Gutmaro Gómez Bravo: "Aunque asuman que fue un dictador, los jóvenes no ven a Franco como algo malo"

El historiador Gutmaro Gómez Bravo investiga el pasado de su propia familia en 'Los descendientes'

Comprender la memoria pública y colectiva a partir de la privada y familiar. Lo que pasa en las calles como resultado de lo que ocurre dentro de las casas, o viceversa. Después de más de dos décadas estudiando la represión franquista, a esa tarea se encomendó Gutmaro Gómez Bravo (Madrid, 1975), catedrático de Historia de la Universidad Complutense, haciendo gala de esa curiosidad que le viene de serie, para descifrar los no pocos enigmas en torno a la vida de su abuelo Gundemaro. Preguntas no hechas y silencios persistentes a lo largo de hasta cuatro generaciones, que pasan también por sus padres, por él mismo y sus propios hijos.

Porque la suya es, como tantas otras, una familia dividida por la memoria manipulada. La de Gundemaro, efectivamente. "Es una historia que a mí no me cuadra geográficamente, luego tampoco laboralmente, y claro, cuando después de mucho tiempo voy recibiendo los archivos, los voy ordenando y veo que es otra cosa bien distinta", apunta el también director del Grupo de Investigación de la Guerra Civil y el Franquismo (Gigefra) de la Complutense, de vuelta ahora en las librerías con Los descendientes (Crítica, 2025). Un siglo de historia y memoria familiar, como bien pone blanco sobre negro su subtítulo, pero mucho más que eso, tal y como queda claro en su conversación con infoLibre. "Quería hablar de historia desde otra perspectiva, la familiar", resume. Vamos allá.

¿Cómo ha sido la experiencia de indagar en el pasado de su propia familia para un historiador de su trayectoria?

Ha sido jodido pero estupendo al mismo tiempo. Todo parte de una cuestión urgente, el Alzheimer de mi madre, porque es una manera de organizar su memoria y despedirte de ella, precisamente por esa idea que tanto decimos de los abuelos que no van a poder hablar a sus nietos. Eso me llevó a hacer un replanteamiento con las cuatro generaciones que intervienen, intentando ser yo el interlocutor. Quería ver cómo la gente que vivió la guerra y la posguerra, como en este caso mis padres, se construyen en su niñez una historia que no es verdad. Algo que le ha pasado a mucha gente y ya sabemos que es así, pero Los descendientes trata de entender qué importancia tiene eso en la vida posterior, cómo se interioriza y se transmite, cómo lo arrastra la gente y te marca la vida.

En las familias hay un montón de mentiras, medias verdades, muchos silencios

El libro empieza así: "Han de pasar cuatro generaciones para que las heridas del pasado dejen de estar presentes en las sociedades modernas. Los descendientes desmiente esa afirmación, en el caso español, a través de un enfoque todavía poco transitado entre nosotros: la memoria familiar".

Es que eso es lo que te dice el mundo teórico de la sociología histórica, pero yo creo que no es así. Además, llego a una conclusión muy distinta, que es que la primera generación y la última tienen el mismo relato, porque no es algo lineal y al final todo está mezclado. El mundo universitario no tiene ni idea de cómo se transmite algo así en una familia.

Es que en las familias hay tantas cosas que no se cuentan.

Eso es. En las familias hay un montón de mentiras, medias verdades, muchos silencios. Trabajar con eso no es tan distinto de hacerlo con la documentación de archivo, que también tiene mucho sesgo y mucha mentira, pero yo he intentado abarcar esta historia, que fundamentalmente es la mi madre y su padre, pero también la de mi padre, porque son las dos líneas. Me interesa todo lo que me ha formado a mí como persona e historiador y cómo a la vez yo transmito a mis hijos y mis estudiantes la misma mierda (risas).

¿Cómo se le queda el cuerpo a uno cuando descubre que la vida de su abuelo no fue como le habían contado?

A mi madre y a sus hermanos les marca absolutamente por ser una persona que, como tantas otras que vivieron la guerra, se convirtió en ese abuelo mitificado por los hijos como el gran perseguido por el franquismo y el depurado por la dictadura por ser un republicano convencido. Eso es inamovible en su relato, lo han mantenido todos, pero nadie sabía muy bien qué había pasado. Es una historia que a mí no me cuadra geográficamente, luego tampoco laboralmente, y claro, cuando después de mucho tiempo voy recibiendo los archivos los voy ordenando y veo que es otra cosa bien distinta. Mi abuelo sí era republicano, pero de un partido moderado conservador, era católico, digamos por tanto de un republicanismo de orden, al que luego la Guerra Civil se llevó por delante. Él colabora en el Golpe de Estado por la parte de Cádiz con Queipo de Llano, que no es moco de pavo. Así te vas explicando por qué todo eso está tapado y no se cuenta. Lo que sí es distinto, es interesante y hace que mi abuelo sea víctima y verdugo a la vez, como tantas otras personas, es que después es depurado porque ha participado de ese partido republicano y se da un conflicto de intereses con el Ayuntamiento de Jerez, donde están concentrando las tierras y se quedan las de los que depuran. Esto cambia la figura que teníamos. ¿Cómo verían a mi abuelo todas las personas que murieron en aquellos meses? Me hago esa pregunta. Pero yo todo esto no lo sé hasta que no me llegan los papeles de Ministerio del Interior, que tardan seis o siete años, y veo la sucesión de cosas, los escritos, su hoja de servicios, y compruebo que fue totalmente al contrario.

Víctima y verdugo porque también se tiró toda su vida intentando ser restituido en su honor, en su reconocimiento, en su trabajo, en todo.

Exactamente. Él es apartado y depurado, está más de treinta años sin tener ningún acceso a nada de su trabajo, tampoco jubilación -su situación de jubilado le fue reconocida en 1971, meses después de morir, sin haber tenido reconocido ningún derecho, ni siquiera el acceso a la Seguridad Social-. Esa es la verdadera cuestión que también tapan, el endeudamiento y el empobrecimiento hasta límites insospechados, porque soborna a un montón de gente durante muchos años para ser restituido, pero no lo consigue. Yo me he podido mover para descubrir todo esto como historiador, pero es algo que una persona digamos normal tiene muy complicado para conocer su pasado.

No es fácil acceder a esos archivos familiares. ¿No es esa una anomalía en pleno siglo XXI?

Sí, así es. Los holandeses, por ejemplo, han digitalizado todo su archivo y han subido más de 5.000 millones de papeles de la época de la Segunda Guerra Mundial. En nuestro caso, en realidad está muy concentrada toda la parte de la Guerra Civil y sigue siendo inaccesible lo policial, que es lo fundamental. No puede ser que en un país que ha pasado cuatro décadas de dictadura no se puedan consultar los archivos de la policía, porque por ahí pasa todo el mundo. La mía es una historia de una familia normal y corriente, pero es que todas las familias, sin tener una politización excesiva, pasan por el archivo del Ministerio del Interior, porque hablamos del archivo de una dictadura. Eso está protegido y no puede ser, la ley no puede proteger eso porque no tiene nada que ver con los secretos. Y luego hay otro problema también de cultura política, que no sé si tiene que ver con lo poco que llevamos de democracia o lo poco que hemos avanzado en algunas cosas, en el sentido de que eso no puede estar protegido, tiene que estar abierto, no puede estar solamente para la gente especializada. Tiene que haber un cambio cultural y que los archivos se acerquen a la gente, no puede ser que tengas que tener dinero, tiempo y mucho conocimiento, y que tengas que ir a Ferrol, a Salamanca o a Cádiz, porque eso hace que al final la gente no se acerque. Es algo que está muy de espaldas a la propia sociedad, el pasado tiene que entrar por ahí, porque todos nuestros abuelos y abuelas tuvieron un papel en la historia, tienen vestigios y hay que encontrarlos, aunque sea la hoja del censo.

El Ministerio de Interior se ha cerrado a cal y canto deliberadamente. También parte del Ministerio de Defensa

¿Interesa que eso sea así?

En algunos casos yo creo que sí, y el Ministerio de Interior se ha cerrado a cal y canto deliberadamente. También parte del Ministerio de Defensa, que son archivos relacionados con la represión. Han abierto lo que son los consejos de guerra, lo cual es muy interesante para las familias, pero la documentación sensible del ejército sobre determinadas cuestiones sigue estando cerrada, como tantas otras. Es una protección más bien corporativa de los organismos que la gestionan, que no se democratizan abriéndose a la gente. Eso sí que es una anomalía, de verdad que sí, porque ya todo nuestro mundo está en otra cosa.

Las dos primeras generaciones que padecieron la Guerra Civil, la de tus abuelos y tus padres, no hablaban de ellos por el régimen de terror instaurado por el franquismo. ¿Eso cambia al llegar la tercera, la del baby boom, de la mano de la Transición?

Ahí hay una cosa muy interesante también, porque mis padres emigran a Alemania y la emigración económica lo ve de otra manera, no lo estructura en algo político. Lo que ocurre con nosotros es que en los años noventa no tenemos referentes en cuanto al pasado, ni contacto con el que se quedó en España, que sufrió la cárcel y el terror. A nivel familiar se rompe la cadena con todo eso y no se cuenta por miedo, por vergüenza o por mil cosas. Por eso buscamos los referentes en el exterior, sobre todo en el exilio. Por eso ahí tenemos un salto cualitativo de gente que luego escribió sus memorias o que volvió a España en los ochenta con una cultura política muy distinta. Ahí hay un tiempo perdido, o como lo quieras llamar, que sobre todo afecta a mi generación y a la manera en cómo lo hemos interiorizado nosotros y se lo contamos a la última generación, que ya está en otra onda. 

Mis hijos de 16 y 18 años ahora te sostienen la misma versión que se crea en la guerra, la de que todo ocurrió como fruto de la violencia de la Segunda República, que Franco solucionó un problema

Una última generación que está recibiendo el relato, según planteas, como lo recibía la primera. ¿No es eso muy alarmante?

Sí, y eso es lo más duro. Yo lo he visto también en el seno familiar, veo que mis hijos de 16 y 18 años ahora te sostienen la misma versión que se crea en la guerra, la de que todo ocurrió como fruto de la violencia de la Segunda República, que Franco solucionó un problema y cosas así. Aunque los jóvenes asuman que Franco fue un dictador, no lo ven exclusivamente como algo malo. Y es que a nivel digital lo que están viendo en vídeos de tres o cuatro minutos es esa misma versión en manera animada, lo cual es terrorífico. La gente entiende como que internet es una jungla donde hay de todo, pero no es eso, es que en sus contenidos tienen plataformas educativas que valoran estos contenidos, y eso es lo que está sin regular. La administración que lleva la educación tiene que controlar eso, porque no son contenidos consensuados por los currículos de cada autonomía. En esas plataformas hay verdaderamente una revisión del pasado.

¿En plataformas cómo cuales?

La Academia Play o todas estas que bajo un marchamo educativo, como complemento al libro de texto, te hacen vídeos de tres o cuatro minutos con millones de visualizaciones porque los ven todos los chavales, y esa es la historia del pasado que consumen, viendo a la vez los Tercios de Flandes o la Segunda República. Un disparate absoluto. En los coles y los institutos tienen en las plataformas educativas supuestamente muy modernas porque son digitales, pero el contenido que tienen es absolutamente revisionista.

La reconciliación de las dos Españas es el modelo de memoria franquista

¿Les llega la memoria reescrita por Franco al estar cuatro décadas en el poder y no acabar como otros dictadores fascistas?

Esto nos afecta también a la generación anterior, a la mía, porque entronca mucho con la Transición. A finales de los sesenta vuelve a ser la Guerra Civil el modelo fundamental y fundacional, pero ya no reivindica la Guerra Civil dura, sino la paz recordando la guerra, digamos. Ahí están anticipando y construyendo su propio modelo de memoria, el único posible que se puede aceptar en la Transición. Por eso, la reconciliación de las dos Españas es el modelo de memoria franquista, algo que a nosotros nos impacta muchísimo en un momento de cambio político, con la muerte de Franco, y hasta los años ochenta está bien, pero luego no lo hemos sabido modificar o erradicar y desde luego es el que está con fuerza en la sociedad. Es el modelo de 'hay superar esto, no abrir heridas, olvidar, etcétera', que está en cualquier conversación sobre el pasado familiar.

¿Se explica también así en parte el auge de la ultraderecha a nivel nacional?

A partir del 11M hay un efecto bumerán, diríamos. Al deslegitimar la Transición plenamente te quedas, por un lado, sin un origen histórico, no tienes un momento fundacional. Y buena parte de la gente que procede del antifranquismo, mis padres por ejemplo, ¿dónde se sitúan? Ese es un problema de identidad serio, que además luego utiliza sobre todo Vox y la extrema derecha. Que no lo hacen reivindicando el franquismo como tal, que también, sino sobre todo reivindicando la segunda etapa, esa del franquismo feliz, el desarrollismo... justamente cuando era joven gente de la segunda generación, como mis padres. Así se da la paradoja de que gente que ha sido antifranquista acaba desplazándose a Vox porque ve que son los únicos que recuerdan su pasado. Hemos borrado esa parte del pasado y esa es la utilización política de la memoria, que al final genera efectos perversos a veces.

A todo el mundo le viene bien hablar del verano del 36, no me lo puedo explicar, es una paradoja que existe y que es perniciosa

¿Por eso la falta de políticas de Estado consensuadas ha hecho que la memoria se haya transmitido de generación en generación en el seno familiar y de forma desigual?

Sí. Tiene que haber una historia consensuada, pero no lo está porque aquí la Academia de la Historia es como es y da una sola versión, por así decirlo. Y luego, no tenemos una política de Estado de reparación, no se ha consensuado tampoco, por lo que es algo que se tiene que legislar y pactar, porque acaba enfrentando a las víctimas. Eso también provoca que mucha gente confunda la memoria con la política, como le pasa a buena parte de la última generación más joven, que por eso desconecta. Pero no, esto es historia, hay que separar las cosas, pero al no estar consensuado se acaba en el debate político y generando enfrentamientos que deben tener éxito electoral, porque de lo contrario no entiendo por qué se mantienen. Esto hace que a su vez mantengamos una imagen muy fija de la Guerra Civil.

¿Congelados en el verano de 1936?

Sí, es como el eterno día de la marmota. A todo el mundo le viene bien hablar del verano del 36, no me lo puedo explicar, es una paradoja que existe y que es perniciosa (risas). Claro que hay que hablar de historia, pero hay que superar determinadas fotos.

Y en estas estamos cuando las estadísticas y los estudios nos están ya diciendo muy claramente que buena parte de los jóvenes no verían mal vivir en una dictadura.

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Ese es el resultado de la banalización de todo lo que estamos hablando, de la utilización del pasado a medida, algo que al final pasa factura. Está esa versión que se ha instalado de que Franco no crea los problemas, sino que los soluciona. Esa es la versión que más está ahora trabajando la gente de Vox, no es nada gratuito que en la franja de edad joven, que son los que más les votan, tengan ese pensamiento. Y que Vox no está reivindicando al Franco que vence al comunismo, sino al gestor que hace pantanos. Es la figura que les soluciona la vida con independencia del régimen que sea, y ese es el efecto del desconocimiento de tu pasado más inmediato. De manual.

Sin memoria no sabemos de dónde venimos, ni adónde vamos.

Sin memoria o con esa memoria manipulada. Esa manipulación de la memoria que te va dirigiendo a que tú pienses como un grupo que ya tiene eso estipulado y te refuerces como un tipo clarividente. Esto también ocurre en muchos debates y yo lo veo en la universidad con muchos veinteañeros que te lo defienden, y eso ya no tiene que ver con la ciencia ni con el pasado, sino con las ideas, por eso entran en una batalla esencialista de lo que es política o lo que es dios, lo mezclan todo. Esta nueva extrema derecha mezcla todas esas cosas y se lleva a esta gente por delante. En otros lugares ya se han testado como buenas políticas relacionadas con abrir los archivos, los museos, que la gente se acerque, y parece que le tenemos miedo a eso o que no se acaba de poner en marcha para que una generación joven se acerque a todo eso y lo interprete con su lenguaje, que es lo que tiene que pasar.

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