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Wilders, el aliado de Marine Le Pen, monopoliza la campaña electoral holandesa

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En las europeas de 2014, a Geert Wilders le salió mal la jugada. Algunos sondeos daban por segura la victoria de su formación xenófoba, el Partido por la Libertad (PVV), que fundó casi diez años antes. Sin embargo, finalmente el diputado neerlandés se quedó en tercera posición (13%), por detrás del Partido Liberal y muy proeuropeo D66 (15%). La participación fue menor de la esperada, en especial en los bastiones de Wilders. Las empresas demoscópicas se vieron obligadas, una vez más, a disculparse.

El 15 de marzo, ¿volverá a repetirse la historia en las legislativas de alto riesgo que se celebran en los Países Bajos? El aliado de Marine Le Pen, a quien la victoria de Donald Trump en Estados Unidos parece haber dado alas, nunca ha parecido tan fuerte. Las encuestas electorales le atribuyen, como al primer ministro liberal saliente, Mark Rutte, del VVD, un porcentaje de voto del 16%. Algunos sondeos estiman que conseguirá 30 escaños en la Cámara baja, de un total de 150 asientos. Se trata de un resultado importantísimo, en un panorama político muy dividido y en el que concurren al menos 28 partidos.

Aunque el PVV sea o no el partido más votado el próximo día 15 por la tarde, Wilders, de 53 años, conocido en los Países Bajos por sus cabellos blancos perioxidados, ya ha conseguido lo esencial: ha fijado él solo la agenda de campaña. “Dado el funcionamiento del sistema neerlandés, una victoria de Wilders no va a bastar necesariamente para que se convierta en primer ministro. Pero, llegue a ser primer ministro o no, domina los debates nacionales”, resume el semanal británico conservador (y probrexit) The Spectator.

Desde que entró en campaña, el liberal Mark Rutte no dudó en flirtear con la ideología antiinmigrantes de su principal rival, lo que llevó al semanario neerlandés De Groenea darle el sobrenombre de "Geert Wilders version light". Una prueba adicional, no menor, de la contaminación del debate público en los Países Bajos, debido a las ideas de Wilders.

La actual campaña del PVV supone un paso más, cada vez más radical, en la trayectoria política de Wilders. Aboga por la salida de los Países Bajos de la eurozona y de la UE (el llamado Nexit, contracción de Netherlands y de exit). Quiere el cierre de todas las mezquitas y la prohibición del Corán (que compara con el Mein Kampf de Hitler, único libro prohibido en los Países Bajos). Promete echar del país a la “chusma marroquí”, denuncia la “islamización” del Reino y quiere cerrar los centros de acogida de migrantes.

“Más bien jovial en un primer momento, el hombre se ha encerrado en un papel de cruzada antimusulmana, antiextranjero, antieuropeo”, escribe Le Monde. “Una de las cosas más preocupantes de Wilders, desde 2012, es que se ha ido marginalizando poco a poco y ha respondido con más extremismo”, explica el politólogo Cas Mudde en The Guardian.

Para el diario sobre asuntos europeos Politico, que acaba de dedicarle un extenso retrato, “Wilders ha rediseñado los contornos de la esfera pública a su imagen y semejanza, definiendo el resto del mundo a partir de las amenazas que pesan sobre su persona, haciendo amenazas que le convierten en un peligro mundial”. El diputado vive, efectivamente, desde 2004 bajo protección.

La comparación con Donald Trump es tentadora. El propio Wilders lo fomenta. Aunque sólo sea porque ambos hombres comparten una excentricidad capilar que les hace fácilmente identificables a ojos del gran público. No es todo. Ambos fascinan a la mayor parte de los medios de comunicación, que parecen incapaces de contrarrestar su retórica. Los dos son también muy eficaces en las redes sociales, donde sus mensajes simplistas calan (el programa que presentó Wilders a comienzos de campaña sólo tiene una página). Los dos se basan también en una estrategia oculta, en el papel sulfuroso y difícil de entender del pseudoperiodista Stephen Bannon, en el caso del estadounidense, y del diputado Martin Bosma, en el caso de Wilders.

Ninguno de los dos pertenece a un partido auténtico: el PVV es una mera extensión de Wilders, sin cargos ni representantes locales. Pero los parecidos terminan ahí. Ninguno de los dos hombres tienen una misma historia detrás. “Mientras Trump es un recién llegado a la política, Wilders, por su parte, es uno de los diputados más antiguos de la Cámara baja, con un dominio perfecto de los mecanismos parlamentarios”, dice Politico, que ha hecho cuentas: Wilders lleva en La Haya, ininterrumpidamente como diputado, desde hace más de 6.700 días, lo que lo convierte en el cuarto diputado más antiguo, entre los 150 diputados del Parlamento. Lo que no es óbice, durante la campaña, para arremeter contra la “pandilla de La Haya”.

Wilders, a diferencia de Trump, es un veterano de la política. Su recorrido revela un oportunismo temible. “Es un protofascista astuto, así como un narcisista”, estima el sociólogo Willem Schinkel. Wilders nació en 1963 en Venlo, en la provincia de Limburgo, al sur del país, en la frontera con Alemania. La región es católica, a diferencia del resto de los Países Bajos, más austero y protestante. Limburgo –cuya capital es Maastricht– se siente relegado a la periferia de una “megalópolis” en proceso de unificación, en la costa, entre Ámsterdam, Rotterdam, La Haya y Utrecht, donde se sitúa el pulmón económico del país.

Aunque a veces habla de su padre, trabajador en una imprenta, Wilders se refiere menos a su madre, nacida en la actual Indonesia, el primer país musulmán del mundo (y entonces parte de las Indias orientales neerlandesas). La mujer procede de una de esas familias euroasiáticas que terminaron por identificarse totalmente con los colonizadores neerlandeses y a las que expulsó el presidente Soekarno en el momento de la proclamación de independencia de Indonesia en 1945. La mayoría se instalaron en los Países Bajos.

Después de la universidad, Wilders descubrió los engranajes de la Administración, trabajando para la Seguridad Social. Según el relato oficial, que se recoge en su autobiografía de 2005 (Kies voor Vrijheit, es decir La elección de la libertad), ahí descubre las disfunciones de un sistema que no dejará de criticar, en particular la “burocracia” del Estado. Entonces se afilia al VVD, el Partido Liberal del que es actualmente es su principal rival, Mark Rutte. Escribe los discursos del diputado Frits Bolkestein, célebre años más tarde por haber redactado, cuando era comisario europeo, la directiva que lleva su nombre sobre la liberalización de los servicios (la del "fontanero polaco").

En un primer momento concejal en Utrecht, cuarta ciudad del país, fue elegido diputado por el VVD en las legislativas de 1998. Los atentados de 2001 en Estados Unidos derivaron en un un seísmo político en el País Bajo, abriendo un espacio político a Pim Fortuyn, homosexual, conservador, contrario al islam. Favorito de las elecciones legislativas de la época, fue asesinado en 2002 por un animalista. Wilders comprende que ése es su momento y endurece su discurso, para convertirse en heredero de Fortuyn. En 2004, dice adiós al VVD, por discrepancias con la línea más bien centrista del líder del partido entonces, Herman Dijkstal, en especial en lo relativo a la adhesión de Turquía a la UE.

“El mundo de Geert se ha convertido en muy pequeño”

El mismo año, en 2004, se produce otro asesinato. El polemista Theo Van Gogh fue asesinado mientras iba en bicicleta por Ámsterdam a manos de un neerlandés de origen marroquí, que reprochaba a su víctima que hubiese realizado un cortometraje crítico contra el islam, Sumisión. La Policía descubriría más tarde que Geert Wilders también estaba en la lista del asesino y que sufría amenazas de muerte. Desde el 4 de noviembre de 2004, Wilders está bajo protección policial. No puede salir solo a la calle y mucho menos participar en un acto público sin contar con un dispositivo de seguridad.

“Esta vida de fugitivo, escondido y bajo protección permanente de la Policía, logra captar la atención. Wilders se da cuenta y lo aprovecha. Nunca se olvida de recordar, en sus numerosas apariciones públicas, su vida de paria sacrificada por completo a su causa”, escribía MyEurop en 2011. En la familia Wilders, el hermano Paul, de 62 años, que vive en Utrecht, en un ruidoso opositor del PVV de Geert, al que describe como prisionero de una burbuja de seguridad. En los últimos meses multiplicó las entrevistas para decir todo lo malo que piensa de su hermano pequeño.

En Der Spiegel, el semanario alemán, por ejemplo, dice: “No hay hombre político que haya tenido menos contacto con el pueblo que Geert. Ni siquiera puede dar un paso en la calle. Desde hace 12 años, vive con su mujer [exdiplomática húngara] en un lugar secreto”, dice el hermano, que insiste: “El mundo de Geert se ha convertido en muy pequeño: [está formado] del Parlamento, de las reuniones públicas y [de] su casa. No puede ir a ningún otro sitio. Está aislado socialmente. Está alejado de la vida diaria normal. Eso no es bueno para ningún ser humano”. “Su éxito en política es el comienzo y el final de su bienestar”, prosigue el hermano mayor, que se había sentido obligado a disculparse por algunos mensajes especialmente violentos de su hermano, en las redes sociales, tras el atentado de Berlín del año pasado.

Por su parte, Wilders realizó en 2008 un cortometraje contra el islam titulado Fitna (discordia, en árabe). Desde entonces, no dejó de endurecer su discurso contra los musulmanes. En un mitin en las municipales de 2014, Wilders preguntó al público que le escuchaba si quería “menos marroquíes”. Respuesta de los presentes: “¡Menos, menos, menos!”. A lo que el diputado había añadido: “¡Nos encargaremos de ello!”. Esas palabras causaron un escándalo. Tras un juicio muy mediático, los jueces consideraron en diciembre de 2016 que Wilders había reconocido haber insultado a los marroquíes e incitado a la discriminación. Pero la acusación de incitación al odio fue sobreseída.

En su retrato detallado sobre Wilders, Politico subraya el uso, ya banal en los discursos del diputado peroxidado, de insultos en el que se incluyen términos inexistentes, aprovechándose de la flexibilidad de la lengua neerlandesa; así, habla de “Straatterroristen” (terroristas de la calle, para referirse a los inmigrantes que van por la calle) o de “Haatpaleizen” (palacios de odio, en alusión a las mezquitas). También aboga por los "Kopvoddentaks" (literalmente, un impuesto sobre los “trapos” que cubren las cabezas, en alusión a los pañuelos islámicos, una tasa al velo, en resumen).

En el Parlamento de Estrasburgo, los eurodiputados del PVV se sientan en el mismo grupo que los del Frente Nacional. Wilders y Le Pen son aliados, aunque el discurso del primero parece aún más rudimentario que el de la segunda. En el fondo del programa, como señalaba el profesor universitario Jean-Yves Camus recientemente en France Culture, persisten divergencias mayores, por ejemplo en el librecambio. En liberal convencido, Wilders ha defendido durante mucho tiempo el proyecto (enterrado desde la elección de Donald Trump) de un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Él aboga abiertamente por los derechos de los homosexuales y de las mujeres, desde el escaño de Fortuyn. Se presenta como un aliado incondicional de Israel.

Wilders también parece, como Marine Le Pen, llegar a seducir a una parte del electorado de izquierdas, desamparado por los efectos de la globalización. De ahí la explicación que hace, de este fenómeno político complejo, el sociólogo neerlandés Paul Scheffer, en las columnas de Le Monde: “La protección del Estado de bienestar y de los derechos sociales contra la globalización, este valor tradicional de la izquierda, está asociado en Geert Wilders o en Marine Le Pen a un elemento tradicional de la derecha: el proteccionismo cultural, a saber la salvaguarda de la identidad frente a una inmigración entendida como el signo de esta globalización que rechazamos”.

El semanal británico The Spectator se arriesgó a publicar la columna de un periodista que salía en defensa de Wilders. Para Douglas Murray, “el establishment político holandés ha denigrado las preocupaciones de la mayoría” desde el asesinato de Fortuyn. Desde ese punto de vista, la manera en que el Gobierno de Mark Rutte hizo caso omiso, por referéndum, del tratado de libre comercio entre la UE y Ucrania, 11 años después de la oposición en el Tratado Constitucional Europeo, prueba en su opinión que una parte de la clase política está desconectada de las preocupaciones de los ciudadanos.

A tres días de las legislativas, la totalidad de los grandes partidos ha descartado hacer una alianza con el PVV de Wilders. Tampoco Mark Rutte, el primer ministro saliente, que sin embargo dirigió de 2010 a 2012 un Gobierno minoritario con el apoyo del PVV en el Parlamento. Wilders denuncia la tradición y el no respeto de la democracia, si su partido es apartado de las negociaciones, después del 15 de marzo.

Formaciones minoritarias, sobre todo el Forum para la Democracia del soberanista Thierry Baudet, muy activo en la campaña contra el tratado UE-Ucrania, no excluyen participar en una coalición con el PVV. Si el resultado del partido de Wilders se queda por debajo de lo que pronostican los sondeos, otras formaciones, de derecha y de izquierda, pueden verse tentadas a revisar sus posiciones de partida. _________________

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

En las europeas de 2014, a Geert Wilders le salió mal la jugada. Algunos sondeos daban por segura la victoria de su formación xenófoba, el Partido por la Libertad (PVV), que fundó casi diez años antes. Sin embargo, finalmente el diputado neerlandés se quedó en tercera posición (13%), por detrás del Partido Liberal y muy proeuropeo D66 (15%). La participación fue menor de la esperada, en especial en los bastiones de Wilders. Las empresas demoscópicas se vieron obligadas, una vez más, a disculparse.

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