Los diablos azules
Gianni Rodari, historia de un rebelde
Cuando Gianni Rodari (Omegna, Piamonte, 1920 - Roma, 1980) estaba especialmente contento, solía gritar: "¡Viva Marx! ¡Viva Lenin! ¡Y viva la Juventus de Turín!". Los lectores conservadores le llamaban il diavolo comunista, y el Vaticano no dudó en excomulgarle, tachándole de "ex seminarista cristiano diventato diabolico". No es la descripción de un personaje blanco, plano, el tipo de personaje que se podría esperar de uno de los autores para niños más conocidos de Europa. Porque eso fue Rodari, autor de volúmenes geniales como Cuentos por teléfono, pedagogo defensor de la inventiva y del poder de los niños, convicciones reflejadas en Gramática de la fantasía, uno de sus libros más famosos. Pero Rodari fue también parte de la resistencia contra el fascismo, militante comunista, viajero frecuente a la Unión Soviética. No era una doble vida, la de militante por un lado, la de escritor infantil por otro. Era una sola vida, que no trataba de separar lo que él consideraba inseparable.
Este año, Rodari habría cumplido un siglo. Su muerte, provocada por una cardiopatía en medio de lo que iba a ser una sencilla operación de la pierna izquierda, supuso un golpe para una nación que había crecido con sus libros. Pero aquí en España también tuvo su público: la editorial Juventud publicó Cuentos por teléfono ya en 1973. Este volumen blanco, con ilustraciones de Jordi Saludes, era un ingenioso mecanismo metaliterario: en él, se contaba la historia del señor Bianchi, de Varese, viajante obligado a recorrer el país seis días a la semana. Pero su hija no podía dormir sin uno de sus cuentos, así que Bianchi la llamaba cada noche para recitarle una historia breve, atendiendo al precio de la llamada. "Me han dicho que cuando el señor Bianchi telefoneaba a Varese", escribía Rodari en la introducción, "las señoritas de la telefónica suspendían todas las llamadas para escuchar sus cuentos". En ese particular mil y una noches estaban algunos de sus personajes más tiernos, como Juanito Pierdedía o Alicia Caerina.
Con ocasión del centenario, la editorial Juventud ha recuperado este hit, todavía con la traducción de Ramon Prats de Alòs-Moner, aunque cambiando las ilustraciones por las de Emilio Urberuaga. Hay también una nueva edición de El libro de los errores, una demostración práctica de las ideas pedagógicas de Rodari: es un libro plagado de fallos, de lógica, de ortografía, o de una naturaleza algo más compleja. El autor italiano defendía el derecho a la equivocación como principal mecanismo de aprendizaje, un derecho que tenía que garantizarse a niños y a adultos. Es una de las lecciones que señala también en Gramática de la fantasía, de la que el sello Kalandraka ha publicado una edición renovada. Si el propio Rodari pudo aprenderlo, no fue gracias a los grandes maestros ni a los clásicos, sino a los niños. Ese volumen, su único libro dedicado a la teoría, fue el fruto de su paso por distintas escuelas del país a lo largo de los sesenta, de los que garabatearía apuntes aquí y allá, y de un encuentro con profesores de primaria de Reggio Emilia que le ayudaría a aterrizar las ideas.
La editorial Blackie Books le ha dedicado también un volumen, El libro de Gianni Rodari, después de otros proyectos previos como El libro de Gloria Fuertes y El libro de Gila. En él, la italiana Alice Incontrada y el español Jorge de Cascante, responsables de la edición, seleccionan algunos de sus mejores poemas y cuentos, traducidos por Jordi Martí Garcés e ilustrados por Marta Altés. Además, los editores dejan algunas notas biográficas "adaptadas" para contar la vida del autor a sus lectores más pequeños, y crean también el cuestionario "Pregúntale a Gianni", con citas extraídas de entrevistas, artículos y ensayos. El volumen, de 400 páginas, es todo un caramelo para los fans de Rodari —como lo son los propios editores—, aunque es una lástima que se haya sacrificado el enorme contenido biográfico de otros títulos de la misma serie, como los citados, para hacer el libro más accesible para el público infantil. Es una decisión comprensible, pero quizás no del todo coherente con la idea rodariana de que el mundo infantil y el adulto son realmente el mismo.
Tomar el poder, desde la infancia
Gianni Rodari llevaría consigo toda la vida el olor de la tahona de su padre, que murió siendo él un niño. En casa no hay mucho dinero para libros, pero consigue hacerse con algún Julio Verne, con el Sandokán de Emilio Salgari, historias que leía a la luz de la farola que llegaba de la calle. Aunque su madre le ingresa primero en el seminario —era 1931, cuando para muchos la educación solo estaba asegurada a través de la Iglesia—, pronto cambia de idea, entendiendo que no es el mejor ambiente para el niño: los sacerdotes del Vaticano no dejaban de tener razón. Empezó ganándose la vida como músico, en las tabernas, pero no tardó en licenciarse como maestro. Ni siquiera entonces, siendo todavía un adolescente, concebiría la enseñanza como un oficio meramente alimenticio, sino como un instrumento para la igualdad y el cambio social. Él mismo contaría que a los 17 o 18 años impartiría clases de italiano "a unos niños judíos alemanes que creían haber encontrado en Italia un refugio contra las persecuciones raciales".
Su carrera como profesor se vio interrumpida, como tantas otras cosas, por la Segunda Guerra Mundial. Aunque se libró primero del servicio militar obligatorio, acabó siendo llamado a filas por la República de Saló: le horrorizan los heridos del hospital militar del Baggio, en Milán, a donde es enviado, y le aterra la suerte de su hermano, internado en un campo de concentración alemán —al que sobrevivirá—. Está decidido: se alistará en la Resistencia lombarda. El 1 de mayo de 1944, el último Día del Trabajo antes de la liberación el 25 de abril del año siguiente, se afilia al Partido Comunista, una militancia a la que dedicará gran parte de su vida. Su idea de una infancia que aprende a través de la imaginación y el juego, frente a una pedagogía jerárquica y pseudomilitar, está muy ligada a la defensa de la emancipación del ser humano. Los niños tienen que usar la fantasía, defendía, "no para que todo el mundo sea artista, sino para que nadie sea esclavo".
En 1950, junto a la periodista Dina Rinaldi, pone en marcha la revista Pionere, la publicación oficial de la Associazione Pioneri d'Italia, una organización juvenil dentro del PCI. En ella, los editores planteaban una alternativa al modelo del scoutismo, fundado por el militar británico Robert Baden-Powell, que consideraban militarista y colonialista. En esas páginas, mordaces y a veces incluso violentas, hará aparición Cipollino, Cebollino en su traducción española, la cebolla antropomórfica de clase obrera que combate al ricachón Caballero Tomate. Las enseñanzas sobre la lucha de clases no pasaron desapercibidas, y es esta revista la que lleva a la excomunión del escritor.
Pedagogía, periodismo y lucha
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Hacía bien el Vaticano, porque Rodari era, en efecto, un personaje peligroso. En la nota a la edición que introduce El libro de Gianni Rodari, Alice Incontrada cita al autor: "La educación no es algo que se da ni que se impone, sino algo que se toma. Incluso a través de la fuerza. Que se arrebata. Contra todas las resistencias de la sociedad. Pero mientras se tenga esa idea de que la educación es algo que se impone, que los grandes le dan a los chicos, los que saben a los que no saben... El saber es poder y el poder nadie lo da. El poder se toma". De hecho, a Rodari le preocupaba muchísimo que la escuela se utilizara como una estrategia de pacificación, de adoctrinamiento autoritario para domar los espíritus libres. Su decálogo "Nueve maneras de enseñar a los niños a odiar la lectura" es famoso. En él dice, entre otras cosas: "La lectura ha dejado de ser un fin loable y se convierte en un medio para realizar actividades supuestamente más serias. Eso se corresponde a la perfección con la concepción del niño como medio; el objetivo final pueden ser las notas, el adiestramiento para la paciencia o la preparación para la vida. A saber qué preparación y para qué vida; es probable que para la vida concebida como un sufrimiento, lo cual requiere entrenamiento".
Contra ese entrenamiento, la fantasía. La que permite imaginar mundos absurdos, mundos luminosos y divertidos, mundos ricos y complejos, y mundos mejores. Como el que imagina en un poema muy festivo, "El planeta de los árboles de Navidad":
"¡Qué bien los escaparates sin cristales!Sin cristales quiere decirque coges lo que quieres sin tenerlo que pediry tampoco lo tienes que pagarporque no hay caja donde te puedan cobrar. Es un buen planeta, en verdad, aunque hay quien insisteen decir que no existe, pero esto ¿qué más dará?Si no existe, ya existirá".