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El origen de al-Andalus y el negacionismo

Alejandro García Sanjuán

Desde hace ya varios años diversos sectores están promoviendo la idea de que el origen de al-Andalus no está vinculado a la conquista de la Península a comienzos del siglo VIII por contingentes árabes y beréberes que actuaban a las órdenes del Califato Omeya de Damasco. Conviene aclarar que no estamos ante una simple interpretación alternativa al relato histórico tradicional, sino que se trata de una forma de revisionismo que se vincula con el negacionismo.

Tradicionalmente, esta noción se ha aplicado a quienes cuestionaban el Holocausto nazi, si bien en la actualidad se extiende a otros casos históricos similares, como el genocidio armenio o los crímenes de guerra japoneses. De hecho, hoy día se utiliza respecto a cuestiones que nada tienen que ver con la historiografía, por ejemplo para designar a quienes niegan fenómenos como el cambio climático o el evolucionismo. El negacionismo, en realidad, consiste en el rechazo de cualquier realidad empíricamente demostrada a través de la ciencia y, por lo tanto, constituye la caracterización más apropiada de la tesis que pretende desvincular el origen de al-Andalus de la conquista islámica de la península ibérica.

Todo negacionismo pertenece al ámbito de lo esotérico y la seudociencia, y el ejemplo que nos ocupa no es una excepción. Se trata de un fraude historiográfico que se basa en el soslayo y la manipulación de los testimonios históricos (literarios y arqueológicos) que acreditan que el origen de al-Andalus se produjo a raíz de la conquista islámica de la Península. Asimismo, como siempre sucede en estos casos, dicho fenómeno obedece a unos determinados intereses (ideológicos, académicos y comerciales) y tiene un origen y unas causas que explican tanto su aparición como su proliferación reciente.

El pasado 6 de marzo, el diario El Paísse hacía eco de la aparición reciente de Cuando fuimos árabes, publicado por la editorial cordobesa Almuzara, último subproducto historiográfico en el que se sostienen estas ideas. Aunque sus promotores y beneficiarios intentan presentarlo como algo novedoso, en realidad el fraude es muy antiguo. Su origen se vincula a la figura de Ignacio Olagüe, un simple aficionado carente de la formación académica necesaria para la investigación histórica que nunca pudo llegar a sospechar que, en pleno siglo XXI, algunos llegarían a hacer carrera universitaria mediante el sencillo de expediente de resucitar sus delirios fascistoides. A comienzos de la década de 1940, Olagüe les dio forma por vez primera en La decadencia española, obra dedicada en "testimonio de eterna amistad" a Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS. Esta dedicatoria no es anecdótica, sino que nos permite entender el origen ideológico del negacionismo, vinculado al ultranacionalismo fascista de Olagüe y dirigido, como todos los nacionalismos, a cantar las glorias de la patria. Su objetivo declarado consistía en rectificar la historia de Españarectificar, programa que incluía reclamar como propio el esplendor cultural de al-Andalus. Para Olagüe, por ejemplo, resultaba inaceptable admitir que una joya arquitectónica como la Mezquita de Córdoba pudiese haber sido obra de unos harapientos beduinos. Esa maravilla artística, obviamente, tenía que ser producto del genio nacional autóctono, español.

Olagüe logró en 1969 que una importante editorial francesa publicase Les arabes n’ont jamais envahi l’Espagne (Los árabes nunca invadieron España), obra de título elocuente en la que daba rienda suelta a su descontrolada fantasía y acreditaba su manifiesta incapacidad para el manejo de las fuentes, base de cualquier investigación histórica. Los especialistas no escatimaron calificativos. Guichard en Francia y Martínez Montávez en España no dudaron en hablar de ciencia-ficciónciencia-ficción, mientras que el Arabista norteamericano J. T. Monroe, además, señalaba abiertamente sus connotaciones racistas. Poco después, la Fundación Juan March financió en 1974 la edición de una versión española de dicho libro, aparecido con un título muy diferente: La revolución islámica en Occidente. Esa entidad la dirigía entonces Cruz Martínez Esteruelas, un franquista que fue delegado nacional de Asociaciones del Movimiento y, más tarde, Ministro de Educación y Ciencia con Arias Navarro.

Que un aficionado a la historia se invente ciertas ideas respecto a determinados procesos históricos y logre publicarlas haciéndolas pasar por serias aportaciones historiográficas resulta preocupante. Mucho más grave aún, sin duda, es que muchos años más tarde alguien decida recuperar esas ocurrencias desde el ámbito universitario pretendiendo, además, venderlas como novedosas propuestas. Esto es lo que está ocurriendo desde hace ya varios años.

La muerte de Franco permitió el resurgimiento de todos los nacionalismos periféricos en España durante la Transición. Así sucedió en Andalucía, donde el incipiente andalucismo afirmaría la idea de al-Andalus como auténtica culminación histórica de la nación andaluza, siguiendo planteamientos ya formulados por Blas Infante a comienzos del siglo XX. En este contexto, las elucubraciones de Olagüe, que en su origen se vinculaban al españolismo fascista, fueron fácilmente incorporadas al andalucismo, ya que potenciaban el sentido autóctono de al-Andalus, formulado en base a la simplista y falsa ecuación andalusí=andaluz.

La resurrección del negacionismo está siendo promovida desde hace ya varios años por sectores interesados en recuperar la mitología andalucista. A su frente se encuentra el exministro Manuel Pimentel, propietario de Almuzara, editorial cordobesa que en 2017 reeditaba el manifiesto negacionista de Olagüe (La revolución islámica en Occidente). La misma editorial que publica Cuando fuimos árabes y que ya en 2006 perpetró la edición de Historia general de Al Andalus, obra en la que, por vez primera, un autor académico suscribía los disparates negacionistas, añadiendo otros de cosecha propia. De este modo, Almuzara se ha convertido en un cómodo pesebre en el que junto al islamófobo César Vidal pastan presuntos islamólogos y otros autores de ilustre prosapia andalucista.

Gracias a Almuzara y a sus cómplices académicos, lo que hasta ahora había sido mero entretenimiento de conspiranoicos y aficionados al esoterismo ha logrado introducirse en las aulas universitarias. Las Universidades constituyen un bien público al servicio de la sociedad que las financia con sus impuestos. Que desde ellas se promueva en la actualidad la idea de que los árabes nunca conquistaron la península ibérica equivale, en el plano historiográfico, a lo que supondría la enseñanza de la homeopatía en las Facultades de Medicina o del creacionismo en las de Biología. El calibre del despropósito es tal que Luis Molina, uno de los principales arabistas españoles actuales, ha elegido para definir el negacionismo un término inglés de significado escasamente equívoco: bullshit.

Fascismo, franquismo, exministros de Aznar mutados en paladines de Blas Infante y académicos encantados de conocerse y dispuestos a suscribir disparates con tal de salir en los medios para ganar notoriedad: este turbio y viscoso entramado ideológico, comercial y de personalismos es el que subyace a un fraude tan burdo como grotesco. Un fraude muy propio de los tiempos que corren, en los que la resurrección de los nacionalismos va de la mano de las fake news y los hechos alternativos. Un fraude que prospera promovido desde ciertos sectores universitarios andaluces y autoproclamadas cátedras vinculadas a la Junta de Andalucía.

Si alguien no lo impide, no sería de extrañar que, de aquí a algunos años, en los libros de texto de enseñanza secundaria de Andalucía se empiece a enseñar a los estudiantes que existen dos ideas sobre el origen de al-Andalus. Una que dice que fue el resultado de una conquista protagonizada por contingentes árabes y beréberes que actuaban a las órdenes del califato Omeya de Damasco, y otra que sostiene que fue el resultado de la propia evolución del pueblo andaluz. ________________

Alejandro García Sanjuán es profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva.

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