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Xi Jinping, el 'príncipe rojo' empeñado en contarnos la "bella historia" de China

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François Bougon (Mediapart)

Este otoño, Xi Jinping seguirá los pasos de Mao Zedong, alejándose del modelo de poder colectivo instaurado por Deng Xiaoping a principios de la década de 1980 para evitar un retorno perjudicial del culto a la personalidad. Con motivo del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC) –que se celebrará a partir del 16 de octubre en Pekín, según anunciaron el martes los medios oficiales–, el líder chino consolidará aún más su poder al ser nombrado por tercera vez jefe del partido. Es la primera vez en casi 30 años. 

Desde 1993, si el máximo dirigente chino acumulaba dos importantes cargos –secretario general del PCCh y presidente de la República Popular China–, se veía obligado a dejar el poder al cabo de diez años debido a la imposibilidad, prevista en el artículo 79 de la Constitución de 1982, de un tercer mandato presidencial. Xi hizo abolir esta restricción en 2018, allanando el camino para su continuidad en el poder.

Xi Jinping, todopoderoso, no deja de repetirlo: los dirigentes de la segunda economía mundial, gran rival de Estados Unidos, deben contar una "bella" historia china. Tienen que contar una historia que permita al Partido Comunista afirmar su legitimidad dentro de las fronteras de China, pero también luchar contra las ideas democráticas que podrían socavarla fuera. 

Así lo explicó en un largo discurso ante el XIX Congreso del Partido en otoño de 2017. En cinco años se ha consolidado como el nuevo hombre fuerte de una potencia que se reafirma frente a Occidente, una nación asiática orgullosa de su civilización milenaria y fuerte en lo militar. "Mejoraremos nuestra capacidad de comunicación internacional para contar bien las historias de China, para ofrecer una visión real, multidimensional y panorámica, y para fortalecer el poder blando cultural de nuestro país", dijo, bajo el oro del Gran Salón del Palacio del Pueblo de Pekín.

Al tiempo que sentaba las bases de una narrativa que gira en torno a su personalidad –reforzando así las comparaciones con el culto a la personalidad de Mao Zedong–, anunció una "nueva era" en la historia de su país, bajo la égida del Partido Comunista. Un partido que ha heredado la misión de lavar la afrenta infligida por los imperios coloniales, occidental y japonés, en los siglos XIX y XX, y de situar a China en la vanguardia del mundo en 2049, para los cien años de la fundación de la República Popular China. "Esto", dice, "es un nuevo punto de inflexión histórico en el desarrollo de China.

¿En qué consiste esta nueva era, cuyas bases expuso Xi Jinping en su discurso? Equivale a decir: Mao Zedong permitió que China se levantara tras cien años de humillación; Deng Xiaoping abrió el camino del desarrollo y el enriquecimiento, a partir de finales de los años 70; Xi Jinping está restaurando su poder, especialmente en la escena internacional. 

Para Xi, el partido es ante todo un asunto de familia, tanto por su padre, Xi Zhongxun, como por su madre, Qi Xin, ambos revolucionarios desde el principio. Tras la victoria de los comunistas en 1949, el primero fue viceprimer ministro antes de ser víctima de una purga en 1962, acusado de liderar una camarilla anti-Mao. Fue rehabilitado por Deng a finales de la década de 1970 y enviado al sur del país para dirigir la modernización de la provincia de Guangdong.

Si sus predecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, eran "plebeyos", Xi pertenece a los llamados príncipes rojos, la nobleza del Partido. "Xi Jinping considera que el partido pertenece a sus padres", dice Cai Xia, un antiguo profesor de la Escuela del Partido que ahora vive exiliado en Estados Unidos. "Se cree el dueño de todo. Hay una especie de desprecio en él por los de abajo, por lo que eso determinará su forma de dirigir. Cuando exprese su descontento con alguien, lo hará de forma autoritaria y amenazante. También puede utilizar métodos poco civilizados para resolver los problemas. Todo vale para conseguir su objetivo, sin importar el coste".

En la década de 1980, algunos intelectuales –como el académico Wang Huning, ahora miembro del Comité Permanente del Buró Político, el corazón del poder– abogaban por un hombre fuerte que dirigiera la transición política y económica del país debido a los enormes desafíos que se avecinaban. Cuarenta años después, sus sueños se han cumplido con Xi Jinping. 

En nombre de la estabilidad política

Al mismo tiempo que abolía los límites del mandato presidencial en 2018, Xi lanzó una gran reforma para situar al partido en el centro del sistema de gobernanza, fusionando muchas administraciones públicas en organizaciones del PCCh: estamos asistiendo al nacimiento de un Partido-Estado unificado y centralizado, que se supone mucho más eficiente y menos corrupto.  

En resumen, el partido está en todas partes. Como explica la frase incorporada a la Constitución del PCCh en 2017: "Partido, gobierno, ejército, sociedad y educación, Este y Oeste, Sur y Norte, el Partido lo gobierna todo".

Ningún espacio se le escapa. En nombre de la estabilidad política, se establece un sistema altamente jerarquizado y centralizado, con Xi Jinping como "líder central". El Partido controla China y Xi Jinping controla el Partido. Se le otorga el título de "lingxiu" –término muy reverencial para un líder– que hasta ahora sólo se había utilizado para Mao y su efímero sucesor Hua Guofeng, que fue apartado del poder por Deng Xiaoping en 1978. 

En este proceso de control total, el aparato de seguridad también se moviliza y se transforma: tres organismos estatales se reúnen en la Comisión Nacional de Vigilancia. Esta última, junto con la Comisión Disciplinaria del Partido, se encarga de la lucha contra la corrupción, formando ambas un superorganismo encargado de esta misión primordial. De hecho, Xi Jinping ha dicho en repetidas ocasiones que se trata de una amenaza existencial para el PCC. 

La consagración es completa para Xi, cuyo "pensamiento" fue consagrado en la Constitución del PCCh en 2017. Sólo cinco años después de llegar al poder, Xi Jinping se ha elevado al nivel de los primeros grandes revolucionarios, Mao Zedong y Deng Xiaoping. A finales de 2018, Wang Huning presidió un flamante comité ("pequeño grupo directivo" en la terminología comunista) con el título "No olvidar la intención original". Una de sus tareas es difundir el "Pensamiento Xi Jinping" entre los cuadros de arriba a abajo.

La historia puesta al día

Para Xi, la ideología es el rey. Si Deng fue capaz de revivir el socialismo al estilo chino gracias al capitalismo, Xi está actualizando el marxismo y los "valores socialistas". El historiador canadiense Timothy Cheek establece una comparación con la Contrarreforma: en efecto, allí también se trata de una cuestión de fe, de misión; y si la Iglesia católica disponía en el siglo XVI del despiadado brazo armado de la Inquisición, el partido puede contar con una Comisión Disciplinaria reforzada. 

El líder chino también aprobó una resolución en noviembre de 2021 que le permite imponer su visión de la historia. Así, el líder chino sigue reescribiendo el pasado para asentar mejor su poder y preparar el futuro. Antes de Xi, sólo Mao y Deng estuvieron en el origen de tales textos, en 1945 y 1981. Al igual que las encíclicas para la Iglesia Católica, estas reescrituras históricas permiten al Partido explicar a sus millones de afiliados lo que deben pensar para definir la identidad de la formación política en momentos cruciales. Y que sus iniciadores se impongan. 

Para Xi Jinping, no se trata tanto de ajustar cuentas con el pasado –no se trata en absoluto, por ejemplo, de la sangrienta represión del movimiento democrático de Tiananmen en junio de 1989 o de las tragedias del Gran Salto Adelante o de la Revolución Cultural– como de dotar al PCCh de una nueva identidad: la que aplica en el marco de una formación política marxista-leninista decidida a mantenerse en el poder. 

El punto principal es mostrar que no sólo el PCCh ha tenido la misión de borrar las humillaciones coloniales y sacar a China de su atraso, lo que ya se abordó en las dos resoluciones anteriores, sino también, como señala el resumen publicado al final del pleno, que "la lucha centenaria del Partido y el pueblo ha escrito la epopeya más magnífica de la historia de la nación china durante miles de años".

Este relato es vinculante para los historiadores y no debe ser cuestionado. Por ello, el régimen ha criminalizado cualquier crítica a los héroes y mártires de la República Popular. Los jueces ahora se aseguran de que nadie se acobarde.

La narrativa nacional que Xi Jinping está imponiendo forma parte de la tradición imperial china de la "historia oficial" (zhengshi), que permitía a una nueva dinastía justificar su legitimidad frente a la que había sustituido. Y Xi es el nuevo emperador de esta dinastía marxista-leninista. Preparado para ser nombrado caballero en el 20º Congreso. 

Este es el sentido de un largo texto de uno de los profesores de Derecho de la Universidad de Pekín, Jiang Shigong, publicado en enero de 2018 y titulado Filosofía e Historia. Interpretación de la 'Era Xi Jinping' a partir del Informe del 19º Congreso del Partido (hay una traducción disponible en inglés en el sitio web del historiador canadiense David Ownby).

Para Jiang Shigong, Xi fue capaz, en un momento de crisis histórica, de encontrar el camino político a seguir para China tanto en términos de ideas (filosofía) como de práctica política (historia). Permitió que el marxismo sobreviviera y resistiera al infundirle la sabiduría del pensamiento tradicional chino, especialmente el confucianismo, dice. "Esta reacción en un momento de crisis salvó al partido y al Estado, así como al socialismo con características chinas", afirma, juzgando que Xi Jinping tiene innegablemente "un especial poder carismático". 

Como señala el historiador canadiense Timothy Cheek, el gran éxito del Partido Comunista es que ha conseguido "asimilar la nación al partido y hacer creer a la mayoría de la gente que, incluso con sus defectos, no hay alternativa al partido para velar por los intereses nacionales de China". Y esta experiencia, si hay que creer a Jiang Shigong, es un modelo rival al de las democracias liberales occidentales para otras naciones en desarrollo.  

Capitalismo del terror

Sin embargo, la nueva era de Xi Jinping es ante todo un proyecto etnonacionalista centrado en la etnia Han. Se está llevando a cabo a expensas de los demás componentes de la nación china, como los uigures, los tibetanos y los mongoles. En Xinjiang, donde viven grupos étnicos musulmanes, entre ellos los uigures, muchas víctimas, testigos, ONG y periodistas han detallado la implacable represión que se ha instaurado en los últimos años. El establecimiento de este "capitalismo del terror" del que habla el antropólogo Darren Byler en Terror Capitalism (Duke University Press, 2022), donde se criminaliza la religión y la cultura de las poblaciones musulmanas, y donde sectores como el de la alta tecnología y el textil se han aprovechado de ello para hacer negocios y conseguir lucrativos contratos. 

Pero la condena internacional y el reconocimiento del genocidio en Xinjiang por parte de varios países occidentales, entre ellos Estados Unidos, no parecen inquietar a Xi Jinping. Recientemente, visitó Hong Kong a finales de junio y Xinjiang a mediados de julio, dos regiones que han tenido que soportar la vuelta de tuerca de su política autoritaria.

En cada ocasión, en nombre de la sacrosanta estabilidad, aprovechó para alabar su política, que ha devuelto el orden a la periferia de China, desde el sur hasta el noroeste. En este contexto de endurecimiento, parece surgir un nuevo discurso sobre la identidad nacional china: la herencia maoísta de la China multiétnica se deja un poco de lado y se hace hincapié en la asimilación y la unidad de la nación china. 

Para Xi Jinping, 2022 es sin duda un año especial. Durante los últimos diez años, ha consolidado su posición, no sólo dentro del Partido, sino también en el ejército y las fuerzas de seguridad, eliminando a sus rivales y colocando declaraciones juradas, muchas de ellas procedentes del sector armamentístico o aeroespacial. Y el culto a la personalidad está en pleno apogeo, con el pensamiento de Xi Jinping aplicado en todos los ámbitos, desde la economía hasta la política exterior.

Xi debe conducir a su país a una profunda reforma para pasar de una economía de producción a una economía de consumo

Pero las imágenes de adulación difundidas regularmente por los medios de comunicación oficiales no deben engañar. Los retos que tiene por delante Xi Jinping, tanto a nivel interno como externo, no serán una alfombra de rosas. El caos provocado en la primavera de 2022 por la política de covid cero en Shanghai y el descontento público que siguió son un anticipo de las dificultades que se avecinan.

En el frente interno, la voluntad de aplicar una política de covid cero es, en efecto, cada vez más discutida. En términos más generales, Xi debe comprometer aún más a su país en una profunda reforma, haciéndolo pasar de una economía de producción a una economía de consumo. A la vez que se frena el crecimiento y se compromete la lucha contra el cambio climático. Esto, según el experto en China Damien Ma, director del centro de investigación MacroPolo, "será políticamente difícil y una receta para fomentar la oposición". 

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De ahí el recurso, según él, al concepto de "prosperidad común", que debería traducirse en menos desigualdad y más redistribución. El objetivo, declarado en noviembre de 2020, de duplicar el tamaño de la economía para 2035 "irá acompañado de un cambio socioeconómico que probablemente será doloroso, especialmente para los miembros de la clase política que también se han beneficiado del modelo dominante", escribe Damian Ma.

En el exterior, China, que desde el inicio de la pandemia parece una fortaleza sitiada por el cierre de sus fronteras, está sometida a presiones por todos lados desde la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022. Washington le ha advertido de las posibles consecuencias de cualquier apoyo militar. Pero Pekín no deja de lado a su aliado ruso, mientras intenta no irritar a los europeos. Una tarea complicada.

Y la reciente y nebulosa "iniciativa de seguridad integral" propuesta por Xi Jinping en el Foro de Boao para Asia –que rechaza la mentalidad de la Guerra Fría y reclama una seguridad "común, integral, cooperativa y sostenible"– ha fracasado al recrudecerse los antagonismos. Por no hablar de las crecientes tensiones en torno a Taiwán, como vimos tras la visita de Nancy Pelosi este verano. Para Xi Jinping, el XX Congreso del Partido Comunista Chino es sin duda un momento de consagración suprema, siguiendo los pasos de Mao. Pero a los 69 años, lo más difícil es empezar.

Este otoño, Xi Jinping seguirá los pasos de Mao Zedong, alejándose del modelo de poder colectivo instaurado por Deng Xiaoping a principios de la década de 1980 para evitar un retorno perjudicial del culto a la personalidad. Con motivo del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC) –que se celebrará a partir del 16 de octubre en Pekín, según anunciaron el martes los medios oficiales–, el líder chino consolidará aún más su poder al ser nombrado por tercera vez jefe del partido. Es la primera vez en casi 30 años. 

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