Pepe Reig Cruañes
Las crisis no le sientan bien a nadie, pero parece que esta de ahora está teniendo en Europa efectos desmoralizadores. La “des-moralización” adopta la forma de populismos rampantes, desafección ciudadana y hasta inquietantes retrocesos en la larga marcha de los derechos. No se trata ya de la pérdida de ésta o aquella conquista laboral o de alguna seguridad jurídica en el campo de la comunicación o la privacidad, que también, sino de esa inesperada oleada homofóbica que se ha desatado, con distintos matices, en diversos lugares de Europa. Quizá no pueda, aún, compararse con lo que está sucediendo en Rusia con las leyes contra la “propaganda gay” –luego extendida a Lituania y Moldavia-, y los ataques de la ultraderecha homofóbica, pero la oleada afecta como mínimo a Polonia, Italia, Gran Bretaña y … Francia. Sí, también la Francia republicana y laica, cuna de los derechos humanos, alumbra un movimiento de masas contra el matrimonio igualitario, de dimensiones y radicalidad inesperadas. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Homofobia práctica
En una Europa en plena crisis de identidad, no es extraño que emerja de nuevo el fenómeno del “chivo expiatorio”, como antaño el antisemitismo. Para unos el nuevo culpable universal será la inmigración y para otros, a lo que parece, la mera diferencia sexual. Lo novedoso es que ese proceso de estigmatización colectivo resulte simultáneo con otro de signo contrario: los avances legislativos en varios países en relación con el derecho de gays y lesbianas a contraer matrimonio y adoptar hijos.
De acuerdo con el Pew Research Center, la opinión favorable a la aceptación de la homosexualidad ha crecido en aquellos países (España, Alemania, Gran Bretaña, Canadá…) que ya tenían una actitud abierta, con la excepción de Francia, donde la aceptación baja 6 puntos. Baja también en Polonia, Rusia y Turquía.
El caso francés tiene peculiaridades que se deben considerar. El debate sobre la legalización del matrimonio igualitario coincide allí con una revuelta conservadora contra una presidencia socialista antipática y débil. Una especie de moderna Vendée que utiliza el debate para adquirir notoriedad y alterar la relación de fuerzas en la derecha. Converge también una Iglesia católica a la que Sarkozy había dado esperanzas de modificar el statu quo republicano con aquella invención suya del “laicismo positivo”, que ha querido aprovechar que el Pisuerga pasaba estos días por París. La coyuntura será excepcional, pero la magnitud y radicalidad del movimiento y el hecho de que se haya apropiado de la simbología republicana, gorro frigio incluido, le confieren una dimensión nueva. Nueva y amenazante, ya que puede estar fomentando la atmósfera favorable al crecimiento de la homofobia práctica, que se traduce en palizas, persecuciones y rebrote de la intolerancia sexual.
Polonia es un caso distinto ya que hunde sus raíces en las debilitadas sociedades civiles del otro lado del telón de acero, que no acaban de encontrar un relato europeísta, porque hoy a Europa no hay quien se la crea, y ese hueco se apresta a llenarlo un populismo xenófobo, autoritario y, naturalmente, homofóbico.
Italia es otro caso llamativo. El país de las “velinas” y el “bunga-bunga” no ha recibido de sus elites muchos estímulos para la superación del machismo, y la ley contra la homofobia, recientemente pactada por el centro izquierda y la derecha, no parece satisfacer al colectivo afectado. Los ataques a gays y el suicidio de un adolescente señalado como homosexual en las redes sociales son indicios preocupantes de una cultura machista arraigada y resistente al debate.
Un estudio del FRA (Agencia Europea de Derechos Humanos) que entrevista a la nada despreciable cifra de 93000 personas homosexuales, bisexuales y transexuales de 27 países de Europa, descubre que casi la mitad de ellas ha sufrido alguna forma de discriminación durante los últimos doce meses. Visto por países, el porcentaje de estas personas que sienten haber sufrido discriminación una o más veces en un año, resulta ilustrativo:
España no sale mal parada de esta encuesta, pero sería iluso creerse a salvo. Los niveles de rechazo a la homosexualidad entre los jóvenes se mantienen en cifras alarmantes pese a la legalización del matrimonio igualitario. En torno a un 30% de los adolescentes, según el estudio Homofobia en el Sistema Educativo Homofobia en el Sistema Educativo (2005), rechaza la homosexualidad o no desea convivir con ella. El porcentaje baja a entre un 15 y un 25% en datos del In-Juve. Un 43% de los/las jóvenes que sufren acoso escolar por su condición sexual se plantean a veces o constantemente el suicidio y sólo un 19% recibieron ayuda del profesorado.
La supresión por el gobierno conservador de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, única que asumía por derecho la enseñanza de la tolerancia y la inclusión, no augura ninguna mejoría en aquellos índices. Más bien al contrario, la reinstalación curricular de la religión dificultará aún más la maduración de una cultura democrática en este campo.
En el mundo de la comunicación, cuya responsabilidad en la creación de esa cultura respetuosa de las condiciones y opciones sexuales es difícil de exagerar, las cosas no van tampoco bien encaminadas. El amarillismo y la espectacularización de la información no ayudan a un tratamiento adecuado de la discriminación y los ataques homofóbicos, ni contribuyen a desarraigar mitos sexistas de nuestro imaginario. Sería preciso un extenso análisis del discurso de los medios sobre el particular, para llegar a saber a qué distancia nos encontramos de un punto de inflexión en el tratamiento de los casos de homofobia, que se parezca al abandono, allá por los noventa, de la costumbre de presentar los casos de violencia machista como “crímenes pasionales”. Algo así como el descubrimiento de que los crímenes de homofobia no se explican por un rasgo de la víctima, sino por una característica del victimario.
Teoría de la Homofobia
El mapa de la legislación sobre homosexualidad en el mundo resulta deprimente: en setenta y ocho países la práctica de la homosexualidad es ilegal, en siete de ellos se aplica la pena de muerte a los/las personas homosexuales. Es legal en 130 países, pero sólo 21 permiten el matrimonio a gays y lesbianas.
Los argumentos para la intolerancia son tan conocidos como endebles: el matrimonio como institución “natural”, sin rastro de historicidad alguna, la amenaza contra la “familia tradicional”, la sacrosanta tradición o la identidad cultural y, por supuesto, el simple miedo a la diversidad.
El feminismo ha venido dando cobertura, desde su exigencia de igualdad, a la reivindicación de visibilidad e inclusión de personas LGTB, y esa ha sido una convergencia decisiva que refuerza a ambos movimientos. Pero el planteamiento que más puertas viene abriendo es el que parte de una interpretación rigurosa de los derechos humanos.
La historia de los derechos humanos es, sobre todo, la historia de la lucha por extender el sujeto de esos derechos: desde un exclusivo varón burgués blanco, pasando con mucho trabajo a las mujeres, a los proletarios, los negros, los pueblos indígenas, los no cristianos, y recientemente pero aún de modo incompleto, a los inmigrantes, etc. Siempre a costa de grandes luchas cívicas que lograban abrir mentalidades y neutralizar resistencias. El sujeto de aquellos derechos humanos seguirá, sin embargo, incompleto mientras la tradición o el pretendido “derecho natural” predicado por la Iglesia y por todos los conservadores, siga imponiendo su ley. En cuanto se ha propuesto ampliar el sujeto de aquellos derechos a las personas de distinta condición u opción sexual han saltado las alarmas y también las fobias.
En conexión con la visión del problema desde los derechos humanos, se ha desarrollado últimamente una perspectiva que tiende a encajar las agresiones por homofobia dentro de la categoría de los “crímenes de odio”. Se entiende aquí por crímenes de odio (hate crimes) aquellas formas de violencia que, arraigadas en tramas culturales de discriminación y prejuicio, se dirigen hacia colectivos o minorías sociales o culturales que se perciben como “diferentes”. Este concepto, desarrollado originariamente en los Estados Unidos, durante los grandes movimientos cívicos de los setenta centrados en cuestiones de identidad (étnica, sexual o religiosa), trascendió la condena de la violencia racista, para incluir la que se practica sobre otras minorías o colectivos de “diferentes”. Las discriminaciones y violencias –y la carga de estigmatización que conllevan- ejercidas hacia personas de orientación sexual distinta entraron naturalmente en la categoría. Esta violencia está motivada por el odio que aquella persona que la ejerce siente por algún rasgo del que la recibe y es sobre el victimario, y no sobre la víctima, sobre quien el Estado de Derecho tiene que actuar.
Aunque se alcanzara un consenso suficiente sobre la tipificación de este tipo de crímenes, aún faltaría mucho en el ámbito europeo para acordar una consideración común sobre el delito conexo de “discurso de odio”, entendido como la propaganda que incita a aquel crimen. Seguro que no es difícil encontrar ejemplos de una y otra cosa en las agresiones de ultraderechistas rusos contra personas homosexuales, que se han difundido por internet, y en la tolerancia y hasta cobertura oficial que dichos actos reciben de la llamada ley federal contra la “propaganda de la homosexualidad”.
Aunque, de momento, las leyes rusas no han suscitado más apoyos en occidente que el de ultracatólicos como la Plataforma de Profesionales por la Ética, ni las agresiones homofóbicas tienen la sistematicidad que hemos visto allí, cabe preguntarse si los discursos del odio no acabarán alimentándose también aquí de la radicalidad del movimiento contra los derechos igualitarios de homosexuales y transgéneros. El debate está, desde luego, lejos de cumplir las condiciones dialógicas ideales, porque la crisis del modelo social europeo amenaza con legitimar todo retroceso de la igualdad y le pone las cosas fáciles a la xenofobia, homofobia y otras patologías sociales. En plena crisis de la democracia puede darse una confluencia de la homofobia teórica con la práctica y cotidiana, para detener en seco la extensión de los derechos.
Para saber más
- Resolución Parlamento Europeo sobre la lucha contra lahomofobia en Europa
- Aministía Internacional: “Por ser quien soy”. Homofobia,transfobia y crímenes de odio en Europa. 2013
- Pew Research Center. The Global Divide on Homosexuality. 2013
- FRA. European Union lesbian, gay, bisexual and transgendersurvey. 2013
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