En su libro, que publicará el 9 de febrero La Découverte, el politólogo Édouard Morena descifra cómo los ultrarricos se han convertido en influyentes actores de la política climática desde principios de la década de 2000. Como escribe el autor, esta élite climática, encarnada tanto por Jeff Bezos, fundador de Amazon, como por el actor Leonardo DiCaprio, promueve sin descanso "el capitalismo verde, un proyecto político hecho a medida que garantiza sus intereses de clase en un mundo en sobrecalientamiento".
Édouard Morena describe cómo los multimillonarios han estructurado redes de fundaciones filantrópicas, ONG y consultorías que han impuesto la idea de que las empresas y los inversores privados son los únicos partidarios legítimos de la transición frente al caos climático. Un proyecto que pretende perpetuar un capitalismo en crisis y acallar cualquier idea de transición ecológica socialmente justa.
Mediapart: En el contexto del movimiento contra la reforma de las pensiones [en Francia], se habla mucho de los multimillonarios y de su riqueza indecente, que contribuye poco a la financiación de nuestro sistema de bienestar. Lo que olvidamos es que la riqueza de estos ultrarricos también destruye el clima.
Édouard Morena: El verano pasado, la polémica en torno a los viajes en jet privado de algunos ultrarricos como Bernard Arnault en plena ola de calor puso de manifiesto el estilo de vida insostenible de las clases más acomodadas. Se trata de un campo de investigación emergente, como el trabajo de Lucas Chancel, del Laboratorio de Desigualdad Global, que demuestra que el 1% más rico de la población mundial emite más gases de efecto invernadero que la mitad más pobre del planeta. Pero los ultrarricos, como poseedores de activos financieros, también son actores que configuran el debate sobre el clima. Su inmensa riqueza no está escondida bajo los colchones. Está expuesta a la crisis climática, como sus inversiones en infraestructuras energéticas o sus propiedades inmobiliarias en la costa americana, amenazada por fenómenos meteorológicos extremos. Por lo tanto, existe un riesgo de devaluación de sus activos, que también puede lograrse mediante políticas climáticas públicas más restrictivas. Los ultrarricos poseen así una "conciencia climática de clase", una constatación compartida de la crisis climática que les empuja de alguna forma a actuar como "activistas" climáticos para proteger sus intereses privados desplegando estrategias para influir en el discurso climático actual.
¿Quiénes son exactamente los partidarios de esta "jet-set climática" que milita por una sociedad capitalista pero descarbonizada?
Hay filántropos multimillonarios como Michael Bloomberg e incluso, en cierto modo, Jeff Bezos, fundador de Amazon y del Bezos Earth Fund. Pienso también en personalidades del mundo científico como el sueco Johan Rockström, famosos como Leonardo DiCaprio, o incluso figuras de la comunidad climática como Christiana Figueres, ex Secretaria Ejecutiva de la Comisión de Cambio Climático de la ONU, o el ex Vicepresidente americano Al Gore. También hay gente más discreta que desempeña un papel de apoyo a estas personalidades, como los expertos en comunicación. La famosa consultora McKinsey gravita mucho en torno a esta "jet-set climática" y contribuye a normalizar el discurso del capitalismo verde. Son personas a las que siempre se ve en las cumbres sobre el clima o en el Foro Económico Mundial de Davos. Estos grandes encuentros refuerzan el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad de "héroes del clima" y contribuyen a legitimar a esos actores.
¿Qué visión de la transición promueven estos ultrarricos?
Abogan por la transición del capitalismo fósil al capitalismo verde, apoyándose en un "tecnosolucionismo" centrado en tecnologías que pueden desplegarse fácilmente a pequeña escala, como la energía solar o eólica. Hay que recordar que Silicon Valley acumuló beneficios no inventando ordenadores, sino difundiendo la idea del ordenador personal y de las redes mundiales. Es una cierta idea de innovación, en la que se inyecta poco capital al principio pero en la que, al final, se puede ganar mucho dinero. Para la transición, esto se refleja en el hecho de que para ellos es mejor invertir en la implantación de una red inteligente e interconectada de parques solares y eólicos que en la energía nuclear, que es una industria que requiere grandes volúmenes de capital y está muy regulada por el Estado. Tienen una visión neoliberal de la transición, en la que el papel del Estado es garantizar sus inversiones, favorecer el despliegue de actores privados en la transición y, sobre todo, no crear un servicio público para las energías renovables.
Usted explica en su libro que esta vanguardia de grandes fortunas se organizó para dirigir el debate sobre el clima desde principios de la década de 2000.
Esa década fue un punto de inflexión, un momento clave en el que se impuso la cuestión climática. Fue en 2006 cuando se estrenó el exitoso documental de Al Gore Una verdad incómoda, que ensalzaba las virtudes de los paneles solares y los coches híbridos, una cierta visión de "crecimiento verde" del mundo frente a la crisis climática. También fue el periodo que vio surgir el mercado europeo del carbono (en 2005) y los inicios de las "finanzas verdes". También en esa época cobró impulso en California el sector de las tecnologías limpias, tras el estallido de la burbuja de Internet. Silicon Valley vio entonces en las tecnologías "verdes" una forma de reactivarse y nuevas oportunidades de inversión. Esa coalición de agentes privados de los sectores tecnológico y financiero sabía que necesitaba políticas públicas favorables para promover su visión de la transición ecológica. Así es como se estructuró toda una red de actores para que la COP15 de Copenhague en 2009 terminara en un acuerdo internacional alineado con sus intereses privados.
¿Cómo se tradujo eso en la COP15?
El hecho de establecer un objetivo internacional a largo plazo de no más de +2 °C de calentamiento se consideró un éxito para las élites climáticas. Su obsesión es minimizar el riesgo para asegurarse beneficios futuros. Porque marcar un límite de +2°C transmite cierta visibilidad a largo plazo a los inversores. Eso envía la señal de que será inevitable la transición hacia una economía con bajas emisiones de carbono y, desde el punto de vista de la inversión, de que el futuro del capitalismo verde está asegurado.Fue también durante la COP15 de Copenhague cuando McKinsey se posicionó como interlocutor válido de los países del Sur para configurar sus políticas públicas en torno al concepto de "crecimiento verde" y convencerles de que las empresas privadas son las mejor situadas para llevar a cabo esta transición. Sin embargo, esa élite climática subestimó la importancia de la opinión pública. Las ONG y los medios de comunicación interpretaron la Cumbre del Clima de 2009 como un fracaso diplomático. Después de Copenhague, la atención se centraría en la comunicación durante las COP. La prioridad ya no es regular los factores del cambio climático y fijar objetivos vinculantes para los Estados, sino hacer anuncios espectaculares que muestren a los actores privados, las empresas y las fundaciones filantrópicas como los verdaderos impulsores de la transición. Los Estados pasan a ser casi secundarios en estos procesos de la ONU. Eso fue especialmente lo que destacó en la COP26 de Glasgow en 2021.
También cuenta usted que entender que los bosques son sumideros de carbono comercializables ha unido a las élites tecnológicas conservadoras y liberales.
En efecto, los bosques absorben carbono, que puede comercializarse en forma de créditos de carbono en los mercados internacionales. Para las viejas élites conservadoras, procedentes de familias aristocráticas y grandes terratenientes, esta visión mercantilizada de la naturaleza les permite privatizar aún más las tierras que poseen. Con el pretexto de proteger esas tierras para preservar el clima gracias al carbono que absorben, estos ultrarricos están desalojando de sus propiedades a las personas que viven allí. Para los agentes de la tecnología y las "finanzas verdes", los mercados de carbono donde se venden los créditos de carbono de los bosques se consideran una nueva herramienta financiera, una fuente de beneficios. Además, gigantes digitales como Google y Amazon necesitan desesperadamente las compensaciones de carbono que proporcionan los bosques para cumplir su compromiso de neutralidad en carbono, ya que su modelo de negocio es imposible de descarbonizar por completo. Asistimos así a una alianza de circunstancias entre liberales y conservadores, unión lograda en parte con el auspicio del príncipe Carlos, hoy rey Carlos III, que ya en 2007 lanzó un proyecto de preservación de la selva tropical y generalizó la idea de poner precio al carbono atrapado por los ecosistemas. Durante el escándalo de los Papeles de Panamá, se descubrió que el heredero al trono había realizado grandes inversiones en proyectos de compensación de emisiones de carbono.
¿Cuál es la relación entre esa élite climática y el movimiento por el clima?
Hay claramente un intento de poner de su parte al movimiento climático. Cuando el Foro Económico de Davos invitó a Greta Thunberg en enero de 2020, no lo hizo con la idea de frenar su discurso –algo que de todos modos sería imposible–, sino porque su sola presencia contribuía a legitimar esa cumbre internacional. Además, algunos de los discursos del movimiento climático pueden, a su costa, legitimar los de las élites climáticas. La urgencia de actuar, esgrimida constantemente por Greta Thunberg, es un sentimiento mantenido por las élites porque les permite imponer su visión capitalista de la transición, y señalar con el dedo a cualquiera que les critique como responsable del fracaso de esta misma transición. Lo mismo ocurre con Extinction Rebellion, cuyo lema es "Follow the science" ("Sigue la ciencia") y que cita los informes del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). Porque el capitalismo verde es precisamente una traducción económica de lo que dicen los científicos. El poder de las élites climáticas reside sobre todo en su capacidad para orquestar secuencias en las que se insiste en la urgencia del clima, apoyándose en los informes del IPCC y en el movimiento climático, seguidas de secuencias en las que se presentan iniciativas de bajas emisiones de carbono, donde los actores privados aparecen como los únicos defensores de la transición.
¿Deberíamos entonces, utilizando la expresión empleada al final de su libro, "comernos a los ricos"?
España no está preparada para el cambio climático
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Hay que "comerse a los ricos" en el sentido de que actúan por sus propios intereses de clase y no por una transición justa. Esto plantea una cuestión esencial: ¿quién debe pilotar la transición ecológica? ¿Actores públicos y organizaciones sociales, o los ricos de las grandes tecnológicas? En fin, en estos tiempos de huelga contra la reforma de las pensiones, levantarse contra los ultrarricos es una forma de unirse más allá del movimiento por el clima. Puede ser una confluencia política entre distintas luchas, como la lucha por la jubilación a los 62 años o la renovación energética de las viviendas.
Traducción de Miguel López