Los incendios de verano de Canadá vuelven un año más a ennegrecer el cielo de medio mundo, una evidencia más de que el impacto del cambio climático en un rincón del planeta tiene consecuencias a miles de kilómetros. Este lunes la bruma tiñó el cielo del arco noreste de la península, desde País Vasco a Baleares, y este martes todavía permaneció en algunos puntos de la costa mediterránea, aunque se irá disipando de aquí al viernes. En todo caso, los expertos recalcan que su impacto en la salud es mínimo porque tras recorrer miles de kilómetros hasta España, su concentración en el aire es minúscula.
José Luis Camacho, portavoz de la Agencia Española de Meteorología (Aemet), opina que no hay motivo de preocupación, y que el daño en la salud de ese hollín es mucho menor que el de la propia contaminación de las ciudades. "Durante los incendios canadienses del año pasado sí que empeoró la calidad del aire en ciudades relativamente cercanas, como Nueva York. Pero en su camino hasta Europa viaja a muchísima altura y se disipa poco a poco, así que su impacto comparado con el del propio tráfico de la ciudad es ínfimo en España", afirma el meteorólogo. En su lugar, la Aemet destacaba este martes una entrada de polvo del Sáhara en Canarias que dejará una concentración elevada de calima en Canarias entre el martes y el viernes.
Miguel Ángel Ceballos, portavoz de Calidad del Aire en Ecologistas en Acción, coincide en que estos días no han detectado concentraciones de micropartículas fuera de la normalidad en la zona afectada por el humo canadiense. "En lo que llevamos de verano solo hemos visto concentraciones altísimas de partículas durante episodios de calima y picos de ozono durante las olas de calor", concreta el experto.
Sí está demostrado, en cambio, que los incendios tienen un impacto en la salud en las ciudades cercanas a los incendios, aunque este año la península registra una superficie quemada inferior a la de los últimos años. Su daño en el organismo proviene de la expulsión a la atmósfera de hollín, partículas que proceden de la combustión incompleta de la madera, un proceso que también emite CO₂, un gas que acelera el calentamiento global. Ese hollín forma parte de las llamadas micropartículas PM 2,5 (inferiores a 2,5 micras de diámetro), y al ser inhaladas producen inflamaciones y otras dolencias, incluida la muerte prematura bajo una alta exposición.
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Los incendios de Canadá provocaron el verano pasado una alarma internacional tras arrasar más de 17,3 millones de hectáreas de bosques, casi dos veces el tamaño de Andalucía. El humo fue tan denso que tiñó de ocre el cielo de ciudades como Nueva York, a 4.000 kilómetros. Este año la estampa no es tan dramática porque en lo que llevamos de verano han ardido 5 millones de hectáreas, pero los especialistas en salud y cambio climático advierten del impacto que puede tener en el hemisferio norte que se repitan situaciones como la de 2023.
Precisamente este martes se publicó en la revista Nature que la temporada salvaje de incendios de Canadá del año pasado fue claramente inducida por el calentamiento global. Ardieron 2,5 veces más de hectáreas que en el récord anterior (7,1 millones de hectáreas en 1995) por un deshielo prematuro y varios años seguidos de sequía, según los investigadores, liderados por Piyush Yain, del Candadian Forest Service. Estas condiciones se dieron porque el calentamiento global dejó en el extremo norte de América una temperatura 2,2 °C superior a la media de las últimas dos décadas entre mayo y octubre. "Sin duda, el creciente potencial de incendios forestales en Canadá es sintomático del cambio climático; de hecho, se ha estimado que esas temperaturas habrían sido 150 veces menos probables sin el actual cambio climático antropogénico", se lee en el estudio.
Además de su impacto sobre la salud, estos gigaincendios aceleran todavía más el calentamiento de la Tierra, ya que expulsan ingentes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera. En el informe Estado de los incendios 2023-2024, publicado la semana pasada por más de una veintena de expertos internacionales, calcula que solo los fuegos de Canadá emitieron el año pasado 8.600 millones de toneladas de CO₂, casi el doble de todas las emisiones de la economía estadounidense (4.800 millones de toneladas).
Los incendios de verano de Canadá vuelven un año más a ennegrecer el cielo de medio mundo, una evidencia más de que el impacto del cambio climático en un rincón del planeta tiene consecuencias a miles de kilómetros. Este lunes la bruma tiñó el cielo del arco noreste de la península, desde País Vasco a Baleares, y este martes todavía permaneció en algunos puntos de la costa mediterránea, aunque se irá disipando de aquí al viernes. En todo caso, los expertos recalcan que su impacto en la salud es mínimo porque tras recorrer miles de kilómetros hasta España, su concentración en el aire es minúscula.