El clientelismo en las zonas rurales, clave para Orbán en las presidenciales húngaras este domingo

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Corentin Léotard|Thomas Laffitte (Mediapart)

Igrici (Hungría) —

Bienvenido a Igrici, un “pueblo sin salida”. Así es como su teniente de alcalde, Sándor Tóth, describe con una sonrisa esta localidad rural de 1.200 habitantes, situada a unos 150 kilómetros al este de Budapest.

Algunas de las casas son bonitas y están bien cuidadas, otras se están cayendo a trozos, pero los edificios públicos han sido reformados prácticamente todos. El flamante consultorio médico, la reluciente escuela primaria y el recientemente renovado parque infantil llevan el cartel blanco que indica el importe de la subvención europea recibida. Este es el tipo de indicativos que se pueden encontrar en todos los municipios, especialmente visibles en las zonas rurales. 

El otro rasgo llamativo de Igrici, como de todos los pueblos húngaros, es el ejército de trabajadores, y sobre todo de trabajadoras pobres, que se han incorporado, voluntariamente o no, al “programa de trabajo público”. Pilar de la “sociedad del trabajo” deseada por el primer ministro Viktor Orbán, el programa pone a disposición del municipio a los demandantes de empleo que han agotado las prestaciones para realizar todo tipo de trabajos de interés general.

Trabajo a tiempo completo, pero remunerado sólo con la mitad del ya bajísimo salario mínimo. Inconfundibles con sus chalecos amarillo fluorescente, los “közmunkások” cortan el césped, barren las calles o pintan las paredes de las escuelas.

El teniente de alcalde, Sándor Tóth, conoce bien el sistema. Nacido en la localidad, lleva 30 años trabajando en el ayuntamiento y desde hace una década es supervisor de obras públicas. “El salario es ridículo. En realidad, no se le puede llamar salario, es más una ayuda económica que otra cosa”, admite el concejal, próximo a la jubilación.

Sin embargo, no oculta que estos empleados han sido de gran ayuda para el pueblo, ahora “más presentable”, según sus palabras. “El pueblo siempre se ha desarrollado, pero en los últimos diez años se ha acelerado”.

Chaleco fluorescente y escoba en mano

Este patente embellecimiento en Igrici —como en todo el país— se debe en gran medida a esta mano de obra abundante y barata, al servicio del ayuntamiento durante 40 horas semanales, o lo que es lo mismo, 42 personas, a día de hoy, del pueblo, un número hasta tres veces superior a mediados de la década de 2010, cuando el programa alcanzó su punto máximo (entonces había más de 200.000 en el país, frente a los 100.000 en la actualidad).

Son las 10 de la mañana y Márk Kocsis lleva trabajando desde las 7 de la mañana pavimentando una acera. “Desgraciadamente, llevo diez años como trabajador municipal”, dice este joven de 28 años, oriundo del pueblo. “Me gustaría salir de aquí algún día, lo antes posible. He intentado encontrar un trabajo, pero para cualquier trabajo se necesita coche y carné”.

Tras abandonar los estudios, Márk nunca ha tenido otro trabajo que no sea el de trabajador municipal. Cuando se le pregunta por las elecciones, enseguida responde: “¡Oh, no al Fidesz, eso seguro! Se están llenando los bolsillos...”.  

Márk es casi una excepción. Por un lado, sólo ocho de los 42 közmunkások son hombres. Por otro lado, no lleva a Fidesz en el corazón, mientras que la mayoría de los demás admite haber votado al partido en el poder.

 

Experiencia en autogestión

Es el caso de Sabina. Se incorporó al programa hace un año, cuando se trasladó a Igrici después de casarse. Barre la acera recién pavimentada por Márk, acompañada por Nikolett, de 21 años e incorporada hace dos. Ambas jóvenes son romaníes, como la mayoría de los beneficiarios de los empleos públicos. “Siempre me ha gustado el Fidesz”, dice Sabina, que dice que votará, pero no quiere decir más. 

Alrededor del ayuntamiento, Katalin y Piroska también visten los chalecos amarillos y llevan escobas. “Aunque sea la actividad principal, no nos limitamos a barrer las calles”, explica Katalin. Esta joven de 28 años optó por convertirse en trabajadora municipal hace cuatro años, cuando nació su primer hijo, después de trabajar en una fábrica textil. “Tengo el bachillerato”, dice. Piroska tiene 24 años y dos hijos.

A ambas les gustaría cambiar de trabajo, sin saber muy bien cómo ni qué quieren. En cuanto a las elecciones, al principio afirman que “no lo saben realmente”, antes de añadir que “probablemente votarán al Fidesz”.

Aparte de barrer las vías públicas, en Igrici no falta trabajo, incluido el cuidado de las plantas en los invernaderos. El pueblo vivió un experimento de autogestión a principios de la década de 2010, en una Hungría asolada por la crisis de las subprimes y azotada por un poderoso movimiento de extrema derecha que acosaba a las comunidades romaníes de los pueblos.

Más resuelto que el resto, Zoltan Notár, uno de los líderes de la minoría romaní, cogió el destino del pueblo en sus manos y puso en marcha una cooperativa de producción de pepinillos, cuyo espectacular éxito, pregonado en todo el país, podría haberse extendido, si no hubiera estallado, golpeado de lleno por la crisis europea del pepino y luego por las tormentas de granizo contra las que no estaba asegurado. 

Una década más tarde, cuando las aguas han vuelto a su cauce, los sueños de autogestión regresan, y Fidesz tiene las riendas del país en sus manos. Anna-Mária hace un descanso, sentada en una pequeña silla en un invernadero donde se encarga de las calabazas. “Antes trabajaba en Bosch; era un buen trabajo. Por un lado, me arrepiento de haberlo dejado, pero por otro lado no. Este trabajo me permite ocuparme de mis cuatro hijos”, explica.

Tiene 43 años y trabaja en el ayuntamiento desde hace dos años. No tiene dudas sobre el sentido de su voto: Fidesz, “porque tengo hijos”, responde como algo natural, porque el partido es generoso con las subvenciones para las familias numerosas, siempre que trabajen, en la közmunka o en otro lugar.

A sus 57 años, István no se queja y ni siquiera piensa aún en la jubilación. “Nuestro salario no es grande. Una vez pagadas las facturas, no queda mucho”, dice este hombre alto y con bigote que se apoya en una pala. Todo un eufemismo: él y sus compañeros tienen que sobrevivir con el equivalente a unos 170 euros al mes, mientras que los bienes de consumo más comunes se han encarecido tanto como en Europa Occidental. No quiere que se le considere un indigente: “Es suficiente para vivir”.

En realidad, este mísero salario, que el ayuntamiento paga en metálico, le da para sobrevivir sólo porque los titulares de los empleos públicos comparten una parte de los productos de su trabajo, dedicada a la autosubsistencia del pueblo. Los “fondos sociales” entregados gratuitamente por los ayuntamientos a los más pobres les permite calentarse en invierno y las comidas de los niños corren a cargo de la escuela, incluso durante las vacaciones escolares.

 

Clientelismo político 

Preguntado por las próximas elecciones, István responde rotundo, al asegurar que “todos los presentes votarán colectivamente”. El teniente de alcalde, que tiene la oreja puesta, corrige rápidamente: “No van a votar todos a la vez, ¿eh?”. Todos se ríen, un poco avergonzados, porque el tema es de lo más delicado.

Las elecciones de 2018 se vieron empañadas por el fraude y la compra de votos, sin los cuales Fidesz no habría conseguido su “supermayoría” de dos tercios, según la ONG Unhack Democracy. En las elecciones europeas de 2019, en los diez municipios más pobres del país, Fidesz obtuvo una media del 94% de los votos, frente al 53% nacional. 

El programa de közmunka no es un fraude, pero ciertamente se asemeja a un sistema clientelar: el Estado elige a su antojo la asignación de puestos de trabajo a los municipios, que paga él mismo, y luego el alcalde elige arbitrariamente a los beneficiarios. Como han demostrado dos investigadores de la Academia de Ciencias, Balázs Reizer y Attila Gáspár, sólo gracias a este programa, el Fidesz pudo ganar cinco, seis de los 199 escaños de la Asamblea en las elecciones parlamentarias de 2014, lo que permitió a Viktor Orbán alcanzar la mayoría de dos tercios que le permite gobernar en solitario y sin obstáculos.

Si hay más gente que vota a Fidesz allí donde la proporción de beneficiarios de empleos públicos es mayor, “no es porque el programa de obras públicas sea tan bueno para ellos, sino porque tienen miedo de perder este medio de vida”, precisa, por su no ha quedado claro, el diario independiente online Telex

De hecho, en las zonas desfavorecidas sin perspectivas de empleo y con poca o ninguna mano de obra cualificada, el trabajo público se ha convertido en una vía de escape aceptable.

Puede que Igrici sea un pueblo sin salida, pero no es el peor. De camino a la casa del pueblo, donde los mayores de la localidad se reúnen todos los días para pasar el tiempo, Sándor Tóth señala con el dedo los proyectos a lo largo de la carretera principal financiados con fondos públicos, especialmente europeos. Actualmente, el pueblo está construyendo una guardería, un proyecto de más de 150 millones de florintos (400.000 euros). Muestra la plaza de la Nostalgia, construida en el centro del pueblo con dinero público, donde el ayuntamiento puede ahora organizar eventos, como el baile previsto para la semana siguiente.

Desde 2019 y tras la victoria de los partidos de la oposición en muchos municipios, el desequilibrio en el reparto de las subvenciones públicas a favor de los ayuntamientos de Fidesz se ha hecho evidente. En pueblos pequeños como Igrici, el teniente de alcalde independiente Sándor Tóth no observa nada de eso y se beneficia mucho de las subvenciones públicas. 

El alcalde del pueblo, Csaba Kislászló, que falleció en un accidente de tráfico en el verano de 2021, no dudó en reconocer que fueron los fondos de la UE los que salvaron su pueblo. Antiguo profesor de izquierdas y miembro del Partido Socialista Húngaro (MSZP), se presentó como independiente y trató de mantener las distancias con Fidesz, que le habría pedido —según temía— pequeños favores a cambio de su apoyo. Como llevar a los beneficiarios de los empleos públicos a las urnas para asegurarse de que todos los votantes votan lo que deben votar.

En la pared de su despacho había colgado las decenas de subvenciones que había conseguido para su comunidad. Su teniente de alcalde Sándor Tóth no los tocó. La receta ganadora de los fondos europeos y el programa de obras públicas pasa a menudo por una forma de neofeudalismo en Budapest, le dicen.

Una curiosa forma de ver las cosas, responde. Para él, es más bien un salvavidas. Además, gane o no el Fidesz las elecciones, no está demasiado preocupado: ningún gobierno se atreverá a alterar el nuevo orden establecido y a recortar estos empleos públicos. “La gente los necesita demasiado”.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Bienvenido a Igrici, un “pueblo sin salida”. Así es como su teniente de alcalde, Sándor Tóth, describe con una sonrisa esta localidad rural de 1.200 habitantes, situada a unos 150 kilómetros al este de Budapest.

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