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Viticultores se plantean arrancar un viñedo herido por la sequía, los precios y el bajo consumo

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Sofía Henales

El día ha sido largo: tu jefe te ha echado la bronca y has discutido con tu pareja. Por fin llegas a casa. Te descalzas y abres con sumo cuidado una botella de tu vino favorito. Te sirves una copa, que degustas lentamente, saboreando cada gota al ritmo de la nueva canción de tu cantante preferido. Este pequeño placer, tan apreciado por millones de españoles, es cada vez menos habitual. Miles de cajas de tinto y blanco se acumulan en las bodegas desde hace dos campañas. No se les da salida. El consumo descendió “a raíz del covid” y ha seguido a la baja “por la guerra de Ucrania”, cuenta a infoLibre Juan Carlos Ibáñez, un agricultor de Uruñuela (La Rioja): “El vino es un artículo de lujo. La gente puede comprar otro más económico”, algo que sucede “cuando viene una crisis”. Además, este año “no se han cubierto los gastos” y las altas temperaturas han mermado las cosechas.

Este viticultor, con más de 30 años de faena a sus espaldas, denuncia la precaria situación en la que se encuentra el sector, herido por diferentes flechas: "Cobraremos esta temporada por debajo del coste de producción". Además, el dinero a pagar por una botella de vino será similar "a 2022". De hecho, apunta, “los precios de exportación son mejores que los precios a nivel nacional”. Los campesinos están trabajando en pérdidas, pero tienen que subsistir de alguna manera. Según Ibáñez lo hacen “endeudándose y pidiendo créditos”. Tampoco hay relevo generacional, algo por lo que “más de la mitad" de las tareas las desempeñan "jubilados”. Retirarse de la vida activa a los 65 no es lo habitual en el sector primario, y ante la escasez de personal, vaticina que “en 10 años, 8 de cada 10 agricultores estarán en edad de jubilarse”.

Se trata de un callejón de difícil salida, por eso cree que “va a haber problemas para suministrar productos de primera necesidad”. Eso sí, hay alguna excepción: “Aquí en el pueblo un chaval joven se está incorporando. Menos mal”. Y aprovechando que el pasado 15 de octubre se conmemoró el Día de la Mujer Rural, este cigüeñero (gentilicio de Uruñuela) confiesa que “cada vez más chicas” se dedican al cultivo. Pero en términos generales la tendencia actual “no remonta”. Desde hace un tiempo “tenemos un año malo, otro regular, al siguiente peor...”. Ibáñez reconoce que, en sus inicios como hombre del campo, “eso no pasaba. Había uno malo y otro bueno”, de modo que se compensaba. El panorama ha dado un giro de 180º y asevera que de toda su vida como agricultor, esta está siendo su “peor época”.

El cambio climático

La climatología tampoco juega en favor de la vid. Las altas temperaturas y la sequía extrema del último invierno han adelantado “20 días la vendimia” respecto a años atrás. Así lo detalla Alejandro García-Gasco, responsable de vitivinicultura de UPA (Unión de Pequeños Agricultores). Es cierto que en verano cayó agua, aunque “con bastante pedrisco, por lo que solo hizo daño a las explotaciones”, que vieron aún más mermada su producción.

Así, el cambio climático ha provocado que la cosecha de uva de esta temporada sea “un 15%” menos que en 2022: “Se han recogido 34,2 millones de hectolitros, frente a los 40,7 de la añada anterior”. En realidad, 2023 no es el precursor de la carencia de fruto, expresa desde UPA. “Llevamos un par de campañas con una producción bastante escasa y, entre comillas, nos está viniendo bien” por la crisis de consumo existente. “Si con esa crisis llega a haber superproducción, sería un desastre. Ahora la climatología es un alivio”.

El paisaje en el resto de Europa es igual de trágico. “En todos los países ha decrecido la producción”. De hecho, Francia e Italia, los mayores elaboradores de uva, suelen rondar los “50 millones de hectolitros” y ninguno ha superado la cifra. No obstante, allí el vino se vende "más caro". Por ende, el salario también es más elevado, cosa que ha impulsado a 15.000 españoles a trabajar en tierras francesas durante la reciente recolección.

Los obstáculos

Los hándicaps son muchos. Por eso, está descendiendo la "superficie de viñedo plantada”. Años atrás en nuestro país había “más de un millón de hectáreas. Era el cultivo mayoritario”, pero ya ha sido superado “por el olivar”, apunta García-Gasco. Los agricultores se plantean dos opciones: o arrancar las viñas, algo que ya ha pasado en Burdeos, donde se han eliminado 9.000 hectáreas; o sustituirlas por otros cultivos que “hoy en día pueden ser más rentables”, entre ellos el pistacho y el almendro. Eso sí, al rozar la edad de jubilación es muy improbable elegir la segunda propuesta, ya que requiere “una inversión económica muy fuerte”.

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No todas las variedades de vid han sufrido lo mismo. Las tempranas, en especial las foráneas como elchardonnay’ o la ‘pinot noir’, son más sensibles al clima. Estas han soportado mermas de “hasta un 50%”, aclara el responsable del sector vitivinícola de la asociación COAG, Joaquín Vizcaíno. Así, quien posee este tipo ha tenido mayores perjuicios, un máximo de “1.200 euros por hectárea”.

El vidrio se ha encarecido y la inflación no toca techo. Los campos necesitan riego, poda y labranza. Este cóctel ha hecho que producir un kilo de uva ascienda hasta “60 céntimos”, aunque desde COAG critican que les pagan solo “40”. Justo para garantizar la cobertura de costes nació la Ley de la Cadena Agroalimentaria en febrero de 2020, pero “no está funcionando como debería”. Ponerla en práctica implica “denunciar y llevar a juicio al comprador del fruto” y a los agricultores “les cuesta hacerlo”. La casi única alternativa que les queda entonces es “tener un colchón económico”. Sin embargo, “cada vez hay más personas que viven al día”, apostilla Vizcaíno.

El empleo es otra víctima del trance que atraviesa la industria. Conforme pasan los años "es más complicado encontrar jornaleros. La bajada productiva ha hecho que se necesiten menos”, nos cuenta el responsable de COAG. También les resulta más difícil dar con "trabajadores especializados”. En definitiva, "las incertidumbres son numerosas. Se ven muchas nubes en el horizonte”. Y "si no somos capaces ni de recuperar consumo ni de vender a precios razonables, el sector va a ir a menos”, sentencian las asociaciones agrícolas.

El día ha sido largo: tu jefe te ha echado la bronca y has discutido con tu pareja. Por fin llegas a casa. Te descalzas y abres con sumo cuidado una botella de tu vino favorito. Te sirves una copa, que degustas lentamente, saboreando cada gota al ritmo de la nueva canción de tu cantante preferido. Este pequeño placer, tan apreciado por millones de españoles, es cada vez menos habitual. Miles de cajas de tinto y blanco se acumulan en las bodegas desde hace dos campañas. No se les da salida. El consumo descendió “a raíz del covid” y ha seguido a la baja “por la guerra de Ucrania”, cuenta a infoLibre Juan Carlos Ibáñez, un agricultor de Uruñuela (La Rioja): “El vino es un artículo de lujo. La gente puede comprar otro más económico”, algo que sucede “cuando viene una crisis”. Además, este año “no se han cubierto los gastos” y las altas temperaturas han mermado las cosechas.

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