Cultura

Sánchez Ferlosio, el escritor subterráneo

El escritor Rafael Sánchez Ferlosio.

En los libros de texto, Rafael Sánchez Ferlosio, fallecido este lunes en Madrid a los 91 años, aparece como el eterno autor de El Jarama. Una contrariedad, porque el escritor terminó renegando de la que muchos consideran su obra cumbre. A su pesar. En 2017, cuando cumplía 90 años, acertaría a decir en una entrevista en El País que el libro que le daría fama "está bien de prosa y de figura y de metáfora", pero que de reconciliarse con él, nada: "Los franceses dijeron que había alargado demasiado una anécdota para dar una visión panorámica de una situación. Y eso me parece muy mal de El Jarama". Con Industrias y andanzas de Alfanhuí (su primera novela, publicada en 1951), en los últimos años, era más generoso: "Es el único [libro de su autoría] que merece algo". 

"A pesar de que se le conozca sobre todo por El Jarama y por Alfanhuí, solo con esas dos obras ya es motivo para pasar a ser un escritor imprescindible", apunta a este periódico el escritor Alfons Cervera, que acaba de recibir la noticia. "Pero tengo la sensación —no sé muy bien la causa, si por ser él como era o porque así es la literatura oficial de nuestro país— de que se le ha convertido, como a otros escritores y escritoras enormes, en lo que [el escritor] Joan Fuster llamaba personajes subterráneos". Pero el suyo ha sido, como dice Cervera, un tipo de underground muy particular: Premio Nacional de Ensayo en 1994, Premio Cervantes en 2004, Premio Nacional de las Letras en 2009. ¿Quiere decir eso que su carrera literaria haya sido la habitual, o que sea conocida por el gran público? En absoluto. 

La primera revuelta de muchas sería su reclusión poco después de ganar el Premio Nadal en 1955 por El Jarama. Su puerta de entrada a la primera fila de la industria literaria sería también su portazo definitivo. La gota que colmó el vaso fue, según contaba, un banquete en su honor en el Café Varela de Madrid, en el que no fue capaz de pronunciar unas palabras de agradecimiento a los presentes: "Comprendí entonces que 'el grotesco papelón del literato', como lo he llamado alguna vez, no iba conmigo. Enseguida me distraje con otras cosas, y abandoné la idea de ser novelista". No fue una distracción al uso: se encerró a estudiar lingüística, una "obsesión" que se materializaría en Guapo y sus isótopos, un sesudo estudio a partir de la palabra guapo, escrito en 1970, en medio de esa dedicación febril, pero publicado en 2009. 

En realidad, había renegado de la novela al completo, género que no practicaba desde El testimonio de Yarfoz, editado en 1986 —y que llegó a descalificar con un tajante: "Es un coñazo"—. "Es que me aburro con las novelas", confesaba en 2015 al crítico literario Ignacio Echevarría, también responsable de la edición de sus últimos textos reunidos. "Las películas y las novelas son instrumentos de control social, como el deporte, que en este aspecto las ha superado". Decía que escribir, ya solo escribía "apuntes" en la libreta, anotaciones que darían lugar luego a esa especie particular de aforismos que él había bautizado como pecios, como los restos de un barco naufragado. Pero publicar, publicaba: en 2015, Campo de retamas, colección de sentencias preparada por Echevarría, a partir del mismo año y hasta 2017, los cuatro volúmenes de sus ensayos completos, también a cargo del crítico. 

El escritor Benjamín Prado destaca, dentro de su obra ensayística, los pecios, "porque ahí está condensado, o quizás muy expandido, su pulso de escritor siempre atento a la realidad externa e interna". En ellos se mezclan, explica, "alguna opinión política, sobre un asunto moral o, como mucho, sobre la propia condición humana, sobre nuestros rincones". Tienen especial protagonismo sus reflexiones sobre la identidad nacional —"(Alonsanfán) La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra"—, la guerra —"¡Qué cosas tienen los pacifistas! ¿Pues no van y dicen que «con la guerra no se arregla nada»? ¡Qué barbaridad! ¡Ni aunque se arreglase mucho!"—, la pedagogía, la lengua, la cultura... Lejos quedan ya sus celebradas colaboraciones en los medios: en los últimos años apenas podía leer los titulares

En su larga lista de reconocimientos se puede leer una trayectoria particular: los primeros galardones recibidos por El Jarama, algunos de los más prestigiosos de la literatura en castellano, dan lugar a un silencio de décadas. Los premios regresan brevemente en los noventa, gracias precisamente a los pecios, y se acumulan en el último tramo de su vida. El mundo literario parece haber celebrado su obra cuando la consideraba completa, quizás apremiado por la necesidad de reconocer a una figura clave en la escritura en español del siglo XX, verso suelto de la generación del 50. Ante los homenajes, Sánchez Ferlosio reaccionaba con la displicencia esperable en él: "A mi edad me dan muchos premios y este ya lo tenía en ensayo", dijo sobre el Nacional de las Letras. 

Si Alfons Cervera dice que "por ser él como era" pudo resultar Sánchez Ferlosio más "subterráneo" de lo que merecía es porque el escritor se granjeó una fama de tipo distante, cuando no arisco. Benjamín Prado recuerda un encuentro en el que se atrevió a decirle lo mucho que apreciaba sus primeras novelas: "Me contestó muy desabrido", recuerda, entre risas. "La rareza es que él no admitía que le dijeras que te había gustado alguno de sus libros". Durante años fue muy reacio a conceder entrevistas, y, salvando las realizadas por amigos —las charlas con Echevarría o con Arcadi Espada—, en muchas se le ve incómodo, como si no entendiera tanto interés por su figura. De hecho, rechazó de plano el intento de J. Benito Fernández de elaborar su biografía, se negó a hablar con él para el proyecto y, cuando este le pidió algunos detalles sobre su infancia, le respondió: "¿Pero qué importancia tiene eso?".

Del que hace punto, e incluso a veces jerséis...

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Los detalles que sí se conocen de su vida hacen más atractivos los que han quedado en sombras. Fue hijo de Rafael Sánchez Mazas, escritor, intelectual fascista y fundador de Falange —a quien leía, durante el proceso de escritura, fragmentos de Alfanhuí—, y hermano del cantautor Chicho Sánchez Ferlosio. Fue durante dos décadas y hasta 1970 pareja de la novelista Carmen Martín Gaite, con quien tuvo dos hijos: Miguel murió siendo un bebé de pocos meses, Marta falleció antes de cumplir treinta en plena crisis del sida —a ella dedicaría el libro de ensayos La homilía del ratón: "A la memoria de quien más he querido en este mundo, Marta Sánchez Martín, que tantas veces metió baza en estas páginas, con su palabra aguda y redicha como una campanita de convento, que, a despecho del mundo, todavía me sonaba a amanecer". 

Se sabe que admiraba amigos como Agustín García Calvo, otro verso libre de la literatura —y de la política, con su compromiso libertario—, o como Juan Benet, y que mantenía cada sábado su tertulia literaria en el bar El Universo, en el barrio de Prosperidad, con compañeros como el periodista Miguel Ángel Aguilar, el filósofo Tomás Pollán o el editor Eugenio Gallego. Se sabe que su segunda esposa, Demetria Chamorro, había sido operada hace un mes de algo que podía ser cáncer, como escribía el lunes el periodista Manuel Llorente, también miembro de la tertulia: "Rafael sin Demetria era imposible. ¿Se puede morir de pena, de miedo, de angustia?". "A mí me viene a la cabeza", retoma Alfons Cervera, "aquel libro de Vendrán años más malos y nos harán más ciegos. Ahí él es lo que un gran escritor siempre ha de ser: adivinatorio". 

 

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