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Trump no ha dicho la última palabra (incluso después de las elecciones)

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¿Y si el partido Trump-Clinton no terminase este martes 8 de noviembre, sino que continuara en los próximos meses, incluso en los próximos años? La posibilidad no es descabellada. Hay pocas posibilidades de que el resultado de las elecciones de este martes acaben en un dilema similar al de Florida en el año 2000: los últimos sondeos y los analistas políticos, en vísperas de la cita con las urnas, siguen dando la victoria a Hillary Clinton. Sin embargo, es probable que el duelo entre los dos candidatos no quede ahí. Porque ni Donald Trump ni la base electoral del Partido Republicano parecen dispuestos a aceptar la derrota. Tampoco semeja que tengan intención de desaparecer con elegancia, como suele suceder el día después de unas elecciones en los países democráticos.

Ya hace más de un mes que Donald Trump habla de elecciones amañadas (sin presentar pruebas) y de un “sistema corrupto”, anticipando con ello, en cierta manera, su derrota y esforzándose por sembrar la duda sobre la legitimidad de su rival una vez acceda a la Casa Blanca. Por desgracia, se trata de algo habitual en el Partido Republicano moderno que, después de 24 años en el gobierno –sólo interrumpido por la presidencia Carter, 1969-1977, y después, entre 1981-1993–, lleva dos décadas negándose a cederle el poder a los demócratas.

Lo vimos en 1998, con el impeachment a Bill Clinton por una mentira que no había tenido nada que ver con el ejercicio de sus funciones (el caso Lewinksky). Lo vimos con el bloqueo de los representantes republicanos del Congreso en 1995, 1996 y 2013, cuando bloquearon el funcionamiento del Gobierno federal. Lo vimos en el año 2000 cuando George W. Bush resultó elegido gracias a la Corte Suprema (de mayoría conservadora), pese a haber logrado medio millón de votos menos que su rival Al Gore. Lo constatamos de nuevo durante el doble mandato de Barack Obama, en cuyas legislaturas diputados y senadores republicanos han bloqueado numerosos nombramientos federales, convocado no menos de 50 votaciones para impedir la aprobación de la ley del seguro sanitario, o se han comportado de forma abiertamente racista, negándose a aceptar que un hombre negro pudiese haber accedido al Despacho Oval.

El expresidente de la Cámara de Diputados Newt Gingrich, ferviente defensor de Trump era entrevistado el pasado domingo 6 en la cadena de televisión NBC. El objetivo era saber si, en caso de que Hillary Clinton ganase, seguiría opinando lo mismo que en 2000 –tras la controvertida elección de Bush hijo–, a saber, que el país debía apoyar al nuevo presidente. “No, por supuesto, el país ahora está demasiado fracturado para aceptar a Clinton como jefa de Estado”. También adelantó que los representantes del Congreso abrirían “investigaciones continuas” a la presidenta Clinton...

Sus palabras reflejan bien el sentir de parte de los republicanos, que tienen la intención de seguir con la guerrilla que han librado contra Obama estos ocho años, echando mano de todos los medios a su disposición: investigaciones parlamentarias, bloqueo legislativo, negativa a confirmar los nombramientos. El ejemplo más emblemático es el de la vacante en la Corte Suprema de Estados Unidos. Tras la muerte del juez ultrarreaccionario Antonin Scalia el 13 de febrero de 2016, los republicanos se negaron a someter a votación al sustituto designado por Obama, el juez Merrick Garland, por miedo a que el desequilibrio de poder en el seno de la institución favoreciese a los progresistas y convirtiéndola en la vacante más larga de la historia de la Corte. Desde hace varias semanas, un determinado número de senadores ha sugerido que no les importaría seguir bloqueando el nombramiento, haciendo que no hubiese nada más que ocho jueces, en lugar de los nueve que prevé la Constitución.

Además de este rencor de los republicanos en general, es importante tener en cuenta más exactamente el factor Donald Trump. Pocos son los que creen que el millonario, que hizo carrera en el automoción y recurriendo al marketing continuamente, se vaya a retirar por las buenas, el 9 de noviembre, a su rascacielos de Nueva York.

Hace un mes que hay rumores de que el candidato republicano quiere poner en marcha su propia cadena de televisión, Trump TV, para convertirla en eje de un grupo mediático dedicado a su persona y, sino a sus ideas que cambian como el viento, a las del corazón de su electorado: la clase media y popular blanca, conservadora, populista e aislacionista que ya no se identifica con el Partido Republicano tradicional y su megáfono, Fox News.

En esta dirección apuntan tres factores. Primero, el hecho de que su actual director de campaña sea el presidente de Breitbart News, un conglomerado de medios de comunicación de ultraderecha en internet. Segundo, su yerno, su asesor en la sombra, ha hecho contactos con inversores de Wall Street que pueden verse atraídos por la idea. Tercero: su gran amigo Toger Ailes, fundador de Fox News ahora está en el paro, despedido por la familia Murdoch a raíz de las múltiples denuncias por acoso sexual que acumulaba.

Donald Trump, que a lo largo de su carrera ha tocado numerosos sectores económicos (inmobiliario, lujo, aviación, deporte...), curiosamente nunca se ha embarcado en el mundo de los medios de comunicación. Podría ser el momento de continuar con su implicación política (y su autopromoción continua) en un sector ya bien copado, pero siempre floreciente en EEUU, el de las emisiones audiovisuales y de los blogs de la derecha desacomplejada. Varios especialistas en marketing señalan que el equipo de campaña de Trump ha acumulado en un año millones de direcciones y números de tarjetas de crédito de sus simpatizantes, que son un tesoro de guerra que pide ser explotado.

Si la opción mediática no es la vía elegida porque podría costar varios cientos de millones de dólares, en un clima general donde la marca Trump se ha depreciadomarca Trump (las reservas en sus hoteles están en mínimos y los agentes inmobiliarios ahora quitan el nombre Trump de las propiedades que gestionan), quedan otras posibilidades en el ámbito político. La primera sería sacar adelante una political action committee (PAC), es decir una entidad financiera que invertiría en los candidatos y las causas que le gusten o, como él mismo ha sugerido, “contra los que se han opuesto” a él. Por supuesto, habla de demócratas, pero también de republicanos que no se han puesto a sus órdenes. Si el millonario es constante en algo en la vida, eso es en la venganza y el rencor que guarda contra los que se han burlado de él o los que han combatido contra él.

La segunda posibilidad, a la que de momento sólo se ha aludido de forma velada, sería la creación de un partido político populista y nacionalista, una especie de Ukip norteamericano, según palabras de sus asesores a la prensa. Aunque el futuro de un tercer partido, en un sistema bipartidista tan orgullosamente anclado como en EE. UU., no parece prometedor, está claro que parte del electorado de derechas no se reconoce ya en un Partido Republicano que dice sentir apego a los valores del trabajo y de la nación, pero que pone en práctica políticas ultraliberales que se basan en la apertura de fronteras, las bajadas de impuesto para los más ricos y una mano de obra barata. Y esto vale también para una parte del Partido Demócrata cansado del clintonismo y del obamaísmo.

A lo mejor o, sobre todo a lo peor, incluso en caso de una derrota clamorosa de Donald Trump y de los republicanos, su capacidad de hacer daño puede ir hasta mucho más allá de noviembre de 2016. Porque la exestrella de la telerrealidad no tiene intención ninguna de alejarse de los focos y la ola que cabalga desde hace un año supera al personaje. Una vez sale el genio de la botella, es difícil volverlo a meter.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

¿Y si el partido Trump-Clinton no terminase este martes 8 de noviembre, sino que continuara en los próximos meses, incluso en los próximos años? La posibilidad no es descabellada. Hay pocas posibilidades de que el resultado de las elecciones de este martes acaben en un dilema similar al de Florida en el año 2000: los últimos sondeos y los analistas políticos, en vísperas de la cita con las urnas, siguen dando la victoria a Hillary Clinton. Sin embargo, es probable que el duelo entre los dos candidatos no quede ahí. Porque ni Donald Trump ni la base electoral del Partido Republicano parecen dispuestos a aceptar la derrota. Tampoco semeja que tengan intención de desaparecer con elegancia, como suele suceder el día después de unas elecciones en los países democráticos.

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