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Cuando el derribo de presas inútiles es un éxito: "Hemos pasado de 90 salmones reproductores a más de 400"

Obras para derruir un pequeño azud el río Cabrillas, afluente del Tajo, en Guadalajara.

En el año 2003 un grupo de biólogos e ingenieros visitó el municipio de Elizondo, en Navarra, para discutir sobre el futuro de un pequeño salto de agua que hay en el río Bidasoa, que atraviesa el municipio. Esta cascada artificial de unos dos metros de altura, ubicada en pleno centro del pueblo, era uno de los atractivos turísticos de la zona, pero preocupaba a los expertos porque era la responsable de que el centro de Elizondo se inundase con las riadas. Cuando se reunieron con el alcalde, sin embargo, se cerró en banda a demoler la estructura porque era el lugar, y sigue siéndolo, donde las parejas jóvenes se fotografiaban el día de su boda. 

—¿Cómo vas a explicar a tus vecinos que has rechazado quitar la cascada cuando se les inunde la casa? —le preguntaron al alcalde de entonces. 

—No os preocupéis, que lo van a entender —contestó. 

Josu Elso, uno de los expertos en ríos que visitó el pueblo y doctor en Biología por la Universidad de Navarra, recuerda ahora la historia para explicar cómo los intentos para recuperar el cauce natural de un río son muy complicados. Por mucho que una pequeña presa afecte a la seguridad de los vecinos o acabe con los peces de la zona, demoler un azud en un cauce suele molestar a los pescadores o a las familias que se disfrutan de la poza, y en los últimos meses ese malestar se ha utilizado políticamente. 

"El patrimonio inmaterial de un río muy difícil tiene mucho valor para la gente que vive allí y se necesita mucha pedagogía para intervenir. Sobre todo hay que evitar que el tema se politice, que es el gran problema que veo ahora", opina.

En los últimos dos años la sequía ha sido muy agresiva en España y los embalses guardan mucha menos agua de lo normal, lo que ha avivado la desinformación sobre el derribo de presas. En este momento hay un 30% menos de agua embalsada que en la media de los últimos 10 años y la pasada primavera, en plena campaña para las elecciones autonómicas, Vox y PP acusaron al Gobierno de demolerlas y poner en riesgo el abastecimiento de agua. La realidad es que la inmensa mayoría de lo que se destruye hoy son azudes que no almacenan agua para beber, sino que servían eran pequeñas centrales hidroeléctricas o molinos con una concesión ya caducada. En 2021, el último año con registros del Ministerio de Transición Ecológica, se destruyeron 95 azudes.

Aunque el equipo de Josu Elso tuvo que resignarse y aceptar que el salto de agua de Elizondo era intocable, su trabajo sobre los azudes del río Bidasoa es un caso de éxito en la gestión de los ríos de España. En los últimos 20 años han logrado retirar alrededor de una treintena de obstáculos en el cauce, "la mayoría pequeñas presas de molinos de agua que llevan décadas abandonados", afirma. Y los resultados ya se han constatado: en 2008 lograron que el salmón llegase a ocupar de nuevo el 100% de su hábitat en el río, una situación que no se veía desde hacía décadas por culpa de estos muros artificiales. 

El salmón europeo nace río arriba, viaja al mar, y al final de su vida remonta el río de nuevo para desovar, pero los 141 obstáculos del río (83 miden más de dos metros de altura) provocaron que desde los años 80 este pez no pudiese viajar río arriba, hasta ahora. "Hemos pasado de 91 salmones reproductores que registramos de media entre 1984 y 1992 a 421 reproductores entre 2009 y 2021", celebra Elso. 

El salmón no es el único pez en España afectado por los obstáculos de río. También la lamprea, la anguila o el esturión. Este último se extinguió en España en los años 80 después de la construcción de las presas del Guadalquivir, ya que no puede saltar obstáculos, relata César Rodríguez, secretario general de Asociación para el Estudio y Mejora de los Salmónidos (AEMS)-Ríos con vida, una organización que vela por la recuperación de los ríos españoles. 

"La protección de los ríos es un asunto muy descuidado en España. Las presas no son inocuas y tienen beneficios, pero también consecuencias. Cortan la circulación natural del río y a veces nos olvidamos de que también hay animales que necesitan circular río arriba y estas construcciones se lo impiden", relata el experto. Además de afectar a la fauna, las pequeñas presas construidas hace décadas y ahora abandonadas acumulan sedimentos como piedras y arena e impiden que estos continúen aguas abajo, alterando el ciclo natural del río. Por supuesto, la acumulación de sedimentos en azudes abandonados puede provocar incluso el derrumbe de la presa. 

La asociación AEMS trabaja para derribar construcciones obsoletas en ríos de España y el pasado diciembre derribó dos azudes en el río Cabrillas, un afluente del Tajo, a la altura de los municipios Taravilla y Pinilla de Molina, en Guadalajara. Su buen trabajo valió un premio de Dam Removal Europe, una organización europea que trabaja para mejorar el estado de los ríos.  

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César Rodríguez dedicó buena parte del trabajo a hablar con la comunidad local y sortear la oposición social. En este caso tenían el apoyo de la Confederación Hidrográfica del Tajo y del Gobierno manchego, pero una de las dos construcciones se usaba como poza para bañarse en verano y la gente iba allí a pasear y de pícnic, por eso la decisión de intervenir causó algo de malestar en la zona.

"Hay que dedicar tiempo y esfuerzo a hablar con la gente. Es fundamental", opina. "Hay que explicar que estas barreras impiden el paso de los peces y que bloquean la llegada de gravilla aguas abajo, donde los peces y anfibios ponen sus huevos. También que estas cascadas artificiales son bonitas, pero que también les gustará el cauce original una vez lo hayamos recuperado", añade. Este verano han tomado muestras para analizar si su trabajo ha dado frutos y las poblaciones de animales han mejorado tras la intervención, pero todavía no tienen los resultados. 

El amplio trabajo en el río Bidasoa de Josu Elso sí que ha demostrado que la recuperación de ríos es efectiva. El biólogo relata cómo en Endarlatsa, en la frontera entre Navarra y País Vasco, los pescadores se oponían radicalmente a la destrucción de una pequeña presa porque hacía que los salmones se amontonaran en una zona. "Era como pescar en una piscina, y algunos pescadores incluso pensaban que les íbamos a arruinar el negocio·, recuerda, "pero ahora incluso disfrutan más porque hay más ejemplares y hay que perseguirlos río arriba", concluye.

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