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Vísceras en 'prime time' o cómo las televisiones hacen su agosto desde las playas de Tailandia

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Por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Encender la televisión en los últimos días ha significado, en la mayoría de ocasiones, encontrarse con dos nombres en la pantalla: Daniel Sancho y Edwin Arrieta. Da igual el canal que se marque desde el mando a distancia. La confesión del primero del asesinato del segundo en Tailandia ha rellenado, y sigue haciéndolo, horas y horas de programas y páginas y páginas de la prensa escrita. Sin embargo, y como ha ocurrido en otras ocasiones con casos tan mediáticos como este —por ejemplo, el asesinato del menor Gabriel Cruz o el caso de Blanca Fernández Ochoa—, los expertos avisan de que el tratamiento de muchos programas es, como mínimo, cuestionable.

La noticia saltó el pasado 5 de agosto. "La policía de Tailandia asegura que el hijo del actor Rodolfo Sancho se ha confesado autor del asesinato de un amigo", publicaba El País. "Daniel Sancho, hijo del actor Rodolfo Sancho, acusado de asesinar y desmembrar a un turista colombiano en Tailandia", escribía Europa Press. "El hijo del actor Rodolfo Sancho, acusado de asesinar y desmembrar a un hombre en Tailandia", recogía Telecinco. Pocas certezas había entonces sobre lo ocurrido, pero a pesar de ello varios programas de televisión empezaron a dedicarle cada vez más minutos al caso.

Dos semanas después, la atención mediática se ha multiplicado. El pasado martes, tan sólo diez días después del arresto, la policía tailandesa daba por concluidas sus pesquisas. Para las autoridades del país, Sancho asesinó a Arrieta sin la ayuda de nadie y de forma premeditada. "En primer lugar dio un puñetazo a Edwin y lo golpeó en el fregadero. Y cuando ya estaba muerto lo cortó en pedazos. No ha sido un accidente, estaba planeado de antes", señaló el subdirector de la Policía, Surachate Hakparm, que detalló que pedirán la aplicación de la pena de muerte.

El asesino confeso como víctima y la víctima como culpable

Esa es, en síntesis, la única información y novedad que hay hasta ahora sobre el caso. Sin embargo, cualquier persona que haya encendido la televisión estos últimos días sabe que Sancho dijo haber estado cenando con la Policía después de su arresto —algo que luego se desmintió—, que el asesino confeso de Arrieta está tranquilo y es consciente de lo que está pasando, que les dijo a sus amigos que no le olvidaran o que come bien, que hace deporte y que ahora lleva el pelo corto.

Ocurre también desde el punto de vista de la víctima. No han sido pocas las informaciones que se han publicado acusando a Arrieta de "mala praxis" en la práctica de su profesión de cirujano plástico o dando pábulo a las palabras del hijo del actor Rodolfo Sancho sobre que el colombiano le hacía vivir "en una cárcel" y le había amenazado porque iba a casarse con otra persona.

"Se está haciendo todo un espectáculo en torno a la víctima. Ya se hizo con Diana Quer, culpándola a ella misma de lo que le pasó porque le gustaba salir. En este caso está pasando lo mismo. Los medios están buscando elementos entre la relación que mantenían dos adultos para justificar un asesinato, y eso es absolutamente deplorable", critica la doctora en Comunicación Audiovisual y expresidenta del Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA) Emelina Fernández. "Parece que se está intentando exculpar a Sancho, y cuando hay un asesinato hay que explicar las causas, no buscar las justificaciones", añade.

La directora del Institut de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona, Amparo Huertas, opina lo mismo. "Se está mandando el mensaje de que le mató porque le tenía acorralado y no le quedó más remedio", comenta. El asesino confeso es presentado como un chef de éxito, con dinero y miembro de una familia famosa y querida en España; Arrieta, como un "depravado", dice Huertas, y un, incluso, presunto estafador profesional.

El crimen y la salud mental

También se trata de rebajar la culpa de Sancho con otro argumento: ¿podría tener un problema de salud mental? Es la pregunta que se ha lanzado en algunas tertulias. "Lo que se suele transmitir casi siempre que se produce un crimen, especialmente si es muy llamativo o aberrante como en este caso, es que el autor debe tener un trastorno mental. De este modo, enseguida empieza a haber un baile de diagnósticos", señala José Valdecasas, vicesecretario de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

"Hacer esto es muy desafortunado", dice. En primer lugar porque, precisamente, "se despoja de responsabilidad al sujeto". "Si cometo un asesinato porque mi cerebro no funciona correctamente es más difícil juzgarme, así que se me disculpa", explica.

Pero es que, además, "es imposible diagnosticar a una persona a golpe de telediario". "No tiene ningún sentido", afirma. Y este tipo de mensajes, por otro lado, "inciden mucho en la batalla contra el estigma" de la salud mental. "Decir que si una persona comete un crimen horrible es un enfermo mental desliza que si tienes un trastorno es más probable que cometas un asesinato así, y eso hace mucho daño. No por hacer el bien uno está sano ni por hacer el mal tiene un problema mental", afirma.

En este sentido, la Confederación Salud Mental España elaboró una guía destinada a los medios de comunicación en la que señala que es muy importante "romper el falso vínculo violencia-trastorno mental". "Es bastante frecuente encontrar noticias relacionadas con sucesos violentos en los que se cita que la persona acusada (o presunta autora de un delito) tiene un problema de salud mental. Este tipo de noticias hace que se perpetúen ideas como que las personas con trastorno mental son violentas, agresivas y peligrosas, y que actúan de forma irracional, lo cual está comprobado que es falso", señala la organización.

"El o la periodista puede limitarse a describir los hechos directamente observables (sin aventurarse a prejuzgar la causa del hecho a un trastorno mental) o bien mostrar todas las circunstancias y las posibles causas, sin relegar el problema de salud mental como único factor", aconseja.

La audiencia del morbo

Pero, ¿por qué tantos medios alimentan teorías o hechos no contrastados como el de un posible trastorno mental? Según señalan Fernández y Huertas, necesitan mantener estos casos en primera plana porque, sencillamente, dan audiencia. "Esto siempre interesa, ya nos dimos cuenta hace años, con el caso de las niñas de Alcàsser", señala Valdecasas. "El morbo y el escándalo siempre atraen. Aquí no hay criterios periodísticos, es un tema de rentabilidad económica", añade Fernández.

Los datos están ahí. El programa Código 10, presentado en Cuatro por Nacho Abad y David Aleman, consiguió un 8,4% de cuota de pantalla y 514.000 espectadores en el especial que le dedicaron al tema. El asesinato de Gabriel Cruz por Ana Julia Quezada disparó los audímetros de los programas matinales —El programa de Ana Rosa y Espejo Público— más allá del 26% de share. Y el caso Alcàsser encumbró al programa de Paco Lobatón Quién sabe dónde, que llegó a rozar los 9,1 millones de espectadores a finales de marzo de 1992, coincidiendo con la fuga de Antonio Anglés.

Se ve también en el auge del true crime alimentado por las docuseries estrenadas por distintas plataformas de streaming. Dos ejemplos recientes: Dolores: La verdad sobre el Caso Wanninkhof (HBO Max, producida por Unicorn Content) y ¿Dónde está Marta? (Netflix, de Cuarzo Producciones). Pero hay más: las niñas de Alcàsser, Asunta, Madeleine McCann, Nevenka, Isabel Carrasco, Pablo Ibar, el asesino de la catana, el de la baraja o los marqueses de Urquijo también han protagonizado su propia producción.

"No hay una explicación para esto. Es como cuando en la carretera hay un accidente y se forma una fila de coches que frenan para ver si consiguen ver algo. El morbo llama la atención", señala Valdecasas.

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Las televisiones lo saben, señalan las expertas en comunicación, y por eso rellenan sus espacios aunque sea con comentarios banales o sin contrastar. "Aunque no haya información nueva se crea una trama, una curiosidad que permite hasta dar un punto de ficción", señala Huertas. "Ese tratamiento no obedece a ningún principio ético ni humanitario", critica Fernández, que durante su etapa al frente del Consejo Audiovisual de Andalucía sobre el tratamiento mediático del caso de Julen Roselló, el niño que cayó a un pozo en Totalán (Málaga), un estudio en el que las conclusiones fueron demoledoras para la profesión periodística.

Según el documento, las principales televisiones dedicaron 228 horas a su rescate, lo que supuso el 14% del total de todas sus emisiones en dos semanas. Además, aquellos canales que más tiempo dedicaron fueron los que incurrieron en mayores faltas de rigor y sensacionalismo. "Se han detectado contenidos en los que los magacines matinales ponían en duda las conclusiones de la investigación oficial", señalaba el informe, cuyas críticas podrían trasladarse al caso de Daniel Sancho.

"No hace falta crear morbo, ni espectáculo, ni banalizar. Hay que dar la noticia, y ya está. Es una cuestión de profesionalidad", señala Fernández, que alerta de que los tratamientos de los magacines "contamina" a todo tipo de medios, incluso a los que a priori no tratarían estos asuntos. "¿Qué interés tiene para la sociedad española que un hombre de 29 años haya matado a otro para que hasta la televisión pública hable de esto en su informativo?", se pregunta.

Por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche. Encender la televisión en los últimos días ha significado, en la mayoría de ocasiones, encontrarse con dos nombres en la pantalla: Daniel Sancho y Edwin Arrieta. Da igual el canal que se marque desde el mando a distancia. La confesión del primero del asesinato del segundo en Tailandia ha rellenado, y sigue haciéndolo, horas y horas de programas y páginas y páginas de la prensa escrita. Sin embargo, y como ha ocurrido en otras ocasiones con casos tan mediáticos como este —por ejemplo, el asesinato del menor Gabriel Cruz o el caso de Blanca Fernández Ochoa—, los expertos avisan de que el tratamiento de muchos programas es, como mínimo, cuestionable.

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