LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Foro Milicia y Democracia

Antimilitarismo es una palabra

Y las palabras significan cosas. Si las despojamos de su significado, las palabras son inútiles. Si al significado le quitamos la palabra, ¿cómo nombrarlo?

El militarismo es un modo de pensar que defiende la “preponderancia de los militares, de la política militar o del espíritu militar en una nación”. Esto es lo que dice la Real Academia de la Lengua. Por lo tanto es antimilitarista quien está en contra de esa preponderancia. Así que, por ejemplo, nuestro siglo XIX, trufado de asonadas que cambiaron gobiernos, fue militarista, Franco fue un militarista de libro, y quiero pensar que el Rey Felipe VI no lo es; no lo es, entre otras cosas, porque constitucionalmente es su obligación no serlo. Es antimilitarista cualquier persona que se considere un demócrata.

También la Constitución española es antimilitarista (gracias, entre otros, al General Gutiérrez Mellado), y aunque algunos nostálgicos interpreten su artículo 8 de forma contraria, atribuyendo a los ejércitos la capacidad de iniciativa para resolver conflictos de diverso tipo (cómo no, los territoriales), lo cierto es que nuestra carta constitucional somete claramente el poder militar al poder civil, negándole autonomía de carácter político.

La fortaleza constitucional de un Estado se consolida en la medida en que éste controla la tendencia al corporativismo (conciencia de constitutir unidades sociales autónomas) de algunos colectivos con fuerte carácter, entre ellos el militar. Todos aquellos actos que, directa o indirectamente (existen grupos de presión creados para apoyar pretensiones e intereses militares), demuestren una actuación autónoma del estamento castrense en la política de defensa, suman grados de militarismo a la temperatura de una nación, y alimentan, con ello, la debilidad del poder civil. En consecuencia, éste no debe dejar resquicios, ni formales ni reales, que permitan a los ejércitos (ni a cualquier otra corporación) jugar al margen del juego constitucional.

Por lo demás, el militarismo no solo se muestra en el conflicto. También comprende un conjunto de valores, es una ideología que establece la solución violenta como instrumento prioritario, que justifica el gasto militar y la industria armamentística como bien en sí mismo, que afirma la sociedad patriarcal, que degrada el medio ambiente, que afecta negativamente al desarrollo y a la seguridad humana.

Por todo lo anterior, ser antimilitarista no es, como de forma ligera o interesada sugieren algunos, despreciar o estar en contra de los militares (tampoco ser antimachista indica estar en contra de los hombres). Diría que más bien al contrario. Es estar en contra de que los militares, y lo militar, estén donde no tienen que estar, decidan lo que no tienen que decidir, actúen como no tienen que actuar.

Las palabras son importantes. Su uso por los comunicadores sociales (políticos, periodistas, profesores…) requiere una dosis de responsabilidad que, en el caso que trato aquí, no comparece. Definirse como antimilitarista es una afirmación democrática. Pensemos que si despojamos al militarismo de su significado renunciamos a la palabra que da nombre a una realidad que nos interesa señalar, en este caso a una realidad nociva para la sociedad democrática. No deberíamos permitirlo.

Más sobre este tema
stats