planificación de una era cubana post Castro) afirmaba que “los centros de biociencia [no] son apropiados en términos de escala y coste para una nación tan fundamentalmente pobre”. Y añadía: “La inversión en el sector de la biotecnología no se ha traducido en una afluencia significativa de capital y suscita dudas sobre el tipo de actividades realizadas”.

El peso de las sanciones estadounidenses

Decir que los problemas de la economía cubana, anticuada y estancada, se ven agravados por las sanciones estadounidenses es quedarse corto.

A simple vista, el embargo parece simplemente impedir que Cuba comercie con Estados Unidos. En el ámbito de la sanidad, una excepción permite incluso a las empresas estadounidenses exportar a Cuba. Pero en la práctica, obtener este permiso del Departamento del Tesoro implica un proceso tan complicado que las empresas sanitarias estadounidenses suelen preferir evitar cualquier intercambio comercial.

De este modo, la isla se ve privada de las importaciones de un socio comercial geográficamente cercano y se ve obligada a buscar más lejos.

Tras una relajación de las sanciones con Barack Obama como presidente, la administración Trump impuso más sanciones que cualquier otro gobierno estadounidense en los últimos 50 años (en un solo mandato se adoptaron 240 medidas contra la isla). Todos los principales flujos de entrada de divisas en el país fueron objeto de ataques: los viajes aéreos de Estados Unidos a Cuba –y las divisas en dólares correspondientes– se redujeron drásticamente, las remesas se restringieron y luego se cortaron, y los petroleros procedentes de Venezuela eran detenidos antes de llegar a la costa cubana.

“El embargo nos asfixia”, afirma Valdés-Sosa, director del Centro de Neurociencias de Cuba y miembro del Grupo de Acción Covid de la isla. “Ataca al petróleo que entra en Cuba, ataca a la comunidad internacional y presiona para tratar de impedir que vendamos servicios y productos médicos”.

El embargo priva a Cuba del derecho de adquirir materias primas, reactivos, herramientas de diagnóstico, medicamentos, equipos y piezas de repuesto de Estados Unidos, que es uno de los líderes del mercado. Una ley estipula que no se puede vender a Cuba ningún equipo o material del que “más del 10% de los componentes procedan de Estados Unidos”.

El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, donde trabaja el Dr. Guillén, alberga el único espectrómetro de masas del país, imprescindible para realizar los análisis de las vacunas (que permiten obtener la autorización de las autoridades reguladoras). La máquina que se utiliza actualmente para probar las cuatro vacunas cubanas se adquirió hace más de 20 años.

Los espectrómetros “que tienen mayor sensibilidad de detección son de tecnología americana”, explica Guillén. Su centro pidió a la empresa europea Bruker que le vendiera un nuevo espectrómetro, petición que fue rechazada por considerar que más del 10% de los componentes de la máquina proceden de Estados Unidos. También es imposible comprar piezas de repuesto para el antiguo espectrómetro, construido originalmente por la empresa británica Micromass, pero en estos momentos en manos de la compañía estadounidense Waters.

Pocos días antes de dejar su cargo en enero, el secretario de Estado Mike Pompeo incluyó a Cuba en la lista de Estados Unidos de países que “apoyan el terrorismo” (sin aportar ninguna prueba contemporánea que respaldara esta afirmación). Según los analistas, dicha inclusión estaba motivada por el doble objetivo de recompensar a los políticos cubano-americanos de derechas de Florida y de socavar cualquier futura normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba que pudiera emprender la nueva administración de Joe Biden.

La inclusión de Cuba en la lista estadounidense de terroristas, junto con el endurecimiento de las sanciones por parte de Trump, “ha hecho que los bancos desconfíen aún más de los pagos vinculados a Cuba”, dijo Emily Morris, economista británica del University College de Londres especializada en Cuba. “Como resultado de ello, las empresas europeas o canadienses que quieren llevar a cabo relaciones comerciales y financieras con Cuba se ven bloqueadas o se enfrentan a retrasos y a mayores costes de transacción”.

En abril de 2020, el empresario chino Jack Ma no pudo enviar guantes, máscaras y respiradores a Cuba porque la aerolínea Avianca, con sede en Colombia, que su fundación había contratado para hacer el envío y que es en gran parte propiedad de inversores estadounidenses, se negó a entregar la carga a la isla.

Ese mismo mes, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos pidió a Estados Unidos que levantara el embargo, señalando que, dada la magnitud de la pandemia, nadie debería verse privado de una atención médica vital. En vano.

Sin embargo, a pesar de estas privaciones, el país ha conseguido evitar hasta ahora una catástrofe sanitaria.

Cuba presenta la ratio médico-paciente más elevada del mundo. Desde el comienzo de la pandemia, todas las mañanas un ejército de médicos de familia, enfermeras y estudiantes llama a las puertas y rastrea los síntomas de covid entre la población. Si cuentan con graduarse, los 28.000 estudiantes de medicina de la isla se ven obligados a menudo a dar sus paseos diarios bajo un sol abrasador.

Cualquier persona que dé positivo es automáticamente hospitalizada. El gobierno ha puesto en marcha un estricto régimen de seguimiento de los contactos: durante los primeros meses de la pandemia, todos los contactos de los casos confirmados fueron enviados a “centros de aislamiento” públicos (normalmente escuelas, instalaciones militares u hoteles) donde permanecieron detenidos durante dos semanas.

Estas medidas eficaces y drásticas han dado sus frutos; el año pasado, Cuba registró 12.225 casos confirmados de coronavirus y 146 muertes, una de las tasas más bajas del hemisferio norte.

Luego, tras la decisión de reabrir los vuelos aéreos internacionales en noviembre, después de siete meses de cierre, el número de casos se disparó. Las autoridades están luchando ahora contra la peor crisis sanitaria desde el inicio de la pandemia, con más casos registrados en enero que en todo el año pasado. Por primera vez desde febrero de 2020, los hospitales de La Habana están alcanzando su capacidad máxima. Recientemente se introdujo en la capital el toque de queda a las 9 de la noche.

En el ámbito internacional, la respuesta de la isla no ha pasado desapercibida. A principios de 2020, Cuba ya contaba con 28.500 personal sanitario trabajando en 48 países. Desde entonces, otros 4.000 médicos y enfermeras han viajado a 40 países para luchar contra el virus. Cuba tiene una política de precios escalonados: envía personal médico gratis a los países más pobres (como Gambia), pero cobra a los países que pueden pagar.

“Con Fidel, el beneficio no era la prioridad”, dice Kirk. Pero “hoy, Cuba necesita desesperadamente ingresos.” Enviar a su personal médico al extranjero “es una forma de adquirirlo”.

La exportación de profesionales médicos es ahora la principal fuente de divisas del país. Los programas de despliegue de trabajadores cubanos no están exentos de críticas: el Estado se queda con una gran parte (una media del 75%) del salario que se les paga, lo que muchos de ellos consideran desproporcionado e injusto. En 2019, el último año del que se dispone de datos, la exportación de médicos aportó 5.400 millones de dólares a las arcas cubanas, el doble que el turismo.

Por lo tanto, la exportación de la vacuna podría ayudar al país a salir de la ruina económica que lo amenaza. Pero los científicos cubanos no descartan la idea de mostrar “solidaridad médica” con los países pobres.

Una situación económica peligrosa

“No somos una multinacional en la que el retorno de la inversión es nuestra prioridad número uno”, declaraba recientemente en rueda de prensa Vérez, director del Instituto Finla,y que desarrolla las vacunas Soberana 01 y 02. “Nuestra prioridad fundamental es aportar salud y el retorno de la inversión es una consecuencia de ello”.

Varios países ya han manifestado su interés por las vacunas cubanas. Entre ellos están Jamaica, Irán, Vietnam, Serbia, India y Pakistán. Soberana 02 comienza ahora la fase III de los ensayos clínicos, conjuntamente en Cuba e Irán. México está en conversaciones con el Gobierno cubano para participar también en la tercera fase de los ensayos clínicos.

Y mientras muchas vacunas deben congelarse a temperaturas muy bajas (Moderna a -20 grados, Pfizer-BioNTech a -80/60 grados), las vacunas cubanas se conservan mejor entre 4 y 8 grados. Por tanto, parecen más adecuados para los países cálidos o con menor capacidad de refrigeración.

La pandemia ha sido desastrosa para el turismo y ha impedido que los estadounidenses de origen cubano, cuyos dólares sustentan gran parte de la actividad económica, visiten el país. El Gobierno ha señalado que los ingresos en divisas representaron sólo el 55% de los niveles previstos el año pasado.

Al borde del colapso financiero, el país ha reducido drásticamente sus importaciones. Las importaciones de China (principal exportador de plásticos, productos químicos y medicamentos a la isla) cayeron un 40% el año pasado, continuando un fuerte descenso en los últimos cinco años.

La escasez extrema de casi todos los productos de primera necesidad –desde jabón hasta analgésicos– está provocando escenas surrealistas. Las colas para productos básicos como el pollo pueden durar tres días. Y cuando el Estado declaró el toque de queda para reducir el contagio, impidiendo que los habaneros salieran de sus casas antes de las 6 de la mañana, muchos se escondieron detrás de los árboles y debajo de los edificios hasta las 5:59 de la mañana para encabezar las colas.

“Cuba depende de las importaciones de materias primas, equipos, reactivos y ciertos productos químicos necesarios para producir vacunas”, subraya Di Fabio, exrepresentante de la OMS en la isla. “Pero la demanda global de estos mismos materiales dificultará el acceso. Muchos de los fabricantes de vacunas del mundo ya están experimentando importantes retrasos en la obtención de estos productos. Las listas de espera podrían ser largas y Cuba tendrá que competir por ellas en el mercado mundial con las sanciones ya impuestas”.

Los científicos cubanos han aprendido a salir adelante con muy poco. El embargo nunca les ha impedido desarrollar, producir y exportar sus medicamentos y vacunas a cualquier parte del mundo. Mitchell Valdés-Sosa explica qué tres elementos han permitido a Cuba hacer frente a la situación: el capital educativo, el apoyo de su gobierno y con buena “maña”.

Su laboratorio fue el primero de la isla en tener un escáner de resonancia magnética, donado por una universidad holandesa que iba a tirarlo. Lo repararon: “Los cubanos no sólo son capaces de hacer funcionar coches viejos... también pueden hacer funcionar equipos viejos”.

El doctor Gerardo Guillén, uno de los principales artífices del programa de vacunación cubano, cobra 300 euros al mes y aún se desplaza en un viejo Lada soviético azul. Pero está convencido de que “las dificultades son un regalo para la innovación”. “Cuando lo tienes todo, no tienes que pensar tanto. Pero cuando debes hacer frente a dificultades, tienes que pensar en nuevas formas de innovar”.

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Traducción: Mariola Moreno

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Ed Augustin y Romane Frachon son periodistas

freelance radicados en Cuba. Naima Bouteldja es una periodista freelance residente en Londres.

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