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Empresarios, se acabó la 'gran explotación'

Pilar Velasco

Hay mucha letra pequeña bajo la tendencia conocida en inglés como ‘the great resignation’, trabajadores que han dejado su empleo de manera masiva en EEUU desde el pasado abril. Un efecto que pocos vieron venir tras un año durísimo de confinamiento, miedo y pérdidas. La gran renuncia tiene que ver con el gran descontento. Con un sistema capitalista que ha forzado sus límites de tal manera que seguir alimentando la máquina a costa de los mismos ya no es una opción.

En el camino de la pandemia hay quien se ha quemado o lo estaba de antes; quien ha decidido cuidar su salud mental y personal y no dejarse la piel en un trabajo donde no prospera o donde sus jefes y los horarios le machacan; quien se ha lanzado a montar su proyecto; quien prefiere teletrabajar; quien simplemente ha decidido parar y respirar o puede permitirse repensar por qué y para qué trabaja. Al fin y al cabo, si hemos superado el apocalipsis de los últimos meses, si el sufrimiento personal y colectivo de este año nos ha hecho relativizar y poner un poco de orden en nuestra escala de valores, qué podemos perder ahora apostando por nuestra propia vida.

El virus, ese gran acelerador, ha sacado a la luz casi de manera inmediata la necesidad de acabar con las condiciones laborales abusivas e insostenibles que ya arrastraba el malestar soterrado de 2019. Lo que podía parecer una cosa de ricos, de emprendedores con estudios, afecta ya a todos los sectores: camareros, transportistas, vendedores de comida rápida, personal de la limpieza, trabajadores de servicios esenciales. Un poderoso movimiento laboral moderno con distintas variables de las que todavía no conocemos las consecuencias.

Por dar algunas cifras, en EEUU, donde los periódicos trazaron gráficos con la línea vertical atravesando la mancheta de arriba abajo para representar la mayor tasa de paro desde que existen cifras, el 2,7% de trabajadores dejó su empleo en abril, 649.000 procedentes del comercio minorista. Dependiendo de las encuestas consultadas, entre un 25% y un 41% de los trabajadores en EEUU están pensando en dejar su trabajo. Los números se disparan entre los jóvenes, en la llamada generación Z, según Microsoft, el 54% también quiere cambiar. En Irlanda calculan que afecta al 38% de los empleados en todas las industrias. Frente a la tendencia global donde los ricos son cada vez más ricos y la desigualdad hunde a las clases medias, hay algo de luz en un éxodo laboral que aún siendo temporal, está diciéndonos que cada vez más personas quieren tener un mayor control sobre su trabajo, su tiempo y sus condiciones de vida.

La Cámara de Comercio norteamericana ha calificado de “crisis” la actual escasez de trabajadores. Cuenta la periodista Helaine Olen en el Washington Post que la recesión pandémica y la incipiente recuperación nos trae desde una óptica nueva el viejo problema de siempre: millones de estadounidenses ganan menos del salario digno. En España no llegan al mínimo el 25% de las mujeres y el 11% de los hombres. Así que no es extraño que muchos no quieran volver a condiciones laborales miserables o insatisfactorias.

La administración de Joe Biden ha decidido impulsar políticas de protección y compensar el impacto del covid en los bolsillos de los trabajadores. Unas ayudas casi sin precedentes desde Roosevelt y criticadas por los neoliberales que se atreven a llamar vagos a quienes acusan de estar en paro porque quieren. De ahí la respuesta de Biden. No faltan trabajadores, faltan mejores condiciones de trabajo. Pay them more. Compartan sus beneficios. Reduzcan la brecha salarial entre sus directivos y sus trabajadores.

En España, a pesar de la continuidad de los ERTE, el sablazo de las eléctricas y un empleo que se recupera a duras penas, hay señales parecidas que vienen de distintos sitios. Y por eso tenemos también nuestra propia versión de neoliberales acusando de perezosos a los trabajadores. El director del hotel Valparaíso Palace en Mallorca, Toni Ferrer, proclama por prensa y televisión que les faltan ganas. Cuenta como ejemplo que este verano contrató a una camarera para organizar las cenas. “Solo estuvo una hora. No aguantaba el ritmo y se fue”. La pregunta es: ¿A qué endiablado ritmo trabajó esta mujer? Y la solución es fácil: contrata a más, trátalos mejor. El problema de muchos empresarios es que ven al personal como al servicio. Trabajadores a los que utilizar para que el hotel de lujo funcione como un reloj pagando cuanto menos mejor. Empleados a quienes creen que pueden humillar con un ‘haz más camas, limpia más rápido, dobla turnos, cambia de horarios, olvídate de horas extra, corre más, sirve mejor’.

El sector hotelero al que algunos hacen referencia quiere recuperar los beneficios millonarios de los mejores tiempos con sueldos miserables. El mallorquín Toni Ferrer habla de falta de motivación en un sector, el de la restauración y la hostelería, que cobra de media 16.000 euros al año, según la EPA. Y lo hace desde un hotel que cuesta 200 euros la noche. ¿Qué cantidad de trabajo está dispuesto a hacer Ferrer con la dedicación que él exige por ese dinero?

Los transportistas, por apuntar otro sector, cobran de media en España 20.000 euros anuales. En EEUU, los camioneros han visto crecer sus salarios hasta un 40% y llegan a los 60.000 dólares de media anual. Si quieres que los conductores lleven tus paquetes de Amazon, no te metas con ellos, págales. Tampoco sirve acusar a los inmigrantes como hace Vox, empeñado en repetir su mensaje xenófobo en contraposicion a las cifras de empleo, en 2019 los ciudadanos de otras nacionalidades ganaron un 29,3% menos que un español.

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Toni Ferrer no es el único empresario en quejarse de la falta de trabajadores cualificados. En EEUU, en contraposición, cada vez más empresarios están dispuestos a aumentar salarios e incentivos para restablecer el equilibrio económico. Una erosión del poder de quienes contratan, según señala el economista Neil Irwin, que comenzó durante los años de bajo desempleo previos a la pandemia y, dadas las tendencias demográficas, podría persistir durante años.

En un artículo en el New York Times, Neil Irwin explica cómo la relación entre las empresas estadounidenses y sus empleados está experimentando un cambio profundo: por primera vez en varias generaciones, los trabajadores están ganando terreno. Hay señales para ser optimistas respecto al declive de la explotación laboral en los países de nuestro entorno. Entre cerrar y pagar mejor, las grandes empresas tendrán que optar por lo segundo. Las amenazas de irse de España de las plataformas de reparto a domicilio, desde Glovo, Uber Eats a Deliveroo, no son creíbles. Es un tira y afloja por seguir tratando a sus trabajadores como piezas intercambiables sin derechos, bajo el único compromiso de su oferta y demanda. Los riders han ganado en el Supremo. Y lo seguirán haciendo bajo las políticas del ministerio de Trabajo y su titular Yolanda Díaz, la legislación laboral actual y la tendencia global.

El mercado laboral tiene muchísimos retos. El más profundo, formar a los trabajadores para nuevos empleos mientras se destruyen industrias que o no sirven o dañan el medio ambiente. Pero como bien señala Neil Irwin, lo que tienen en común tanto la gran renuncia como la lucha generaliza por un salario mínimo digno, sin importar cuánto dure este cambio en favor de los trabajadores, o cuán poderosa sea su fuerza, es que coloca al empleado en la posición que más importa: el asiento del conductor. Que dure.

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