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La Europa de Steiner

Nicolás Bas Martín

Como si de una trágica coincidencia se tratara el corazón europeista de George Steiner ha dejado de latir precisamente la semana en que el Reino Unido abandonaba la Unión Europea. Pero ahora más que nunca tenemos que enarbolar las enseñanzas del humanista europeo para construir la Europa del futuro.

Una Europa que necesita ahora más que nunca la mirada lúcida y reflexiva del pensador ante los innumerables retos que se le plantéan. Tiempos cada vez más convulsos que requieren de la serenidad y de la profunfidad del pensamiento de Steiner, que llaman a una Europa más humanista, tolerante, libre y cosmopolita.

Su patria, señalaba, se limitaba a una mesa, un buen café y un libro. Y es que Europa era para Steiner un café repleto de gentes y palabras, que conformaban esas tertulias que desde Londres a París, y de Viena a Madrid habían visto nacer algunas de las ideas más avanzadas de su tiempo. Baste si no recordar los míticos cafés, La Procope o La Régence del París del siglo XVIII, donde los filosófos como Voltaire, Diderot, o el barón d’Holbach comenzaron a esbozar proyectos como la Encyclopédie. O a esos cafés vieneses de entreguerras a los que acudían espíritus tan europeistas como los de Stefan Zweig, que nos dejó algunas de las mejores páginas de la construcción intelectual europea.

En ese ejercicio de nostalgía, Steiner nos hace un llamamiento a la necesidad de volver a la conversación, al culto a los clásicos, al elogio de la transmisión maestros-discípulos, al debate e incluso a la confrontación de ideas como un ejercio de enriquecimiento personal. Una Europa sin conversación es un continente abocado al silencio, y con ello a la extinción. Frente a la dictadura del click y de la tecla, y al fascismo de la vulgaridad, el pensador abogaba por la importancia trascendental de la lectura.

Cual Montaigne del siglo XXI, afirmaba que solo el poder transformador de la lectura nos permitiría construir una Europa cada vez más culta y comprometida con los valores humanos. Una Europa dispuesta a acometer desafíos tan importantes como el auge de los nacionalismos, el cambio climático, el capitalismo salvaje, o las desigualdades sociales. Y todo ello pasaba según Steiner por el elogio de la diferencia, que interiorizó a través de sus impagables estudios de literatura comparada, que le llevaban desde Parménides a Tolstoi, y de Shakespeare a Balzac. Un universo mental que le sirvió para entender mejor Europa, y para mostrar al mundo el orgullo de vivir con diferentes idiomas, y con el mayor número posible de culturas como una ventana abierta al mundo. Un ejercicio de sincretismo cultural que difundió a través de sus innumerables obras, de sus críticas literarias en The New Yorker, y en las aulas universitarias, tanto europeas como norteamericanas, en las que dejó fiel testimonio de su insaciable curiosidad y pasión por el conocimiento.

Decia el profesor de Cambridge que Europa ha sido y es paseada. Sus calles llevan los nombres de personajes ilustres, filósofos, poetas, músicos, matemáticos, estadistas, artistas. Una arquitectura histórica de convivencia, que ha de seguir siendo un espacio de diálogo abierto, de tolerancia, y de respeto. Una Europa de sensibilidades, apuntaba Steiner, capaces de alejarnos de los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, y las reivindicaciones regionalistas.

Europa no puede ni debe desaprovechar el legado de aquellos intelectuales que como Steiner han construido desde el silencio de los libros lo que otros desde las instituciones comunitarias. Somos unos invitados en la tierra decía, pero en ese tránsito hemos de dejar lo mejor de nosotros mismos, y no dudo que sus libros y su pensamiento son el mejor legado que tenemos para construir esa Europa cultural, diversa, y cada día más democrática a la que todos aspiramos.

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Nicolás Bas Martín es profesor titular del Departamento de Historia de la Ciencia y Documentación de la Universidad de Valencia.

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