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Muros sin Fronteras

¿Qué Italia, qué Europa?

Esta vez no va a ser nada fácil formar Gobierno en Italia, país adicto al encaje de bolillos, siempre al borde del precipicio, espacio en el que sus dirigentes se sienten a gusto, donde son capaces de alcanzar un compromiso inesperado en el último minuto. Nada es imposible cuando lo que está en juego es el poder en cualquiera de sus formas, sea en toneladas o en gramos.

El primer paso es interpretar el mensaje de la ciudadanía. Lo explica muy bien Rachel Donadio en The Atlantic: “Dos maneras de leer el resultado de las elecciones italianas”.

Otro texto que les ayudará es este de Íñigo Domínguez en El País: “And the winner is…?”.

Una prueba de que entramos en un juego endiablado es la dimisión en diferido y en simulación de Matteo Renzi, el todavía líder del Partido Democrático (PD). Del mal porcentaje en las elecciones de 2013, solo el 25% de los votos, ha bajado a un pésimo 18,72%. Renzi anuncia que se va pero que se queda hasta que se forme Gobierno. No es responsabilidad, es catenaccio. Su objetivo es pilotar las negociaciones de su partido y evitar a toda costa que el Movimiento 5 Estrellas (M5E), su enemigo personal, llegue al Gobierno.

No todo el PD está de acuerdo con Renzi. Hay sectores que coquetean públicamente con un acuerdo con el movimiento fundado por Beppe Grillo, y el 5 Estrellas no rechaza de plano la idea. El último (mal) servicio de Renzi puede ser partir el PD.

Todo pacto requiere una larga escenificación. Hay que vender al rival las cartas que no siempre tienes. Tal vez debido a los antecedentes maniobreros, la palabra compromiso está mal vista en la cultura italiana; tiene un aire de componenda, de trapicheo. En España es sinónimo de debilidad, como en los Balcanes.

Para entender el panorama postelectoral italiano no ayudan los titulares simplistas que amueblan las informaciones de los medios de comunicación. Incluso los anglosajones caen en el juego fácil y califican a Matteo Salvini, líder de la xenófoba Liga Norte, del Trump italiano, solo porque quiere expulsar a 500.000 inmigrantes. Otros sostienen que el resultado de las elecciones representa el triunfo de los radicales, igualando neofascistas con la ciudadanía que se siente desprotegida por un sistema que les ha abandonado. Como dice Joaquín Estefanía, no importa si esto es cierto, lo que cuenta es que esa percepción está asentada en una parte importante de la ciudadanía. Son los que votan al M5E. Es voto del cabreo, del hartazgo. ¿Les suena?

La BBC, casi siempre atinada, habla de una bofetada a Europa, equiparando lo ocurrido al Brexit. Olvidamos el contexto. Nada sucede fuera del marco. Todo efecto tiene una causa.

Es la UE la que ha dado una bofetada sostenida en el tiempo a Italia, abandonándola a su suerte, igual que a Grecia, ante el problema de la inmigración masiva, sobre todo a partir de 2014. En los últimos cuatro años han entrado en Italia más de 600.000 extranjeros. No hay capacidad física ni política para gestionar esta crisis humanitaria. Miles de jóvenes extranjeros deambulan por Italia sin nada que hacer, atrapados en un limbo en el que no hay futuro ni pasado. La inmigración ha sido el asunto estrella de estas elecciones.

Pese a los acuerdos de repartirse los refugiados que escapan de guerras (Siria, Afganistán), de dictaduras como Eritrea o del hambre y la pobreza extrema, ningún país ha cumplido con sus cuotas. España, tampoco.

Todos los partidos proponen soluciones más o menos drásticas que pasan por expulsar a un número determinado de inmigrantes. Este clima de sospecha hacia el extranjero es el hábitat natural de oportunistas como Salvini y de los grupos neofascistas que han crecido como setas.

Lo que confunde a muchos observadores es la enorme transversalidad del M5S. En unos asuntos son de izquierda, como la creación de una renta básica, y en otros de derecha, la expulsión de inmigrantes. Pese a ello sería muy aventurado hablar de un eventual pacto con la Liga de Salvini. Sería suicida para el M5S, que hasta ahora se ha negado a pactar con la vieja política.

Este cuadro de Tecnè, que tuitea @RachelDonadio, desmenuza el voto por edades:

 

La base del apoyo al M5S es el rechazo a un sistema corrupto en el que las élites políticas se reparten el saqueo de un país que, aunque presume de ser la tercera economía de la UE, tiene una deuda que superará este año el 138% del PIB. Por edades, el M5S arrasa entre los votantes de 18 a 30 años (44%; el segundo es el PD con un 15%) y entre la franja de los 31 a 44 (el 40%). De 45 a 64, baja al 30% y a partir de los 65, al 19%.

M5S domina Cerdeña, el sur y empiezan a ser fuertes en el centro. Hay dos Italias, la industrial del norte que quiere menos impuestos y el resto. No podrán gobernar pese a ser el partido más votado (32,68%) y tener el mayor número de diputados, 221 de 630, y 112 de los 315 senadores.

 

Mapa electoral italiano.

La ley electoral recién estrenada, llamada Rosatellum, fue fruto de un pacto entre el PD de Renzi y Fuerza Italia de Berlusconi. El objetivo era facilitar las coaliciones e impedir el acceso al poder del M5S. Otra enseñanza de lo ocurrido es que las reformas de las leyes electorales las carga el diablo. Ninguna coalición llega al 40% de los votos que permiten un Gobierno estable.

La coalición de izquierdas, excluido el M5S –de momento–, suma 112 escaños. La culpa la tiene un PD en caída libre. Sigue la estela del desplome de los partidos socialdemócratas de Grecia, Francia y Holanda por poner tres ejemplos. En Alemania, el SPD ha preferido gobernar con Merkel y garantizarse cuotas de poder antes que enfrentarse a unas nuevas elecciones repetidas.

El PD ha pagado un alto precio por su connivencia con Berlusconi, que apoyó su Gobierno en estos años. Sufrió varias escisiones por la izquierda. La más importante fue la de Libres e Iguales, que ha logrado 14 diputados. El bloque de izquierda no suma. Solo lo haría si pacta con el M5S, algo imposible con Renzi.

La llamada coalición de derecha suma 260 diputados y 135 senadores a falta del recuento final del voto por correo. Está mejor situada para gobernar, pero tiene dos problemas inesperados: no tiene mayoría absoluta y que la Liga de Salvini ha tenido un mejor resultado que Forza Italia. Es la que manda, en apariencia. Salvini reclama su derecho a intentar ser primer ministro. Los que conocen las interioridades de la política italiana dicen que al final se conformará con algunos ministerios clave en los que puede dejar su impronta, como el de Interior.

Berlusconi ha dejado de ser el rey y puede que también pierda el papel de hacedor de reyes. Su candidato a primer ministro, Antonio Tajani, actual presidente del Europarlamento, no tiene el puesto garantizado. Ahora que empieza la negociación habrá que estar atentos a los tránsfugas, que es uno de los deportes nacionales. En la legislatura recién terminada hubo 345 tránsfugas, una media de 10 al mes. Berlusconi aduce que el mal resultado de su partido se debe a que él no se pudo presentar al estar inhabilitado por la justicia.

La letra pequeña del contrato de gobierno italiano

La letra pequeña del contrato de gobierno italiano

Los problemas de la Unión Europea no son el Brexit, los eurófobos del Este (Chequia, Hungría y Polonia) o el ascenso de la extrema derecha en casi todos los países menos en España y Portugal, el problema de la UE es que con la crisis económica y la globalización se ha quedado sin discurso. Le pasa lo mismo que a la socialdemocracia.

La UE ha cancelado sus utopías fundadoras. La prueba son los acuerdos con Turquía y un sector armado en Libia para frenar a los refugiados. Ya no es la Europa de las personas, ahora es la de los mercados. Se esfumaron de la agenda los ciudadanos y sus problemas a ras de suelo y llegaron los recortes, el dios Equilibrio Presupuestario. Se impuso la madrasta que vimos exprimir hasta el tuétano a una Grecia arruinada. Al renunciar al sueño de más y mejor Europa, el euro quedó a la intemperie en medio de la nevada. Ahora vuelven los truenos y los rayos, la cultura del miedo, el que vienen los bárbaros pese a que los bárbaros son los que están dentro minando el Estado del bienestar.

 

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