Sálvame, media tarde del 17 de septiembre de 2014. "Yo nunca más voy a votar al PSOE". Anuncio en seco de Jorge Javier Vázquez, hacedor de audiencias millonarias para Telecinco desde los tiempos del Tomate (hoy, con la expansión de los canales y las plataformas, el audímetro parece que no es tan generoso). Con un PSOE en horas bajas, la polémica por el Toro de la Vega de Tordesillas, gobernada aquel mandato por un alcalde socialista, pilló a Pedro Sánchez en Ferraz, entonces un secretario general de frágil liderazgo ante Rajoy y cuestionado en sus filas por los susanistas, cuando uno de sus asesores entró desfondado en su despacho: "¡Joder, hasta Jorge Javier!".
El don de la oportunidad se tiene o no se tiene. Y Sánchez, aquella tarde, con una llamada que luego diría que no sabía que se estaba realizando en directo, se convirtió en el primer candidato de un partido político que dejó las cuestiones de clase en un cajón, aquellas que colocaban en departamentos estancos la conversación política, por un lado, y la del corazón, por otro, y entró a participar en el espacio rosa por antonomasia, en aquel momento para desvelar su posicionamiento acerca de un asunto de esos que dividen a la sociedad en dos.
A la hora en la que en los sofás de miles de hogares españoles se estaba sesteando, se compartía la merienda con la pantalla –y a la vez con Belén, con Kiko, con Terelu, con María Patiño…— o se mataba la soledad, uno de los principales problemas sociales según el CIS, Sánchez vio en Sálvame un amplificador sin parangón en la voz para quien hoy presidente del Gobierno: "Me comprometo a acabar con el maltrato animal. Nunca me verás en una corrida de toros".
Lo que vino después es historia y hoy aquel político que pareció nacer amortizado ocupa el Palacio de la Moncloa desde junio de 2018. Las próximas elecciones generales dirimirán si lo va a ser por más tiempo.
Sánchez relató este episodio en las páginas de Manual de resistencia, la personal crónica de su ascenso al poder y usted –sí, porque en algún momento a lo largo de los años usted ha visto Sálvame, ¡para qué negarlo!— ha podido seguir la mutación del presentador catalán en un acerado líder de opinión de la crónica de actualidad, que es lo mismo que decir de la crónica política o el relato de la vida misma.
Jorge Javier ha opinado sobre Ayuso, la moción de censura a Rajoy, la sanidad pública, la presión fiscal o la violencia machista… y no ha ocultado nunca su voto de izquierdas. Con distinto tino y fortuna, desde el púlpito o los sofás, en su programa también han opinado abiertamente sus colaboradores.
Si usted cuando se sube a un ascensor, además de hablar del tiempo, comenta el precio de la luz, en Sálvame lo han hecho igual, si cuando usted ha hecho cola en la frutería ha compartido que no le dan cita para el especialista hasta dentro de tres meses, en Sálvame también lo han hablado, si en lo más duro de la pandemia ha polemizado con sus familiares antivacunas, en Telecinco ya lo hizo antes Paz Padilla y acabó, por cierto, defenestrada durante un tiempo. Si en el café de la mañana, ha lamentado que su hijo, de 26 años, con un máster y dos idiomas, no encuentra trabajo de lo suyo, Belén Esteban ya sirvió de altavoz del desempleo juvenil. Otra cosa es que los argumentos, en la mayoría de los casos, adolezcan de una visión académica y se despachen a brochazos.
Tal es la asimilación del debate público escenificado en Sálvame con el de la calle que, incluso, ha inspirado recientes tratados de ciencias políticas, como el que firma Lluís Orriols en Democracia de trincheras (Península), texto que arranca con un primer capítulo titulado La democracia según Belén Esteban. En esas páginas, Orriols, vicedecano de estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid y habitual de las mesas de opinión de las serias, reproduce el diálogo que, en 2010, en plena recesión por la anterior crisis económica, se dio entre el presentador catalán y la princesa del pueblo acerca de su voto para las generales. Aquella escena es el ejemplo más claro, a juicio del politólogo, de la diferencia entre el voto identitario y el voto racional.
Relevo en la cúpula de Mediaset, código ético y borrado de personajes
La política según el evangelio de Mediaset se ha dado con total naturalidad hasta el reciente relevo en su cúpula del grupo televisivo, que ha dado por finiquitada la era Vasile para hacer emerger un nuevo estilo comandada por Borja Prado, ex presidente de Endesa. El objetivo, según han defendido, es competir con Atresmedia, líder de audiencias en casi todos los tramos horarios.
La operación ha tenido dos fases: una semana después de dar por muertos televisivamente hablando a 13 personajes cuyas alegrías y miserias han atravesado la programación de Telecinco durante años –Rocío Carrasco, Antonio David Flores, Kiko Rivera, Ortega Cano o Rosa Benito…—, trascendía que Mediaset implantaba en toda la cadena, sus productoras y colaboradores un Código Ético mediante el cual los presentadores y colaboradores deben abstenerse de emitir juicios políticos y ésta habrá de circunscribirse a aquellos programas con secciones de actualidad política.
Traducido: Jorge Javier no puede hablar de política, Ana Rosa, sí. Uno votó al PSOE y hoy está cercano al espacio que existe alrededor de Yolanda Díaz. La otra, en cuyo programa también se sienta lo más granado del corazón, ha hecho del derribo al Gobierno de Sánchez, desde su mesa de tertulia política, a través de los enfoques de los debates y la elección de sus tertulianos, su principal caballo de batalla.
¿A qué responde esta normativa interna? ¿Agotamiento de la trituradora de carne, desencanto de la audiencia, desapego de las marcas publicitarias, operación blanqueamiento de imagen…?
¿Censura? O más específicamente, ¿veto al mayor exponente de izquierdas de Telecinco?
Las teorías, por los pasillos de Telecinco, esos que tantas y tantas veces ha recorrido la audiencia cuando Lydia Lozano ha salido llorando del plató, son múltiples. Y quienes frecuentan las mesas de actualidad de Mediaset prefieren guardar anonimato estos días aunque tienen juicio propio.
"Es claramente un subterfugio para que Ana Rosa, que es de derechas, pueda hablar de política y Jorge Javier que vota al PSOE no lo haga", opina una fuente que participa en programas de actualidad de Cuatro, cadena sobre la que pesa el mismo código ético pero que tiene una parrilla que hibrida con mano izquierda el entretenimiento y la información en programas como En boca de todos, Todo es mentira o Cuatro al día.
Según otra voz habitual en las tertulias de Mediaset, "es una forma de intentar lavar la reputación de la cadena porque con el tema de Rocío Carrasco y la marea rosa se lio pardísima". Porque, recordémoslo, este serial tensionó la convivencia entre los distintos espacios de la cadena pero a su vez captó durante un tiempo la atención de la llamada prensa seria. "A Jorge Javier con su carrera, con todo, no creo que le calle nadie". Y de hecho, estos últimos días, coincidiendo con la implementación de este cinturón de castidad política, el presentador ha multiplicado sus pronunciamientos políticos.
En la calle, acompañó a Mónica García, líder de Mas Madrid, en la manifestación por la sanidad pública, en Twitter, ha mostrado su simpatía a Yolanda Díaz y ha censurado a Núñez Feijóó y ante el hipotético voto de silencio que ha de cumplir ha respondido con el anuncio de un podcast. Y hoy mismo ha hecho todo un alegato de la hacienda pública y el esfuerzo fiscal en su dura reprimenda al último ganador de Supervivientes, que se quejó en sus redes sociales del porcentaje de retención que la Agencia Tributaria había realizado a su cheque de 200.000 euros.
Hay quien tira de refrán para describir la actitud de Jorge Javier en los últimos días: "Si no quieres sopa, dos tazas".
El opio del pueblo, se sabe desde antiguo, es un arma política. Y ya lo ha escrito Marta Monforte aquí: "Se busca famoso para campaña electoral". Acaso el poder de convocatoria y ascendencia que un día atesoró Jorge Javier lo tenga hoy Ibai Llanos.
Para el Derecho Constitucional no es censura, es libertad de empresa
El mundo académico también opina de este código de buenas prácticas, ay, en el canal que nació con las mama chichos y con Jesús Gil en una piscina rodeado de chicas en bikini.
Víctor Vázquez, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, ha estudiado profusamente la censura privada en las redes sociales y el sistema de libertad de expresión. "El concepto jurídico de censura es muy pobre. Sólo hay censura cuando el Estado no permite que se transmita a la opinión pública un contenido o cuando secuestre o cuando establezca determinados controles previos a la emisión de cualquier opinión o información. Cuando esto lo hace un director de periódico, es una censura impropia, es decir, no te permiten publicar un artículo de opinión no te están censurando en el sentido jurídico y además hay un derecho de veto necesario para proteger al propio medio que, en último término, es responsable por los daños que pueda producirse a través de lo que se publique dentro de su foro", opina el docente.
¿Qué ocurre cuando el veto es en un programa de televisión? Según el profesor Vázquez, "jurídicamente, Telecinco puede perfectamente decidir de lo que se tiene que hablar o no. El control no es ideológico, no es que en este programa en concreto se digan cosas de derechas o cosas de izquierdas sino que es un control por el contenido de las opiniones", es decir, según esta visión académica, "no se quieren opiniones ideológicas sean estas de la inclinación que sean. Eso, en Derecho, se llama discriminación por razón de contenido, no por razón por el punto de vista".
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Por último, y acaso es la razón sobre la que la actual dirección de Mediaset ha tomado esta decisión, hablamos de libertad de empresa. Para Vázquez, "los medios de comunicación son titulares de la libertad de expresión e información, como los ciudadanos, pero además ellos tienen libertad de empresa y pueden considerar que privar de la posibilidad de emitir opiniones políticas o politizar los programas beneficia a la propia audiencia y a las posibilidades de captar anunciantes".
De esta teoría podría deducirse que la excesiva politización no es atractiva para las grandes marcas, no vende mucho. Es la tesis que también defiende Isabel Jorquera, profesora de Comunicación Política y Creatividad Publicitaria en el Centro Universitario EUSA. "Las marcas huyen de los posicionamientos excesivos, los planteamientos radicales no interesan", opina.
Según esta hipótesis, la reivindicación de la pedagogía para erradicar la violencia machista que se dio durante semanas en Telecinco a raíz de la denuncia de Rocío Carrasco a su ex marido (sobre todo, en la primera parte del serial, quizás la que verdaderamente fue legitimada por la opinión pública y publicada y la esfera política) no es atractiva publicitariamente. O dicho de otro modo, feminismo sí, pero de poquito en poquito. Política, sí, pero si me conviene.
Sálvame, media tarde del 17 de septiembre de 2014. "Yo nunca más voy a votar al PSOE". Anuncio en seco de Jorge Javier Vázquez, hacedor de audiencias millonarias para Telecinco desde los tiempos del Tomate (hoy, con la expansión de los canales y las plataformas, el audímetro parece que no es tan generoso). Con un PSOE en horas bajas, la polémica por el Toro de la Vega de Tordesillas, gobernada aquel mandato por un alcalde socialista, pilló a Pedro Sánchez en Ferraz, entonces un secretario general de frágil liderazgo ante Rajoy y cuestionado en sus filas por los susanistas, cuando uno de sus asesores entró desfondado en su despacho: "¡Joder, hasta Jorge Javier!".