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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

700 metros

Joaquín Ramón López Bravo

No. No es la distancia de seguridad a mantener en la (¿sexta? ¿séptima? ¿octava?) ola de covid. Es la longitud de la “caravana” que Estados Unidos ha traído a la cumbre de la OTAN. Aderezada con 2 helicópteros y un avión Awac. En esta caravana van dos vehículos denominados “la bestia”, dos coches de 8 toneladas, acorazados, con los bajos de acero y 20 centímetros de grosor en su chapa, dotados hasta de bolsas de sangre del grupo del presidente que puede ocupar indistintamente uno cualquiera de ambos vehículos, y por supuesto, el botón de disparo nuclear. La huella de carbono del transporte de semejantes “bestias” ha debido ser de órdago.

Pues menos mal que venían a un país amigo, con bases estadounidenses a tiro de piedra (o de misil, que para el caso es lo mismo, sólo que más moderno) y una ciudad cortada de la que ocuparon 1.200 plazas hoteleras.

Todo el mundo se felicita. Ha salido todo a las mil maravillas. Con el triunfalismo que nos caracteriza, se ha publicado (hasta en los medios más conspicuos de la izquierda) que no se ha desarrollado otra cumbre con mejor organización. Desde comer cerca de los cuadros más valiosos de nuestro patrimonio un menú elaborado por el cocinero campeón de la alimentación de los pobres, hasta desplazarse raudos de un lado a otro por túneles virtuales construidos apartando a los ciudadanos de su rutina diaria. No vayan a obstruir las atareadas idas y venidas de los “líderes”.

Hasta el tirano Erdoğan ha conseguido que Suecia y Finlandia abjuren de la protección que han brindado a los activistas kurdos (otro pueblo sin país, usado en la guerra de Irak y olvidado y postergado una vez más, como si no existieran) con tal de unirse al sarao atlantista. Dos países más a contribuir al bote común, y encima cercanos al enemigo. Y abandonando su neutralidad. Bingo.

Yo, con esa manía mía de ver las cosas de otra forma, creo que esta “cumbre” ha sido una parábola de lo que es la sociedad capitalista en su mejor y más preclara demostración. El espacio aparentemente de todos ha sido privatizado para dar satisfacción de todo tipo (artística, alimenticia, de transporte) a quienes ostentan (o tal vez detentan) el poder. Si el poder necesita el espacio, el ciudadano no cuenta: que se aparte.

Llamamientos al ciudadano para que se deje de pamplinas de vehículo propio y utilice el transporte público, gratuito en parte, para ir a sus trabajos y, aunque se recomendaba teletrabajar, muchos empresarios se han negado. En el país donde la valía en el trabajo se mide en horas de calentar la silla en lugar de en productividad del puesto de trabajo, era de esperar.

Las conclusiones de la cumbre han sido magníficas. Europa renuncia a ser una potencia en lo militar (pese al ingente gasto agregado de sus países, 200.000 millones de euros, más que los 63.000 millones de Rusia y sólo a unos 50.000 (según qué fuentes se usen pueden ser 93.000) de China. Renuncia a mirar de frente a su flanco sur, a hacer algo con África, a practicar una solidaridad real que permita el despegue económico y evite la sangría de jóvenes huyendo de hambrunas y guerras. Y de paso una inmigración que los gendarmes contratados por la UE maltratan sistemáticamente. Dice nuestro presidente que se refuerzan las democracias. Espero que no se refiera a Turquía o a Marruecos o a Libia, aunque quién sabe. Cuando se manosea un concepto, se acaba ajando.

¿Y los ciudadanos? Claro, una alianza militar no mira a la sociedad civil más que para una cosa: pedir dinero. Suena a comportamiento mafioso: os protegemos de los peligros que nosotros creamos. Inventamos armas de destrucción masiva, colocamos a un borracho al frente de nuestro más encarnizado enemigo, que luego nombra sucesor a un oscuro hombrecillo que ahora resulta que es el líder “poderoso” (y risible) de una nación incapaz de vencer a un país muchísimo más pequeño, peor armado, menos militarizado. Pero le declaramos solemnemente “enemigo”, mirando de reojo al que de verdad nos ocupa y nos preocupa: China.

A la sociedad civil española se le piden casi once mil soldados más y 20.000 millones de euros en gasto militar. Sobre lo primero, el número de soldados que se nos exige multiplica por siete el número actual de militares españoles desplegados en (y por) la OTAN, más de 130.000 mil ciudadanos condenados a ver sus derechos cercenados y limitados. No serán ciudadanos de uniforme, sino militares sometidos a normas ridículas emanadas del siglo XVIII y aplicadas en el siglo XXI.

Circula por las redes el vídeo de un humorista que sarcásticamente señala que en Estados Unidos el gobierno se preocupa del prenatal (con referencia a la reciente “desfederalización” y “desconstitucionalización” del aborto) y deja de preocuparse del ciudadano una vez nace (desde el preescolar, dice el humorista en un juego de palabras difícil de traducir entre “bien” –ine – y “jodido” –fucked–) hasta que llega a la edad militar. Y entonces, sí tienen en cuenta al ciudadano: defiende la democracia, amigo, si no has muerto de hambre, de una enfermedad cuyo tratamiento no has podido pagarte, o en un tiroteo en tu escuela o en tu centro comercial, o ejecutado en alguno de los veintisiete Estados que aún contemplan la pena de muerte, eres candidato a lucir el uniforme del Tío Sam en cualquier lugar apartado del mundo donde un contratista de armas esté vendiendo sus modelos obsoletos y tú tengas que defender los intereses de ese contratista.

Por lo que hace referencia al gasto militar al que se ha comprometido España (¿cuánto de ese gasto irá a mejorar las condiciones de los soldados?, ¿cuánto a dotarles de un futuro cuando a los 45 años les expulsen del ejército?), la pregunta es obvia: ¿de dónde saldrán los 10.500 millones de euros más? En un momento de agudísima crisis, con la inflación disparada por encima del 10%, con cada vez más personas bajo el umbral de pobreza, con una energía a un precio que causa pobreza energética real a más de un 30% de la población, con problemas de suministro que se tapan subiendo los precios (¡es el mercado, amigo!, Rodrigo Rato defraudador dixit), ¿es razonable comprometerse a aumentar de esa forma el gasto militar? El dinero sólo puede salir de nuestros impuestos. ¿Qué parte de éstos se detraerá de las políticas públicas, de la sanidad, de la educación, de la justicia, de ayudas sociales?

Uno se pregunta ingenuamente si sirve de algo pertenecer a una organización militar liderada por un país que ha perdido todas las guerras en las que ha intervenido después de la Segunda Guerra Mundial, que no ha alcanzado sus objetivos de acabar con el difuso enemigo del terrorismo, que asombra al mundo con las brutales imágenes de torturas en los “centros de retención” (cárceles para quienes no les agraden los eufemismos), Guantánamo o Abu Ghraib, o la persecución sañuda de Julian Assange y la tan cacareada libertad de prensa y expresión que dicen defender. Libertad, la que ellos definan.

Durante dos días, el ciudadano que mantiene con sus impuestos la ciudad se ha visto limitado en el uso de sus instalaciones, de sus calles, de sus transportes y de su forma de moverse y disfrutar porque esa casta especial que son los “grandes líderes mundiales” (sólo de una parte del mundo, por supuesto) tenían la necesidad de reunirse para celebrar la resurrección de un muerto cerebral y declarar la vigencia de viejos clichés: la división del mundo en bloques bipolares, el oso de Moscú como enemigo y el gasto militar, la carrera de armamento, como objetivo. Cuando el poder lo requiere, al ciudadano se le priva de lo que sea necesario (o conveniente, o deleitoso) para el poder.

Al final habrá algún loco que pulsará el botón que no debe y quizá entonces la gente se lamente por estas demostraciones de testosterona y machos alfa. O quizá no

Nada nuevo. En tiempos de crisis, más armas. Para defender un sistema de vida plagado de diferencias, con una brecha enorme entre el 1% más rico y el 50% más pobre, un sistema basado en la competitividad en lugar de en la cooperación, en la inequidad real, en una falsa meritocracia, en una economía especulativa en lugar de productiva, en el agotamiento del planeta, dominado y manejado por unas pocas fortunas avarientas que necesitan cada vez más. Se me puede decir que “al otro lado” las cosas están peor. Pero como decía una canción de Facundo Cabral, “no me importa tu fusil / ni el cañón de tu enemigo / dos males no significan / un bien en ningún sentido”.

Si la única forma de combatir la tiranía que se nos ocurre es someternos a la tiranía del armamento, mal vamos. Porque al final habrá algún loco que pulsará el botón que no debe y quizá entonces la gente se lamente por estas demostraciones de testosterona y machos alfa. O quizá no. Esta sociedad está tan enferma que igual aplauden en medio del holocausto porque las bombas que les matan son “de las nuestras”, pagadas con nuestros impuestos.

No. No es la distancia de seguridad a mantener en la (¿sexta? ¿séptima? ¿octava?) ola de covid. Es la longitud de la “caravana” que Estados Unidos ha traído a la cumbre de la OTAN. Aderezada con 2 helicópteros y un avión Awac. En esta caravana van dos vehículos denominados “la bestia”, dos coches de 8 toneladas, acorazados, con los bajos de acero y 20 centímetros de grosor en su chapa, dotados hasta de bolsas de sangre del grupo del presidente que puede ocupar indistintamente uno cualquiera de ambos vehículos, y por supuesto, el botón de disparo nuclear. La huella de carbono del transporte de semejantes “bestias” ha debido ser de órdago.

Pues menos mal que venían a un país amigo, con bases estadounidenses a tiro de piedra (o de misil, que para el caso es lo mismo, sólo que más moderno) y una ciudad cortada de la que ocuparon 1.200 plazas hoteleras.

Publicado el
4 de julio de 2022 - 20:52 h
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