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ERC: De Tarradellas a Junqueras
Llovía torrencialmente cuando Josep Tarradellas, acompañado por una multitud fervorosa, empezó a entonar Els segadors, himno nacional de Cataluña, desde el balcón de la Generalitat en la plaza Sant Jaume de Barcelona. Era el 23 de octubre de 1977 y Tarradellas, recién retornado del exilio, acababa de pronunciar el histórico discurso que empezó con la célebre frase: “Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí!”. Al día siguiente, el político catalán tomó posesión ante Adolfo Suárez como presidente de la Generalitat, cargo que se había empecinado en ejercer desde el exilio tras la dimisión de Josep Irla en 1954.
En 1931, el joven Tarradellas (1899-1988) formaba parte de lo que sería del núcleo fundacional de ERC, un partido sin equivalentes en el resto del Estado y que agrupaba sensibilidades de lo más diversas. Inicialmente partidario de Francesc Macià, la gran figura del partido, Tarradellas se integró poco después en otro de los grupos fundacionales, conocido como El Grup de L’Opinió, con quienes protagonizó la primera escisión de ERC para crear el Partit Nacionalista Republicà d’Esquerres. No fue hasta la primavera de 1936 cuando regresó de nuevo a ERC donde tuvo un importante papel como hombre de confianza de Lluís Companys durante la Guerra Civil.
Cuenta el historiador Joan B. Culla en Esquerra Republicana de Catalunya. 1931-2012. Una història política (La Campana, 2013) que durante el exilio la relación de Tarradellas con el partido fue complicada y ambigua. Hubo momentos en que no quería saber nada de él y momentos en que decía ser su secretario general, cosa que, según Culla, nunca fue realidad. En 1954, Tarradellas se autoproclamó presidente de la Generalitat. “Existe una cierta contradicción entre ser presidente de una institución como la Generalitat y ser líder de un partido concreto. Tarradellas jugó a conveniencia con esto hasta que en 1976 otro grupo de veteranos de Esquerra en el exilio, encabezados por Joan Sauret, se declararon como depositarios de la legitimidad de ERC. Tras una pugna entre los partidarios de Sauret y los de Heribert Barrera, que trabajaba para el partido desde la clandestinidad dentro de Cataluña, Tarradellas, que estaba entre ambos grupos, determinó que si alguien había de resucitar a ERC, era Barrera”, explica Culla.
El regreso de Tarradellas fue el símbolo de la recuperación de la Generalitat como institución de autogobierno para Cataluña y marcó el inicio de la creación del Estado de las autonomías a través de los pactos suscritos posteriormente por la Unión de Centro Democrático (UCD) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). “Por primera vez en mucho tiempo, había en España un contexto en el cual se volvía a recrear una parte intrínseca de la experiencia republicana: la monarquía imperante ya no era solo fruto del régimen franquista sino que incorporaba también elementos del otro bando de la Guerra Civil”, sostiene Enric Ucelay-Da Cal, catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
Sin embargo, por tratarse de una formación republicana, Esquerra fue uno de los últimos partidos en ser legalizados en la Transición, en agosto de 1977. A pesar de ello, consiguió colar a Barrera en el Congreso en los comicios del 15 de junio del mismo año. Para Joan B. Culla, la manera como ERC logró representación en las Cortes fue un hecho digno de una novela negra. “Tuvieron la suerte de que uno de sus viejos dirigentes tenía amistad con un miembro del Partido del Trabajo de España, una formación marxista-leninista, también ilegal, pero con mucha más experiencia. Estos habían registrado dos marcas blancas para poderse presentar en las elecciones de forma legal, así que llegaron a un acuerdo con ERC y se presentaron juntos, con Barrera como número uno de la lista”, expone. “Estoy convencido —asevera el historiador— de que todo se habría acabado para ERC si en aquel momento no hubiesen conseguido el escaño en las constituyentes”.
Gracias, pues, al encargo explícito de Tarradellas y a una peculiar coalición de conveniencia junto a un partido con el cual ERC no tenía nada que ver, la formación liderada por Barrera se hizo un hueco en el nuevo mapa político que empezaba a dibujarse. Eso sí, su protagonismo presentaba notables diferencias con respecto al de los tiempos de la República: si en los años 1930 Esquerra Republicana era el partido central en torno al cual se situaban otros partidos satélites como Acció Catalana y Bloc Obrer i Camperol, durante los primeros años de la Transición se volvieron las tornas. “Esquerra quedó de algún modo en tierra de nadie, con una dirección que venía del exilio y de la memoria republicana, con poca base y en un momento en que la fuerza nuclear del catalanismo que se fortaleció fue Convergència”, reflexiona Eduard López, actual Secretario Nacional de Formación de ERC.
Heribert Barrera fue el primer presidente del Parlament de Catalunya tras la instauración de la monarquía parlamentaria, ocupó el cargo de secretario general de la formación catalana desde 1976 hasta 1987 y el de presidente entre 1991 y 1995. Desde el nacionalismo político catalán destacan tres aspectos de lo que significó la figura de Barrera: fue el puente desde la resistencia nacional catalana frente al franquismo hasta las instituciones; fomentó el diálogo entre las diferentes fuerzas políticas y situó siempre a Cataluña en el centro de su preocupación vital. Sin embargo, la carrera política del líder republicano estuvo marcada por situaciones comprometedoras y polémicas. Sostenía sin reservas que “la Transición fue un desastre porque permitió que la esencia del franquismo continuase”. Y pese a que defender la confederación y no votar la Constitución en 1978 en los debates del Congreso fueron el mayor honor de su carrera política, su apoyo a Jordi Pujol en 1980 hizo decantar la mayoría parlamentaria catalana hacia la derecha, una decisión que le valió feroces críticas desde la izquierda y el posterior castigo por parte del electorado de ERC en las elecciones de 1984. “Lo que más preocupaba a Barrera en el contexto de la Transición eran los comunistas como el PSUC y otras fuerzas paralelas. Daba la impresión de que solo ellas habían luchado contra el franquismo, sobre todo durante los años 1960 y 1970. Pese a ser hijo de un sindicalista de la CNT, Barrera era tremendamente anticomunista y, por tanto, no tuvo ninguna simpatía hacia esa versión de la Transición”, asegura Enric Ucelay.
Llamada a la refundación
Las críticas por el apoyo a un nacionalista de centroderecha como Pujol causaron un notable desgaste para Barrera a mediados de la década de 1980, de modo que empezó a aparecer la necesidad de un relevo. A este factor hubo que añadir las dificultades económicas por las que pasaba la formación. En esa tesitura emergió la figura de Joan Hortalà, un liberal y hombre de negocios que, durante los meses previos a su elección como secretario general, se había recorrido los locales de Esquerra por toda Cataluña aliviando a golpe de talonario la maltrecha situación financiera del partido.
Paralelamente, a finales de 1986, se hizo pública una carta abierta que llevaba por título Crida Nacional a ERC (Llamamiento Nacional a ERC), el documento que sentó las bases para dar forma a Esquerra Republicana tal como hoy la conocemos. Firmada por un amplio grupo de personas entre las cuales había universitarios, sindicalistas, intelectuales y artistas, la carta instaba a ERC a asumir un papel de “liderazgo en las aspiraciones más profundas de la sociedad catalana” tras un periodo de 10 años en que “ninguna fuerza popular y nacional catalana había conseguido vertebrar un proyecto alternativo” verdaderamente capaz de conectar con el sentir del pueblo catalán. Entre la primera lista de firmantes de la Crida Nacional a ERC figuraban nombres que destacarían en la historia posterior del partido como Àngel Colom, Josep-Lluís Carod-Rovira o Ernest Benach.
A pesar de las presiones de los impulsores de la Crida por evitarlo, Hortalà, que hasta ese momento ostentaba la cartera de Industria como representante de ERC en el gobierno de CiU en la Generalitat, fue elegido secretario general el 25 de enero de 1987. La salida de Esquerra del Govern y la convocatoria de un nuevo congreso para hacer presidente a Barrera fueron los primeros pasos que anunció nada más ser elegido. Sin embargo, esto no le ahorraría profundas discrepancias con Barrera, que había deseado que la dimisión de Hortalà como conseller se hubiese producido mucho antes. El veterano líder de Esquerra también responsabilizaría a su sucesor de “alejar de las tareas del partido a una proporción muy grande de antiguos militantes”.
Vistos desde la perspectiva actual, los casi tres años de Hortalà al frente de ERC fueron un periodo, en cualquier caso, de provisionalidad; un paso más hacia un cambio de rumbo drástico que haría de Esquerra un partido más acorde con las aspiraciones de soberanía nacional reivindicadas desde la sociedad catalana. “Hortalà fue probablemente la última expresión de la Esquerra antigua, previa a la Crida, cuando el partido, de alguna manera, tenía que elegir entre seguir siendo un satélite de Convergència (lo cual conllevaba el riesgo de desaparición) o marcar un perfil propio”, infiere Eduard López.
Los firmantes de la Crida, por tanto, veían en Hortalà a alguien poco idóneo para Esquerra. “La Crida fue un torpedo en la línea de flotación de Hortalà, una operación para intentar debilitarlo puesto que consideraban que no era un digno representante de ERC”, remarca Culla. Visto así, no resulta extraño que en el portal web de Esquerra Republicana se evite cualquier alusión a Hortalà en la sección dedicada a la historia del partido. Podría decirse, pues, que la historia moderna de ERC no comenzó con el fin de la dictadura sino cuando terminaban los años ochenta.
Barullo en el congreso
A lo largo de su carrera como analista de los partidos políticos catalanes, Joan B. Culla ha cultivado la singular costumbre de asistir a todos los congresos de las diferentes fuerzas parlamentarias. Así lo confiesa en La història viscuda (Pòrtic, 2019), donde asegura que los más animados siempre fueron los de AP-PP y los de ERC. “Esquerra Republicana —admite Culla— no ha sido nunca un partido disciplinado. En los viejos partidos comunistas, el mando tocaba el pito y todo el mundo se ponía firme. El PSC, sin haber sido comunista, ha sido un partido disciplinado en el cual se ha votado lo que ha dictado su aparato”.
En cambio, los congresos de Esquerra y el Partido Popular de Cataluña, imprevisibles y precipitados, han resultado siempre más emocionantes para Culla. Con sus diferencias, claro. “En los congresos de ERC podía pasar —y a ha pasado más de una vez— que la dirección fuese derrotada, cosa que en los del PP —donde podía haber hasta insultos a los candidatos durante sus discursos— no pasaba nunca”. Según Culla, esto se debe, fundamentalmente, a que todavía hoy ERC es el único partido importante en que los congresos son asamblearios: cualquier militante al corriente de pago puede asistir con voz y voto, no hay delegados. En 2004, con Puigcercós en el aparato, se intentaron acabar con el asamblearismo para poner disciplina y orden y hacer de ERC un partido como los otros, pero no lo consiguieron.
“Aunque en los últimos años —prosigue el veterano analista— la militancia está más tranquila, sigue siendo un partido cuya cultura política se parece más a la del siglo XIX que a la de los marxistas del XX. Ese espíritu revuelto, de contestación interna, define la trayectoria de ERC desde sus inicios hasta hoy. Por tanto, aquella idea del centralismo democrático, en que el dictamen de la dirección había de ser asumido por todos, no está en el ADN de ERC”. En uno de esos alborotados congresos, celebrado en Lleida en noviembre de 1989, Àngel Colom y Josep-Lluís Carod-Rovira se aliaron para arrebatar, en el último segundo y por la mínima, el liderazgo del partido a Joan Hortalà. Colom, que capitaneaba entonces un grupo de jóvenes activistas —Joan Puigcercós era uno de ellos— determinados a tomar el control de ERC para convertirlo en un partido verdaderamente nacionalista y de izquierdas, se erigió como nuevo secretario general de la formación.
Independentista desde su infancia en el cau (entidad de escultismo de notable arraigo en Cataluña), “cuando los independentistas éramos cuatro gatos”, a Colom se le atribuye el mérito de haber rejuvenecido las filas de la formación así como el de haber encauzando, en palabras del escritor Antoni Puigverd, “a los jóvenes radicales hacia una opción democrática (ERC) haciendo fracasar los intentos de imitación catalana de la vía etarra”. Cierto es también que a partir de los primeros años 1990 Colom llevó de forma gradual al partido hacia una posición abiertamente independentista. Como es sabido, hasta entonces en Esquerra había independentistas, pero no se podía decir que fuera un partido independentista.
Sin embargo, el liderazgo de Àngel Colom, de estilo carismático y personalista, desató poco a poco una corriente de oposición dentro de las filas del partido. “Llegó un momento —rememora Culla— en que los seguidores iniciales de Colom empezaron a percibir que su secretario general estaba adoptando posiciones demasiado conservadoras. También sentó mal el fichaje estrella de Pilar Rahola, que no gustó nada a las bases”. Todo ello motivó que se formara un movimiento donde confluyeron, entre otros, Carod y Puigcercós, que formaron un frente común contra Colom y Rahola.
En opinión de Eduard López, Colom era más activista que político. “No se puede negar a Colom el hecho de haber aportado base militante al partido; sin embargo, su visión estratégica acerca de cómo se debía construir Esquerra no era su punto fuerte. En este sentido, la aportación de Carod me parece mucho más importante”. Harto del “clima de enfrentamiento interno insalvable”, el 8 de octubre de 1996, sin haber sido derrotado en un congreso, Colom abandonó el partido por iniciativa propia dejándolo con 700 millones de pesetas de deuda. En su escisión fue acompañado por Pilar Rahola y cuatro diputados más, con quienes creó el Partit per la Independència.
En noviembre, Carod-Rovira, que pidió para los fugitivos de ERC “compasión, olvido y silencio”, pasó a ocupar la secretaría general. Jordi Carbonell fue nombrado presidente, reemplazando a Jaume Campabadal. En una Esquerra joven y articulada por Carod, la presidencia de una figura histórica como la de Carbonell, muy influyente en el nacionalismo político catalán a pesar de no haber ostentado nunca un cargo ni en gobiernos ni en partidos, fue puramente honorífica. “Más patriota que hombre de partido, y seguramente más intelectual que político”, así definiría Carod-Rovira a Carbonell tras la muerte de este en 2016.
A partir de finales de 1996 Esquerra cerró filas en torno a Carod-Rovira y en el partido se inició una etapa marcada por la estrecha colaboración entre este y Joan Puigcercós, aspirante a hacerse con la secretaría general a medio plazo. Los 12 diputados obtenidos en las elecciones al Parlament del 17 de octubre de 1999, a las que ERC llegaba escasa de presupuesto tras el agujero producido durante la etapa de Colom, fueron celebrados aquella noche entre copas de cava y cánticos en favor de la independencia de Cataluña. Gracias al buen juicio y la habilidad —así lo consideraban algunos analistas— con que Carod había conducido el partido, Esquerra volvía a ser decisiva en el panorama político catalán.
Fue entonces cuando comenzó a plantearse la posibilidad de un gobierno tripartito de izquierdas, una apuesta conjunta de Carod y Puigcercós, convencidos de que lo más conveniente en aquel momento era gobernar junto al PSC. ¿Por qué? “El cálculo de Carod y Puigcercós era muy sencillo: para que Esquerra creciera de verdad, Convergència tenía que achicarse considerablemente y ERC solo podía crecer comiéndose al electorado convergente. De modo que creyeron que si pactaban con el PSC y enviaban CiU a la oposición después de 23 años en el Govern, sin Pujol y sin poder, el partido se desintegraría”, asegura Culla. La validez de la hipótesis que barajaba en aquellos momentos Esquerra Republicana de Catalunya no pudo confirmarse de inmediato ya que, un mes después de las elecciones, Pujol fue investido de nuevo presidente en la que sería su sexta y última legislatura.
Hubo que esperar hasta 2003, tras cuyas elecciones Esquerra se situó como tercera fuerza política en el Parlament, para poder llevar a la práctica el gobierno de coalición conformado por PSC, ERC e ICV. Con Maragall como presidente, la experiencia del primer tripartito resultó accidentada fruto de varias de crisis de gobierno. La más decisiva de ellas fue, quizás, la que se vivió en mayo de 2006 con la expulsión de los consellers de ERC del Govern después de que la formación anunciara su intención de pedir el voto negativo en el referendum sobre el nuevo Estatut. Tras esta primera legislatura, las predicciones de Carod y Puigcercós en relación con la posible desintegración de CiU no se cumplieron, como tampoco se cumplirían más tarde con el segundo tripartito, ya con José Montilla como presidente. Entrevistado por el programa (S)avis, de TV3, poco antes de morir, Heribert Barrera no ocultaría su opinión acerca de los dos tripartitos. “El primero me pareció un desbarajuste. El segundo, insistir en el error, aunque con más prudencia”.
Como resultado de aquella experiencia, una gran parte de quienes votaron a ERC en 2003 y 2006 se sintieron decepcionados con el rumbo que había tomado el partido. Por otra parte, Convergència recuperó la hegemonía tras las elecciones del 28 de noviembre de 2010, en las cuales obtuvo 62 diputados. Aquellos comicios supusieron para ERC, ya con Puigcercós como presidente tras un largo periodo de intensas batallas fratricidas entre diferentes facciones del partido, una verdadera debacle que llevó a la formación a perder 11 diputados y a pasar de tercera a quinta fuerza política en el Parlament.
Harto del “todos contra todos” y de las puñaladas recibidas dentro de sus propias filas, Carod-Rovira se apartó gradualmente de la formación hasta que en noviembre de 2011 comunicó oficialmente que se daba de baja. Quien fuera artífice de la transformación de ERC y de su posterior auge electoral, decía adiós a una larga etapa como una de las caras más visibles de la —en aquel momento— octogenaria formación de Macià y Companys. Tras el descalabro de las últimas elecciones, y ante la sospecha de que ERC tardaría muchos años en recuperarse, Puigcercós puso su cargo a disposición el partido, que en un congreso celebrado en Girona a finales de septiembre de 2011, escogió a Oriol Junqueras como presidente y a Marta Rovira como secretaria general.
Aquel historiador llamado Oriol Junqueras, que militaba en el partido desde hacía tan solo dos meses y a quien algunos dieron en llamar “el pacificador”, se enfrentaba a la ardua tarea de devolver la ilusión y la armonía a una formación que acababa de vivir una profunda catarsis. Al mismo tiempo, la incapacidad que hasta la fecha habían mostrado los sucesivos gobiernos para encontrar un encaje adecuado a las reivindicaciones de Cataluña en el marco del Estado español, desembocó en una espectacular crecida del independentismo, cuya fuerza empezó a manifestarse en la histórica Diada celebrada en 2012.
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Aquella “explosión secesionista”, tal como ya por entonces la calificaron algunos medios, propició la consabida deriva de Convergència, que, ya sin Unió, se subió al carro de la independencia. Un carro que Esquerra llevaba empujando desde hacía más de 20 años. De modo que a una ERC que, según el vaticinio de muchos, parecía predestinada a atravesar el desierto durante una larga temporada, el fervor independentista le permitió sacar pecho y exhibir un pedigrí que le daría credibilidad para situarse en primera línea de la batalla política, como así fue: de los 10 diputados obtenidos en 2010, pasó a los 21 en 2012. A partir de entonces, Mas necesitó a ERC. Luego vendría el pacto de gobernabilidad y más tarde, la coalición Junts pel Sí. En resumen: en solo unos pocos años, el partido que salió vapuleado de los tripartitos tuvo oportunidad de resucitar con la llegada providencial del procés.
De lo sucedido desde entonces hasta hoy todos hemos sido testigos. Falta por ver qué depara la puerta abierta tras el arranque del Gobierno de coalición encabezado por Pedro Sánchez, cuya investidura fue facilitada por la abstención de los 13 diputados de ERC en el Congreso. No es la primera vez que Esquerra se implica en la gobernabilidad del Estado: lo hizo en 2004, cuando votó gratis a José Luis Rodríguez Zapatero en un contexto de hartazgo tras cuatro años de mayoría absoluta del PP. Esta vez el acuerdo de ERC con el PSOE llega con la condición de que se cree una mesa de diálogo entre el Ejecutivo y la Generalitat para encontrar una solución al conflicto político. Lo cual no implica que Sánchez vaya a gobernar al dictado de ERC ni que se vaya a poner en peligro la “sagrada unidad de España”.
*Este reportaje está publicado en el número de febrero de tintaLibre, ya a la venta. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí