La catástrofe ocurrida durante la tarde del jueves en Valencia tiene al sector de la construcción y la arquitectura en vilo. Las familias de los diez fallecidos y los dueños de las 138 viviendas quieren respuestas mientras la sociedad se pregunta si el voraz incendio es una señal de alarma sobre los miles de edificios en España que tienen una fachada metálica o aislantes similares a los de este bloque.
Si en un primer momento se dijo que el aislante de la fachada del edificio era de poliuretano (un polímero esponjoso muy inflamable), el viernes el Colegio Oficial de Arquitectura Técnica de València corrigió esta información, y dijo que en realidad estaba formado por mineral de lana de roca, un aislante inerte que no arde. Los técnicos piden, por tanto, cautela a la hora de buscar un culpable, aunque hay consenso en que las llamas se distribuyeron por la fachada y que el fuerte viento fue indispensable para avivar el fuego. "No podemos concluir a priori que haya sido el aislante", indicó en un comunicado del Colegio, que añadió que sus técnicos están estudiando el caso.
Lo único que está claro por el momento es que los dos edificios de 10 y 14 plantas eran relativamente nuevos, construidos en el año 2005, y que ambos contaban con una fachada estilo alucobond, recubierta por paneles metálicos que aíslan las viviendas, abaratan la construcción y embellecen el bloque. El nombre proviene de Alucobond, un fabricante alemán que es un referente en el sector, aunque la empresa ha desmentido que fabricase los paneles de los edificios valencianos.
El nombre técnico de este diseño de edificio es fachada ventilada, un sistema de aislamiento utilizado en construcciones modernas o en rehabilitaciones de edificios. Consiste en pegar un aislante (flamable o no) sobre la pared de ladrillo del edificio. A continuación se deja un espacio vacío en forma de cámara de aire, y sobre esta se instala un aplacado exterior, llamado composite o alucobond. Estas placas de aluminio suelen estar rellenas de plástico (polietileno) para hacerlas más ligeras.
Ricardo Aroca, exdirector de la escuela de arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, cree que la virulencia del incendio proviene de estos paneles metálicos. "Estoy convencido de que la causa no es el aislante. En cambio, el aluminio arde, aunque parezca un contrasentido, y desprende un calor muy, muy intenso", señala el arquitecto. Su teoría es que al alcanzarse la temperatura suficiente para que arda la chapa (que se derrite a unos entre 500 y 650 grados y puede arder en determinadas condiciones), el fuego se fue desplazando de planta a planta. Al derretirse el plástico que está en el interior de estas planchas (que funde a 120 grados) también se formó un goteo que incendió los pisos inferiores.
La teoría de que el fuego pudo extenderse debido al aislamiento interior está descartado si su composición es de mineral de roca, como afirma el Colegio Oficial de Arquitectura Técnica de València. Laia Haurie, doctora en Químicas y experta en fuego y arquitectura de la Universidad Politécnica de Barcelona, afirma que los aislantes minerales son inorgánicos y no combustibles, por lo que no pueden arder.
En cambio, la versión original difundida el jueves por Esther Puchades, que peritó la finca de la catástrofe en el pasado, era que este aislante interior estaba compuesto de poliuretano. En ese caso habría sido diferente, porque este polímero es muy inflamable. "El poliuretano es una espuma que ocupa mucho, pero que tiene muy poca densidad, por eso arde muy rápido. Incluso aunque esté fabricado con un retardante de llama, pueden arder a menos de 300 grados", concreta Eva Paz, experta en Materiales de la Universidad Pontificia Comillas.
Otro de los puntos a estudiar es la cámara de aire que separa el aislante de los paneles de aluminio, ya que actúa como una chimenea durante un incendio: da oxígeno a la llama y permite que ascienda por toda la fachada. En teoría, la normativa actual obliga a que cada cierta altura haya un separador ignífugo para evitar estas situaciones, aunque los expertos dudan que en este caso existiese por la rápida propagación del fuego.
Por ahora, sin embargo, no hay evidencia de que el edificio incumpliese la normativa de construcción de la época, que era extremadamente laxa con la normativa antiincendios en las fachadas. La actual legislación, el Código Técnico de la Edificación (CTE) es de 2006, y como el edificio es anterior, su construcción se rige por la Normativa Básica de la Edificación de 1996. Según explican los expertos, las normativas más duras para proteger las fachadas de los incendios entraron en vigor en 2019 en toda la Unión Europea, después de que ardiese el edificio Grenfell de Londres, donde murieron 72 personas en 2017.
La empresa Alucobond ha negado este viernes que suministrase los paneles a esta construcción, si no que su nombre se ha usado a modo de genérico, ya que fabrica paneles que se usan en todo el mundo y es una marca muy conocida en el sector. En la ficha de producto de esta marca se indica que "el panel composite de aluminio se puede adquirir en versión difícilmente inflamable y no inflamable para responder a los requisitos de incendio en el edificio específicos de cada país" y el fabricante recoge cuatro de sus principales proyectos donde se usan sus paneles en España: las oficinas de Orona (Gipuzkoa), el Technology Park de Huesca, la sede de Metrovacesa (Barcelona) y el centro de salud de Arona Vilaflor (Arona, Tenerife). También tiene dos modelos de placas más modernas e ignífugas que se han usado en otros edificios de la península.
Los paneles de aluminio de los edificios valencianos eran similares a los de la fachada del Grenfell de Londres, aunque de fabricante diferente. En Reino Unido, la investigación posterior determinó, según la prensa local, que la propagación del fuego se debió principalmente a los paneles de composite de aluminio, fabricados por la compañía estadounidense Arconic (antigua Alcoa), "que ardían como la gasolina", relató entonces The Guardian. El fabricante de los paneles fue una de las compañías que tuvo que indemnizar a las familias y a los bomberos, junto con el fabricante del aislante térmico y al contratista de la obra.
Ricardo Aroca, de la Politécnica de Madrid, insiste en que el caso valenciano es calcado al del incendio de Londres, y reconoce que desde que vio arder el Grenfell tiene completamente vetado el composite en sus construcciones. "Hace 10 o 15 años lo usé en un edificio de poca altura, pero no lo he vuelto a usar. Yo tomé la decisión de no volver a usarlo, pero no tengo la sensación de que haya habido una campaña contra este material [entre los arquitectos]", añade.
Laia Haurie, de la UPB, cree que el caso de Valencia debe servir para revisar el parque inmobiliario de España en busca de edificios que puedan generar las mismas condiciones en caso de incendio. Habla de los que tienen una estructura metálica, pero también de aquellos que se están rehabilitando a toda prisa para mejorar el aislamiento térmico, donde se emplean pastas que pueden acelerar las llamas.
Tras la catástrofe británica, el Reino Unido estudió centenares de edificios de nueva construcción en el país y superiores a 11 metros de altura, y encontró que 1.325 eran inseguros ante incendios. La factura por reparar esos edificios se estimó el pasado enero en más de 3.100 millones de euros, más de 2,3 millones de euros por bloque.
La catástrofe ocurrida durante la tarde del jueves en Valencia tiene al sector de la construcción y la arquitectura en vilo. Las familias de los diez fallecidos y los dueños de las 138 viviendas quieren respuestas mientras la sociedad se pregunta si el voraz incendio es una señal de alarma sobre los miles de edificios en España que tienen una fachada metálica o aislantes similares a los de este bloque.