Ana Blanco culmina su retirada de la pantalla. Hace un año abandonó el Telediario, el espacio de noticias de la televisión pública por definición, era el preámbulo de lo que ahora se culmina con esa jubilación anticipada a la que acoge. Han sido más de treinta años dando la cara a diario en un papel sujeto a cambios tan frecuentes como poco explicados por parte de las cúpulas de las televisiones, acuciadas por las modas o los índices de audiencia. Ana Blanco sobrevivió a estas y otras circunstancias desde su primera aparición a principios de los noventa, con la misma media melena que conserva hasta hoy, con la misma discreción, la misma seguridad, la misma profesionalidad de quienes entienden que los periodistas somos meros testigos, meros transmisores de las noticias, nunca los protagonistas.
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Durante esos treinta años largos frente a las cámaras han pasado gobiernos y direcciones de TVE bien dispares, se han producido profundos cambios tecnológicos, han llegado y marchado múltiples compañeros a la redacción y a la presentación de los telediarios, y ella seguía allí, segura, discreta, profesional, sin concesión alguna a frivolidades, nuevas tendencias que desaparecían aún más rápido que llegaban, encarnando la vieja y perenne idea de que la información es una cosa muy seria, sin solemnidades fuera de lugar, pero a la que hay que despojar de artificios para que llegue limpia y completa al espectador. Con todo ello, Ana ha sabido conseguir uno de los dones más preciados para un periodista: credibilidad. Una cualidad ganada día a día, telediario a telediario, como esa lluvia fina pero persistente que cala la tierra para un largo periodo, por más que lo llamativo sea la aparatosa tormenta que se difumina en minutos y resbala sin llegar a empapar.
Fiel a su papel de puente entre la información y el espectador, poco muy poco sabemos de ella y de su vida privada. Casi siempre que ha comparecido ante los medios ha sido por obligación laboral para responder sobre un operativo especial de su empresa, o actos similares. Y esta es otra característica personal de Ana Blanco, una cierta mezcla de modestia y humildad, llevada incluso al extremo: hace pocos años, sus compañeros de la redacción de informativos de TVE organizaron un homenaje privado en su honor al cumplir 25 años al frente de los telediarios en una sala madrileña... a la que tuvieron que llevarla engañada, gracias a los buenos oficios de su antiguo compañero Matías Prats. Y es que Ana nunca ha querido ser una estrella; ella era -es- tan solo una periodista, aunque sin pretenderlo se haya convertido en una auténtica maestra.
Y una afortunada coincidencia: cuando este viernes diga su adiós definitivo a la pantalla será al frente de Informe Semanal, el informativo más longevo de la televisión en España. Ambos ya están en la historia.
Ana Blanco culmina su retirada de la pantalla. Hace un año abandonó el Telediario, el espacio de noticias de la televisión pública por definición, era el preámbulo de lo que ahora se culmina con esa jubilación anticipada a la que acoge. Han sido más de treinta años dando la cara a diario en un papel sujeto a cambios tan frecuentes como poco explicados por parte de las cúpulas de las televisiones, acuciadas por las modas o los índices de audiencia. Ana Blanco sobrevivió a estas y otras circunstancias desde su primera aparición a principios de los noventa, con la misma media melena que conserva hasta hoy, con la misma discreción, la misma seguridad, la misma profesionalidad de quienes entienden que los periodistas somos meros testigos, meros transmisores de las noticias, nunca los protagonistas.